In Nomine Domini
17/3
Domingo 2.º de Cuaresma.
"¡Acuérdate, Señor...!"
Aún antes de que tú te acuerdes de decirme: Acuérdate de mí, Yo me acuerdo de ti
Meditaré tus preceptos, para mí tan queridos, y alzaré mis manos a tus mandatos, por mí tan amados
Dice Azarías:
"Alma mía, aquí me tienes para nuestra Santa Misa, la hermosa Misa de las "voces".
Al estar frente a ti, no te hablo en plan de maestro sino que te tomo de los hombros para hacerte sentir que el Cielo está contigo y que toda esta paz que te inunda es el Cielo, sí, el Cielo, ya que tú eres la pequeña voz obediente y Dios te ama, te ama tanto y tanto más te ama cuanto dejan de amarte los hombres. ¿Ya ves quiénes están conmigo? Los tres arcángeles para acercarte cada vez más al Cielo. Juana de Francia nunca tuvo tan cerca de sí a Miguel como a la hora de su martirio. Nosotros jamás abandonamos a las "víctimas". Nos estrechamos a ellas porque en las mismas vemos de nuevo a Cristo y porque ellas son lo que por amor querríamos ser nosotros.
Observa la sonrisa de mis tres hermanos. Ellos están prontos a cantar con nosotros dos las alabanzas de Dios.
He aquí el introito. Es un recordatorio dulce y filial que está expresado sin temor, ya que Dios no puede olvidar ni un solo instante a sus hijos amados. Es como la palabra inocente de los niños a su mamá: "¿Me quieres?". Bien saben que su mamá les ama; pero es tan dulce oírle decir a la mamá que les ama, que el pequeñín, seguro de la respuesta, se la hace infinidad de veces al día.
"Aún antes de que tú te acuerdes de decirme:
'Acuérdate de mí', Yo me acuerdo de ti"
También los hijos de Dios, para oír la dulce respuesta que el Padre les da, dicen: "¡Acuérdate, Señor...!". ¡Oh!, ya está bajando la respuesta. Yo te la traigo. El, el Altísimo, dice: "Aún antes de que tú te acuerdes de decirme: 'Acuérdate de mí', Yo me acuerdo de ti". Sí, se acuerda con sus misericordias sin confines en el tiempo, en su número y en su poder.
El deja hacer a sus enemigos; aunque no más allá de un límite. Ha dicho "sus" enemigos y no por error, alma mía, pues quien ofende a la criatura amada por Dios, quien la tortura, a Dios ofende constituyéndose en enemigo suyo. Porque Dios esplende en sus hijos dilectos y quien alza su mano contra ellos lo hace contra la Luz Santísima.
He dicho también que Dios deja hacer aunque no más allá de un límite. Alma mía, estás a punto de alcanzarlo. Como muro asaltado por desatinados, el amor, hasta el amor santo que te rodea, se derrumba en torno tuyo. La muerte, el malquerer o la indiferencia tal vez, te han dejado, como a Jesús sobre la cruz, privada de compañía y desnuda. ¡Oh, feliz de ti que ya no tienes otros amigos que los santos! Parientes, amigos, monjas, ¡tus monjas!, compañeras, ¡tus compañeras! ¿Ves qué pobres y limitados son los afectos humanos? o bien la muerte sobre la que no queda sino pronunciar el "fiat", o el querer y la incomprensión soberbia y mezquina de los hombres, he aquí lo que te ha dejado confinada en la soledad.
Pequeño Juan, ya no tienes sino una (Alude aquí a Marta Diciotti como así lo anota María Valtorta, de su puño y letra, en la primera copia mecanografiada.) que te preste los cuidados materiales que tú, crucificada, no te puedes proporcionar. Sin embargo, con tus palabras, con tus palabras pronunciadas antes de mi lección, das a entender, al igual del anciano Tobías, que eres "de la estirpe de los santos", una que "estás esperando aquella vida que dará Dios a aquellos que nunca pierden su fe en el Señor".
¿Ya sabes que tus palabras, leídas con la alegría de quien vive en el Señor,
están escritas en el libro del Cielo?
¿Ya sabes que tus palabras, leídas con la alegría de quien vive en el Señor, están escritas en el libro del Cielo? Persevera, alma mía, y tú, que confías en el Señor, te verás libre de toda aflicción y no quedarás defraudada.
Roguemos al Señor y hagámoslo juntos para que no prevalezca el mal sobre tu debilidad de criatura, tanto con el desconsuelo como con la soberbia, tal como siempre lo deseaste; y que Dios, únicamente Dios, te conserve pura para su gloria.
Y ahora los tres que han venido del Cielo te dicen, ellos que estuvieron presentes cuando el Apóstol escribía a los de Tesalónica y en ellos, a través de los siglos, a todos los fieles, "cómo debe portarse" una pequeña voz "para agradar a Dios y progresar cada vez más". Son ciertamente tus guías los ángeles del Cielo y, en primer lugar, el Ángel de los Ángeles, es decir, Jesús el Señor Santísimo, los ángeles que han venido a traerte los preceptos del Señor a fin de hacerte caminar con seguridad por la senda de Dios. De esto jamás debes dudar, jamás. Y ahora te repiten, te repetimos con el Apóstol, que Dios quiere que te santifiques más y más sin que fornicación alguna llegue a morderte.
¡Cuántas de ellas te presentará Satanás ahora que se te aleja tu asistencia terrenal! (Hace referencia al P. Migliorini que el 21 de marzo de 1946 fue trasladado a Roma, como así lo hace constar María Valtorta de su puño y letra sobre la primera copia mecanografiada.). Su presencia y su vestido hacían alejarse a Satanás y su ánimo le ponía en fuga. Por esto lo querías tener a tu lado en tus agonías. Mas Jesús en el Getsemaní se encontró solo. como solo estuvo también en el Sanedrín, en el Pretorio y en el Calvario. Alma, alma mía, sé como Cristo. Lucha sola y vence en el Nombre del Señor. Si tú trabajas siempre para la gloria de Dios, el Infierno no prevalecerá.
A quien pretenda hacerte fornicar con el pensamiento, el juicio y el espíritu, dile: "¡no!". Lo mismo que a quien quiera hacer que juzgues a las jerarquías superiores eclesiásticas, a quien quiera hacer que digas de ellas que han obrado mal, ¡(Nueva alusión al traslado del P. Migliorini y a las dificultades consiguientes de María Valtorta para encontrar quien le llevase el Santísimo Sacramento), a quien te quiera entibiar en el amor a Dios, a la Iglesia, a la oración y a quien te tiente con procurarte satisfacciones humanas. No, siempre no a las concupiscencias, y sí, siempre sí, un "sí" semejante a estrella purísima y a canto celeste dedicado a Dios para su adorable voluntad.
Nunca, por motivo alguno, imites a los histriones de la religión y del misticismo
con supercherías y fraudes.
Sé dueña de tu cuerpo que es templo del alma en la que vive Cristo y, sobre todo, sé dueña de tu inteligencia y de sus posibles debilidades que Satanás podría atizar para vencerte. Nunca, por motivo alguno, imites a los histriones de la religión y del misticismo con supercherías y fraudes. Se límpida como manantial de montaña y da aquel hilo o aquel río de palabras que Dios te suministra sin acoger otras aguas (Alusión a la posibilidad de adquirir doctrina en libros ajenos, reflexiones propias y coloquios con personas ilustradas, doctas y piadosas.) con las que aumentar tu chorrillo y seducir. Dios hace justicia inexorable de estos fraudes. Te eligió, no para que te profanases sino para que su don te santifique. Una palabra sola puede salvar un corazón. Y a ti, para salvar los corazones dotados con una buena voluntad de salvarse, te da mil y diez mil de ellas que fructificarán porque tú las riegas y abonas con tus tribulaciones cada vez mayores.
Celebremos la bondad del Señor con nada que no sea la perfecta observancia de su Ley. Este es el sacrificio de alabanza que Dios acepta de los corazones y que El lo quiere total de aquellos a quienes todo les dio al darse como Amor y Palabra. Proporcióname siempre la alegría, alma que Dios me encomendó en custodia y a la que amo con un amor subido, proporcióname siempre la alegría de verte celebrar tu sacrificio de alabanza.
Alma a la que he visto transfigurarse lentamente, como corresponde a la criatura humana, pero constantemente, hasta el punto de poder decir yo al igual de los tres apóstoles: "¡Qué hermoso resulta, Señor mío, estar aquí con esta alma a la que tu amor ha trabajado y que, cuanto más la has trabajado, tanto más, en fuerza de su amor, ha querido que la trabajes!". Como pasta blanda en las manos de Dios, déjate siempre, María, trabajar y modelar sin resistencia alguna, secundando cada vez más su pensamiento santísimo.
"Meditaré tus preceptos, para mí tan queridos,
y alzaré mis manos a tus mandatos, por mí tan amados"
Prométele al Señor, junto con tu Azarías: "Meditaré tus preceptos, para mí tan queridos, y alzaré mis manos a tus mandatos, por mí tan amados". En efecto, sólo aquéllos que aman llegan a meditar y saborear las palabras de Aquél a quien aman y, al hacerlo, eliminan las distancias fundiéndose en el amor. Y sólo quien ama con verdadero amor tiende sus manos para acoger lo que el Amado le envía por más que sea gravoso y penoso querer para la criatura, si bien lo acepte el espíritu que ve y gusta gozoso cuanto viene de Aquél que es la razón de su amor.
Y el amor salva, siempre salva. Para esto nuestro Señor Santísimo pidió que los suyos, tras su partida, recibiesen el Espíritu Santo, o sea, el Amor, para que Este, con sus fuegos, purificase a aquéllos que, sin malicia obstinada, cayesen en faltas, pero que, con amor, se sumergiesen en el Amor y así recibiesen de El absolución, paz y amaestramiento perfecto, continuado y salvífico. Que es lo que a ti se te ha dado, alma mía.
¡Bendigamos al Señor!
Demos gracias a Dios.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo".
19-21
A. M. D. G.