30/6/46

Domingo dentro de la octava del Sagrado Corazón y Conmemoración de San Pablo.

 

 

 

La humildad y la confianza

 

sED SOBRIOS

 

 


 

Uno de los escollos del alma es muchas veces la falsa humildad o la débil confianza  

 María, la verdadera Humilde y la verdadera Confiada  

 El tesoro de Dios no perece y Dios no defrauda las buenas voluntades.

   También el hombre debe laborar por sí y unir su trabajo al de Dios. De esta mutua ayuda y de esta cooperación nace la operación santa y perfecta. 

  Pedro, aquella noche, se olvidó de cooperar con Dios y se durmió por tres veces. ¡Qué simbólico sueño y qué simbólico número!

   Y, puesto que El cuida de vosotros, echad sobre El todas vuestras ansiedades

   Sed sobrios. Contentaos con el pan de cada día, esto es, con lo que Dios os da y no queráis más

 


 

Dice Azarías:

"La confianza no debe anular la humildad, ni el reconocimiento de vuestras debilidades la confianza en la bondad del Señor. Un alma que tuviera una de las dos cosas pero se hallase a falta de la otra, será imperfecta y defectuosa su marcha por las vías de la perfección.

Ayer, al hablar el Señor, yo callé. Mas, de haber podido hablar, te habría hecho considerar que Pedro es un ejemplar perfecto del alma que tiene debidamente equilibrada su santidad entre la confianza que anula el temor y la humildad que mantiene el alma en las condiciones que son necesarias para servir al Señor y recibir ayuda de El.

Pedro pecó como hombre y como apóstol. Mas sus pecados como hombre, antes de su elección al apostolado, no fueron óbice para acceder a él, antes por ellos precisamente se robusteció su humildad habiéndose patente su confianza en la Justicia Divina que lo eligió para apóstol.

 

Uno de los escollos del alma es muchas veces la falsa humildad o la débil confianza

 

Uno de los escollos del alma es muchas veces la falsa humildad o la débil confianza. La falsa humildad llega a haceros negar los prodigios de Dios en vosotros. Y ¿para qué? Para oír cómo os dicen: "¡Oh, no! Tú eres merecedor de esto porque eres bueno y eres digno", y así de los demás. La confianza débil, ésta sí que os lleva a dudar de Dios, de su poder y a juzgar sus actos. No tengáis ninguna de estas dos cosas imperfectas.

Sed humildes, pero con la verdadera humildad, con aquella que, ante todo, media en las relaciones entre vosotros y Dios y que Le confiesa humildemente los propios extravíos, presentando siempre a vuestros ojos lo que sois y lo que fuisteis para que así nunca lleguéis a autoproclamaros santos ni a pensar que Dios se vea obligado a beneficiaros por ello. La verdadera humildad, la de los verdaderos santos, reconoce siempre que los meritos de la criatura son siempre como átomos respecto de la magnitud de los dones que el Padre concede a la criatura. Y de este reconocimiento se deriva un aumento de amor y, por ende, de unión con Dios.

La verdadera confianza se abandona al Señor. Sabe lo que es: una nada. Pero está seguro de que Dios es justo en sus actos. Por eso le sirve sin juzgar si el instrumento es imperfecto en su cometido. Se abandona, se pone en las manos de Dios y dice. "Haz de mí lo que quieras". Este acto es el que obtuvo al Salvador para la Tierra.

 

María, la verdadera Humilde y la verdadera Confiada

 

María, en la soledad de su casa, se sobresaltó, no por el milagro que se le anunciaba, "sino por la forma del saludo" que empleó el fúlgido Anunciador. Mas cuando Gabriel húbole explicado por qué el Señor estaba con Ella y por qué era la Bendita entre todas las mujeres, cuando supo que había de ser la Virgen que diese a luz al Hombre y cuando le fue revelado cómo sus intactas entrañas habían de poder llevar un fruto sin que obra de hombre depositase la semilla, es entonces cuando Ella, la verdadera Humilde y la verdadera Confiada, dice: "He aquí la esclava de Dios. Hágase en mí según su Palabra". Y el Verbo dejó el Cielo y se encarnó por obra del Espíritu Santo, o sea, del Amor, y habitó entre vosotros, padeció y murió en la Cruz, siendo el hombre redimido. Y todo por el humilde y confiado "hágase" de María Beatísima.

¿Tanto es lo que os sentís "nada", "miseria" y "fealdad"; tanto lo que os acordáis de haber sido "pecado" y haber causado "dolor" a Dios? Y ¿es por eso que vuestra confianza no osa distenderse? ¡Oh, no!

Ahí tenéis a Pablo, el antiguo Saulo, injusto perseguidor de Cristo en sus siervos, que dice. "Sé muy bien en quién puse mi confianza y estoy seguro de que El es tan poderoso como para conservar mi depósito...". Oye cómo Pablo se tranquiliza, tanto en lo que se refiere a sí como al hombre pasado, al apóstol presente, a la doctrina que la muerte ya no le dejará difundir y, en fin, a todo. El sabe en quién puso su confianza y no teme por nada. Como Dios le sacó de la ciénaga del pecado, como le guió por las sendas del apostolado, así recogerá de las manos del apóstol muerto el tesoro en ellas depositado para consignarlo a otros que lo propaguen, continuando la labor seccionada por la muerte.

 

El tesoro de Dios no perece y Dios no defrauda las buenas voluntades.

 

También el hombre debe laborar por sí y unir su trabajo al de Dios.

De esta mutua ayuda y de esta cooperación nace la operación santa y perfecta.

 

El tesoro de Dios no perece y Dios no defrauda las buenas voluntades. No temas. Como dice el Gradual de la Santa Misa dentro de la Octava del Sagrado Corazón, arroja sobre el Señor tus ansiedades porque cuando un hijo "grita al Señor, El escucha su voz", El que sabe la verdad de las acciones de los hombres, no siendo precisas largas oraciones para expresarle lo que necesita ni para aturdirle a fin de que no se dé cuenta; El, que "escruta y conoce y, sea que uno se siente o se levante, ya lo sabe"; El, que todo lo puede y lo mismo que de Simón hizo un Apóstol, así del fariseo celoso y enemigo del Cristianismo hizo al Apóstol y esto porque, lo mismo en uno como en otro, "la gracia de Dios no fue vana en ellos sino que permaneció siempre" activa y transformante.

Ahora bien, yo quiero explicarte las Epístolas de las dos Santas Misas. Pedro canta el poder de la humildad: "Humillaos bajo la poderosa mano de Dios a fin de que El os exalte en el tiempo de la visitación".

Pedro sabía por experiencia cómo el honor de haber sido tocado por la mano de Dios y señalado como siervo suyo puede inducir al hombre a soberbia y cómo la soberbia, adormeciendo la vigilancia del alma, puede permitir al Tentador inducir al hombre a pecar. El habíalo probado. Se creyó seguro de sí mismo. Era el Cabeza de los Apóstoles. Por eso Dios le había reconocido por el mejor. Aquella noche, pues, se sentía como un soldado dentro de una segura fortaleza: tenía a Jesús-Eucaristía en su pecho. Podía, por tanto, aflojar la vigilancia, complacerse en sí mismo, ceder un tantico a la humanidad y, dejando a Jesús en su pecho, luchar por su cuenta. He aquí un ejemplo de confianza errada. Dios lo puede todo; mas el hombre no debe abandonarse a lo que puede Dios, como si el poder de Dios en favor del hombre haya de ser una obligación para Dios. También el hombre debe laborar por sí y unir su trabajo al de Dios. De esta mutua ayuda y de esta cooperación nace la operación santa y perfecta.

 

Pedro, aquella noche, se olvidó de cooperar con Dios y "se durmió" por tres veces.

¡Qué simbólico sueño y qué simbólico número!

 

Pedro, aquella noche, se olvidó de cooperar con Dios y "se durmió" por tres veces. ¡Qué simbólico sueño y qué simbólico número! Tres son las concupiscencias y tres los sueños del Apóstol que cedió a la humanidad y que, por eso, habíase abandonado, como uno que duerme, al Salteador en acecho. Y, lo mismo que Sansón que, tras haberse adormecido sobre el seno de la Tentación, perdió la unión con Dios, así también Pedro fue un cimbel sin fuerzas en las manos de Satanás que le llevó hasta mentir, renegar y huir con vileza.

Pedro sabía, pues, el mal que un pensamiento de complacencia siembra y que después nace y crece con formas cada vez más pecaminosas, y dice. "Humillaos bajo la mano de Dios". Lo cual quiere decir: que el don de Dios no resulte ruina para vosotros sino que, por el contrario, mediante la humildad que conserva el don y la unión con Dios, El, el Señor, os exalte en el tiempo de la visitación.

El tiempo de la visitación es el de la venida de Dios para premiar o castigar en el último día. Otras visitaciones son: las manifestaciones de Dios en vosotros mediante consejos, inspiraciones o misiones. Mas la visitación de que habla Pedro es el Juicio final. Toda visitación de Dios es exaltación porque es elevación de la criatura a El. Y si la criatura hace mal uso de ella, lo mismo que de estos dones inapreciables, le causará pena y dolor. Mas lo puede remediar con actos de reparación hasta tanto dure la vida, mientras que la última venida ya no admite reparación ni modificación, pues es exaltación o condenación eterna del hombre. Procurad, por tanto vivir de modo que Dios os pueda exaltar en el tiempo de la visitación.

 

"Y, puesto que El cuida de vosotros, echad sobre El todas vuestras ansiedades".

 

"Y, puesto que El cuida de vosotros, echad sobre El todas vuestras ansiedades"

Dios es Padre. ¿Cuál es el hijo que, sabiendo que su padre le ama, cuando le ocurre cualquier cosa, no va a donde su padre para confiarle sus afanes y recibir de él ayuda, consejo y consuelo? Haced, pues, por esta paternidad mucho más grande y perfecta que esa otra relativa y siempre imperfecta según la carne, lo que hacéis en las ocasiones del dolor de la vida mientras vuestro padre según la carne está a vuestra lado. ¿Qué os fuerza a llorar cuando la muerte os arrebata al padre? El saber que ya no contáis con su amor solícito en torno vuestro. El mundo entonces os antoja un desierto al no estar aquél que cuidaba de vosotros.

Mas Dios siempre está y Dios siempre es Padre. Vosotros todos que os sentís intranquilos, no lloréis de aquí en adelante, puesto que tenéis quien desea calmar vuestras ansiedades: Dios. Sedle siempre hijos y El siempre será para vosotros Padre. Para ser hijos suyos es preciso ser "sobrios y vigilar porque el diablo, vuestro enemigo, gira en torno vuestro como león rugiente buscando a quien devorar: resistidle, fuertes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos dispersos por el mundo sufren penas idénticas a las vuestras".

¡Oh, qué bien conocía Pedro los imprevistos ataques del Adversario!  Como sabía también que hay que ser sobrios en todo para así estar vigilantes y rechazarlo. La sobriedad no se circunscribe tan sólo a la comida y a la bebida. Abarca igualmente la sobriedad intelectual y espiritual, ambas necesarias por igual para librarse de Satanás. Por más que uno no beba ni coma como un glotón, si después satisface inmoderadamente su hambre y su sed de ciencia yendo en busca de todas las fuentes para saciarse triunfos y de alabanzas humanas; por más que uno no haga excesos en la mesa ni en otras satisfacciones de naturaleza corporal, si después, en el terreno espiritual, hace degenerar la caridad en sentimentalismo, la piedad en quietismo e, incluso, busca el estremecimiento emotivo de un misticismo estéril porque conmueve los sentidos sin renovar de forma progresiva y continuada el espíritu en el bien y se embriaga de estas exterioridades que va apilando unas sobre otras para alabarse y recibir alabanza de los hombres, ese tal infringe la hermosa sobriedad que no es tan sólo del paladar ni del vientre sino, sobre todo, de la mente y del espíritu que se contrapone a la triple concupiscencia, causa de ruina para las almas.

 

Sed sobrios. Contentaos con el "pan de cada día",

esto es, con lo que Dios os da y no queráis más

 

Sed sobrios. Contentaos con el "pan de cada día", esto es, con lo que Dios os da y no queráis más. El sabe lo que os basta. Querer y procurarse más es venenoso porque este "más" contiene alimento nocivo y sin bendecir.

Y no seáis egoístas diciendo que únicamente a vosotros os suceden cosas penosas, pues cada uno de los hombres lleva su cruz y no es ciertamente señal de predilección divina el carecer de ella o tenerla pequeña. Cuando mejor formado se halla el espíritu, tanto más lo identifica Dios con el modelo: el Hombre-Dios, cuya pasión fue completa. Sabed sufrir, y sufrir con alegría, pensando en que vuestro sufrimiento, unido al de vuestros hermanos, se funde con el sufrimiento de Cristo para la salvación del mundo y la victoria contra Satanás. Saber sufrir, pero con alegría, sabiendo que "con un poco que sufráis, el Dios de toda gracia os perfeccionará, confortará y confirmará, dándoos por último la gloria eterna en premio de vuestro sufrir unido a los méritos infinitos de Jesús Santísimo".

Y después de haberse dirigido Pedro a todos los creyentes y, en particular, a quienes, por haber sido elegidos, deben corresponder con una dedicación absoluta, se presenta Pablo que parece hablar ex-profeso para vosotras, "voces", e, incluso, que hable en nombre vuestro, respondiendo por vosotros al mundo de los incrédulos o de los titubeantes. "Os declaro que el Evangelio que yo predico no es humano, pues no lo he recibido ni aprendido de hombre alguno sino por revelación de Jesucristo".

Y ¿qué otra cosa distinta podéis decir vosotros, portavoces del Señor? ¿Es vuestro lo que decís? ¿O acaso os fue dado por alguien que fuese maestro en la Tierra? No, sino que os viene del Verbo. Es Suyo. Vosotros lo recibís para darlo. No podéis gloriaros de ellos ni rechazarlo. Porque si esto último hiciereis, desagradaríais a Dios, el cual, por otra parte, podría repetir con vosotros el milagro de Damasco y aterraros para persuadiros de que contre el querer de Dios no hay resistencia posible. ¡Cuántos de entre vosotros trataron de rehuir, llenos de pavor, este fulgor sobrenatural que se os venía encima como un rayo celeste! ¡Cuántos, antes de ser voces, casi, o sin casi, menospreciaron o negaron al sobrenatural que viene en busca de un "nada", asegurando que "no podía ser"!

Y bien, ¿os percatáis ahora de que "puede ser"? Mas, puesto que tal vez os asalte la idea de haber pecado con este pensamiento y con la resistencia ofrecida, os digo que es mejor hallarse en esa situación que no desear con ansia ciertos dones, desearlos con tal ansia que os ponga en trance de caer en las redes de Satanás llegando a fomentarlos con la manía de cubriros con vestidos que sólo Dios puede prestar.

Y os digo que haríais mal en gloriaros de ellos, puesto que son dones gratuitos facilitados con fines divinos, no por lo que sois sino porque hay necesidad de vosotros. No es vuestro el poder. Nunca robéis a Dios la gloria que es suya, ya que presto seríais desenmascarados y castigados con el desprecio del mundo y el juicio de Dios.

¿Que algunos, como Pablo, creyendo obrar bien, han rechazado el don? ¿Lo han calificado de superstición al verlo en el corazón de otros? Examinen el porqué. ¿Con que pensamiento lo han hecho? ¿Con el de negar que Dios todo lo puede? Si así es, han pecado. ¿Con el de que hay suficiente con lo que la iglesia posee y que, por tanto, es inútil querer perfeccionar lo que ya es perfecto? Si es con este pensamiento, no ha pecado porque lo que les movió fue un amor respetuoso y celoso "de la tradición de los Padres".

Mas cuando Dios llama, no ofrezcáis resistencia. Imitad a Pablo. Escuchad lo que dice: "... yo inmediatamente, sin prestar oídos a la carne ni a la sangre... me retiré... después... volví a Damasco...", es decir, obedecí al Señor.

De cuando en cuando, pobres almas, un cúmulo de cosas os amedrenta y os acomete la idea de resistir por miedo a pecar desobedeciendo a la "tradición de los Padres". ¡No, queridas almas, no! Escuchad: ¿quién es el más fuerte? Dios. ¿Quién os llama? Dios. Por tanto, sin parar mientes en esto o en aquello, obedeced a Aquel que está sobre todos y caminad seguros. Pensad que estáis marcados con la señal de Dios. El lo sabe. Marchad seguros. Los miedos son de origen satánico para haceros desobedecer a Dios y para arrebatarle a Dios un instrumento. Y las insinuaciones del mundo son un sonido sin valor alguno que se apaga tras haber sonado. Dejadlas sonar. Recogeos en Dios y servidle a El sólo.

La gracia del Señor sea siempre con vosotros.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo".

100-104

A. M. D. G.