6/10/46

Domingo 17.º después de Pentecostés

 

 

La obediencia

 

lA BUENA VOLUNTAD

 

 


 

Yo siempre hice y hago lo que quiere el Altísimo 

 Estar bautizados, confirmados, absueltos y haber comulgado poco es si tales dones resultan inertes; y, en cambio, es todo si la buena voluntad de la criatura hace que sean activos los dones recibidos a través de los Sacramentos 

 ¡La buena voluntad! ¡Qué arma tan poderosa para vencer! 

  Y ¡es tan hermoso, hombres, que vuestro Padre, que es Dios, sea el que tome lo que sus pequeños hacen y lo haga semejante a lo hecho por un Dios, completándolo con su bondad! Nosotros carecemos de esto, siendo justo que así sea. 

  ¡cuán bello es y cómo os debe llenar de gozoso reconocimiento el pensar que para servirle y ayudarle en la Redención y en el apostolado se sirva El de los hombres y no de los ángeles, y que para hacer dioses de sus hijos, los hombres, ponga a contribución

   Los deseos, los santos deseos, sabes, María, qué son Son el propio deseo de Dios inspirado por El en los corazones de sus hijos y, en especial, de los más amantes,... 

  Sean alabados el amor que salva y el Dios inspirador de las acciones de los santos.

 


 

Dice Azarías:

"Tanto en las grandes como en las pequeñas cosas siempre te trata Dios con misericordia, con paternal misericordia, exigiendo de ti únicamente la obediencia. Porque, consiguiente a la obediencia, viene una vida sin mancha voluntaria y una conducta ajustada a la ley del Señor y a su querer. Dios Santísimo nada que no sea el bien de sus hijos puede querer y por eso el que obedece a su querer practica el bien en la medida de su capacidad y Dios se conforma con esa proporción por ser equivalente a la totalidad de cuanto la criatura le puede dar.

 

 "Yo siempre hice y hago lo que quiere el Altísimo".

 

Y aún reporta un nuevo fruto la obediencia: el de unir estrechamente con Dios. Dichosos aquellos que pueden decir lo que Jesucristo a quien le reconvenía: "Yo siempre hice y hago lo que quiere el Altísimo". La obediencia, al unir estrechamente con Dios y casi fusionar con El mediante la identificación en el querer –pues Dios quiere el bien de la criatura y ésta, a su vez, el bien que Dios quiere de ella– hace efectivamente que descienda Dios con su amor a habitar en quien le ama puesto que la obediencia es amor. Y entonces, como el que predomina es siempre el más fuerte, –y aquí el más fuerte es Dios– sucede que quien opera es Dios, poseedor absoluto del espíritu fiel; y la criatura, al hallarse tan penetrada y dominada por el Divino y en el Divino, no realiza ya acciones propias sino divinas que, por ser tales, no pueden ser sino acciones santas, privadas de contagios diabólicos, como así lo pide la Oración en su invocación.

Esta unión absoluta, esta total donación a Dios, este anularse en Dios despojándose del yo para ser absorbidos por Dios –el yo es material y no se puede con él penetrar en el Señor que es puro Espíritu– predispone a esa unión, donación, humildad, caridad, paciencia y mansedumbre que Pablo asegura ser esenciales para poder ser verdaderos cristianos, unidos a Cristo, unidos a Dios y unidos al Espíritu con el vínculo de la paz entre los hermanos y de la caridad en sus dos ramas que se extienden: una al Cielo para abrazar el trono de Dios y la otra por la Tierra para acariciar al prójimo. Entonces es cuando realmente formáis un solo cuerpo y un solo espíritu, todos unidos en el Señor, con una sola fe, un solo bautismo y un solo Padre que está sobre todos y en todo, especialmente en los miembros del cuerpo de Cristo, miembros vivientes en los que viven y vivifican realmente las gracias infusas.

 

Estar bautizados, confirmados, absueltos y haber comulgado poco es

si tales dones resultan inertes;

y, en cambio, es todo si la buena voluntad de la criatura

hace que sean activos los dones recibidos a través de los Sacramentos

 

Estar bautizados, confirmados, absueltos y haber comulgado poco es si tales dones resultan inertes; y, en cambio, es todo si la buena voluntad de la criatura hace que sean activos los dones recibidos a través de los Sacramentos, convirtiendo en realidad eterna la esperanza que alegra el destierro de los llamados por Dios al gran pueblo de Dios.

 

¡La buena voluntad! ¡Qué arma tan poderosa para vencer!

 

¡La buena voluntad! ¡Qué arma tan poderosa para vencer! Como dice el Gradual, el Señor mira a sus hijos desde el Cielo y los ve animados del buen deseo de servirle aunque incapaces de hacerlo perfectamente. Ahora bien, ¿acaso se desanimará Dios por esta vuestra incapacidad de obrar con perfección? ¿O por ventura dirá: "Por mucho que hagan, no podrán entrar aquí, a mi Paraíso, en el que tan sólo entran las cosas perfectas y las criaturas perfectas, puesto que ellos son imperfectos como imperfectos son igualmente sus actos?".

¡Oh!, no. Aquel Dios que con una palabra creó los cielos reuniendo las moléculas de los gases y formó los astros y la Tierra; y, agrupando las diversas partes esparcidas por el cosmos, hizo la masa sólida que es vuestro mundo, las otras ardientes que son los astros y las líquidas que son los mares, cosas todas ellas que, a partir de entonces, constituyen el Universo, ¿no podrá tal vez hacer obras perfectas con vuestras acciones deformes e imperfectas, es cierto pero realizadas con buena voluntad?

 

Y ¡es tan hermoso, hombres, que vuestro Padre, que es Dios, sea el que tome

lo que sus pequeños hacen y lo haga semejante a lo hecho por un Dios,

completándolo con su bondad! Nosotros carecemos de esto, siendo justo que así sea.

 

 

¡cuán bello es y cómo os debe llenar de gozoso reconocimiento el pensar

que para servirle y ayudarle en la Redención y en el apostolado

se sirva El de los hombres y no de los ángeles,

y que para hacer dioses de sus hijos, los hombres,

ponga a contribución su poder que es todo amor!

 

Con fe, esperanza y caridad ardiente dejadle hacer y El lo hará. La santidad es obra conjunta del buen querer heroico de los hijos de Dios y del poder de Dios que completa y hace perfecto el buen querer heroico de sus hijos. Y ¡es tan hermoso, hombres, que vuestro Padre, que es Dios, sea el que tome lo que sus pequeños hacen y lo haga semejante a lo hecho por un Dios, completándolo con su bondad! Nosotros carecemos de esto, siendo justo que así sea. Siempre es justo. Mas ¡cuán bello es y cómo os debe llenar de gozoso reconocimiento el pensar que para servirle y ayudarle en la Redención y en el apostolado se sirva El de los hombres y no de los ángeles, y que para hacer dioses de sus hijos, los hombres, ponga a contribución su poder que es todo amor!

Todo lo podéis con sólo que viváis como hijos sobre vuestro Padre que es Dios Altísimo llegando a hablarle como a un amigo paternal, atreviéndoos a pedirle que anule el ya inminente castigo contra los perjuros que le ofenden y dé cumplimiento a esos deseos atrevidos que os brotan del corazón a impulsos de vuestro encendido amor.

 

Los deseos, los santos deseos, ¿sabes, María, qué son?

Son el propio deseo de Dios inspirado por El

en los corazones de sus hijos y, en especial, de los más amantes, ...

 

Los deseos, los santos deseos, ¿sabes, María, qué son? Son el propio deseo de Dios inspirado por El en los corazones de sus hijos y, en especial, de los más amantes, siendo tanto más atrevidos tales deseos cuanto más el hijo ama a Su Dios. Y así el deseo de Dios, inspirado por El y acogido por la criatura amante, es lanzado como flecha de oro a los pies de Dios, y el espíritu, a su vez, sube tras ese dardo precioso para pedir las cosas que a la humanidad se le antojan locuras pero que son acciones del amor. Son, pues, el propio deseo de Dios que quiere hacer realidad estas locuras para su gloria.

¡Oh vosotros, amadores, que hacéis vuestros los deseos de Dios hacia vosotros, sois los sublimes locos en el seguimiento del Divino Jesús, loco de amor hasta la muerte de Cruz! Sois los locos de la sublime locura del amor y del sacrificio. ¡Lanzaos! ¡No temáis! El mundo, si aún ha de obtener misericordia, necesita de santos locos como vosotros. Y de vosotros tienen asimismo necesidad las almas si todavía se han de salvar. Ellas, las más, ya no saben salvarse a sí mismas. Se encuentran con las alas rotas, desgarradas, quemadas. Se arrastran y caen a tierra. Vuestro sacrificio, vuestra locura de amor les devuelven alas y pupilas tornando a ellas el deseo de lo alto y, resurgiendo, buscan a Dios, abren las alas...

Es vuestra sed de amor, es vuestro inexhausto desear lo que Dios quiere y vuestro cumplir lo que Dios desea, lo que las arrastra al Cielo. La carne, el mundo y el demonio es el lazo que las retiene. Vosotros quemáis ese pesado lazo, colocáis en su cuello el áureo cordón de la caridad y las lleváis con vosotros a lo alto, a lo alto, al Cielo, a Dios.

 

Sean alabados el amor que salva y el Dios inspirador de las acciones de los santos.

 

Loado sea el Amor que inspira y alabado el amor que opera. Sean alabados el amor que salva y el Dios inspirador de las acciones de los santos. Alabanzas a los santos que cooperan con Cristo y al Amor, al Amor, al Amor!

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo".

Noche del 6 y 7 de octubre. Me despierto entre sufrimientos de agonía física y el Adversario, para atemorizarme, insinúa: "¿Cómo has de presentarte ante Dios? El Juicio... el castigo...". Le respondo luchando contra el miedo: "Haré como todos, desde Adán hasta el último de los hombres: Morir. Y además, para estar segura en el último momento, confiaré más que nunca en la misericordia de Dios". Se marcha vencido y, con él, desaparece igualmente mi agonía física... Me adormezco plácidamente en el seno de Dios.

12 de octubre, a las 16 horas. Me corroe como un veneno la insinuación de Satanás –tengo la seguridad que es él–: "Tú que tanto deseas ir al Cielo para reunirte con tu padre, tienes que saber que nunca le has de encontrar. Ni a tu padre ni a tu madre. También allí sufrirás eso". Respondo para calmar la angustia de tal pensamiento: "No sufriré. Amaré a Dios. No se puede sufrir por duelo de nadie ni de nada cuando se está gozando de Dios".

147-149

A. M. D. G.