5/5/46

Domingo 2.º después de Pascua

 

 

La Tierra está llena de la Misericordia del Señor,

y si la acogieran en la medida que ella se derrama

sobre todos los vivientes, no habría ya infelices,

pecadores ni separados,...

 

 

"Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros"

"Haced esto en memoria de Mí"

 

 

"y LE Reconocieron en la fracción del pan"

 

 


 

La Tierra está llena de la Misericordia del Señor

   Por qué el hombre, tantos, demasiados hombres, no atienden a la invitación del que los quiere unidos en Una sola Iglesia fundada por Quien murió por los hombres

    Se les ha de condenar En modo alguno 

  los discípulos reconocieron al Señor en la fracción del pan. Acaso porque Jesús tenía algún modo especial de partir el pan No 

  Jesús era el Pan del Cielo, el Pan Intacto que no conocía manipulación humana. 

  Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros. Entregado, quería decir: partido

    Y le reconocieron en la fracción del pan 

 No poseéis entonces la llave del secreto por el que se puede padecer con gozo y con ánimo esforzado de padecer

 


 

Dice Azarías:

 

La Tierra está llena de la Misericordia del Señor

 

"La Tierra está llena de la Misericordia del Señor, y si la acogieran en la medida que ella se derrama sobre todos los vivientes, no habría ya infelices, pecadores ni separados, sino que, unida toda la grey, formando un Único Rebaño guiado y defendido por el Pastor que dio su Vida por sus ovejas y se ofrece en Vida a todos para darles Vida, la Humanidad marcharía compacta, fuerte en su propia compactibilidad y defendida por ella contra los odios, las divisiones políticas, los egoísmos y las ambiciones entre Estado y Estado, entre Pueblo y Pueblo, defendida contra este mal sobre el que sopla el Adversario para ocasionar males siempre nuevos y cada vez mayores a la Humanidad.

Ahora bien, la Misericordia permanece inerte, no por ella sino por demasiados que rehúsan acogerla. Como el Señor, del que es suave atributo, puede decir: "Yo estoy a la puerta de los corazones y llamo". Mas ¿cuántas veces el eterno y benéfico Amador no recibe por respuesta la de la Esposa del Cantar: "Me he despojado de la túnica ¿y a qué me la voy a poner de nuevo?  Me he lavado los pies ¿y a qué me los voy a ensuciar otra vez?"

Sí, ésta es la respuesta que la pobre Humanidad da a su poderoso Amador, al Único que la ama y la podría salvar; y no considera cuán grande es su Amor y lo mucho que podría esperar de El, coligiéndolo del inmenso amor de un Dios que se humilla ofreciéndose y demandando que se le acoja.

Aquellos que dicen con soberbia: "Tanto hemos querido hacer lo que nos ha dado la gana que El ya no puede amarnos", e igualmente los que gimen contritos –si bien con una falsa contrición que no supera el punto muerto de la desolación humana que gime por los sufrimientos materiales y se duele de verse torturada por ellos, pero sin pasar al grado luminoso de la contrición, es decir, a aquél que dice: "He pecado y tu castigo es justo. Gracias por la posibilidad que me concedes de expiar con el dolor mi pecado en esta vida. Mas ¡apiádate por tu misericordia!"– se parecen a la desidiosa Sulamitis que aún no conoce debidamente a su Esposo en sus cualidades de infinita Belleza y poder, para poseer las cuales ningún sacrificio es demasiado oneroso, y no acuden a la invitación de quien les perdona antes de que le pidan perdón, yendo hacia ellos diciendo: "¡Acogedme!"

Con todo, se levanta cuando su desolación es tal que la Humanidad reconoce en sí el zarpazo de la Bestia infernal; mas lo hace cuando El, casando ya de esperar, se marchó. Y no sabe imitar a la arrepentida esposa que repara su fría desidia yendo incansable en busca del Esposo desafiando tinieblas, guardias, lodazales y peligros, consintiendo en ser despojada de sus vestidos –que son bien pobres por más que parezcan regios, como son los de una Humanidad que fue reina pero que decayó al descarriarse del Rey que le hacía tal– a trueque de volver a encontrarlo. Pues bien, su Palabra colma los cielos creados por El y le testifican, lo mismo que toda la Creación da testimonio de su poder providencial y los acontecimientos confirman las profecías, no habiendo duda de que el Verbo del Padre es el Rey, el Salvador, el Redentor y, por tanto, el Único Pastor también.

 

¿Por qué el hombre, tantos, demasiados hombres, no atienden a la invitación

del que los quiere unidos en Una sola Iglesia

fundada por Quien murió por los hombres?

 

¿Cómo puede el hombre, o mejor, tantos hombres, persistir en una sordera que no la tienen los seres inferiores, los cuales obedecen las órdenes que recibieron en un principio y, si son astros y planetas, dan luz y calor y viven su vida haciendo bien, como no lo sabéis hacer los habitantes de vuestro planeta, si animales, procreando y dando cada uno lo que debe, si plantas, fructificando o sirviendo con su madera; y si elementos, calentando, rociando, ventilando, transportando y nutriendo? ¿Por qué el hombre, tantos, demasiados hombres, no atienden a la invitación del que los quiere unidos en Una sola Iglesia fundada por Quien murió por los hombres? ¿Por qué las ramas se empeñan en seguir separadas y selváticas cuando, unidas al tronco, se nutrirían de jugos saludables? ¡Cuánto peor es el hombre que las plantas, pues éstas consienten en ser injertadas y trasplantadas para, de este modo, ser más útiles y fecundas!

Sí, el hombre es peor que las plantas, ya que, al obstinarse en su separación, se privan de tanto bien. Y, por más que no falten rectos de corazón ente los separados, viene a resultar que ellos mutilan y esterilizan su rectitud al querer permanecer separados del tronco cuyas raíces arraigan en la tierra catacumbal y cuya cima toca al Cielo desde Roma, por lo que se llama Romana a la Única Iglesia Católica y Apostólica, fundada, no por un pobre hombre, que pobre sería por más que se tratase de un rey poderoso asentado sobre un trono humano, ni por un excomulgado marcado ya con la contraseña del Infierno, sino por el Hombre Dios, Rey eterno y Santo, Santo, Santo.

Sí, el hombre, o mejor, muchos de los hombres que, ciertamente, conocen a Cristo por ser evangélicos o bien ortodoxos, orientales, griegos, cismáticos, maronitas, como asimismo luteranos, calvinistas y valdenses –por citar algunas de las ramas separadas más importantes– menosprecian hasta la prueba de amor que Cristo dio para su salvación: sus humillaciones, y prefieren seguir decaídos cuando podrían ser ennoblecidos; prefieren estar "muertos" cuando podrían estar "vivos"; y todo por su obstinada voluntad de continuar "separados".

 

¿Se les ha de condenar? En modo alguno

 

¿Se les ha de condenar? En modo alguno. Son siempre vuestros hermanos, pobres hermanos alejados de la Casa del Padre, que comen un pan que no sacia, que viven dentro de una calígine que les impide ver la Verdad radiante, y que acuden a apagar su sed a fuentes que no proporcionan el Agua que viene del Cielo y al Cielo conduce. La tristeza de sus religiones se transparenta en sus propios ritos. Sus himnos parecen cantos de desterrados y de esclavos. En sus predicaciones se advierte el empeño de quien busca a un padre al que ya no encuentra y en sus ceremonias la necesidad de suplir el vacío de la verdad con las pompas de la coreografía.

Tratan de sentir a Dios y de hacerlo sentir y se expresan en el lenguaje de Cristo y de sus Santos de poder persuadirse de ser sus hermanos por El salvados. Pero la melancolía de la separación está sobre ellos y dentro de ellos son los falsos ricos, los falsamente nutridos, los pobres con seguridad de contar con alimentos y riquezas cuando se ven desnutridos y pobres, extremadamente pobres. Los tesoros de la Catolicidad y los infinitos de Cristo, Cabeza de la Catolicidad, se encuentran cerrados para ellos. Roguemos por ellos... Y vosotros, que podéis sufrir, sufrid por ellos.

¡Sufrir! Don otorgado por Dios a los hombres; coparticipación en la misión de Cristo; medio de ser salvadores además de salvados y nobleza en sabiduría y santidad que poseen los mejores de entre los hombres. Porque únicamente aquellos que comprenden y quieren la sabiduría y la santidad aman el sufrimiento. Mas si el hombre cristiano meditase el modo de revelarse Cristo y su comportamiento constante, amaría el sufrimiento.

 

los discípulos reconocieron al Señor en la fracción del pan.

¿Acaso porque Jesús tenía algún modo especial de partir el pan? No

 

Dice Lucas que los discípulos reconocieron al Señor en la fracción del pan. ¿Acaso porque Jesús tenía algún modo especial de partir el pan? No, pues todos los hombres lo parten igual que lo hizo El. Y lo mismo los cabezas de familia o presidentes de mesa...

Ahora bien, se manifestó lo que era en el ademán simbólico de indicarse a Sí mismo: Pan Divino partido y subdividido para hacerlo llegar a todos los hombres. El Peregrino topado en el camino por los dos de Emmaús se reveló como Jesús mediante aquel ademán simbólico. Habíales hablado ya y explicado las Escrituras y, con ser discípulos suyos que le conocían desde hacía años, no le habían reconocido. Bien es verdad que la perfecta belleza del Resucitado podía hacer cambiar los rasgos del Rabí que ellos recordaban, con frecuencia sudoroso, polvoriento, cansado de las fatigas evangélicas, y con los que por última vez le vieron unos instantes en las horas del Viernes, alterado por los sufrimientos y las inmundicias lanzadas contra El, hinchado de golpes y desfigurado con la capa de polvo y de sangre que encostraba el Rostro; mas su palabra era aquella, la misma. Jesús nunca cambió su acento, su tono y su método. Y, con todo, ellos no le reconocieron por el Salvador. Ahora bien, cuando tomó el pan intacto, lo bendijo, lo ofreció y después lo partió y se lo dio, entonces le reconocieron.

 

Jesús era el Pan del Cielo, el Pan Intacto que no conocía manipulación humana.

 

Jesús era el Pan del Cielo, el Pan Intacto que no conocía manipulación humana. Intacto, santo y suave, bajó del Cielo a la Tierra en una noche de invierno, habiéndose separado en misteriosa medida una primera vez de los Dos que con El formaban la santa Trinidad. El dolor de la separación, de la primera fracción, signó la entrada de la Luz en las Tinieblas y por espacio de treinta y tres años, a ritmo acelerado, la vida de Cristo no fue sino una sucesión de humillaciones parangonables a los del pan amigajado y esparcido en sucesivas fracciones, deshecho en fin para ser utilizado en todas las necesidades. Los tres últimos años ¿no fueron acaso un desmigarse para todos los hombres, todas las almas y todas las necesidades de éstas? ¿Quién más aniquilado que El e incomprendido de los amigos ignorantes, de los duros de mente y de los enemigos rencorosos? ¿Quién más fraccionado para, con sufrimiento e incansable operar, dar salud a los cuerpos y a las almas, y sabiduría, perdón y ejemplo a todos?

Y en la última Cena ¿no condensó en un rito todo el significado de Sí mismo, de su misión y de su holocausto? Los evangelistas están acordes al decir que, llegado un momento de la Cena pascual, en el viejo rito introdujo otro nuevo: tomó un pan, lo bendijo y lo partió dando un trocito de él a cada uno de los Doce, diciendo: "Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros. Haced esto en memoria de Mí".

¡Os lo ruego, cristianos, desligad el pensamiento de vuestras pesadas limitaciones, clarificad vuestra mirada espiritual y ved y comprended más allá de lo que soléis!

 

"Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros". Entregado, quería decir: "partido"

"Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros". Entregado, quería decir: "partido", ya que el amor de vuestro bien me impele a Mí, el Intangible, a partirme y a hacerme partir por los hombres...".

"Haced esto en memoria de Mí". El rito eucarístico queda establecido con estas palabras. Mas no es sólo esto.

En esas palabras se encierra también este consejo a los elegidos de entre sus redimidos: "Para ser dignos de la elección con que os he escogido, vosotros, mis verdaderos siervos de entre los siervos, haced en memoria de Mí, que con esto os enseño lo que y cómo se llega a ser Maestro y Redentores, haced la fracción de vosotros mismos; y esto sin repugnancias, sin orgullos, sin miedos ni humanas consideraciones. Troceaos, partíos, aniquilaos y entregaos a los hombres, por los hombres y por amor a Mí que, por su amor, me doy a quien me parte, igual que me di a quienes de Mí querían milagros e instrucción".

No es buen discípulo el que no sabe partirse ni darse. Y la generosidad e inmolación del que sabe partirse para saciar el hambre de sus hermanos es la señal por la que se reconoce a los verdaderos siervos de Dios.

 

"Y le reconocieron en la fracción del pan"

 

"Y le reconocieron en la fracción del pan". Y os reconocerán por vuestro partiros en aras de la caridad y de la justicia. Os reconocerán por siervos verdaderos.

Amad, por tanto, caras voces e instrumentos de elección, lo que es humillante, dolorosa, onerosa y santa fracción por el bien de los hermanos y gloria de Dios, Entonces hablará por vosotros el buen Pastor y dirá: "Yo soy el buen Pastor y conozco a mis ovejas y ellas me conocen a Mí". ¿Mis ovejas? Helas aquí. Estas son. Estas que ponen sus pies en donde Yo los puse por más que su camino último sea el del Calvario. Y lo mismo que me conocen de verdad, hacen igualmente cuanto Yo hice, dispuestas a ser partidas con tal de salvar a sus hermanos".

El bendito apóstol Pedro confirma con su epístola mis palabras. Oídle: "Cristo padeció por nosotros, dejándoos su ejemplo, a fin de que sigáis sus pisadas".

Las ovejas del verdadero Redil no pertenecerían más a él si abandonasen a su Pastor yendo tras pisadas que no son las suyas en dirección a otros pastos que no son los del Dueño de la Grey. Y sus pisadas no son de gozo material sino de sufrimiento, provechoso para quien lo soporta y para los demás, puesto que padecer con Cristo y en Cristo equivale a continuar la Redención de Cristo.

Ninguno de vosotros, instrumentos elegidos de una manera especial, y asimismo vosotros, los que queréis ser fervorosos cristianos, debéis lamentaros de las pruebas, de las penas y de las tribulaciones, teniéndolas por injustas al creerlas inmerecidas.

"El", dice el Apóstol, "El, que nunca cometió pecado ni tuvo engaño en su boca, que, aun siendo maldecido, no maldijo, e injuriado, no alzó su mano y se entregó en manos de quien injustamente le juzgaba; El, El mismo llevó nuestros pecados en su Cuerpo sobre la cruz".

¿Quién de entre los hombres puede decir esto, seguro de no mentir? ¿Quien puede decir: "Yo nunca he pecado, cometido fraude, maldecido ni abrigado rencor contra quien me ha odiado y, sin oponer resistencia alguna, me he puesto en manos de mis verdugos?" "No hay quien pueda decirlo. Pues entonces ¿a qué os quejáis si El no se quejó? ¿A qué os resistís cuando El no opuso resistencia?

 

¿No poseéis entonces la llave del secreto por el que se puede padecer con gozo

y con ánimo esforzado de padecer?

 

¿No poseéis entonces la llave del secreto por el que se puede padecer con gozo y con ánimo esforzado de padecer? Pues bien, el secreto es éste: "A fin de que, muertos al pecado, pudiesen los hombres vivir en la justicia una vez sanados nuevamente de sus llagas por virtud de las llagas de Cristo".

He aquí el amor, una vez más el amor, siempre es el amor perfecto el que proporciona la llave del gozo en el sufrir. Aquéllos que comprendieron al Maestro y quisieron imitarle del todo, saben morir para que los hombres vivan en la justicia y vuelvan a curar de las heridas de sus pecados.

¡Por todos los hermanos, María! ¡Por todos los hermanos, vosotros, verdaderos cristianos! Sin fariseísmos que invaliden el cristianismo: religión de amor, para así ganar al viejo Israel saturado de rigor.

Es preciso, por tanto, sufrir, no sólo por los hermanos católicos, mas también por los hermanos "separados", por las ovejas errantes, a fin de que puedan retornar al Pastor y Obispo establecido por Cristo: al Sucesor de Pedro, Cabeza de los corderos y cordero El asimismo del Cordero.

Y a los brazos del buen Pastor te confío, cordera consumida por la caridad de tu sufrimiento de hoy, ese sufrimiento tuyo que deposito en los celestiales turíbulos a fin de que, junto con las oraciones todas de los santos, arda y perfume ante el trono de Dios y obtenga Misericordia para los "separados", a la vez de su retorno al Único Redil.

¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo! ¡Aleluya!".

Y el Eterno, por la noche. << "¡María! ¡Te bendigo por cuanto haces en pro de las almas...!">>.

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A. M. D. G.