11/9/1946
Domingo 9.º después de Pentecostés
En la Ley de amor se lavan
igualmente con los sacrificios las ofensas; ...
no debes llamar enemigos sino pobres hermanos a quienes te causan dolor.
No tentemos a Cristo como le tentaron algunos de los que fueron muertos por las serpientes
Nos produce nauseas este alimento tan ligero
Quien crea hallarse de pie, guárdese de no caer
Hasta el presente tan sólo os han asaltado tentaciones humanas
Dice Azarías:
"El salmo es de los tiempos del rigor, por lo que entonces aún se podía pedir venganza contra los enemigos. Mas tanta es ahora en nosotros la caridad y tanta la que debe existir en ti, alma mía, que no nos detendremos a comentar la primera frase del Introito (Dicha frase es ésta: "Haz, Dios mío, recaer los males sobre mis enemigos y, en honor de tu verdad, extermínalos". Salmo 53, versículo 7. N. del T.)
no debes llamar enemigos sino "pobres hermanos" a quienes te causan dolor.
Tú perteneces a los tiempos del amor, eres cristiana y en tus labios tan sólo debe florecer la plegaria en favor de los enemigos. Pero no, no debes llamar enemigos sino "pobres hermanos" a quienes te causan dolor. ¿Pues qué, acaso no se encuentran privados de las verdaderas riquezas al no poseer la caridad, careciendo de justicia, ignorando las voces de lo sobrenatural hasta el punto de no comprender el lenguaje del Cielo al que califican de delirio de la criatura o, lo que aún es peor, de mentira de la misma? ¡Pobres, pobres hermanos tuyos!
Un día les dirá el Señor: "Os hablé y no me reconocisteis. Conforme a mi Palabra, tomé a un niño poniéndolo en medio de vosotros, doctores, y le instruí para que os dijese mis palabras, dado que el Espíritu del Señor se complace en revelarse a los humildes con los que juguetea como un padre con sus pequeños en los que encuentra consuelo. Yo vine y no me acogisteis, os hablé y no me escuchasteis, os llamé y os invité a entrar en la estancia de mis tesoros, que os los abría, y no acudisteis. No os conmovió mi amor y negasteis mi doctrina diciendo que no se conformaba con la que prediqué en Palestina. Os quería hacer ricos y doctos, quería poner en vuestras manos un instrumento enriquecido con nuevas notas para que pudieseis cantar las infinitas y por muchos ignoradas misericordias de Dios convirtiendo los corazones. Os quería santos, ya que mi conocimiento es amor sin que haya límite en el mismo y así el Cristo docente es Dios y Dios es infinito en su amor y en todo el resto de sus atributos, por lo cual quien más conoce más ama y quien más ama más se santifica. Vosotros, santos; vosotros, ardientes; vosotros sabios de 'mí' santidad, de 'mí' amor, de 'mí' sabiduría, os habríais santificado, encendido e instruido. ¡Oh, mi Sabiduría, mi amor y mi Perfección! ¿Por qué no me quisisteis? Ahora sois pobres, más que el pobre Lázaro. A él le cubría sus llagas, mas en su corazón tenía el tesoro de su conocimiento de Dios. Id a vestiros de luz, a aprender el amor, a meditar las palabras que no aceptasteis y cuando os hayáis vestido y adornado de caridad, de verdad y de sabiduría, venid...".
Tú, entretanto, ruega para que, durante el tiempo que les resta, puedan vestirse y adornarse con lo que el Señor exige a los invitados a las nupcias sin que tengan que hacer una penosa espera fuera de la Casa de Dios expiando su dejadez y tibieza y, con ellas, su soberbia y egoísmo.
Por eso tú, en el Introito, detente sobre todo a pedir protección para ti. Nada más. Perteneces al tiempo del amor y el amor quiere ahora el poder de Dios en tu defensa y para su conversión; y basta. Con ello le pedirás al Señor lo que le agrada ya que está de acuerdo con sus deseos, el primero de los cuales es que los hombres se amen como hermanos unos a otros.
Desear que caiga el mal sobre nuestros propios enemigos es cosa sumamente mala,
puesto que es la negación del precepto del amor y del perdón.
"No deseemos cosas malas", dice el apóstol. Desear que caiga el mal sobre nuestros propios enemigos es cosa sumamente mala, puesto que es la negación del precepto del amor y del perdón. Y si tú recapacitas bien, verás que este desear el mal a los enemigos no es tan sólo un pecado de odio sino también de idolatría en el que el ídolo es el propio yo, amado exageradamente, adorado como el señor y el dios más grande, amado tan desordenadamente, hasta el punto de salir del orden por él, ya que, hallándose el hombre compuesto de materia y de espíritu y siendo el espíritu inmortal y heredero del Cielo, es exigencia del orden darle al espíritu lo que le corresponde, esto es, vivir sobrenaturalmente como hijos de Dios, movidos y guiados por el Espíritu de Dios con regia sujeción y filiación excelsa, no viviendo como brutos, fuera de la Justicia, del Camino y de la Verdad, en el desorden de la carne, del mundo y de Satanás.
Dios es Dios, el Único. Ningún otro dios debe sustituir al Dios Único y Santo.
"Yo soy el Señor tu Dios". Dios es Dios, el Único. Ningún otro dios debe sustituir al Dios Único y Santo. El que se ama a sí como si él fuera el único a quien debe tributar honor y gozo, es idólatra de sí mismo. Y la idolatría arrastra al hombre a cultos salvajes como es el de querer el mal y la venganza contra los enemigos y a invocarla para dar satisfacción al yo, saliendo de la Religión Cristiana, es decir, de la Religión verdadera, de la Caridad.
Entre los pecados de Israel enumera Pablo el culto al ídolo de oro. Pondera hasta qué grado de envilecimiento, no sólo de la religión mas también de la razón no lleva la idolatría. El hombre, rey de los animales, que tiene por Padre a Dios y que, como Dios Espíritu, tiene en sí el espíritu que le hace ser imagen y semejanza del Padre –porque el alma es espiritual, libre, inmortal, inteligente, capaz de adornarse con las virtudes que están en Dios, menos el poder creador y aún éste en la justa proporción que debe mediar entre el Altísimo y el hombre, entre el Creador y el creado– el hombre, criatura perfecta, he aquí que llega a adorar la imagen de un siervo suyo animal, de un becerro y, siendo hijo del Creador, llega hasta rebajarse ante una substancia formada por el Creador, ante el pobre oro que brilla tan sólo cuando la luz lo embiste, mientras que Dios es esplendor de Luz Increada e infinita. Y después, bajando aún más, se envilece en la crápula haciendo del comer, no una necesidad sino un vicio y, ebrio después de vino y de comida, se alza para darse a diversiones obscenas, como no lo hacen los animales más lascivos.
Moisés había intuido ya el amor, el cual quiere el bien de los demás
el verdadero bien, más que el propio honor temporal.
Y aquí, incidentalmente, te hago observar la conducta de Moisés. El, santo, declina el honor que Dios quería otorgarle como premio: "... déjame hacer, los exterminaré y después haré de ti el cabeza de una gran nación", mas suplica que sus "pobres hermanos pecadores" sean perdonados y salvados. Moisés había intuido ya el amor, el cual quiere el bien de los demás el verdadero bien, más que el propio honor temporal.
Pablo, a seguido de la idolatría, recuerda la fornicación y su castigo: la muerte de los licenciosos –porque en el Pueblo de Dios, destinado a entrar en la Tierra Prometida, no podía haber impuros, fornicadores, idólatras, homicidas, mentirosos y abominables– a manos de los hijos de Leví, celosos del honor de Dios más que de su amor por la propia sangre, los cuales, "para obtener la bendición, consagraron sus manos con la sangre de sus hijos y hermanos" muertos para reparar la ofensa inferida al Señor.
Ahora, en la Ley de amor, se lavan igualmente con los sacrificios las ofensas; mas no desangrando y matando a los culpables sino, a ejemplo del Redentor Santísimo, ofreciéndose víctimas por ellos; y no sólo las manos y la bendición sacerdotal quedan consagradas sino todo el ser al que le llega la bendición que abre el Reino de Dios a los Santos, a éstos que se inmolan para salvar a los pecadores y reparar las ofensas hechas a Dios.
No tentemos a Cristo como le tentaron algunos de los que fueron muertos por las serpientes
"No tentemos a Cristo como le tentaron algunos de los que fueron muertos por las serpientes".
Dios había provisto a su Pueblo del maná y antes habíale otorgado su protección a partir de la noche de la pasada angélica en Egipto; y ellos, olvidándose de las penalidades sufridas allí y de la milagrosa intervención del Señor, ya había deplorado la falta de los peces, melones, pepinos y otras verduras de Egipto anteponiendo el vientre con sus delicias a las delicias de la independencia y de la unión con Dios.
"Nos produce nauseas este alimento tan ligero"
Dicen de nuevo: "Nos produce nauseas este alimento tan ligero", olvidándose de los que murieron por saciarse en demasía con las codornices que tuvieron antes de llegar a Haserot. Se quejan de no tener agua ni pan habiendo visto el milagro del agua de la roca. Teniendo a Dios que les provee de lo necesario, murmuran de El y le tientan queriendo lo superfluo.
¡Triste ejemplo para muchos cristianos! Y he aquí que, habiendo escuchado el silbido de la Serpiente, insinuadora de concupiscencia, terminan cayendo muertos por las serpientes. Porque quien acoge a Satanás, de Satanás recibe la muerte. ¡Cuántos, tras haber recibido todo de Jesús Santísimo, rechazan al Cordero por la Serpiente y, viendo más tarde con terror el nido de serpientes que se mueven para matarles, se olvidan de elevar su mirada a la Cruz sobre la que está el Salvador!
Los hebreos, en fin, se portaron mal al murmurar contra el Señor que, a cambio de un pequeño sacrifico, quería entregarles la tierra que destila leche y miel.
Diez veces tentadores del Señor, diez veces rebeldes y murmuradores, merecieron morir en el desierto, heridos por Dios, enojado ya por su obstinado espíritu rebelde. Morir en el desierto herido por Dios –cuando se nos asegura lo dichosa que es la morada prometida y la seguridad de su posesión con sólo que lo quiera la voluntad del hombre a la que Dios ayuda de mil maneras, de forma que no hay que temer como algo invencible las insidias del mal– es una gran necedad.
Con todo, esto es lo que acaece de continuo y estos hechos –figura de los acontecimientos que vosotros, llegados al final de los siglos del rigor, o sea, llegados al tiempo de la misericordia, al tiempo que precede al eterno del Gozo, habríais encontrado espiritualmente– no logran impedir al hombre la tremenda necedad de perder el Cielo eterno por el mundo fugaz.
"Quien crea hallarse de pie, guárdese de no caer".
Grave es la advertencia de Pablo: "Quien crea hallarse de pie, guárdese de no caer".
Tened siempre en cuenta cómo los hombres, no obstante el terror que tenían de Dios, pecaron en la antigüedad. Y no digáis: "Habían progresado menos que nosotros". Habéis tenido, es cierto, el perfeccionamiento de la Ley y el auxilio sin medida de los Sacramentos, hechos canales de Gracia por los méritos de Cristo. Pero bien, ¿sois acaso mejores? Habéis progresado en los conocimientos humanos y las nueve décimas partes de los mismos van en contra vuestra. Habéis progresado en el saber, mas no en el espíritu. La malicia es la que os conduce, la soberbia la que os rige y la triple concupiscencia la que os destruye. El egoísmo de los individuos y de las colectividades inunda de lágrimas y sangre el mundo con esporádicas y múltiples efusiones o con verdaderos diluvios mundiales y mortíferos de sangre y de lágrimas.
No habéis progresado, antes, entre aquellos que en la antigüedad eran rapiñadores, idólatras, violentos e incestuosos por no conocer exactamente las leyes morales y religiosas –y los hay todavía entre los salvajes– y vosotros, evolucionados y conocedores de lo que hacéis. Por tanto, nadie se envanezca si hasta el momento actual de su vida no pecó gravemente, ya que en el momento siguiente podría hacerlo por cuanto las riendas que mantienen frenado el yo del hombre están muy relajadas, hallándose en trance de caer por alejarse de Dios.
"Hasta el presente tan sólo os han asaltado tentaciones humanas".
Dice Pablo: "Hasta el presente tan sólo os han asaltado tentaciones humanas". No quiere esto decir con ello que no hay que temer a estas tentaciones o que haya que vivir tranquilos diciendo: "Yo soy tan fuerte que en vano soy tentado puesto que venzo siempre". Quien así dijese, cedería instantáneamente en una tentación espiritual: a la tentación de soberbia que abre el camino al resto de los otros seis vicios capitales. Y la soberbia impediría a Dios derramar con sus dones porque Dios no se comunica a los soberbios y porque los soberbios no recurren a Dios. Mas cuando el Hombre es humilde y ama a su Señor, no le defrauda Dios, fiel como es en su amor, en sus promesas y en el mantenimiento de las mismas.
Jesús Santísimo nunca dijo palabra que no fuese útil y diese fruto. Dijo El: "Cuando roguéis, decid así: 'Padre nuestro... y no nos dejes caer en la tentación mas líbranos del Mal' ". Si os lo dijo es porque sabe que el Padre quiere hacerlo y por eso no ha de permitir que las fuerzas del hombre, hijo suyo, sean inferiores a la violencia de la tentación.
Fíjate bien que yo no digo: "Y el Señor permite que sus hijos fieles sufran leves tentaciones mientras que las de los hijos infieles son fortísimas", sino que digo: "No permite que las fuerzas de su hijo sean inferiores a la violencia de la tentación".
Él quiere que combatáis para que os alcéis con la victoria, pues el mérito debe ser vuestro. La gloria debe guardar proporción con el mérito y con la lucha sostenida. Como buen padrino del guerrero en liza, El le pasa a éste las nuevas armas con las que oponer una resistencia cada vez más válida a los reiterados asaltos de la Tentación; le ofrece el cáliz corroborante de su Gracia y, una vez finalizado el combate, está pronto a acogerle sobre su corazón para coronarle de paz, reservándose el gozo de la gloria paradisíaca para el momento de su retorno a Dios.
Conforta a Pablo, abofeteado tres veces por el envidioso ángel de las tinieblas, para que no tema. Y yo, con él, te conforto, lo mismo que a todos, con las palabras litúrgicas: "Son justos los preceptos del Señor y sus juicios más dulces que la miel". Sed, pues, fieles a ellos, creciendo en gracia y en sabiduría ante Dios y ante los hombres.
Y, por último, os dirijo las palabras del Maestro Santísimo: "Tomad sobre vuestros hombros el yugo de Cristo, pues es dulce y ligero". Tomadlo con santa audacia y heroica voluntad. Tomadlo con absoluta confianza en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, los cuales son Amor y el Amor es fortaleza. A ellos sea dada eternamente la gloria".
121-125
A. M. D. G.