12/5/1946
Domingo 3.º después de Pascua
Sería ciertamente justo que la Tierra toda cantase
con voces de júbilo alabanzas al Señor
¿Puede el hombre frenar esta avalancha de los sin Dios?
Mas el Paráclito se fraccionó y se entregó,
en una Comunión, con la efusión y donación de sus dones
"Os conjuro, como extranjeros y peregrinos que sois,
a que os guardéis de los deseos carnales"
¿acaso protege Dios a ciertas autoridades nefandas?
Sería ciertamente justo que la Tierra toda cantase con voces de júbilo alabanzas al Señor
El hombre viola el orden, todo orden, violando por tanto, igualmente, el amor
¿Puede el hombre frenar esta avalancha de los sin Dios?
Os conjuro, como extranjeros y peregrinos que sois, a que os guardéis de los deseos carnales
mas queda el recuerdo, el recuerdo de la caída.
Dice Azarías:
Sería ciertamente justo que la Tierra toda cantase con voces de júbilo
alabanzas al Señor
"Sería ciertamente justo que la Tierra toda cantase con voces de júbilo alabanzas al Señor. Mas si, con las facultades a ellos concedidas, lo hacen los seres menores de la Tierra, ya que es cantar las alabanzas al Dios Creador, incluso, el simple cumplimiento del fin para el que fueron creados, el rey de la Tierra, en cambio, el hombre-rey de las criaturas animales, dueño y disfrutador de los reinos: animal, vegetal, acuoso y mineral, no lo sabe hacer con el orden ni con el amor. El orden, por su naturaleza animal que, reservándole el primer puesto en la escala de los vivientes de la Tierra, le equipara a todas las especies creadas con materia. Y el amor, por su naturaleza espiritual de la que Dios le dotó para hacerle semejante a El, anillo éste de conjunción entre la materialidad de los brutos y la espiritualidad de los ángeles. Este ser al que Dios reservó una vida inmortal, no pudiendo perecer nada que sea partícula de Dios y para quien El creó un Reino de eterna bienaventuranza.
El hombre viola el orden, todo orden, violando por tanto, igualmente, el amor
El hombre viola el orden, todo orden, violando por tanto, igualmente, el amor. Porque el desorden es odio que lleva a realizar obras dañinas para los hermanos valiéndose de los reinos sobre los que el hombre es rey para dañar, el que daña a sus hermanos valiéndose para dañar de la superior inteligencia de la que está dotado, el que, creyéndose un pequeño dios de un tiempo breve durante el cual no sabe tributar a Dios el obsequio y obediencia debidos, demuestra que contraviene el orden, siendo por ello un desordenado en el orden y demuestra asimismo que odia a sus semejantes y al mismo Dios, dañando a los primeros y ofendiendo a Este de mil modos.
La Liturgia recuerda este deber del hombre, ser viviente sobre la Tierra, de amar y alabar el Señor, primera de las formas de amor reverencial hacia el Digno de toda alabanza, acto de prudencia por el que, reclamando al entendimiento el pensamiento de Dios, se detiene a todo el ser de realizar obras que sólo los sin fe pueden ejecutar. Mas pocos, muy pocos son los que atienden el consejo e invitación litúrgica y así la Tierra está a falta de voces humanas que se unan al coro que entona la Creación a su Criador. Son escasas las voces más bellas del inmenso coro porque son pocos en número los hombres que se acuerdan de que si ellos existen es porque Dios les mantiene.
En tiempos del Salmista todavía se le reconocían a Dios las obras de la Creación;
mas, al presente, aún éstas las niega el hombre.
En tiempos del Salmista todavía se le reconocían a Dios las obras de la Creación; mas, al presente, aún éstas las niega el hombre. Y este ser que por sí no sabe crear ni un tenue, ni un insignificante y útil tallo de hierba, le niega a Dios su atributo de Creador y, con frecuencia, coloca en el luminoso puesto de Dios a la torpe y oscura Materia, y, repitiendo la frase maldita del Rebelde: "Yo soy tanto como Tú", acierta a ser creador de muerte y de dolor, tomando al efecto de las cosas creadas por Dios y que "eran buenas", los elementos precisos para crear lo que "no es bueno", lo que es tormento y desamor.
Mas con todo, al igual que en los tiempos del Salmista, mientras con sus obras y su pensamiento van contra Dios, contra el orden, contra la paz y, en fin, contra todo, he aquí que van igualmente contra la sinceridad y, con hipocresía, cálculo y bellaquería, adulan a Dios con falsas celebraciones utilitarias dirigidas a engañar a los demás hombres con las que ofenden a Dios más que con la ausencia leal de culto.
¡Oh hipócritas que siempre decís: "¡Dios, Dios!" mientras que en vuestro corazón lo que decís es: "¡Yo, yo!", vuestras obras cubren la Tierra. Mas ¿de qué? ¡De ruinas, de dolor y de muerte! La sublime terribilidad de Dios, mediante su terrible Poder, procuró "cosas buenas" conforme al antiguo modo de entender lo grandioso y perfecto de un poder. Las dio con su infinito poder conforme a la justa expresión de un reconocimiento para con Dios. Y estas obras de un terrible poder hechas por Dios habían recubierto la Creación de cosas, de seres, de elementos, de ayudas, de leyes naturales y de Leyes sobrenaturales que proporcionaban construcción, contento y vida.
Y he aquí que el hombre, sin Dios, desprovisto de caridad para con Dios y para con sus hermanos, realiza sus obras verdaderamente terribles, en el sentido actual de la palabra, espantosas y crueles, que destruyen lo hecho por Dios, pisoteando todo derecho y todo deber, burlando las leyes naturales y sobrenaturales, anulando el amor y sembrando ruinas, dolor y muerte.
¿Puede el hombre frenar esta avalancha de los sin Dios?
¿Puede el hombre frenar esta avalancha de los sin Dios? Lo puede personalmente no cooperando a ella, es decir, llevando una vida verdaderamente cristiana en orden, justicia y amor. Y Dios ayuda a estos voluntariosos proporcionándoles todos los medios con los que vivir en orden, en justicia y amor.
A estos tales les entrega la Gracia por los méritos de Cristo, les sostiene con los Sacramentos y les aumenta la Fe con las pruebas de la Verdad y del Amor de Dios. Y, desde el nacimiento hasta la muerte del hombre, no hace sino continuar con estas ayudas y otras más, todas sobrenaturales, de entre las cuales no es la menor el ministerio angélico para conseguir así que el hombre llegue a la muerte en gracia y en paz y alcance la gloria eterna.
Lo puede asimismo colectivamente uniéndose en buena fraternidad con los demás hermanos. Una sociedad cristiana contra otra anticristiana, una familia de hijos fieles al Padre contra otra familia de hijos degenerados que abandonaron al Padre de las Luces para elegir por su padre al padre de las Tinieblas.
Ahora bien, el hombre es tan débil que no le basta su voluntad para contrarrestar la fuerza del Mal que de mil formas discurre por el mundo corrompiéndolo y corrompiendo las almas definitiva o temporalmente con asaltos imprevistos. El hombre, por sí sólo, no puede resistir a Satanás, pues son Satanás igualmente tanto él como la carne y el mundo.
Con la ayuda del Señor el débil se hace fuerte, el tímido heroico y el sensual temperante,
se alcanza la Justicia y con ella se mantiene y vive
Así pues, oremos nosotros, los ángeles, con vosotros, los hombres buenos, pidiendo al Omnipotente que concedió a los errantes lo que sirve para tornar a los caminos de la justicia, que conceda a cuantos marchan por este mundo y que podrían verse atacados por cualquier insidia o debilidad de su voluntad, todo aquello que sirve para adquirir fuerza con la que rechazar cuanto es contrario a la vida cristiana y practicar lo que es conforme a ella, siempre con fortaleza y constancia hasta el final. En una palabra, que Dios les conceda su ayuda. Con la ayuda del Señor el débil se hace fuerte, el tímido heroico y el sensual temperante, se alcanza la Justicia y con ella se mantiene y vive porque, si bien uno llega a caer por un violento asalto o por somnolencia espiritual de un momento, he aquí que con la ayuda de Dios se levanta enseguida y marcha hacia su meta que es el Cielo.
Y ahora meditemos las enseñanzas de Pedro que puede hablar como maestro, tanto por su experiencia humana como por haber sido instruido por el Verbo e iluminado por el Espíritu Paráclito a fin de que fuese capaz de ser el perpetuo docente de la Iglesia apostólica.
Simón de Jonás de Cafarnaún, Cefas de Jesús Nuestro Señor, puede hablar a los hombres como hombre que quiso y supo llegar a ser Apóstol y un Apóstol sobre el cual bajó la Llama Pentecostal consagrándole para la enseñanza perfecta.
¿Has pensado alguna vez, alma mía, en el simbolismo de aquellas lenguas de fuego
que tú llegaste a ver, que se posaron sobre la cabeza de cada uno de los miembros
del Colegio Apostólico mientras que a la Toda Santa la nimbó con una corona?
¿Has pensado alguna vez, alma mía, en el simbolismo de aquellas lenguas de fuego que tú llegaste a ver, que se posaron sobre la cabeza de cada uno de los miembros del Colegio Apostólico mientras que a la Toda Santa la nimbó con una corona? Yo te lo voy a hacer comprender. Generalmente se dice que si se manifestaron en forma de llama fue para hacerse sensibles a los apóstoles con el significado de amor y de luz. Sí, también esto; mas no esto sólo.
Podía y hubiera bastado con que el Paráclito hubiese venido en el "gran viento impetuoso" y penetrase en el Cenáculo –donde habíase ya realizado el rito Eucarístico: donación del Dios hecho Carne a sus fieles para que así El estuviese en ellos aun después de la separación y no se sintiesen desolados por la ausencia del Maestro amado– podía penetrar y estar bajo la forma de un globo de maravilloso esplendor para iluminar las mentes de los que debían hablar al mundo del Dios Verdadero y de su Cristo.
Mas el Paráclito no se limitó a esto sino que El, como el Verbo Encarnado,
se fraccionó y se entregó, en una Comunión, con la efusión y donación de sus dones
de Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Ciencia, Fortaleza, Piedad y Temor de Dios,
lo mismo que Jesús se dio en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad
Mas el Paráclito no se limitó a esto sino que El, como el Verbo Encarnado, se fraccionó y se entregó, en una Comunión, con la efusión y donación de sus dones de Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Ciencia, Fortaleza, Piedad y Temor de Dios, lo mismo que Jesús se dio en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad. Y puesto que, no obstante el lavacro sanguíneo y santísimo de la Sangre del Cordero que purificó sus almas pero sin destruir su humanidad –la cual debía luchar por sí misma y evolucionar hacia una espiritualidad perfecta– ésta persistía, aún después de la Resurrección, gravosa y opaca, el Amor Inefable, Creador junto con el Padre y el Hijo –ya que es irrompible la Unión y el Querer de los Tres que se aman divinamente– quiso crear el nuevo hombre apostólico el que ya el Padre habíale creado oportunamente a la vida y el Hijo a la Gracia. El Paráclito, actuando sobre estas dos creaciones, las quiso completar y perfeccionar quemando en el hombre apostólico las escorias más torpes de la humanidad supérstite, las más venenosas, alojadas en la cabeza en la que se encuentran agrupados los cinco sentidos al servicio de la sensualidad material en la que se encierra el órgano que preside las sensaciones transmitiéndolas a los órganos más alejados y en la que está el agente del pensamiento.
La cabeza: la cumbre del hombre, único animal de posición erecta, como dando a entender con ella su realeza y que por su erección, parece simbolizar que, así como el sol domina sobre las cimas más prolongadamente y sobre ellas descienden los dardos de la electricidad natural, así también él, cima de la creación, recoge sobre sí el Sol divino y recibe los sobrenaturales y maravillosos mandatos y consuelos de su Padre que está en los Cielos.
Mas en la cabeza, ... no pueden penetrar el Sol divino ni los mensajes paternos,
mientras que del corazón se expanden los vapores mefíticos
de una humanidad putrefacta.
Mas en la cabeza, enrejada tal vez harto frecuentemente con los tres opresores de la triple sensualidad, no pueden penetrar el Sol divino ni los mensajes paternos, mientras que del corazón se expanden los vapores mefíticos de una humanidad putrefacta.
Ya lo dijo el Maestro Santísimo: "Es del corazón del que salen los malos pensamientos, los homicidios, hurtos, adulterios, fornicaciones, falsos testimonios, envidias y blasfemias", subiendo, como el humo de un brasero maloliente, a la cabeza en la que hacen germinar pensamientos turbadores que después son transmitidos a los órganos ejecutores.
Y si bien no se daban en los apóstoles homicidios, hurtos, adulterios, fornicaciones, falsos testimonios ni blasfemias, ¡qué cantidad, en pequeña escala, de miserias menores, pero siempre indignas de maestros espirituales, beneficiados, por otra parte, de modo admirable, con dones extraordinarios de Dios! ¡Cuántos caen en demérito por esto! ¡En cuántos los dones extraordinarios son para su ruina Se dice con verdad que la selección de los espíritus se realiza, es cierto, mediante el pecado, mas puede igualmente decirse que no sólo por este medio tenebroso se separan los corderos de los machos cabríos, sino también por el medio luminoso de los dones extraordinarios. Multitud de veces se ofende a Dios con estos dones y así son pocos los que perseveran porque lo ponen en fuga mediante la soberbia, hipocresía y sensualidad espiritual de la criatura beneficiada con el don extraordinario.
Y así el Espíritu, en su Comunión pentecostal, abrasó y purificó la sede del sentido
y del pensamiento:
la cabeza de los hombres apostólicos,
al tiempo que coronó amorosamente la frente de la Virgen y Esposa suya
Esto no debía acontecer en los Apóstoles. En el hijo de la Tinieblas, en Judas, miserable y deicida, el don del milagro fue el que inició la ruina del Apóstol. Mas en los doce, destinados a evangelizar al mundo, no debía ser para su ruina. Y así el Espíritu, en su Comunión pentecostal, abrasó y purificó la sede del sentido y del pensamiento: la cabeza de los hombres apostólicos, al tiempo que coronó amorosamente la frente de la Virgen y Esposa suya, estrechándose a Ella para besarla con el único beso digno de la Beatísima Madre Virgen, de la Toda Gracia, Hija, Esposa y Madre de la Gracia, María, Reina de los Apóstoles y de la Iglesia en la Tierra, y Reina de los Ángeles en los Cielos. ¡Aleluya!
Y, una vez que te he explicado el simbolismo de la fracción del Fuego Paráclito en otras tantas lenguas y del ardor de las mismas sobre la cabeza de los Apóstoles, volvamos al apóstol Pedro, el cual, habiendo alcanzado a ser espiritual tras la Comunión del Espíritu, recordaba de cuando fue hombre y, con caridad, conocimiento y verdad, dictaba y dicta a los hombres, sus discípulos y hermanos, las reglas mediante las que llegar a la espiritualidad que hace santos.
"Os conjuro, como extranjeros y peregrinos que sois, a que os guardéis de los
deseos carnales"
Dice: "Os conjuro, como extranjeros y peregrinos que sois, a que os guardéis de los deseos carnales".
En efecto, el cristiano es un extranjero y peregrino entre las turbas paganas. El mundo, pagano en sus costumbres, y la misma humanidad latente incluso con mayor o menor violencia en el cristiano, hace efectivamente que su espíritu marche como un peregrino y extranjero por regiones extrañas, ignotas y erizadas de peligros.
Y por eso advierte Pedro. "Guardaos de los deseos carnales" como miembros de otra nación que sois, pues podrían prenderos y haceros sus esclavos.
Conducíos con cautela ya que desconocéis el cariz auténtico de las cosas que os rodean. Pueden tener buen aspecto y ser realmente abyectas; puede ser uno, al parecer, inocente cuando es malandrín. Estad sobre aviso. No concertéis fáciles compromisos. Caridad, pero sin dejaros penetrar de lo de otros y menos no siendo de vuestra estirpe escogida.
mas queda el recuerdo, el recuerdo de la caída.
Caridad que ruega, compadece y amaestra más con el ejemplo que con las palabras, y mucha discreción. Pensad siempre que el espíritu es más delicado que una virgen y que, una vez desflorado, ya no tiene la bella frescura de la inocencia. El perdón desciende sobre el espíritu arrepentido y la penitencia vuelve a hacerlo acepto al Señor; mas queda el recuerdo, el recuerdo de la caída. Y el recuerdo es mortificante, pudiendo servirle a Satanás para agitar fantasmas en las horas crepusculares que a todo hombre le sobrevienen, sobre todo a la hora de la muerte, tratando entonces de infundirle pavor y hacerle desconfiar de Dios.
¡Oh seguridad magnífica del espíritu virgen de culpas mortales y de culpas voluntarias! ¡Cómo debieras ser buscada y tutelada, seguridad preciosa, para que el hombre se sintiera feliz contigo!
Sed, pues, precavidos mientras dura vuestra condición de extranjeros y peregrinos, tanto por vosotros como por el honor de Dios. ¿No queréis trabajar para su gloria? Pues bien, procurad convertir a los paganos, esclavos de los sentidos y del mundo. Mas ¿cómo habríais de hacerlo si los sensuales y mundanos pudieran responder a vuestras palabras diciendo que sois como ellos? Cuidad, pues, de no provocar murmuraciones con vuestra conducta, antes, por medio de vuestras obras realmente santas, suscitar reflexiones buenas que preparen la venida del Señor en los paganos del mundo, los cuales, el día de su conversión debida a vosotros, os glorificarán como a sus salvadores a la vez que al Grande y tres veces Santo Dios y Salvador.
¿acaso protege Dios a ciertas autoridades nefandas?
lo que acumula méritos a vuestro favor
–vuestra obediencia a toda autoridad humana...
sed sumisos.
Pero ¿hasta dónde?
Pues qué, ¿acaso protege Dios a ciertas autoridades nefandas?¿ ¡Oh, no lo penséis! Mas lo que acumula méritos a vuestro favor –vuestra obediencia a toda autoridad humana para que no se pueda decir que sois rebeldes, turbulentos y causa de escándalo para los demás–, acumula al mismo tiempo condenas contra el que, gozando de autoridad, hace uso de ella de modo funesto. Por tanto, sed sumisos. Pero ¿hasta dónde? Hasta donde alcanza el derecho humano. Mas cuando una autoridad humana tratase de penetrar en los dominios de Dios imponiéndoos leyes opuestas a la Ley divina, entonces sed libres y saber morir sin traicionar a Dios ni a su Ley por miedo a un hombre o a más de un hombre.
Y esto no lo hagáis por cálculo para tener de vuestra parte a los hombres sino con espíritu sobrenatural que sabe practicar y distinguir el orden bueno del malo y hacer aquello que no lesiona su derecho a la Vida que las persecuciones no destruyen, antes conducen a ella a quienes permanecen fieles a la Santa Ley.
Respetad a todos. Dios deja en libertad el albedrío del hombre. El hombre no tiene derecho a violentar el albedrío de sus hermanos. Y son malditos eternamente aquéllos que, con violencia, esclavizan el pensamiento humano para contar con turbas de esclavos ligados a sus ideas heréticas y perniciosas.
Sed adversario leales de vuestros enemigos ideológicos. Tratad de atraerlos a vuestra idea, que es santa, con vuestra santidad de vida antes que con la elocuencia de vuestra palabra. Mas nunca os rebajéis a sus propios sistemas de delación y violencia, de menosprecio y calumnia. Por más que sean pobres hermanos envueltos en ideas heréticas que les mantienen extraviados, son siempre vuestros hermanos. También por ellos vino, rogó, sufrió y murió el Salvador, y del mismo modo, a imitación de Cristo Señor Nuestro, debéis vosotros rogar y sufrir por su conversión.
No deis al rey ni a los jefes de Estado un honor superior del que tributáis a Dios. Llorad por haberlo así hecho vosotros. Habéis cambiado a un hombre, a un mísero hombre, por otro puesto por Dios (Alude a Mussolini: como así lo hace notar de su puño y letra María Valtorta en una copia mecanografiada), olvidando que son las obras de los hombres las que hablan de su pertenencia a Dios o a Satanás. Y esta vuestra necia idolatría la estáis purgando amargamente. Pensadlo. Por eso, honrad a los jefes; mas la adoración dádsela únicamente a Dios.
Aprended a ver a Dios más allá de los hombres, y al tiempo que obedecéis
a los magistrados, padres o amos, los cuales pueden no ser dignos de amor,
mirad más allá de ellos y decir:
"Padre, a Ti es a quien sirvo y te sirvo cumpliendo tu mandato de ser sumisos
y obedientes"
Y, sin rencores ni envidias, sin prevaricaciones ni traiciones, sed respetuosos con la excepcional dependencia que es la del ciudadano con sus jefes, la de los hijos con sus padres y la de los siervos con sus amor. Aprended a ver a Dios más allá de los hombres, y al tiempo que obedecéis a los magistrados, padres o amos, los cuales pueden no ser dignos de amor, mirad más allá de ellos y decir. "Padre, a Ti es a quien sirvo y te sirvo cumpliendo tu mandato de ser sumisos y obedientes". ¡Oh!, entonces veréis qué fácil es obedecer si creéis firmemente que esta obediencia la ve y bendice Dios como la más grande de las obras meritorias del hombre, el cual –como dice el Santo en el que tan visiblemente aparece Cristo, tu San Francisco de Asís– dice que la perfecta alegría no está en la ciencia ni en otras más cosas, sino en hacer la Voluntad de Dios y en saber sufrir con paciencia penas y dolores por su amor.
Ya ves, alma mía, cómo las palabras del Apóstol tienen su eco en las del Seráfico que proclama como gracia, y gracia excelsa, la de saber soportar por Dios molestias, y sufrir injustamente, puesto que, cuando se sufre en castigo de culpas cometidas, es únicamente expiación, deuda que se paga y nada más. Pero cuando, sin haber cometido culpas, antes obrado bien, se os concede sufrir, es gracia insigne que brilla a los ojos de Dios y tesoro que se acumula para vuestro provecho en el Reino de los Cielos.
Y ahora te dejo, alma mía, bajo el manto de la Coronada Esposa del Espíritu Santo y Reina de los Apóstoles y, por ello, de las "Voces", de las grandes "Voces"; y por la misión que se perpetúa a través de los siglos de todas las "voces" que meritoriamente cumplen su misión para gloria de Dios y salvación de las almas. Por eso, ¡oh voz!, es también tu Reina.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo".
58-63
A. M. D. G.