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Pascua de Resurrección
Hacer desaparecer el viejo fermento
"Abatió a los poderosos y exaltó a los humildes"
Cree en mi Palabra. Yo he resucitado y estoy a la sazón contigo
Abatió a los poderosos y exaltó a los humildes
Dice Azarías:
Cree en mi Palabra. Yo he resucitado y estoy a la sazón contigo
"Mi Señor me ordena que te transmita estas palabras: "Las palabras del Introito que figuran en la liturgia, cual si Yo se las dijese a mi Padre, te las dirijo a ti para tu consuelo. Cree en mi Palabra. Yo he resucitado y estoy a la sazón contigo".
Tener al Señor consigo es certeza de ayuda, de paz y de no haber desmerecido. Consérvate en esta unión y no temas.
Hace ya más de dos meses que en nuestras Santas Misas te vengo diciendo. "No temas". Y un ángel no pronuncia vanas lisonjas sino que dice lo que es verdad. Así pues, en el Nombre de Dios, yo, tu custodio, te aseguro que no tienes por qué temer, pues Jesús Santísimo está contigo, su Mano traspasada la tiene sobre ti para defenderte y El, El: la Sabiduría Encarnada, te instruye y te habla con una sabiduría maravillosa que supera todas las sabidurías.
Para conservar estos dones, nada tienes tú que hacer sino conservarte de suerte que puedas siempre decir con verdad ante Aquél a quien no se le puede engañar: "Tú me escrutas, Señor, y me conoces. Que esté sentado o de pie, Tú ya lo sabes. Tú sabes, ¡oh Dios omnividente!, si yo me siento, es decir, si me dejo invadir por la desidia espiritual o si me levanto tal vez para dar batalla continua a las fuerzas del Mal que querrían borrarte a Ti en mí y apagar la luz que de Ti me viene para convertirme en 'tinieblas'. Tú conoces la verdad de mis actos y de mis sufrimientos y en nombre y como recuerdo de todas las veces que tu Verbo encarnado fue mal juzgado por haber sido mal conocido, te ruego que me sostengas y me defiendas en los desconsuelos que me ocasionan los hombres obtusos que olvidan el 'No juzguéis' que enseñó el Verbo y juzgan hasta de lo que ignoran".
Es el destino de aquéllos que son los "segregados" según la expresión paulina:
el de no ser comprendidos
Es el destino de aquéllos que son los "segregados" según la expresión paulina: el de no ser comprendidos. De esto ya te ha hablado desde hace mucho tiempo mi Señor y, por reverencia, no repito sus lecciones. Mas tú las puedes leer para así comprender y compadecer la incapacidad de los hombres en entender a los segregados por Dios. En el Cielo, donde ya no habrá diferencias, pues toda la inteligencia, toda la sabiduría, toda la justicia y toda la caridad se darán en igual medida con idéntica posesión de Dios, se entenderán tanto los que no se vieron comprendidos por seguir una vía extraordinaria, como aquéllos que llegaron al mismo Reino Santo de Dios recorriendo una vía ordinaria.
Por ahora existe y persiste la incapacidad de entenderse, como existió para Cristo con sus contemporáneos y como existió igualmente entre los primeros apóstoles y discípulos por más que les uniera un mismo fin y tendieran a una misma meta. Los Hechos hablan al respecto. Con todo, se amaban; se amaban en un único Cristo cuya gloria promovían. Mas eran grandes espíritus en cuerpos humanos y, por tanto, sujetos aún a las reacciones y miserias del hombre, de este hombre que no muere jamás del todo y que, aún en los más santos, se desatan sobrevientos impensados. Y aquí está la clave de tantas explicaciones dadas a aquellas disensiones e incompatibilidades que, aun permaneciendo en la superficie del bloque magnífico, base de la Iglesia Apostólica, lo rayaron, dando pie a sus enemigos para criticarla y tratar de rebajarla.
Pero el hombre es siempre hombre. Y Dios, hasta en los mejores y bienamados, con el fin de espolearlos a una virtud cada vez más heroica, permite que persistan partículas de humanidad provocadoras de reacciones irreprensibles a sus Ojos, si bien aptas a procurarles de parte del mundo imperfectismo, que se tiene por más perfecto que los siervos de Dios, críticas, censuras, burlas, ofensas y juicios malévolos. Estas partículas no impiden el designio de Dios y del alma de tender a la perfección y de arribar a ella, antes ayudan manteniendo al alma baja y podada de la rama ponzoñosa, la más ponzoñosa, salida del árbol maligno de Lucifer, de la soberbia.
La unión de los infinitos meritos de Jesús con la buena voluntad del hombre y con la humildad que vuestras propias debilidades e imperfecciones alimentan, hace que, por la Gracia, inspiradora de santos deseos, y por la Muerte y Resurrección gloriosa del Hijo Unigénito de Dios, podáis ver cumplidas las aspiraciones que Dios puso en vuestro corazón y, por las puertas de la eternidad, de nuevo abiertas por la Víctima inmolada y por el Triunfador eterno, consigáis arribar al Reino feliz que no conoce término.
uno sólo es el fermento que debe hacer en vosotras:
el santo, puro y verdadero de la Palabra de Dios, del Amor de Dios.
Mas para ello es preciso, como dice Pablo, "hacer desaparecer el viejo fermento". El fermento de las pasiones se renueva con mayor prontitud que el que produce la levadura en la harina que el ama de casa deslíe teniéndola al calor. El alma voluntariosa lo aparte de continuo volviéndolo siempre a encontrar. El mundo, los acontecimientos, las desilusiones, las constataciones, los gozos, las penas, todo contribuye a poner en el alma un fermento de malicia, de impureza, de mentira y de rebelión. No, no, almas queridas, uno sólo es el fermento que debe hacer en vosotras: el santo, puro y verdadero de la Palabra de Dios, del Amor de Dios. Porque la Palabra es Amor. La Palabra se inmoló igualmente para poder instruiros ahora. También para esto. Y así la Palabra se inmoló haciéndose Hombre a fin de poder hablar a los hombres y suministrarles la Palabra verdadera haciendo fermentar el verdadero conocimiento de la Ley que es Amor, en lugar de la levadura ácida, impura, astuta y malvada que a la sazón había, vieja y nociva, entre los hijos de Dios.
La Palabra se inmoló, haciéndose Víctima, para traer al Paráclito, Levadura de Amor, por el cual todas las partículas de la harina del Trigo-Jesús, sus innumerable palabras, se hinchasen fermentando en las inteligencias humanas en pureza, verdad, sabiduría, comprensión y santidad.
Mas si la levadura buena viene a mezclarse con la vieja y deteriorada, no mejora ésta sino que, por el contrario, se corrompe la buena y, por ello, de nada sirve haber recibido la Levadura santa que procede de Dios. Por lo que es preciso hacer desaparecer todas las partículas de la levadura mala y hacerse puros, nuevos como niños recién nacidos y hacerlo de continuo para impedir la obra de Satanás y de la carne, y hacerlo con vigilancia asidua, sin pusilanimidades y sin pereza ni presunciones. Hacer, hacer y hacer, puesto que, mientras el hombre está sobre la tierra, Satanás y el mundo no dejan de hacer; y recibir siempre de nuevo en el corazón limpio la Levadura santa y así podáis ser siempre pasta nueva, sin mohos ni corrupciones, modelada según la forma de Dios y digna de El.
Ese día, como todo lo que existe, fue hecho por Dios, si bien éste es ciertamente un día perfecto, día que aventaja a cualquier otro día creativo porque en él resplandecen, en todo su poder, la Potencia y Misericordias divinas y eternas.
Sólo un Dios podía forzar a la Misericordia a hacerse víctima por los pecadores y sólo un Dios podía resucitar por sí mismo para acreditar ser verdadero Dios, como con la muerte había acreditado ser verdadero Hombre, expresando con ello que la Vida, es decir, Dios, es más poderoso que la muerte: Satanás; que el Autor del Todo no puede ser muerto por una parte y que Dios, Autor del Todo, no pudo ser muerto por el hombre ni quedar muerto. Porque, si bien es cierto que por amor al hombre gustó la ceniza amarga de la muerte, lo es asimismo que venció a la muerte, y para siempre, y que todas las fuerzas del Mal, así se llamen Satanás o pequeños satanases, jamás podrán dar muerte al Viviente.
María, pequeña María de Jesús, también tú, al igual que la gran María de Lázaro, "has visto", según reza la secuencia pascual, "el sepulcro de Cristo viviente y su gloria de resucitado, lo mismo que a los ángeles testigos, el sudario y los vestidos". Por este don, sean para ti dulces todas las penas que de todos te vengan y hasta, incluso, de Dios. Y que cuantos dones se te conceden te sirvan para conseguir el Cielo, no imitando a quienes del don que gratuitamente se les concede, hacen uso de él con soberbia, desobediencia e imprudencia, creyéndose ya seguros por ser beneficiarios sin pensar que el don es prueba y que, como se da, se puede quitar, pudiendo igualmente –si el mismo, en vez de producir amor a la verdad, a la obediencia y a la justicia, hace fermentar la mentira, la soberbia y la desobediencia– ser privado de la inmediata posesión del premio eterno o si la ingratitud del beneficiado llega a ser grave, verse excluido para siempre de la posesión del premio que es Dios mismo.
Los judíos, los príncipes de los sacerdotes, los escribas y fariseos
contaron con tiempo sobrado para reconocer sus yerros y beneficiarse del Don infinito
del Verbo hecho Hombre otorgado a Israel, hasta el momento en que la Justicia dijo:
"¡Basta!"
Los judíos, los príncipes de los sacerdotes, los escribas y fariseos contaron con tiempo sobrado para reconocer sus yerros y beneficiarse del Don infinito del Verbo hecho Hombre otorgado a Israel, hasta el momento en que la Justicia dijo: "¡Basta!". Después, cuando, ni las señales de los elementos, ni el cumplimiento de las profecías; cuando, ni el nuevo sobresalto de la Creación al tornar la respiración al Cuerpo exánime lograron doblegar ante la Verdad las mentes soberbias de Israel; después fue Dios el que se levantó para hacer justicia.
Y justicia fue, paciente justicia, la clara separación entre machos cabríos y cabritos, o sea, entre los que abiertamente rechazaron el don y aquéllos que, como Gamaliel y otros que, después de expirar Cristo, fueron golpeándose el pecho y diciendo: "¡Hemos pecado! ¡El era lo que decía ser! ¡Que Dios tenga piedad de nosotros!". Si bien no eran todavía corderos, pero sí estaban ya predispuestos a serlo, fueron separados justamente con divina justicia de los indómitos e infernales cabrones que del don de Dios hicieron su ruina.
Y de entre aquéllos que, de cabritos supieron cambiarse a corderos, y a los que la Misericordia concedió el perdón por su arrepentimiento, ¡cuántos hay entre los santos que, con la Virgen Madre, con los apóstoles y mártires son enumerados en el Prefacio y recordados e invocados hoy para que ayuden a los que viven en la Tierra a llegar a ser los "vivientes" del Cielo, uniéndose a sus oraciones y ofrendas a fin de que sus días de creyentes discurran en la paz espiritual y no sean castigados con la condenación eterna, antes contados en la grey de los elegidos!
¡También éstos que eran cabritos llegaron a conquistar el Reino! Porque todo lo puede Dios sólo con que el hombre ponga de su parte la buena voluntad.
No temáis, por tanto, vosotras, voces carísimas, y no hagáis caso de las insinuaciones del mundo que, con harta frecuencia, se cree docto sólo porque tiene su cabeza atiborrada de teorías y se pregunta: "¿Cómo va a ser posible que una nada llegue a ser algo cuando nosotros no logramos serlo?"
Esta razón, formada toda ella con la soberbia del yo, es ya una respuesta a esta pregunta. Y responde así por sí misma: "Sí, es posible que así sea; en primer lugar porque para Dios todo es lícito y posible, y, en segundo lugar, porque, precisamente Dios, para confundir a los soberbios, escoge las nulidades haciendo de ellas lo que quiere.
"Abatió a los poderosos y exaltó a los humildes"
La Llena de Gracia expresó ya esta verdad: "Abatió a los poderosos y exaltó a los humildes".
Y peca de soberbia aquél que querría poner límites a Dios o sugerirle lo que ha de hacer. No soberbia sino caridad es lo que debe hacer en vosotros, jueces, lo mismo que en vosotros, juzgados. Porque quien pierde la caridad pierde a Dios. Nada de humanidad de pensamiento sino fe en el poder del Señor. Nada de soberbia sino abdicación del propio juicio en el Juicio perfecto. Caridad en aceptar, caridad en examinar y caridad en soportar. Caridad a fin de no acrecentar el peso que gravita sobre aquéllos que soportan el peso de un don extraordinario capaz de asustarles y atemorizarles con la posibilidad de conocer la muerte de su espíritu a resultas de aquel don. Caridad pensando que quien llama "raca" a su hermano, peca (Mt 5, 21-26. Raca proviene del arameo y significa, según los entendidos: cabeza hueca, sin seso); y, ante la mirada humana, aparecen con frecuencia por necios y endemoniados aquéllos que únicamente son los "segregados" para el servicio de Dios. Y caridad, por último, pensando en que la condena que dais a falta de justas pruebas, sería contraria a vosotros en el caso de que os fuese dada.
Y a vosotras, voces crucificadas, os digo: ¡Caridad! Caridad en perdonar a quien habla sin saber lo que dice; a quien juzga careciendo de derecho para ello y, por tanto, sin luz espiritual, lo mismo que a quien os aflige de mil modos. Caridad y silencio. Recluidos dentro de vuestro corazón, como los Apóstoles en el Cenáculo, aumentad vuestra fe. No reneguéis del don por miedo a los hombres, pues vais a tener al Paráclito, que ya se anuncia, para ayudaros a convertir a los soberbios y a replicar a quienes os persiguen. El, Jesús, ya lo dijo antes de marchar a la muerte y os lo repite ahora que ha salido de ella. El lo hará porque Jesús, al ser Dios, no miente.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo".
44-48
A. M. D. G.