26/5/46

Domingo 5.º después de Pascua.

 

 

Se aparece la Virgen María

 

Poned en práctica la palabra del Señor

 

¿Cuál es, por tanto, la verdadera religión,

cuál la práctica verdadera de la Palabra hecha Doctrina?

 

 


 

viene precedida este domingo por la sonrisa de la Virgen Inmaculada puesto que aparece como tal vestida de blanco igual que en las apariciones de Lourdes y Fátima

   María explica el significado de la visión en que se apareció en hábito de Servita y le atraje a Sí bajo el manto negro para protegerle al tiempo que lloraba mirando al septentrión

   Nuestro Juan expresa una gran verdad acerca de estas repulsas, de esta sordera en comprender y de esta tibieza, o mejor, hielo en acoger la Palabra: 

  Tú, alma mía, eres uno de aquellos espíritus que el Señor redimió de su pueblo

   ¡Ay, ay de aquellos que dicen: Yo he llegado a esto porque lo he querido! ¡El mérito es mío!

   Poned en práctica la palabra del Señor y no os limitéis a escucharla engañándoos a vosotros mismos

    Engañándoos a vosotros mismos

    Cuál es, por tanto, la verdadera religión, cuál la práctica verdadera de la Palabra hecha Doctrina 

  La segunda manifestación de la religión pura e inmaculada, según Santiago y según los verdaderos justos, es la de la caridad con el prójimo   

 


 

viene precedida este domingo por la sonrisa de la Virgen Inmaculada puesto que

aparece como tal vestida de blanco igual que en las apariciones de Lourdes y Fátima

 

La explicación de Azarías, que seguramente se producirá, viene precedida este domingo por la sonrisa de la Virgen Inmaculada puesto que aparece como tal vestida de blanco igual que en las apariciones de Lourdes y Fátima aunque sin cinta azul o cordón dorado sino con un simple cordón blanco lo mismo que el vestido al que ciñe por la cintura; y, al no llevar velo ni manto, se hace visible el dorado suave de sus cabellos. Es la Dulce vestida de blanco como estaba frecuentemente en Nazaret por el verano, con la diferencia de que ahora su vestido supera en esplendidez a todos los tejidos de la tierra, siendo, al parecer, de un lino verdaderamente ultraterreno.

Está desde ayer noche confortando y sonriéndome y, en mis dolores que me impiden por completo conciliar el sueño que podría ser la evasión por algún tiempo de las numerosas cruces que me oprimen, la vuelvo a encontrar siempre presente a la salida de cada duermevela intermitente que es el único descanso para mi cuerpo postrado y acabado que no puede reposar con un sueño de verdad. Su candor, la blanca emanación de su Cuerpo glorificado y la inexplicable expresión de su Rostro irradian como una estrella en la oscuridad de mi estancia y en mi corazón afligido. Así transcurre la noche y la dulce Madre ahí está todavía al amanecer y después, durante las horas que preceden al día. A solas con Ella, la venero con las mudas palabras del espíritu y nada le pregunto porque sé que lo sabe todo, pues comprendo que se encuentra aquí para consolarme, no siendo necesario que yo le pregunte porque la Madre se adelanta a las preguntas de quienes sabe son sus hijos... Así, en estos pensamientos, paso las horas. Muchos dirán: "Yo le habría preguntado esto o aquello". Pues yo, de tener algo que preguntar, le diría tan sólo. "Haz Tú lo que sea mejor". Yo, por mi parte, no pregunto nada de nada. Dios sabe qué es lo mejor; María sabe qué es lo mejor. Por eso digo Yo: "Hacer vosotros lo que juzguéis mejor..." y esto es para mí la paz completa. Una paz que sobrenada por encima de todo cuanto los hombres desencadenan con sus maldades, egoísmos, vilezas, mentiras y otras infamias semejantes, insuflando todo esto sobre el reducido reflejar el Cielo. Y pienso yo: "¿Qué castigo tendrán aquellos que turban los espíritus entregados por completo al servicio del Señor?".

Y la Madre Purísima me contesta:

"El que Jesús te ha explicado en numerosos dictados y que, en tu caso, has visto verificarse muchas veces. Porque es en vano atribuir otros nombres a lo que sucede a éste o a aquél que faltó a la misión que tenía a tu lado o te causó dolor y turbación. Su nombre es el que sabes.

 

María explica el significado de la visión en que se apareció en hábito de Servita y le atraje a Sí

bajo el manto negro para protegerle al tiempo que lloraba mirando al septentrión

 

Hija mía, ¿te acuerdas de aquella ocasión de melancólica paz en que me aparecí a ti en hábito de Servita y te atraje a Mí bajo el manto negro para protegerte al tiempo que lloraba mirando al septentrión? Ahora te voy a explicar el significado de aquella visión profética

Mi Hijo –y por ahora no puedo aclararte las razones– te había puesto bajo la tutela de los Siervos de María porque, hija mía, no puedes estar sola con tu gran Tesoro. También a Mí diome el Eterno la tutela de un esposo que, si bien resultaba inútil para el acto de engendrar, era necesario para tutelar cuanto estaba a punto de descender a Mí: el Tesoro del Cielo y del Mundo. Mi Divina Maternidad podía muy bien haberse llevado a efecto sin José. Mas, debido al escándalo de una no desposada que engendra un hijo, por el indicio que tal maternidad en una inocente habría proporcionado a ese incansable escrutador de almas que es Satanás y, finalmente por la necesidad que el párvulo tiene de un padre que le proteja, la Sabiduría Santísima me impuso el esposo. Todas estas razones se me aclararon a partir del momento en que se me infundió el Espíritu Santo haciéndome Madre. Entonces comprendí la justicia de mi matrimonio que hasta entonces, sólo por obediencia, había aceptado.

Pues bien, hija mía, también a ti Jesús te proporcionó una tutela. Esa tutela. No pretendas indagar por qué fue ésa y no otra. A tanto equivaldría asimismo querer indagar, por ejemplo, por qué Judas de Keriot fue el duodécimo apóstol y no uno de aquellos santos y humildes pastores. Así pues, Yo te acogí bajo el negro manto de Servita, Yo que, con aquel hábito, lloraba porque veía –y puedes comprender a donde miraba– porque veía de qué manera se contravenía a los decretos de mis Jesús sobre la Obra, sobre el instrumento y sobre el trato que se daba a aquélla y éste (Aquí el Servita P. Conrado M. Berti, anotador insigne de ésta y de las demás obras de María Valtorta, que vivió activamente los incidentes, desagradables por cierto, surgidos en relación con la persona de María Valtorta y su Obra, consigna una extensísima y detallada nota de lo ocurrido que, precisamente, por su gran extensión no la transcribo. N. del T.). Para que tú no sintieses demasiado el vacío allí donde mi Jesús, por un especial y siempre adorable motivo suyo, te había colocado, Yo, para hacerte sentir toda la protección de la Reina de esa Orden y de los hijos de la misma que, por su vida perfecta, están conmigo en el Cielo, te atraje a Mí, junto a mi Corazón, protegiéndote con mi manto a la vez que lloraba por aquellos que faltaban a su deber.

Mas no te aflijas, hija mía. Ten presente a tu Madre, aun en esta coyuntura, pues te asemejas a Ella cuando, forastera en Belén y cargada con la Palabra encarnada, llamó en vano a las puertas en demanda de ayuda, de hospedaje y piedad. Piedad, más para la Palabra que llevaba que no para Sí, pobre mujer gravada con la maternidad y cansada del largo camino.

 

Nuestro Juan expresa una gran verdad acerca de estas repulsas, de esta sordera

en comprender y de esta tibieza, o mejor, hielo en acoger la Palabra:

 

Nuestro Juan expresa una gran verdad acerca de estas repulsas, de esta sordera en comprender y de esta tibieza, o mejor, hielo en acoger la Palabra: "El Verbo –la Luz– brilló en las tinieblas; mas las tinieblas no la comprendieron. El Verbo –la verdadera Luz– estaba en el mundo; mas el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no le recibieron".

Y, al no recibirle a El, rechazaron también a Aquélla que lo llevaba y que, a los ojos de Israel, era tan sólo una pobre mujer a la que "era imposible que Dios hubiérale confiado". Era, por tanto, una estafadora, una mentirosa que buscaba arteramente protecciones y honores inmerecidos. Y... siempre así, hija querida. Somos, pues, mal vistas, perseguidas, despreciadas e incomprendidas porque llevamos la Palabra que el mundo no quiere acoger. Y vamos, cansadas y doloridas, de corazón en corazón, pidiendo: "¡Acogednos, por piedad! Por piedad, no tanto de nosotras cuanto de vosotros. Porque nosotras, en este don que llevamos, tenemos, es cierto, nuestro peso y nuestra cruz de criaturas, mas también nuestra paz y nuestra gloria de espíritu, no ambicionando nada más. Ahora bien, nuestra solicitud y nuestro afán son tan sólo por la Palabra, por la Palabra que os llevamos a fin de que, al ser Vida, sea dada a aquellos  por quienes fue depositada en nosotras.

¡Cuántos en Belén, tras haberse manifestado la gloria del Señor con su Resurrección y se difundía su Doctrina por el mundo, no habrían querido haber acogido a la Portadora de la Palabra en aquella gélida noche de Casleu (Casleu o Kisleu es el noveno mes del año hebreo que corresponde a nuestro noviembre-diciembre) para poder decir: "¡Nosotros la reconocimos!". Mas, ¡era ya tarde! El momento de Dios llega y pasa, no reparando los lamentos tardíos al error. Esto debiera hacérsele presente a quien se debe.

Mas tú no te aflijas. Estás justificada a los ojos de Dios, lo mismo que Yo lo estuve de dar a luz al Rey de los reyes en una cueva fétida. No es nuestra la culpa de no honrar dignamente al Verbo que se derrama sino de quienes nos impiden honrarlo públicamente. El incienso de nuestra amorosa y secreta adoración es bastante a sustituir a todo otro honor que se nos niega tributar al Verbo depositado en nosotras.

Alégrate, hija mía, y espera, recordando que el Omnipotente hasta de las piedras puede suscitar hijos de Abraham y no te dejará sin el consuelo y ayuda de guías sacerdotales (Cuando el P. Migliorini, O.S.M., hubo de abandonar por orden superior  Viareggio y la Toscana, le sustituyó el P. Luis M. de Jesús Crucificado, Pasionista. Este santo y apostólico sacerdote, no obstante, fue tan sólo director espiritual de María Valtorta con alguna que otra visita y numerosas cartas. El P. Migliorini, en cambio, fue y continuó siendo, el mecanógrafo de las quince mil páginas valtortianas y el que siguió luchando (primero solo, después con el P. Berti y, por fin, este último, a la muerte del P. Migliorini para solucionar todas las dificultades y publicar todos los escritos de la Enferma), suscitando a quien, por obligación, se encargue de ese cometido, lo mismo que ahora, en el momento preciso, te ha concedido el maestro angélico para acrecentar tu consuelo".

Y María resplandece gloriosa y dulce más que nunca mientras recibe el saludo de Azarías cuya luminosa presencia parece tenue respecto de la luminosidad de la Virgen.

Y Azarías habla estando arrodillado con los brazos cruzados sobre el pecho, inclinada la cabeza y de frente a María cual si estuviese delante de un altar.

 

Dice Azarías:

 

Tú, alma mía, eres uno de aquellos espíritus que el Señor redimió de su pueblo

 

"Tú, alma mía, eres uno de aquellos espíritus que el Señor redimió de su pueblo. Porque si Cristo se encarnó, vivió, evangelizó, padeció y murió para redimir a toda la Humanidad; si, más particularmente, lo hizo para los que eran de Israel y aún más para aquellos que en Israel acogieron al Maestro, no todos éstos ni sus descendientes, o sea, no todos los católicos han sido igualmente redimidos, ya que no todos responden igualmente con generosidad a la generosidad de la Gran Víctima Salvadora. El nombre de cristianos católicos ha sido y es llevado por millones y millones de almas, mas no todas estas almas sobre las que cayó la Gracia para tornar a hacerlas hijas de Dios, han sabido ser redimidas para siempre, serlo eternamente e inmediatamente después de la muerte, porque su "buena voluntad" fue más o menos defectuosa en ellos.

Le generosidad exige correspondencia de generosidad. Nosotros, espíritus, que vemos a los hombres desde lo alto de los Cielos y les seguimos con la luz divina que nos sirve de guía, contemplamos los maravillosos prodigios provocados por esta porfía de generosidad establecida entre el alma que se entrega a Aquel que se le entregó y Dios que se entrega en mayor medida aún para recompensar al generoso que a Él se da. Y con vedad podemos decir, respondiendo al porqué de las ascensiones y descensos de muchos, que está ligado y es consiguiente al grado de generosidad con que un alma se adhiere al Señor. La cultura y la posición en el mundo tienen tan sólo un peso relativo. Lo que cuenta es la generosidad porque generosidad es al mismo tiempo caridad. Por lo que quien es más generoso es más caritativo. Y a mayor grado de caridad se corresponde una unión más grande con Dios. Y así, donde Dios se halla grandemente unido a un espíritu, éste, prescindiendo de otros agentes externos, se cambia de espíritu común a espíritu elegido, capaz de llevar a cabo lo que, de suyo, sería incapaz porque en la unión es Dios el que obra con sus perfecciones y con arreglo a sus fines.

Cuando, por tanto, una criatura se ve arrebatada a especiales altezas, debe cantar humildemente, tributando alabanzas a aquel que las merece: "El Señor ha redimido a Jacob su siervo".

 

¡Ay, ay de aquellos que dicen: "Yo he llegado a esto porque lo he querido!

 ¡El mérito es mío!"

 

¡Ay, ay de aquellos que dicen: "Yo he llegado a esto porque lo he querido! ¡El mérito es mío!". El hombre no tiene otro mérito que el de su buena voluntad que debe ser activa y humilde hasta la muerte de la criatura. Ahora bien, el mérito es de Dios que os proporciona auxilios para cambiaros de hombres en dioses. La soberbia de proclamaros autores únicos de vuestra elección es suficiente para hacer de un elegido un réprobo porque la soberbia es aborrecible a Dios, el cual se retira con sus dones mientras el soberbio, en vez de inclinar su cabeza diciendo "he pecado", persiste tercamente en querer aparecer como no es, cayendo así en mentira y sacrilegio y terminando por mudarse de lo que era en futuro réprobo.

Estoy hablando delante de la Llena de Gracia, de la Sin Mancha Original y de la que mereció ser Madre de Dios. ¿Qué glorias mayores que éstas? ¿Qué garantías más grandes de gloria? Aquí está Ella y lo sabe. Pues bien, si, por un supuesto, en un momento cualquiera de su vida, toda ella sembrada de sucesos aptos a despertar la soberbia en cualquier persona, Ella hubiese tenido un movimiento de soberbia, de nada le habría servido ser sin Mancha, Llena de Gracia y Madre de Dios. Lo mismo que cualquier otro ser creado hubiera decaído de su espléndida naturaleza puesto que la soberbia todo lo destruye.

Y resulta ocioso pedir a Dios, como dice la Oración, que nos dé buenas inspiraciones para ponerlas en práctica si antes no se tiene descombrado el terreno del corazón de toda planta de soberbia. Donde no hay humildad no pueden las buenas inspiraciones traducirse en obras ya que éstas se apoyan siempre en una base de humildad que las sustenta.

 

"Poned en práctica la palabra del Señor

y no os limitéis a escucharla engañándoos a vosotros mismos"

 

Continuando la epístola del domingo pasado, escribe el apóstol Santiago: "Poned en práctica la palabra del Señor y no os limitéis a escucharla engañándoos a vosotros mismos".

Mas ¿cómo la habéis de poner en práctica si antes no cercenáis para siempre el orgullo del yo? Obedecer es humillar el propio juicio al de otro al que, obedeciéndole, confesamos superior al nuestro. Por eso un primer acto de humildad es reconocer a otros una mayor capacidad de dirigir y de juzgar.

El orgullo y el egoísmo, como dos astas afiladas siempre renacientes, tratan de destruir esta humildad. Mas el hombre debe hacerla renacer de continuo si quiere ser capaz de poner en práctica las enseñanzas, órdenes o consejos e inspiraciones de Dios.

La Palabra del Señor es palabra que extirpa cuanto de bajo hay en el hombre para hacer crecer con vigor todo lo que en él hay de alto, espiritualmente alto. Mas si queda apoyada a duras penas sobre el corazón, convertido en granito por el egoísmo o la soberbia, o muerto tal vez por la pereza, no puede fructificar.

Fructifica cuando penetra, echa raíces, lanza el tallo, da las hojas, las flores y, por fin, el fruto, o sea, cuando se la acoge, se la atiende con amor y constancia y con el mayor esfuerzo posible se la ayuda a crecer y a adornarse con todas las virtudes que son el resultado de la unión de la Palabra docente con la voluntad operante.

 

"Engañándoos a vosotros mismos"

 

Dice Santiago: "Engañándoos a vosotros mismos".

¡Cuántos se engañan de esta suerte! Creen hallarse debidamente situados sólo porque van a escuchar la palabra de Dios. Mas escuchar y no practicar, creerse a salvo por ir a escuchar es engañarse a sí mismo.

La palabra debe ser asimilada y hecha una sola cosa con el yo, lo mismo que el jugo de los alimentos se hace una misma cosa con la sangre en la cual se vierte. Si alguien contrajese una enfermedad por la que dejara de asimilar los alimentos, por más que se comiera entero un cordero al día, moriría de consunción. Otro tanto ocurre con aquellos que escuchan, escuchan y escuchan la divina Palabra y después no la convierten en jugo para su espíritu. Creen nutrirse cuando simplemente no hacen sino atiborrarse de material inertes.

Dice Santiago: "El que así hace, es como quien después de haber visto su propio rostro en un espejo, se aparta de él y lo olvida".

Yo diría más: Diría: es como quien se pone delante de un espejo; mas, por no abrir los ojos o por querer hacerlo a obscuras, no ve los detalles de lo que tiene delante y, por eso, no puede recordarlo.

La Ley santa, hecha dulcísima en el Evangelio de Cristo, si ha de ser recordada y practicada, debe ser conocida con plenitud de luz y de voluntad. Y en vano se proclama religioso y siervo de Dios el que la conculca por pereza, por necedad o por odio a la caridad.

 

¿Cuál es, por tanto, la verdadera religión,

cuál la práctica verdadera de la Palabra hecha Doctrina?

 

¿Cuál es, por tanto, la verdadera religión, cuál la práctica verdadera de la Palabra hecha Doctrina? Aquella que se resuelve en obras buenas. Y Santiago no cita la frecuente asistencia a las funciones, la ostentación en los ritos y cosas semejantes sino que se limita a nombrar la prudencia y la caridad.

¡Oh, cuántos huellan una y otra! ¡Cuántos hacen llorar a sus propios hermanos por no saber refrenar la lengua maldiciendo, alabando fuera de tiempo y lugar o no sabiendo guardar un secreto cuya divulgación puede rodear de una pequeña aureola mundana a su pobre cabeza que va buscando guirnaldas de paja y no las auténticas frondas de las palmas celestiales, cuando pueden lesionar el derecho de Dios, la obediencia a Dios y la paz de los hermanos!

La prudencia es ciertamente una de las virtudes cardinales. Mas el número de los que la practican de un modo heroico es muy, excesivamente raro e innumerables las lágrimas que se derraman por las imprudencias, tanto más culpables cuanto proceden de quienes, por su misión, se hallan propuestos para servir de ayuda, guía, freno y consuelo a los hermanos, siendo los daños causados muy grandes. Daños, no a una cosa humana sino a las cosas más sublimes que son manejadas sin prudencia alguna y, por tanto, despojadas de aquel velo santo y suave con que Dios envuelve sus luces más santas para ser lanzadas al desnudo como pasto de los mortales.

Estos tales deberían tener presente al gran Moisés que se retraía tanto de mostrar al público el reflejo divino, que permanecía con el rostro cubierto con un velo porque no todos los israelitas eran dignos de conocer el reflejo de Dios.

 

La segunda manifestación de la religión pura e inmaculada,

según Santiago y según los verdaderos justos,

es la de la caridad con el prójimo

 

La segunda manifestación de la religión pura e inmaculada, según Santiago y según los verdaderos justos, es la de la caridad con el prójimo, de la que cita Santiago los dos casos más piadosos, que son: visitar en sus tribulaciones a los huérfanos y a las viudas a fin deque no se sientan abandonados ni les atropelle el mundo que desconoce la caridad.

Mas viudas y huérfanos no son únicamente quienes perdieron un esposo o a sus padres. Hay duelos, soledades y desamparos mayores que los de un afecto y una tutela que terminan en una carne y un corazón. Son los abandonos de quienes, siendo "voces de Dios", no se sienten ya sostenidos ni protegidos por quien está obligado a ello. Y esto clama a Dios con el grito de quien en un desierto y ya no cuenta sino con la Estrella en el Cielo para guía de sus pasos.

¡Sacerdotes!, ¿cuál es vuestro ministerio sino el de ser todo para todos y, en especial, para éstos, para estos mártires del querer de Dios? ¿No sois ya, pues, los descendientes de aquellos sacerdotes, de aquellos diáconos, de aquellos obispos y pontífices que, en tiempos de persecución y, saliendo de las catacumbas, bajaban a las cárceles y penetraban en las arenas dispuestos a morir caso de ser descubiertos en su gestión de amor de llevar un socorro fraterno y espiritual a los martirizados por el nombre de Cristo? Vuestros peligros son pajuelas comparados con los de ellos. Con todo, nada les detenía para afrontarlos porque el Sacerdocio es milicia, milicia que debe saber combatir al flanco de los laicos y ser la protección de los instrumentos de Dios, desempeñando para los mismos el cometido de los Arcángeles que ponen en fuga al Adversario en las distintas formas con que se presenta. Dispuestos a morir en la tranquilidad de una vida sencilla y prontos a salir de ella momentáneamente menoscabados, ¿pero en qué? En el concepto mísero de los humanos, si bien aureolados con la guirnalda fúlgida de una justicia heroica por haber sido los "padres", los "cireneos" de los instrumentos crucificados.

Y así, por más que no se os achaque impureza alguna, ésta de temer los juicios del mundo y, por ello, ser impuros en vuestro comportamiento con los instrumentos, pesa sobre vosotros. Por tanto, no os veis libres de la mancha del mundo ya que pensáis al modo de este vuestro mundo en el que se valora el respeto humano no el sacrificio que supone ser fieles a la justicia y a la caridad.

Mucho es lo que se sufre en el Cielo por nuestro sufrimiento de amor, viendo los sufrimientos de las almas elegidas por Dios y despreciadas por el mundo. El Cielo se inclina sobre ellas multiplicando sus luces para enjugar sus lágrimas y recoger sus gemidos. Mas la caridad del Cielo no excluye la que los hermanos deben a sus hermanos, ya que éstos son, al pronto, carne además de espíritu.

Y si, procedentes del Padre que los suscitó por motivos de bondad que sólo en el Cielo se conocerán, han de volver al Padre cargados con sus coronas de espinas, ellos, los instrumentos aflictos y atormentados, seguirán rogando por sus atormentadores. Con todo, no está dicho que el Padre haya de perdonarles todo a aquellos que tan injustamente les atormentaron gravándoles con cargas no aprobadas por Dios.

Apagáis ciertamente las "voces" y así vuestro cielo se oscurece por momentos a falta de estrellas. No os lamentéis por tanto, si vuestro legendario no se satura de flores. Una flor, para brotar y desarrollarse, se la ha de cultivar y no aplastarla con pesos de indiferencia ni apañuscarla con durezas injustas.

¡Ay de aquellos que, con el paso de este pensamiento, hacen que se doble el tallo que tendía al Cielo!: "¿Soy yo, por ventura, un satanás?". Pensamiento molesto que obliga a bajar hacia la tierra los ojos que miraban con seguridad a su Dios, almas heridas, vueltas dibutantes, cansadas... ¡Pobres almas! Mas no ellas sino quienes las envilecieron serán llamados a justificarse ante el Señor. Y tú, alma mía, recuerda esto: "Cuando, debido a un trabajo, se malogra alguna perla humana y, con todo, se continúa aquel trabajo con sólo el espíritu sobrenatural de dar gloria a Dios y ayuda a los hermanos, entonces dicho trabajo se supersantifica y sobrenaturaliza haciéndose provechoso".

Recuerda esto. Y que lo que te oprime te sirva al mismo tiempo de sostén. Sube, sube con tu santo peso del Tesoro de Dios hasta la última cima. Escribe, escribe hasta la última palabra por más que cada palabra te arranque una lágrima que sabes ha de quedar ignorada, siendo inútil por ello para tantos que, por el contrario, tienen necesidad de ella. Tu caridad, alma víctima, hacia Dios que te habla y hacia los hermanos que esperan, ha de ser siempre activa por más que la tibieza humana no haya de sacudirse ni hacer activo el don de Dios.

Queda en paz. No llores más. Y saludemos a la Bendita con su mismo canto que es el de los grandes humildes".

Y Azarías canta el Magníficat tan celestialmente que el raudal de mis lágrimas se corta para seguir esta armonía celestial.

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A. M. D. G.