14/7/46

Domingo 5.º después de Pentecostés

 

 

eL PERDÓN de las ofensas.

 

Medio para amar a los que nos ofenden

 

 


 

Mi explicación versa siempre, en gran parte, sobre el Introito por ser éste la nota dominante de cada una de las Santas Misas.   

  Ofrecerte por la salvación de las almas y para que el Reino de Cristo, esto es, el amor, se instaure en ellos, éste debe ser para ti, víctima, el objetivo principal de todos tus actos.

   Oh Dios que tienes aparejados bienes invisibles para quienes te aman 

  Infunde en los corazones los sentimientos de tu amor  

 A fin de que, amándote en todo y sobre todo 

  De estas primeras virtudes pasa Pedro a otra más difícil: la del perdón. El perdón de las ofensas es la prueba de vuestra caridad y de vuestra unión con el Verbo. 

  voy a enseñarte el secreto con el que conseguir la victoria contra ese yo humano por demás azuzado con los dardos que de continuo te hieren 

  quien desee amar la Vida y ver días felices, que refrene su lengua del mal y sus labios del hablar fraudulento; evite el mal, haga el bien, busque la paz y se esfuerce por conseguirla

 


 

Dice Azarías:

"También es toda para ti esta explicación a fin de consolarte en esta hora de dolor.

"Escucha, Señor, la voz de mi súplica; sé mi auxilio, no me abandones, no me desprecies, ¡oh Dios, Salvador mío! El Señor es mi luz y mi salvación. ¿A qué temeré?", dice el Introito.

 

Mi explicación versa siempre, en gran parte, sobre el Introito por ser éste

la nota dominante de cada una de las Santas Misas.

 

Mi explicación versa siempre, en gran parte, sobre el Introito por ser éste la nota dominante de cada una de las Santas Misas. Tras él prosigue el canto litúrgico, se desenvuelve y sube cada vez más alto, si bien la nota inicial perdura en todas sus partes. Aquí la nota es de confianza en los divinos auxilios, esos auxilios de los que todos se encuentran necesitados y, en especial, tú, alma mía, que únicamente cuentas con Dios para  ayudarte en esta hora. Pero confía, puesto que una sola mirada de Dios puede más que todas las fuerzas perversas de los hombres juntas.

Cómo puedes pretender tú, pobre criatura, doblegar a los hombres cuando éstos resisten hasta al mismo Señor? Tus palabras y tus pruebas, tras rebotar en el bloque durísimo de su voluntad que te es contraria, caen sin haber dejado huella alguna en su superficie inmutable a cada intento tuyo de penetración. Sólo un querer divino puede penetrarlos como el rayo destruye cuanto hiere. Y el rayo divino es el más fuerte de todos, no habiendo nada que se le resista. Más tú no desees para ellos otros rayos que los del amor, pues también éste es rayo, pero que no destruye antes edifica, transforma, moldea, vuelve buenos a quienes no lo son, hace de los perseguidores sustentadores y, sobre todo, impide la ruina de sus almas.

 

Ofrecerte por la salvación de las almas y para que el Reino de Cristo, esto es, el amor,

se instaure en ellos, éste debe ser para ti, víctima, el objetivo principal de todos tus actos.

 

Ofrecerte por la salvación de las almas y para que el Reino de Cristo, esto es, el amor, se instaure en ellos, éste debe ser para ti, víctima, el objetivo principal de todos tus actos. Ellos duros, tú dulce; ellos enemigos, tú hermana; ellos prontos a herirte y tú a acariciarles. Hasta ahora te has mostrado heroica en este amor contrario al odio, en esta paciencia opuesta a su obstinación de querer deshacer lo que Dios quiere y tú pretendes en nombre de Dios. Ellos han alzado su mano espiritualmente para crucificar tu espíritu. Pues bien, imita al cordero que besa la mano del que le degüella y al Cordero Divino que, lleno de mansedumbre, no se sustrae de las manos de sus perseguidores, antes fuerza al amor a rogar por ellos en sus últimas palabras.

Obra así. Y si ni aún con esto logras ablandarlos y mueres aniquilada ante su muro impenetrable, no temas. Hay justicia en el Cielo. Y justicia habrá para la llama que se apagó dando luz y calor hasta el último extremo, como también la habrá para quienes permanecieron helados y oscuros ante su oscilar amoroso. Confíate a Dios y suplícale tan sólo que no te abandone ni te desprecie y, después, no te preocupes de los abandonos y desprecios del mundo, pues son un honor para quien los recibe porque indican que éste no es del mundo sino de Dios.

 

"Oh Dios que tienes aparejados bienes invisibles para quienes te aman"

 

¿Oyes la Oración? "Oh Dios que tienes aparejados bienes invisibles para quienes te aman".

Tú le amas y más que a ti misma. Todo lo que no sea gloria de Dios no te mueve el deseo de poseerlo. Únicamente esta gloria. Cuanto Dios te concedió se lo entregaste para su gloria. Recuerda, para tu consuelo, el episodio del joven rico que le pregunta al Maestro. "¿Qué debo hacer para poseer la vida eterna?" Y Jesús le contesta: "Tú ya sabes los mandamiento". El le responde: "Los he observado desde mi juventud". Y entonces le dice el Divino Maestro: "Aún te falta una cosa: vende cuanto tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el Cielo. Después ven y sígueme".

Así pues, tras haber observado los Mandamientos desde tu juventud y vendido todos tus bienes con el sacrificio de tu salud, supremo holocausto y el más meritorio, porque, una vez ofrecido por ti –y no aceptado como los otros que Dios te pedía–, te uniste al séquito, no del Rey sino del Mártir. Tus pobres son aquellos para los que conseguiste la amistad de Dios con tu oscura inmolación. Ahora bien, si Jesús Santísimo asegura la vida eterna a quien vende su patrimonio, el suyo material, para darlo como socorro material a los pobres, ¿qué no dará a quienes se despojan hasta de la vida y con esta moneda adquieren la Vida para los que languidecen o mueren en su espíritu?

Lo diste todo y Dios te dará infinitamente. Y ya desde ahora te da infinito amor, te da el bien de su amor sensible y su palabra, anticipos todos ellos del bien inmenso que te aguarda allá arriba: el bien que será El mismo, tu Dios, que ya no se verá obligado a velarse a Sí mismo para adecuarse a la capacidad de la criatura de soportar su presencia.

 

"Infunde en los corazones los sentimientos de tu amor".

 

"Infunde en los corazones los sentimientos de tu amor".

¡Oh! Y ¿de qué vives tú, despojada como estás de todo y de todo privada, sino de su Pan, sino de estos sentimientos de amor divino? Mira a tus hermanos: ¿en quiénes y en cuántos ves que se dé la pingüe medida que Dios te da a ti de Sí mismo?

 

"A fin de que, amándote en todo y sobre todo".

 

"A fin de que, amándote en todo y sobre todo".

El amor hace trueque con el amor, en él todo sacrificio es posible y con él "se consiguen las cosas que Dios tiene prometidas, las cuales superan todo deseo".

¡Son superiores a todo deseo! Verdaderamente, ¿qué criatura, por muy subido que sea su conocimiento del Bien, puede llegar con el deseo de su pensamiento a las lindes, aunque sólo sea a las lindes de lo que es el premio que le aguarda en el Cielo? Y allá, no en las lindes sino adentro, en la beatitud perfecta, se verá inmerso el espíritu de los que, habiendo amado a Dios en todo y sobre todo, habrán conseguido la posesión de Dios: aquí exhausta y allí nutrida; aquí castigada por las criaturas y allí premiada por el Criador.

Olvídate del tiempo y de los hombres. Mira a la eternidad y al Eterno. No está aquí tu sitio. Te encuentras en la Tierra como peregrino en una posada en la que los asalariados te sirven mal o se niegan a servirte. Mas en la Casa del Padre ya no conocerás las desatenciones de ahora. No te aflijas, por tanto, de lo que al presente sufres sino piensa que cada día que pasa te va  acercando a aquel lugar celestial en el que el Padre y los hermanos te amarán como se ama en el Cielo donde tan sólo hay perfección y, entre tanto, aumenta cada vez más tu perfección recordando la Palabra de Jesús Señor Nuestro. "Sed perfectos como lo es mi Padre".

¿Cómo se llega a esta perfección? ¡Oh!, siempre a través del amor. No enseñó otro medio vuestro Maestro Santísimo ni tampoco su primer Vicario el Bendito Pedro. "Manteneos todos concordes, compasivos, amantes de los hermanos, misericordiosos, modestos y humildes". ¿No son acaso amor estas variadas manifestaciones de virtudes cristianas? Amor a los hermanos en las cuatro primeras y amor a Dios en las dos últimas, reconociendo que si por un acto de su bondad os hace ser algo más que los demás, esto es un don de Dios y, por tanto, en dicha elección habéis de ser siempre más modestos y más humildes a fin de que la elección no se cambie a ruina ni a falsa santidad capaz de engañar a los hombres aunque no al Señor; santidad hipócrita de la que se os llamará a justificaros ante el Juez y por la que seréis castigados.

 

De estas primeras virtudes pasa Pedro a otra más difícil: la del perdón.

El perdón de las ofensas es la prueba de vuestra caridad y de vuestra unión con el Verbo.

 

De estas primeras virtudes pasa Pedro a otra más difícil: la del perdón. El perdón de las ofensas es la prueba de vuestra caridad y de vuestra unión con el Verbo. "Ya que si tan sólo amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Amad a los que os odian y presentad la otra mejilla a quien os abofetea". Así dijo Nuestro Señor Jesús porque os quiere salvar. Y si a quien lanzaba un insulto contra su semejante el Sanedrín le condenaba y a quien le ofendía se le prometía el fuego de la Gehena –y esto cuando el Amor aún no había venido a amaestrar y reinar sobre la Tierra en el corazón de sus seguidores– aquél que en la Nueva Ley no sabe amar a sus enemigos ni soportar las ofensas, antes reacciona, animalidad contra animalidad, hecho una fiera pronta a las más bajas reacciones del bruto, se encontrará con un juicio mucho más severo que el del Sanedrín y con un fuego mucho más atroz cuando, despojado de la carne que le servía de coraza haciéndole más ofensivo y oscuro, se presente con su espíritu desnudo ante el Juez que enseñó el amor y redimió con él.

Pedro, eco fiel de su Maestro, repite: "No devolváis mal por mal ni maldición por maldición, sino bendecid ya que para esto fuisteis llamados: para heredar la bendición".

 

voy a enseñarte el secreto con el que conseguir la victoria contra ese yo humano

por demás azuzado con los dardos que de continuo te hieren

 

¡Oh, qué difícil es! ¡Comprendo lo difícil que es! En las criaturas, aún en las más espirituales, no queda anulada la carne y tienta con sobresaltos bajo el látigo de las ofensas. Mas voy a enseñarte el secreto con el que conseguir la victoria contra ese yo humano por demás azuzado con los dardos que de continuo te hieren.

Oye, alma mía: Si tú miras los dardos de las ofensas por lo que son, esto es, ofensas, no las puedes amar. Si tú consideras a quienes te los arrojan por lo que son: injustos, no les puedes amar. Mas si tú ves en los dardos de las ofensas armas de martirio y piensas, como pensaba el bienaventurado Sebastián, que cada nueva flecha era un ala más que se le concedía para su próximo vuelo; si tú las tienes por otras tantas saetas de fuego que, consumiendo en un acelerado incendio tu carne, sirven para purificarla y para desatar la cárcel de tu alma; si tú miras a tus torturadores como a los cooperadores más valiosos en proporcionarte la corona del martirio; si piensas que Dios te ama sin limitación alguna hasta el punto de permitir que seas semejante a sus confesores y te parezcas a su Hijo muerto por los hombres para redimirlos; si tú haces todo esto que te digo, amarás entonces las ofensas que te traspasan, las besarás como los mártires sus cadenas y amarás a quienes, abriéndote el Cielo al quitarte la vida, son, sin ellos saberlo, tus principales benefactores.

"No saben lo que hacen" en el mal. Porque si, de saberlo lo hiciesen lo mismo, ¡pobres de sus almas! Mas, nuevos judíos, creen servir a Dios y salvar al pueblo dando muerte al inocente. Pero "tampoco saben lo que hacen" en el bien, ya que te proporcionan los medios para que seas coronada tras esta última batalla, debiendo amarles por ello.

Nuestro Santísimo Señor Jesús te lo dijo ya al hablarte en una visión: "No hay hombre alguno que sea del todo y voluntariamente malo durante toda su vida. Por eso hay que compadecerles pensando en lo que de bueno hayan podido hacer que nosotros desconocemos". Hazlo así, alma mía.

 

"... quien desee amar la Vida y ver días felices, que refrene su lengua del mal

y sus labios del hablar fraudulento;

evite el mal, haga el bien, busque la paz y se esfuerce por conseguirla"

 

"Por tanto, quien desee amar la Vida y ver días felices, que refrene su lengua del mal y sus labios del hablar fraudulento; evite el mal, haga el bien, busque la paz y se esfuerce por conseguirla".

El Bienaventurado Pedro no se refiere a la pobre vida de una hora sino a la Vida eterna y habla asimismo de los días eternos, de aquéllos que, para los "vivos" en el Señor, serán verdaderamente días felices. ¡Oh!, bien merece saber callar pues el hablar hace muchas veces que se atropelle la caridad aturdiendo al espíritu con el estrépito de las palabras propias y ajenas y, en medio del aturdimiento, puede que se recurra al engaño por ver de sobresalir en el combate con el adversario y así la disputa, en un principio justa, puede degenerar en injusta y el que tiene razón pasar a la ofensa rebasando la medida del respeto y del amor y más que nada, sufre la paz, que se altera en el corazón del otro.

Dios habita en la paz y no resulta conveniente conseguir una pobre victoria humana a trueque de perder a Dios sino antes, sofocando toda rebelión de la parte humana que se encabrita con los latigazos injustos, ceded de vuestro derecho, por justo y lícito que sea, para así hallaros en disposición de adheriros con todas vuestras fuerzas únicamente a Dios. De este modo la paz habitará en vosotros plena y luminosa como una buena amiga y maestra santa, "porque el Señor tiene sus ojos puestos sobre los justos y sus oídos atentos a sus plegarias".Y no "sobre" vosotros sino dentro de vosotros estará Dios porque, conforme a la promesa beatífica del Verbo, los pacíficos estarán en el Padre y el Padre en ellos.

¡Tener a Dios, tener la Paz en vosotros! Nosotros, los ángeles, que sabemos lo que es ver a Dios, podemos muy bien entender qué supone para vosotros tener a Dios, el Pacífico, en vosotros. Y asimismo podemos intuir qué venga a ser la vida de aquéllos que, en un momento de reflexión, comprenden haber obrado mal y, por ello, tener fijos sobre sí la mirada airada de Dios y su severo juicio.

¡Oh alma mía! La paz, la paz, siempre en ti la paz pues te encuentras en el tabernáculo bajo la tienda de Dios. No salgas de ella por más que todos los torbellinos sacudan la tienda y embistan contra el tabernáculo para empavorecerte y los chacales y malandrines merodeen en torno tuyo por el desierto que te rodea. Quédate donde estás, pues si huyeras te perderías y si te enfrentaras te vencerían. Ten presente lo que dice Jesús de su Iglesia: "Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella".

Tú, encerrada como estás en el entoldado sapiencial de Dios, en el tabernáculo de su Corazón y de su Amor, te encuentras como en una Iglesia viviente "y las puertas del mal no prevalecerán". Yo te lo digo porque mi Señor me ordena que te lo diga junto con el Bienaventurado Pedro que os asegura que nadie podrá dañar a quien es celoso del bien y tiene, con verdad, por bienaventuranza el sufrir por la justicia, recordando una vez más las palabras de su Maestro que prometió el Reino de los Cielos a quien sufre persecución por la justicia.

Y con el Apóstol y Pontífice te digo: "No temas sus amenazas ni te turbes, antes santifica en tu corazón a Cristo Señor tributándole la alabanza de su justicia y así tengan que proclamar los hombres: Verdaderamente estaba en ella Cristo viviente, el Santificador, y, por esto, ella venció a su humanidad con sus tentaciones y a cuantos la persiguieron sin razón como persiguieron a Cristo, su Esposo, Maestro y Señor".

Bendice al Señor que te aconseja. Está siempre delante de El y ten tus ojos al Modelo Divino para ir copiándolo fielmente en ti. Apóyate en el que te ama y así nunca vacilarás. Pídele una cosa tan sólo al Señor y busca únicamente ésta: habitar en la casa de Dios bajo la tienda sapiencial que levantó para tu defensa y consuelo, en la seguridad de su vivo tabernáculo, en su Corazón, por todos los días de la vida terrena hasta el momento en que la llama, tras un postrer parpadeo, se destaque de la lámpara terrena y ascienda al Cielo, lucecita que torna a la Luz, fuego diminuto que resulta absorbido por el Fuego Divino y amor de criatura que se diviniza perdiéndose en el de Dios.

¡Gloria, Gloria, Gloria al Señor que otorga divina recompensa a sus siervos y mártires!

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo".

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A. M. D. G.