23-6-46

Octava del Corpus Christi

santa Misa dentro de la Octava del Corpus Christi

 

 

 

El temor de Dios y el Amor

 

 

 


 

Satanás puede remedar a Dios en el lenguaje, mas, en modo alguno comunicar esa gracia y esa paz que acompañan siempre a las palabras divinas o de espíritus de luz.

  No matéis el amor con la duda o la negación. Eso, jamás. 

  El hombre que teme a Dios se halla, a no dudar, en el buen camino siempre que su temor de Dios sea justo, es decir, que no sea un ignorante e irracional miedo de Dios; mas, con todo, es siempre un camino trillado por quienes aún no han desplegado las alas

   Nosotros sabemos haber sido transportados de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos 

  En el Reino de Dios no entran los muertos. 

  Antes de formarte  en el seno de tu madre te conocí

 


 

Dice Azarías:

"En el tiempo pasado, en el presente, en el futuro y en el tiempo eterno, el Señor te atrajo ampliamente y te salvó porque te amó, y te salva y te salvará porque te quiere. Esto tú lo debes reconocer y no temer. Siempre lo reconociste incluso cuando tu amor aún era muy imperfecto y sufría los embates de la juventud y de las pruebas y penas de la misma. También ahora lo debes reconocer, y siempre, hasta cuando llegues a estar con El.

Los actos de los demás no deben interponerse cual tupidos velos entre El y tú de modo que ya no llegues a reconocer su Rostro, su Voz, su amor, su paz ni su verdad. Yo no diré ni una sola palabra de las que rompen la paz y la confianza de un corazón con su modo de obrar que desconsuela a las almas haciéndolas titubeantes. Con todo, te lo digo a ti: sus actos, por más que te hieran, no deben vencerte con miedos ni dudas acerca de la verdad de la Voz y de su procedencia.

 

Satanás puede remedar a Dios en el lenguaje, mas, en modo alguno comunicar esa gracia

y esa paz que acompañan siempre a las palabras divinas o de espíritus de luz.

 

El Señor, pobre alma, ha cuidado de ti y tú lo has reconocido, porque no es posible equivocarse entre Dios y Satanás, entre voces celestiales e infernales si quien las oye tiene presente, no lo meloso de las palabras sino los efectos que producen. Satanás puede remedar a Dios en el lenguaje, mas, en modo alguno comunicar esa gracia y esa paz que acompañan siempre a las palabras divinas o de espíritus de luz. No pueden producir gracia ni santidad porque sus palabras van siempre mezcladas con insinuaciones que un alma en gracia jamás puede aceptar. Y no pueden producir sensación de paz porque el alma en gracia se sobresalta de horror con las voces infernales y, por más que el individuo no cuente con otros signos para reconocer cuál es el espíritu que le habla, bástale este escalofrío del alma para proporcionar al hombre la señal de que es la Tiniebla la que en ese momento se manifiesta. Satanás puede engañar a los pecadores entontecidos por el pecado, a los distraídos e irreflexivos y a los curiosos que, por querer saber demasiado, acuden imprudentemente a todas las fuentes. mas al que no puede engañar es a un espíritu recto que está unido con Dios. Todo lo más que puede es turbarle acercándose a él o llevándolo mediante una acción propia o valiéndose tal vez de infelices que, sabiendo raras veces lo que hacen y más fácilmente ignorándolo, son, en un momento dado, los instrumentos de que se vale Satanás para causar dolor y espanto a los instrumentos de Dios. Pero entonces interviene Dios sacándoos fuera del todo y os salva sumergiéndoos en su océano de paz y de amor, como lo ha hecho contigo porque te ama.

Hoy se celebra también la vigila del Nacimiento del Bautista y el Introito de esa Santa Misa canta: "No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido escuchada...". Yo te digo a mi vez: "No temas, María, porque tu oración ha sido escuchada". Jesús escucha las oraciones de quienes le aman y ha intervenido para no dejarte perecer en un mar de desconsuelo. Mas hablando, no a ti sola sino a todas las almas, digo que el Señor siempre ama y pone completamente a salvo a quienes a El se confían si temor.

Venced el miedo que paraliza el amor, la confianza y la oración. Venced ese miedo que está denotando en vosotros ignorancia de Dios y de su poder y también una fe deficiente en Dios. La fe buena y verdadera es humilde y lo acepta todo, porque dice: "Si Dios lo dice y me lo hace decir es señal de que es cosa verdadera". Mas esta fe total nunca va acompañada de miedo, desconfianza, duda, o lo que es peor, de una obstinada e íntima persuasión de que Dios no puede esa determinada cosa. Dios todo lo puede, todo debéis esperar que Dios pueda y todo debéis creer que Dios pueda.

 

No matéis el amor con la duda o la negación. Eso, jamás.

 

No matéis el amor con la duda o la negación. Eso, jamás. No rompáis la cadena del amor que os une a Dios con la frase de los que dudan y de los que quieren juzgar a Dios con arreglo a su medida, con la frase de Zacarías así castigada: "¿Cómo va a ser posible esto si...?". Zacarías quedó con su interrogante sellado en los labios hasta que, de nuevo, supo creer y alabar al Señor reconociéndole capaz de obrar cualquier prodigio.

Jamás seáis merecedoras, almas queridas, del castigo de la mudez espiritual por vuestras desconfianzas con el Omnipotente. Y pedid ser mantenidas en este espíritu de fe absoluta en el Señor Dios vuestro y de temor, unido al amor del Señor Bendito según lo recuerdan las Oraciones de las Santas Misas de hoy.

Parad mientes en la hermosa fe del Bautista hacia Aquel a quien tan sólo conocía por lo que de El decían los profetas. Nada daba a entender al Mesías en aquel humilde viandante que llegaba a las orillas del Jordán. Mas la fe, cuando es absoluta, cuando se halla impregnada de una profunda caridad, confiere presciencia y posibilidad de ver y entender a Dios por más que se oculte bajo las apariencias de una vida común. Y Juan reconoció al Divino Mesías en el hombre galileo y, como el santo temor de Dios había hecho de él un santo, así también el amor santísimo hizo de él un profeta.

El temor de Dios que preserva de las culpas dota de vista segura al espíritu del hombre, y el espíritu que "ve" no puede dejar de creer en Dios y en sus Palabras y, de esta suerte, salvarse de la muerte espiritual. Juan, el Precursor, predicaba el temor de Dios para descombrar los caminos al Cristo que venía a salvar a su pueblo. Jesús, el Salvador, predicó el amor por los caminos de la salvación.

 

El hombre que teme a Dios se halla, a no dudar, en el buen camino siempre que su temor de Dios

 sea justo, es decir, que no sea un ignorante e irracional miedo de Dios;

mas, con todo, es siempre un camino trillado por quienes

aún no han desplegado las alas para volar a un conocimiento más alto de lo que es Dios,

esto es: Misericordia y Amor.

 

El temor precede siempre al amor; y, diré así, la incubación del amor es la metamorfosis del sentimiento en un grado más elevado. El temor es todavía del hombre mientras que el amor es ya del espíritu. El hombre que teme a Dios se halla, a no dudar, en el buen camino siempre que su temor de Dios sea justo, es decir, que no sea un ignorante e irracional miedo de Dios; mas, con todo, es siempre un camino trillado por quienes aún no han desplegado las alas para volar a un conocimiento más alto de lo que es Dios, esto es: Misericordia y Amor. El hombre que teme sigue sintiéndose el "castigado" por la Culpa antigua y las suyas actuales. En cambio el hombre que ama se siente el "perdonado" por los méritos de Cristo y revestido con ellos, de modo que el Padre ya no le ve como súbdito sino como hijo. El temor es bueno para tener sofrenada y de las riendas a la materia; mas el amor es óptimo para dotar de calor de santidad al espíritu.

Con sólo el temor, el culpable se arrepiente; mas su arrepentimiento es todavía mudo y oscuro al estar sofocado, cual llama bajo el celemín, por el temor al Dios Juez. El culpable que, al temor añade el amor, suspira y su alma se encuentra ya en una luz que le ayuda a hablar al Padre y a ver su estado espiritual porque, no ya las culpas graves, sí que también las veniales e imperfecciones se le presentan cual pobre capa de hierba bajo árboles altísimos y, a su vista, puede, no sólo talar los árboles, mas también arrancar sus brotes, limpiando así el terreno para sembrar en él las virtudes gratas a Dios.

Por tanto, el culpable cuya fortaleza estriba en el amor, no sólo posee el arrepentimiento perfecto –porque se arrepiente no ya por temor al castigo antes por la congoja de haber causado dolor a su Dios amado– sino que en el mismo amor tiene su absolución primera. Y, en verdad, pocas veces aquel que ama con todo lo que es llega a las culpas mortales. Sólo un asalto imprevisto y feroz de Satanás y de la carne podrán abatirle momentáneamente. Mas, en general, el amor preserva de caer y cuanto es más fuerte tanto más débil será el pecar, lo mismo en número que en gravedad, hasta ir reduciéndose el pecar, quedando por último en imperfecciones apenas aparentes en aquellos que alcanzaron el completo en el amor y, por ende, la santidad.

 

"Nosotros sabemos haber sido transportados de la muerte a la vida

porque amamos a los hermanos"

 

El apóstol Juan, el bendito y amoroso Juan, os da en la epístola la medida de lo que puede la caridad y las cumbres que alcanza. Y, en contraposición, os hace ver el abismo en el que se precipita quien no tiene la caridad: "Nosotros sabemos haber sido transportados de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos".

¡De la muerte a la vida! María, ¡qué frase tan lapidaria! El hombre, si no ama, ha muerto, es un muerto. Y si ama, el hombre, tras haber estado muerto, resucita y adquiere la vida. Cómo, ¿esto es un milagro? Los pobres, los verdaderos pobres del mundo, es decir, aquellos que no conocen a Dios, no pueden comprender esta verdad y se ríen de ella como palabra de locos. Mas el que cree, el que realmente cree, la comprende.

Dios es Caridad. Por eso el que ama está en Dios. ¿Quién es el que da o devuelve la vida? Dios. Sea que traiga al hombre del barro y lo vivifique con el aliento divino espirando sobre la forma de creta, sea que coopere a la procreación de los hombres creando un alma para el embrión animal que fue concebido en un seno, el alma: la vida del hombre que no es un bruto y que, sin esta vida de su existencia, no estaría ni materialmente vivo porque a él, para estarlo, no le basta con tener, como los animales, la respiración en las narices sino que debe poseer esta alhaja espiritual, esta vena espiritual que le mantiene unido al Seno Santísimo de su Criador y nutrido por El que es Espíritu, Luz, Sabiduría y Amor. Y sea, por fin, que a aquel a quien entregó ya su alma, El se la vuelva a infundir resucitándolo, es siempre el "Quiero" divino el que hace vivir a la criatura.

Mas la criatura tiene una vida en la vida: su alma. Y ésta que, al ser inmortal, no muere por la muerte física, puede muy bien morir si, como antes he dicho, se separa del Seno de su Señor. El odio, cualquiera que sea su forma y testimonio, es el cuchillo que corta la ligadura con el Señor y el alma, una vez separada de Dios, muere.

Por eso únicamente la caridad es la que de los muertos hace vivos. Porque sin caridad estáis muertos. Y muertos estaban muchos, y más antes de que la Caridad hecha Carne viniese a enseñar el Amor como Salud.

Por eso puede muy bien decir el apóstol Juan que los verdaderos cristianos saben haber sido trasladados de la muerte a la vida por la Caridad que tiene su mandamiento de amar a los hermanos hasta el holocausto, dando así ejemplo del amor perfecto. El mandamiento del amor, que los buenos acogen, es como el soplo de vida inspirado a la creta para hacer de ella a Adán, o el fiat que se repite en cada infusión de alma en un germen de hombre y, sobre todo, como el grito del Resucitador. "¡Yo te lo digo: levántate!" y el "¡Lázaro, ven afuera!" a los resucitados de Palestina.

Dios, que vuelve a entrar con el amor, devuelve la vida a los muertos mediante el amor. Mas el que no ama continúa en la muerte, esto es, en el pecado, porque el pecado, en todas sus formas, es odio. El hijo que no respeta a sus padres y les oprime con exigencias y egoísmos, el que daña a su prójimo con la violencia, el hurto, la calumnia y el adulterio, es un homicida. Lo es igualmente el que hace morir de vergüenza o de dolor, lo mismo que quien lleva las almas a la desesperación con actos que les arrebatan la paz, la fe, el honor, la estima y el medio de trabajar, de vivir y de procurar la vida a sus familiares, como también el que con su ferocidad sanguinaria o sutiles persecuciones morales lleva a hacer desesperar de Dios y a morir odiándole, son homicidas de sus hermanos y es como si tratasen de matar a Dios en una nueva Crucifixión, porque Dios está en vuestros hermanos y vuestros hermanos en Dios del que son hijos, y el homicida de sus hermanos, aquel que, material, moral o espiritualmente odia a sus hermanos, no hiere a éstos tan sólo sino que, a través de ellos, hiere también a Dios y, como todos los deicidas, está muerto.

 

En el Reino de Dios no entran los muertos.

 

En el Reino de Dios no entran los muertos. El Reino de Dios se inicia en el espíritu del hombre sobre la Tierra mediante la unión con Dios y se completa en el Cielo con su plena posesión. Aquí, en la Tierra: Dios en vosotros; y en el Cielo: vosotros en Dios. Mas Dios no entra en la putrefacción de muerte, y la putrefacción de muerte no entra en el Cielo. En la Jerusalén eterna, como no habrá templos "porque su templo es el Señor en el que todos estaremos"; como no habrá necesidad de sol ni de luna porque su esplendor es Dios y su luminaria el Cordero; como no habrá puertas por no ser necesarias para Ella ni Tiniebla para odiarla; así tampoco habrá en Ella nada impuro y corrompido, nada muerto sino que tan sólo estarán quienes hayan escrito sus nombres en el libro de la Vida, o sea, en la Caridad que es Vida. "En esto conocimos la caridad de Dios: en que dio su vida por nosotros".

Esta es la medida del amor perfecto: la inmolación. Jesús-Amor os la dio con El mismo, muerto en un patíbulo tras haberos dado doctrina y milagros, o sea, todavía amor; mas no perfecto amor, puesto que la perfección del amor está en el sacrificio. El mismo, a las puertas de su Pasión, cuando ya podía decir que había concluido de predicar y tenía que estar desengañado viendo que al río de palabras pronunciadas correspondía tan sólo un arroyuelo insignificante de convertidos, exclamó: "Cuando sea levantado de la tierra lo atraeré todo a Mí". Por eso sabía Cristo que únicamente la inmolación habría de vencer los obstáculos de Satanás y de la carne y que las palabras, de germinar, lo harían bajo la lluvia de su Sangre.

La inmolación. La generosidad. Generosidad material en las obras de misericordia corporal. Generosidad moral en las obras de misericordia espiritual. Supergenerosidad, al ser ésta espiritual sabiendo morir de amor para dar vida a los espíritus de los hermanos muertos en su espíritu, comunicándoles la caridad de que se hallan faltos. El ejemplo es la más santa y activa de las lecciones y la acción es la única cosa verdadera. Por eso, sabed amar, no sólo de palabra sino "con las obras y de verdad" y la caridad de Dios estará en vosotros.

¿Y tú, alma mía? Para ti, aquí tienes la epístola de la Santa Misa de la vigilia de San Juan Bautista. El Señor te habló hace ya muchos meses de este fragmento de Jeremías (Jeremías 1, 4-10. Este fragmento se habrá de tener presente hasta el final del actual comentario a la Santa Misa). Mas no te vendrá mal que vuelvas a leer cuanto la Divinidad lleva a cabo para preparar sus "voces" y así llegues a persuadirte de que tú eres lo que eres porque Dios quiere que lo seas –y es voluntad de Dios, palabra de Dios lo que en ti sucede y resuena–.

 

"Antes de formarte  en el seno de tu madre te conocí".

 

¡Cierto, alma mía! Dios no ignora a sus criaturas; respeta su libertad de acción; sabe por qué vías han de pasar para santificarse o para condenarse; ve lo que les ha de suceder a causa del mal o del bien que hagan; conocen de antemano quién se ha de inmolar ocultamente para disputar un alma a Satanás y al sentido de la criatura que posee a aquella alma, y coopera con sus luces, inspiraciones y los méritos de Jesús para luchar contra Satanás y el sentido a fin de salvar a un hijo suyo para el Cielo.

Y Dios, movido de sus deseos paternales, no querría sino que todos los hombres fuesen santos. Pero el Mal está en lucha contra el Bien y si tal vez la batalla hace que aumenten los méritos del vencedor, es también cierto que la batalla deja a muchos débiles tendidos muertos sobre el fango...

Dios, aún antes de que tú fueses, te conoció. Conoció a la pequeña María, a la pequeña "voz", toda ardimiento dentro de su pequeñez y por esto te amó. Las operaciones de gracia obradas en ti las conocerás todas cuando estés en el Cielo. Mas créele a tu ángel: como los latidos del corazón impulsan la sangre en las venas del pecho transformándola en leche para la madre amorosa, nutriz de su recién nacido, y del pezón la vierte en la boca del niño y éste se nutre de ella y crece sin advertir siquiera que su vida y crecimiento se deben a aquel líquido tibio y dulce, así también sin tú saberlo, el Padre Santísimo vertió sus operaciones en ti y te formó en lo que ahora eres. Y más aún: como el lactante sonríe instintivamente al pecho que le nutre sin saber a punto fijo lo que del mismo le viene y tiende a él sus manecitas y su boca ávida, así tú, instintivamente, has tendido a él sin querer otra cosa. Acción recíproca de amor que permitió a Dios formarte y a ti formarte de igual manera, puesto que el éxito del Querer de Dios depende siempre de dos elementos que se integran: Su amor y el amor de la criatura, fundidos en un sólo amor y deseo de hacer lo que es bueno.

"Yo no sé hablar", dijo Jeremías. Y tú dijiste y dices: "Yo no soy diga. ¿Por qué a mí? ¿Es posible que Tú escojas la nada?".

Y el Señor a Jeremías y a ti: "No digas así por qué, pues cualquier comisión que te encomiende tú la harás y dirás lo que Yo estoy contigo para librarte".

¡Oh, cómo se complace el Señor de las nadas humildes y obedientes! No temas, alma mía, tu "nulidad" no sería capaz sino de amar; pero "el Señor extendió su mano, tocó a su "víctima" y te dijo:"He aquí que Yo pongo mis palabras en tu boca para el bien de tus hermanos".

"Cuando sea levantado atraeré todo a Mí", dijo el Redentor.

Tú pediste y obtuviste la cruz y, alzada en ella, esperaste poder, con tu sacrificio, atraer a muchos al Señor. Y el Señor no se limitó a darte esta calamita tan sólo sino que te dio asimismo la otra: su Palabra, a fin de atraer a los hermanos a Dios.

Continua en la cruz hasta el fin y atrae a los hermanos a Dios, sufriendo, recibiendo las palabras, muriendo y dando a cada instante por amor y con amor, con un amor al que temor alguno vence. "Porque el amor total es más fuerte que la muerte y al que las aguas no pueden extinguir ni los ríos anegar". Que al tuyo no le sacudan las apatías de los hombres ni el odio de Satanás.

Permanece en el sitio al que el Señor te trajo, esto es, en su amor, y no temas porque El, antes de que tú le invoques, obra, librando a tu alma del que te persigue.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo".

95-99

A. M. D. G.