20/10/46
Domingo 19.º después de Pentecostés
eL AFÁN DEL HOMBRE POR LA PROPIA SALUD Y PROSPERIDAD
qUE NO SE PONGA EL SOL SOBRE VUESTRA IRA
¡Cuánto afán hay en el hombre por la propia salud y prosperidad!
El hombre, aun el católico, no se esfuerza por vivir y obrar conforme a la moral cristiana
Dice Azarías:
¡Cuánto afán hay en el hombre por la propia salud y prosperidad!
"¡Cuánto afán hay en el hombre por la propia salud y prosperidad! Si bien se considera, el hombre se ve atormentado y ligado por este afán perenne como un galeote a su banco. Es una obsesión que despoja la vida hasta de ese poco de felicidad material que la salud o la prosperidad en los negocios le pueden prestar. ¡El miedo al día de mañana! ¡El temor a las enfermedades! ¡La preocupación por una posible pérdida de dinero, del empleo, de la hacienda, el pánico a las perturbaciones meteorológicas para el campo, las epidemias para los criadores de animales, las revueltas obreras para los industriales y las revoluciones nacionales para la mayor parte de los pueblos.!
El hombre, que nada puede hacer contra estas cosas inmateriales, bien que producidas por fuerzas materiales; el hombre que se ve impotente ante los microbios, los hurtos, los despidos, los rayos, el granizo, el viento, los terremotos, la peste y los motines, vive con el dogal del temor puesto al cuello. Este vivir sin paz es la consecuencia de haber hecho del materialismo la ley de su vida. Si el hombre fuese espiritual en sus afectos y pensamientos no temblaría así. En primer lugar, porque levantaría su mirada a Dos regándole; y, en segundo lugar, porque diría: "Esto no es más que un tránsito y la meta es el Cielo. El tránsito, sin duda alguna, es penoso pero la meta, en cambio, luminosa y feliz. Soportemos hoy para así gozar mañana por una eternidad. Temblemos únicamente de perder la meta y no perder una cosa cualquiera en el tránsito, cosa que no podremos llevar allí, a la meta. Ingeniémonos tan sólo con la constancia y la fe, con la caridad, la esperanza y las demás virtudes en allegarnos al tesoro que habremos de llevar con nosotros al lugar de la meta. Y confiemos en el Señor que nos dice: 'Yo soy la salud del pueblo, en cualquier tribulación que me llamen, Yo les atenderé' "
Ahora bien, la petición contenida en la Oración ¿cómo puede conciliarse con la ofrenda de las almas víctimas? Yo te hablo a ti porque lo eres, como también lo son todas las pequeñas voces y, a través de ti, les hablo a las otras almas víctimas. ¿Cómo podréis hacer vuestra la súplica de la Oración cuando os ofrecisteis a la inmolación que Dios aceptó? ¿Desandaréis el camino alejándoos del lugar de vuestro suplicio? ¿Por ventura le suplicaréis al Padre que os devuelva la salud, el bienestar, los afectos, en fin, todo cuanto le ofrecisteis para ser víctimas? ¿O le suplicaréis tal vez dirigiéndole estas palabras? No. Podéis, es cierto, dirigírselas, pero elevando a tal altura vuestro espíritu que le pidáis lo más perfecto, esto es, que Dios, aplacado, "aleje de vosotras toda adversidad espiritual a fin de que, libres en el alma (de las tentaciones y turbaciones) y en el cuerpo (de la preocupación por el mañana y de los apetitos naturales de la carne, apetitos que no constituye pecado sentirlos antes mérito el no consentirlos) podáis entregaros con libertad de espíritu al servicio de Dios". Viene a ser de este modo súplica perfecta, del todo sobrenatural y angélica, muy superior a la mayor parte de las peticiones de los hombres en las que las preocupaciones materiales ocupan el 98% de las mismas.
Y meditemos a Pablo que continúa enumerando las condiciones precisas para ser realmente cristianos. Renovarse en el espíritu de la mente, o sea, asumir un pensamiento que contemple y juzgue los acontecimientos y acciones que se hayan de soportar o llevar a cabo desde un punto de vista sobrenatural.
El hombre, aun el católico, no se esfuerza por vivir y obrar conforme a la moral cristiana
El hombre, aun el católico, no se esfuerza por vivir y obrar conforme a la moral cristiana. Vive de continuo en un compromiso entre el cristianismo y la carne, entre el cristianismo y el mundo, entre el cristianismo y Satanás, olvidado de esta palabra solemne: "No se puede servir a la vez a dos señores". Por el contrario, el hombre sirve a más de un señor: a sí mismo, al mundo y a Satanás. ¿Cómo entonces ha de poder ser jamás de Dios si ya lo es de tres Mammones exigentes y feroces?
¿Cómo el hombre se rinde y sigue esclavizado a estos Mammones? Admitiendo, desde su más tierna infancia, los pensamientos de la carne, del mundo y de Satanás. Aun sin advertirlo y por puro mimetismo se identifica con cuanto le rodea que, excepcionalmente, ni aun en el núcleo base que es la familia llega a ser perfecto. Mas, una vez llegado a la madurez, capaz por tanto de distinguir del todo entre el bien y el mal, entre el espíritu del siglo y el espíritu sobrenatural, entre lo que es cristianismo y lo que no lo es, el cristiano, que de verdad quiere ser tal, tiene el deber de renovarse en el espíritu de la mente y de revestirse del hombre nuevo, que es el nacido de los frutos del sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo, ese hombre nuevo, recreado en la justicia y en la verdadera santidad. Y ¿cómo es este hombre nuevo? Sincero como lo fue Jesucristo aun frente al peligro de muerte por decir la verdad. Porque la sinceridad fue una de las características principales de Jesucristo, característica que El la impuso a sus seguidores diciendo: "Sea vuestro hablar: sí, sí; no, no".
Y es lógico que así sea pues Jesucristo es el Antagonista de Satanás que es Mentira
mientras que Jesucristo es Verdad.
Y es lógico que así sea pues Jesucristo es el Antagonista de Satanás que es Mentira mientras que Jesucristo es Verdad. ¿Cómo uno que se dice de Cristo ha de poder asumir las características de Satanás? Por eso el hombre ha de renovar su mente con fidelidad heroica a la sinceridad. Sinceridad con todos y en todas las circunstancias, sin pararse a calibrar las posibles ventajas derivadas de la mentira y los posibles perjuicios provenientes de la sinceridad.
La mentira es como la lepra que se va agravando tan pronto aparece la primera mancha. Nadie querría ser leproso como tampoco mentiroso. Con la mentira uno, no sólo se daña a sí mismo, mas también al propio espíritu y a los hermanos. Porque, bien sea que les engañéis a cuenta de los demás o acerca de vuestras intenciones; que les levantéis falsos testimonios, calumnias y murmuraciones; o que, por no enemistaros con ellos, no les advertís. "Tú yerras en esto y en lo otro; tú tienes éste o aquel defecto", con esto perjudicáis a vuestros hermanos que son "miembros" lo mismo que vosotros y, por tal motivo, deben servirles los otros miembros, como acontece en vuestro cuerpo en el que entre los órganos y miembros existe un mutuo intercambio de ayudas y de funciones.
Si la virtud fuese la regla, ¡qué dulce resultaría la convivencia entre vosotros!
Mas los que dominan son el vicio multiforme, los siete pecados capitales y los egoísmos
Si os encolerizáis, guardaos de pecar. ¡Es tan difícil la convivencia en una sociedad en la que la virtud es la excepción y el vicio la regla...! Si la virtud fuese la regla, ¡qué dulce resultaría la convivencia entre vosotros! Mas los que dominan son el vicio multiforme, los siete pecados capitales y los egoísmos; con lo que la vida se hace desagradable y difícil y unos a otros os procuráis continuos motivos de inquietud.
Advertid, con todo, qué prudente es el Apóstol al exigir la virtud a los cristianos. No impone una virtud inhumana e imposible cual sería la de no inquietarse por nada. Por más que la inquietud no se desborde y trasluzca al exterior, una ofensa, una desobediencia o un engaño no pueden por menos de desequilibrar el corazón, agitarlo y conmoverlo, surgiendo así una aversión hacia el culpable de la ofensa, de la desobediencia o la traición. Esto es humano.
Pero en el verdadero cristiano, al ser el espíritu más fuerte que la carne, se aplaca presto el movimiento humano y, por más que persista la amargura de lo sucedido, se perdona, no se reacciona contra el que nos procuró tan amarga experiencia y no se lleva a cabo venganza alguna contra el culpable. He aquí, pues, que, como dice Pablo: "Si os airáis, podéis y debéis no pecar". No se puede impedir que el yo deje de sufrir por una ofensa recibida; mas esto no es pecar. Se peca cuando se devuelve ofensa por ofensa faltando a la caridad.
Que no se ponga el sol sobre vuestra ira.
Ciertamente, el que no perdona no ama y el que no ama rechaza a Dios y acoge a Satanás.
Es ésta una verdad poco meditada pero ciertísima.
Que no se ponga el sol sobre vuestra ira. Recuerda la frase evangélica: "Si al tiempo que estás ante el altar para hacer tu ofrenda te acuerdas de que tu hermano está airado contigo, deja la ofrenda a los pies del altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano". El sacrificio de vuestro resentimiento, si sois vosotros los ofendidos, o de vuestra soberbia, de ser vosotros los ofensores, vale muchísimo más que el sacrificio material o el rezo maquinal. Y ningún valor tienen la ofrenda ni los rezos y hasta el mismo Sacramento, de no ir precedidos de la caridad que es perdón y humildad. Sí; que no se ponga el sol sobre vuestra ira. ¿Cómo encomendaros a Dios en la oración de la noche, en esa oración tan santa y apropiada para ahuyentar los fantasmas nocturnos y las sugestiones diabólicas, tan agudas a esas horas, si tenéis con vosotros a Satanás, al abrigar rencor contra quien os ofendió o perjudicó? ¿Cómo rezar la Oración por excelencia si no perdonáis? "Como nosotros perdonamos a nuestros deudores", decís. Mas si no perdonáis, tampoco seréis perdonados. Perdonad, pues, cada día el mal que cada día os hayan hecho. No deis entrada al demonio. Ciertamente, el que no perdona no ama y el que no ama rechaza a Dios y acoge a Satanás. Es ésta una verdad poco meditada pero ciertísima.
Los ladrones son mucho más numerosos de lo que se cree.
Los ladrones morales son sin número
y los espirituales, que roban dones espirituales, una tercera parte
El que roba, que no robe más. De cuántas maneras se puede robar te lo explicó ya Jesús, Señor Nuestro Santísimo. Muchos se rebelarían si se les dijese: "Sois unos ladrones", pues, efectivamente, jamás robaron un ochavo ni un grano de uva. Mas el latrocinio no es sólo de dinero, alimentos o alhajas. Los ladrones son mucho más numerosos de lo que se cree. Los ladrones morales son sin número y los espirituales, que roban dones espirituales, una tercera parte. Verdaderamente, ¡hay tantos que no tienen en cuenta ni meditan que el décimo mandamiento dispone no desear los bienes ajenos! Ahora bien, si el desear es ya pecado, ¿cómo no ha de ser hurto el apropiarse de lo que es de otros, ya sea esto un afecto humano (la mujer ajena, seducir a la hija de otro apartándola de su deberes de hija), un empleo o bien un don de Dios con el que se reviste como de gloria propia llegando hasta a denigrar al que lo recibió de Dios para persuadir a los demás de que este tal no era posible que fuese beneficiado, atormentándole con ello y haciéndole dudar de su razón, de su alma, del origen del don y así de lo demás, y después gozar él de su expolio como de cosa propia? Sí. Esto es hurto con la agravante de dolo y premeditación. Y ¡ay de quien tal hace!, pues sólo con una sincera confesión del pecado, una restitución y reintegración de lo tomado o aminorado se puede obtener el perdón.
"Mas realice algún trabajo honrado en ayuda de los menesterosos" aconseja el Apóstol. ¡Trabajo honrado! ¡Cuánto habría de decir sobre esto! pero tú comprendes y yo callo; y perdonemos ambos por amor a la caridad para que así yo pueda elevar mi espíritu y tú el tuyo, como el sacrifico vespertino, y esparcir grato olor a los pies de Dios. Espíritus purificados hasta de la más leve sombra contra la caridad, perfumados con la paciencia y la mansedumbre y aromatizados siempre, siempre con el perdón.
Siempre así, alma mía, y entonces, por más que sigas caminando rodeada de tribulaciones, alma víctima que, desde hace años, vas trepando hacia tu calvario por un sendero tanto más arduo cuanto más cercanas están la cumbre y tu consumación, Dios estará contigo y te confortará tendiendo su mano para defenderte de tus martirizadores y adversarios a fin de que no traspasen el límite, ese límite que Dios conoce y que su prudencia quiere sea respetado, porque herirte y combatirte rebasando el límite, sería poner a prueba las fuerzas de tu alma y ésta es una imprudencia que Dios no permite.
Dios permite las pruebas para dar mayor bienaventuranza; mas no así los caprichos y antojos injustos, pues lo que quiere es la salvación y no la muerte de los espíritus y muy especialmente de aquellos que se entregaron con generosidad a su gloria.
Y termino con el augurio litúrgico. "Que tu conducta pueda secundar hasta el fin los santos designios de Dios".
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo".
152-155
A. M. D. G.