16 de junio
Santa Misa del primer domingo después de Pentecostés y fiesta de la Santísima Trinidad
Hoy contemplaos y adoramos reunidas
a las Tres adorables Personas
Esta predicación humilde y santa no hay creyente al que no se le conceda.
Qué es lo que se nos ofrece para adorar y obtener La verdadera fe.
Es un misterio la Unidad y Trinidad de Dios.
Dice Azarías:
"Tengo orden de explicarte las dos Santas Misas de este glorioso domingo. Contemplemos, pues, juntos estas dos Santas Misas.
Hemos ya contemplado y honrado al Padre que resplandece en las obras del Hijo Redentor que fue tal porque Dios-Padre lo permitió por un acto de su inmensa bondad. Hemos ya contemplado y honrado también al Hijo en el ápice de su perfección de Hombre-Dios que muere, resucita y vuelve a subir al Padre tras haber dado a todo cumplimiento. Y, por último, hemos ya contemplado y honrado al Espíritu Santo desde el inicio de sus obras hasta su perfecta y completa epifanía pentecostal.
Hoy contemplaos y adoramos reunidas a las Tres adorables Personas
a fin de iniciar con este acto la preparación para comprender fructuosamente
la llegada del Verbo a la Tierra y sus santas palabras.
Hoy contemplaos y adoramos reunidas a las Tres adorables Personas a fin de iniciar con este acto la preparación para comprender fructuosamente la llegada del Verbo a la Tierra y sus santas palabras.
No da hoy comienzo el año litúrgico. Eso ya lo sabes y lo sé. Comienza con el Adviento. Mas como para preparar la venida del Señor mediaron siglos de preparación en los que fueron maestros de dicha preparación los patriarcas y profetas, así quiero yo ahora que tú vayas considerando los numerosos domingos que van de Pentecostés al Adviento como preparación para el comienzo del año litúrgico.
Hay domingos de Sabiduría. En verdad el Espíritu Santo los invade a todos y hace en ellos de Maestro para preparar a los hombres a la Venida del Mesías, de modo que cuando Él llegue a ser conmemorado como Infante, lo sea con un amor robusto y activo, y no tan sólo con un amor superficial y sensiblero, como tampoco con un afecto del todo inútil hacia el Niño.
En el Niño está ya el futuro Redentor que morirá cubierto de llagas sobre la Cruz tras haberse fatigado en la evangelización y sufrido mortificaciones y molestias. Conociendo a Cristo tal cual realmente es, se llega a comprender la Navidad en su auténtica realidad.
Dios es eternidad y, por tanto, continuidad. No se dan fracturas en sus obras.
Cada una genera a la otra, como los Tres proceden el Uno del Otro
Dios es eternidad y, por tanto, continuidad. No se dan fracturas en sus obras. Cada una genera a la otra, como los Tres proceden el Uno del Otro. La Trinidad ha impreso su sello y semejanza en todos sus actos. Por tal motivo son éstos a la vez uniformes y multiformes, mas nunca partidos o interrumpidos. Cadena infinita, eterna e inextinguible de amor, ya que cuanto Dios obra es amor, procediendo por años y siglos sin interrupción. Así también el año litúrgico es una cadena de la que una parte genera a la otra sin que haya término, por cuanto cada una tiene su razón de ser en la preparación de la otra.
Glorifiquemos al Señor por este magnífico sucederse de sus tiempos reflejado en el corto espacio del año litúrgico y avancemos en su conocimiento tras el obligado homenaje a la Trinidad perfecta.
El santo patriarca exclama, y la liturgia hace suyas las palabras de este justo: "Bendecid al Dios del Cielo y tributadle alabanzas delante de los vivientes porque usó con vosotros de misericordia". La frase inicial se cambia a ésta en la especificación litúrgica: "Santísima Trinidad e indivisible Unidad" y más adelante en especificaciones de las Tres Personas para remachar el dogma sublime nunca bastante contemplado, meditado ni amado de la Unidad y Trinidad de Dios. Ahora bien, la invitación es ésta en esencia: "Proclamad con valentía aun frente a los enemigos de Dios y ante aquellos que, si bien no le combaten, son fríos y apáticos hacia la Divinidad o la tienen por un mito, fruto de la necesidad que siente el hombre de creer en algo, que Dios existe y que, porque existe, es operativo y todo misericordia en sus obras".
Esta predicación humilde y santa no hay creyente al que no se le conceda.
Esta predicación humilde y santa no hay creyente al que no se le conceda. No hay ignorancia, por profunda que sea, que impida a un verdadero creyente predicar a Dios y su misericordia. No son tan sólo las palabras doctas ni las obras grandiosas con las que se predica a Dios.
Es –y penetra más profundamente aún en quien no conoce ni quiere conocer a Dios– es la fe sencilla, inquebrantable y serena hasta en el dolor; es profesando con obras de paz, de esperanza, de caridad y de resignación como se predica que Dios es misericordioso y que de El no puede provenir sino bien.
¡Cuántas personas, carentes de toda ciencia, que se encuentran aisladas por la enfermedad, que son pobres y se ven desoladas en la miseria física y monetaria, nos superan en poder de convicción a todos los predicadores, y esto por la paz que se desprende de sus obras y palabras y por éstas sus sencillas expresiones pronunciadas como corolario de sus palabras y en contra de las insinuaciones de quienes conocen mal a Dios. "Si Dios quiere que yo esté así es justo sin duda. Que se haga su Voluntad. Es cierto que El quiere mi bien, de ello no tengo la menor duda. En El tengo puesta toda mi esperanza. Como me libró del pecado por el sacrificio de Jesús así también me dará todas las gracias de que verdad necesito y alabo su Providencia!".
Y por más que el creyente, oprimido por las cruces, gima en el fondo de su corazón: "¿Pero hasta cuándo? ¿Siempre me has de tener olvidado? ¿Cuándo volverás a mí tu rostro?", no es en modo alguno con ira sino que este lamento sube a Dios pero con el amoroso afecto del hijo al Padre, igual que lo hizo Jesús en sus horas más amargas. Este grito no entraña reproche sino esperanza. No es rebelión por la tardanza sino espera, espera serena con la certeza de que llegará el momento en que cesará el dolor y la fe será premiada.
¿Qué es lo que se nos ofrece para adorar y obtener? La verdadera fe.
Oigamos las dos oraciones. ¿Qué es lo que se nos ofrece para adorar y obtener? La verdadera fe.
La fe, para ser verdadera, ha de ser intrépida. Heroicamente intrépida contra todas las cosas que se confabulan para escarnecerla, obstaculizarla y abatirla. El mundo y la carne, además de Satanás, vienen a ser los enemigos de la fe contra los que es preciso mostrarse heroicamente intrépidos.
La bondad del señor es tal que concede la gloria del martirio, no sólo a los verdaderos y auténticos mártires que murieron al derramar su sangre por la Fe, sino también a aquellos que, contra todo y contra todos, saben permanecer fieles, íntegramente fieles, al Señor.
¡Cuántos combates se desatan contra la Fe! ¡De cuántas astutas maniobras se vale Satanás para desprestigiarla, ridiculizarla y presentarla como imposible de admitir! Mas aquí es precisamente donde se aprecia la justicia de las tres virtudes teologales. La Fe, sostenida por la Esperanza y, sobre todo, por la Caridad, no se derrumba por motivo alguno y vence. La fe es un conocimiento derivado del amor. Cuanto el amor es más fuerte, tanto más fuerte es la fe, porque el amor hace conocer a Dios.
He aquí, pues, cuán verdaderas son las palabras de la Oración de la Santa Misa en honor de la Santísima Trinidad: "¡Oh Dios que concediste a tus siervos conocer, mediante la profesión de la verdadera fe, la gloria de la Eterna Trinidad y de adorar la Unidad en el poder se su majestad...!".
Es un misterio la Unidad y Trinidad de Dios.
Es un misterio la Unidad y Trinidad de Dios. Nadie, por santo que sea, lo puede penetrar. Ni aún aquellos a quienes les fue revelado en parte –ya que todo no puede serle dicho al que todavía es mortal– pueden decir haberlo conocido. Es un misterio tan deslumbrador que el hombre no puede fijar su mirada en él para conocerlo íntegramente. Es superior a todo otro misterio. Incomprensible misterio, por ser el Sublimísimo misterio. Sólo por eso la fe heroica, sostenida por un fuerte amor, puede llevar, si no al interior, sí al menos a los umbrales del mismo concediéndosele escuchar, diré así, el murmullo divino de la Trina Unidad oculta tras el muro cegador de su Fuego. Cuanto más fuerte es el amor –y te recuerdo que al grado de amor al que llega la criatura corresponde un proporcionado grado de amor de Dios multiplicado por su poder, porque Dios desea con amor darse a quine le busca sin medida, El, que se da con su misericordia y providencia aún a los hijos que no le buscan– tanto más fuerte es el conocimiento, ya que la distancia se reduce más al estar el alma más unida al Dios que se abaja –porque ella no puede subir hasta la abismal alteza en que la Trinidad arde– al Dios que se concede para ser conocido lo más posible, ardiendo en deseos de ser totalmente conocido y totalmente poseído por el hijo cuando, a su fe, a su amor y a su heroísmo les sea dado el premio del Paraíso.
Esto que te digo es prólogo ajustado a las palabras de la otra oración de este primer domingo después de Pentecostés. "Nada puede sin Ti la humana debilidad". Mas ¿cuándo jamás es débil el hombre que vive teniendo a Dios en sí? ¿Con su Trinidad en el corazón? ¿Con su conocimiento de Dios, con su amor a Dios y con su amor de Dios a él, criatura, para hacerle fuerte y capaz de obrar lo que Dios quiere y de estar tranquilo con la esperanza y seguro con la Fe? No, no puede. Porque la unión delimita la debilidad y la fusión la anula. No es ya la criatura sino Dios que vive en el hombre el que opera.
Tú sabes cómo se mantiene la unión. Que no haya nada que pueda relajar la intimidad de tu amor a Dios. Nada. Ni las alegrías ni las penas. Ni siquiera estas penas que tu conocimiento de Dios te dice que no son queridas por Dios ni aprobadas por El que es Amor y Bondad.
Alma mía, como una paloma fatigada y herida, estás en la concavidad que es para ti nido. Estás en Dios. No hables ni te muevas, estate fija. Esto sólo. Nada más puedes hacer, oprimida como estás por el dolor que te proporcionan los hombres, desfallecida por su anticaridad y absorbida por Dios que se te muestra para consolarte y decirte: "Yo soy todo para ti". Mas no son precisas palabras para comunicarte con quien te ama. Tu amor, con su latido fiel, es el que habla, y es suficiente.
Olvídate del mundo y aíslate en tu silencio amoroso. Calla, pues que toda palabra resulta inútil, estéril y perniciosa. Mantente en tu justicia y en tu obediencia. Nadie hay más grande que Dios. Cumple, pues, sus mandatos y nada más.
los inescrutables caminos de Dios y sus juicios, incomprensibles para los hombres,
son justos, buenos y ricos en sabiduría y ciencia divinas.
Óyele a Pablo cómo te habla, alma herida por la humanidad que te rodea. Pablo, la "voz" excelsa, te asegura que los inescrutables caminos de Dios y sus juicios, incomprensibles para los hombres, son justos, buenos y ricos en sabiduría y ciencia divinas. No yerra El sino aquellos que se tienen por más que Dios y, aunque no con las palabras, sí con las obras, hacen ver que son capaces de aconsejar a Dios. Y así hablan, al tiempo que el ojo de Dios va midiendo, no piensan que todo es prueba, no temen ser castigados por haber faltado a la prueba ni tiemblan por haber hecho patente que han faltado al amor: Se han amado y no han amado a Dios ni a la criatura. Porque amor es obediencia y aquí no hay obediencia. Porque amor son actos y aquí no hay actos. Un una palabra: lo que no hay es caridad.
La caridad es activa. Activa en hacer resplandecer las glorias y misericordias de Dios, en defender a los inocentes y en superar el miedo a los hombres. Cómo, ¿temen a los hombres y a Dios no? ¿Y temen no recibir ayuda de Dios si cumplen el querer de Dios? ¿Por qué temen esto sino porque no tienen caridad?
¿No se acuerdan de lo que dice Juan?: "Si uno dice: Yo amo a Dios y odia al hermano, es un embustero". Porque quien no ama al que ve y conoce y le consta de su inocencia y de sus actos, ¿cómo ha de poder amar a Dios al que no conoce? ¿No se acuerdan ya del mandamiento? Está dicho: El que ama a Dios debe amar también a su propio hermano. ¿Dónde está entonces su amor?
Te repito la orden del Cuarto Domingo después de Pascua. ¿Si no admiten las palabras del Señor, cómo van a poder jamás admitir las tuyas? Calla por tanto. Enciérrate en Dios. El curará tu alma herida. El te hablará en el silencio. Aíslate. Vive en Dios y de Dios. Deja que se cumpla el castigo y no juzgues. No juzgues. Dios les juzga ya. Como dice el Evangelio, imita al Maestro para ser semejante a El. Imítale en el amor y en la humildad.
Ven, ven, pobre alma para la que Satanás encontró el modo de herirla por medio de quien, más que ningún otro, te debía proteger (Tal vez se refiera al procedimiento por el que se le privó del sostén y consuelo que para ella suponía su guía espiritual, P. Migliorini.). Ven. Alégrate tan sólo en El porque verdaderamente los enemigos de los hermanos son los siervos de Satanás, que es Dolor, mientras que Dios es Gozo y no conviene fiarse de quien es malvado dolor.
Alégrate en Dios, tu Maestro y Salvador. Alegría toda espiritual y, por tanto, santa del todo. Y, de insistir, diles a ellos esto tan sólo: "Porque habéis llamado 'peso del Señor' a lo que era don, yo me retiro como se me ha dicho. Pero recordad que, como dice en Jeremías, vosotros sois el peso que cargáis sobre los siervos de Dios haciendo pesada su acción y por eso Aquel que no se engaña os arrojará fuera. Recordad que 'peso' son vuestras palabras con las que cambiáis el sentido a las palabras y a los decretos del Dios viviente. Y recordad que la paz llegó ya para mí puesto que estoy sintiendo el rumor de los pasos del mensajero de la buena nueva. de Aquel que anuncia la paz y la lleva consigo" (Nahum, cap. 1, v.15).
Entra en Su paz. Entra cada vez más. No temas. No tiembles. El silencio no es por ti. El silencio para ti no es desamor ni castigo. Para ti, víctima que te consumes, es piedad y castigo para ellos.
Alma mía, el Señor está contigo y la Madre te cubre con su manto lo mismo que yo con mis alas".
86-89
A. M. D. G.