27/10/46
Último domingo de octubre
Festividad de Cristo Rey
y Domingo 20.º después de Pentecostés
eL QUE QUIERA POSEER LA GLORIA ETERNA
QUE SE ABRACE AL SACRIFICIO
Contemplemos, pues, las luces de la Santa Misa de Cristo Rey
Un himno perpetuo de gracias debería brotar del corazón de los hombres por tanto amor
Díceles el Padre de un modo perfecto: Pídeme y Yo te daré los pueblos en patrimonio...
La vida del cristiano es perpetua milicia y milicia heroica,
Pensar siempre que, de todos los momentos, aun de los mejores, habrá de darse cuenta
Prudencia en el hablar. ¡Cuánto se peca con las palabras!
Prudencia en el proclamarse a sí mismo y decir a los demás: Yo estoy por encima y mando.
El mismo Dios prometió por boca de su Verbo que quien espera en El no se verá defraudado.
Dice Azarías:
Contemplemos, pues, las luces de la Santa Misa de Cristo Rey
"Doble va a ser la labor de hoy puesto que, de una parte, ha de completarse el ciclo litúrgico y, de otra, no puede quedar sin celebración la solemnidad de hoy. Contemplemos, pues, las luces de la Santa Misa de Cristo Rey.
Da ésta comienzo con una frase que suministra la clave para entender cómo se alcanza la gloria. Dice: "Es digno el Cordero que ha sido inmolado de recibir el poder, la divinidad, la sabiduría, la fortaleza y el honor. A El la gloria y el imperio por los siglos de los siglos".
¿Quién es el Cordero? Es el Hijo de Dios y de María Inmaculada. Desde la eternidad recibió vida del Padre y en el momento preciso recibió de la Madre la humanidad, llegando a ser Jesucristo. Por ser Jesucristo ¿dejó acaso de ser Dios? No, no dejó de serlo sino que asumió igualmente la naturaleza humana, llegando a ser verdadero Hombre a fin de poder ser Salvador, es decir: Jeos(c)iuá.
Los doctos explican cómo ese nombre quiere decir Salvador. Pero, alma mía, tiene asimismo otra muy profunda significación. Contempla y compara el Nombre de Dios, tal como lo expresaban los hebreos, con el nombre del Hijo de María. Poseen idéntica raíz para significar el mismo origen y la misma naturaleza. Jesús, por tanto, quiere decir Dios, Dios todavía. Y con la final os(c)iuá quiere decir salvación (En efecto, el nombre "Jesús" –en hebreo Yehoshua– significa: "Yahvé –o Jahwé– salva"). Mas su descendencia, y hasta su procedencia del Padre Dios, se confirma con la raíz del nombre.
Siendo Dios, ¿podía acaso Aquel que es llamado Cordero no ser digno de
recibir el poder, divinidad, sabiduría, fortaleza y honor?
Siendo Dios, ¿podía acaso Aquel que es llamado Cordero no ser digno de recibir el poder, divinidad, sabiduría, fortaleza y honor? No sólo era digno de estas cosas sino que las tenía por su propia naturaleza divina. ¿Es pues un error entonces decir que el Cordero es digno de recibirlas? No lo es. Desde el momento en que el Verbo se hizo carne y llegó a ser el Cordero de Dios para la gran Pascua redentora, El, a la perfección propia de Dios, unió la naturaleza de Hombre y, como todos los hombres, tuvo una libre voluntad, pasiones, sentimientos y sentidos.
El Padre Santísimo en nada coartó a su Hijo encarnado y le trató como a cualquier otro hombre a fin de que su santidad de Hombre fuese real, perfecta y pareja con su Santidad de Dios. Si el Padre hubiese atado o limitado la libertad, los sentidos y sentimientos de su Hijo; si –como lo podía haber hecho– hubiese impedido al demonio, al mundo y a la carne todo contacto con su Hijo encarnado, la Humanidad del Hijo y su Santidad de hombre habrían quedado reducidas a una simple apariencia. Mas el Padre quiso la plena y perfecta Santidad del Hijo que se hizo Carne para que la Víctima fuese realmente el Cordero sin mancha, hostia inmaculada e inmoladora pro omnibus.
El Hijo de Dios fue tentado, no una sino mil y mil veces en su Humanidad, puesto que únicamente
en ella podía serlo, y tentado por su propia Humanidad, por el mundo y por el demonio
El Hijo de Dios fue tentado, no una sino mil y mil veces en su Humanidad, puesto que únicamente en ella podía serlo, y tentado por su propia Humanidad, por el mundo y por el demonio, perseverando de su libre voluntad Santo y Fiel a la Ley, a la Justicia y, por tanto, a su Misión. Y, por ello, fiel también al Sacrificio para cuyo cumplimiento tomó Carne.
Y he aquí cómo, por esto, Aquel que, siendo Dios hízose Hombre, Víctima y Cordero, es digno de recibir, incluso en cuanto Hombre, lo que ya poseía como Dios: la gloria y el imperio por los siglos de los siglos.
De no haberse sacrificado –ésta es la clave– no los habría tenido.
Y así, por su amor al sacrificio, que es la forma más alta del amor, se le entregó al Cordero
el cetro de Rey de Reyes y Señor de Señores.
De no haberse sacrificado –ésta es la clave– no los habría tenido. Y así, por su amor al sacrificio, que es la forma más alta del amor, se le entregó al Cordero el cetro de Rey de Reyes y Señor de Señores.
El que quiera poseer la gloria verdadera que se abrace al sacrificio y, de esta suerte, imitando al Cordero, participará con El de la gloria beatífica.
Canta la Oración: "Oh Dios omnipotente y eterno que quisiste restaurar todas las cosas en tu amado Hijo, Rey del Universo". ¿Veis, almas, el deseo de Dios y de su generosidad amorosa? No había otro sino Dios que pudiese aplacar a Dios y restituir a su prístina perfección el Orden turbado en el Edén. Ese Orden era: que aquéllos que fueron creados a imagen y semejanza de Dios, pudiesen gozar de El siendo dioses en el hermoso Paraíso.
No era conveniente que el espíritu, concedido por Dios, emanación de Dios, Padre de los hombres, se perdiese en éstos tras la muerte de la carne. Como tampoco lo era que un exilio perpetuo mantuviera a los espíritus justos alejados de la Morada del Padre en un limbo sempiterno. No era conveniente: lo primero, por la dignidad que acompaña a cuanto procede de Dios; y lo segundo, por la Justicia de Dios. A los justos les era debido un premio, y ¿cuál otro sino el Paraíso? Mas en el Paraíso no podían entrar las almas inficionadas con la culpa original que no hay purgatorio que la anule. De ahí la necesidad de anular dicha Culpa y de ahí también la necesidad de que un Dios restableciese el Orden e, incluso, lo sublimase, ya que la purificación de la Culpa no viene ahora exclusivamente por una herencia, como habría sido la de los hombres a través de un Adán y de una Eva fieles, sino a través del Sacrificio de un Dios-Hombre, a través de sus méritos infinitos y de su Doctrina que, acogida por las almas de buena voluntad, las hace imitadoras del Hijo de Dios en sus obras y en sus virtudes.
¡Cuánto no hubieran tenido que dejar de envidiar los ángeles a los hombres si
la bondad de Dios Padre y la Generosidad de Dios Hijo,
nacidas y sostenidas por su infinito Amor, no hubiesen mandado a los hombres el Salvador,
El sacrificio, el amor heroico, la imitación del Mártir divino y la coparticipación de las pobres criaturas en la Pasión de un Dios con iguales méritos y frutos, si bien teniendo siempre en cuenta la diferencia existente entre Dios y el hombre, no hubieran sido posibles de no haber provocado la culpa de dos la necesidad de la Encarnación y de la Redención Santísimas. ¡Cuánto no hubieran tenido que dejar de envidiar los ángeles a los hombres si la bondad de Dios Padre y la Generosidad de Dios Hijo, nacidas y sostenidas por su infinito Amor, no hubiesen mandado a los hombres el Salvador, el Maestro perfecto en el que los hombres que quieren llegar a ser "dioses" deben mirarse para imitarle a fin de condividir la gloria de Jesús Santísimo en el Cielo!
Vuestras coronas no son ya las ingenuas y fáciles coronas que los hijos del hombre habrían tenido en el Edén sino las áureas, espinosas y preciosas coronas reales de los hermanos de Cristo, del Coronado Rey del dolor, del Coronado Rey de la Gloria, las coronas del martirio de duras ramas espinosas emperladas de sangre, las coronas de gloria emperladas con vuestros sacrificios que os esperan en el Cielo.
"Hermanos", exclama el Apóstol, "demos gracias a Dios Padre que nos ha hecho dignos de participar en la suerte de los santos en la Luz y, librándonos del imperio de las tinieblas, nos ha transportado al reino de su amado Hijo, en cuya sangre tuvimos redención y remisión de nuestros pecados".
Un himno perpetuo de gracias debería brotar del corazón de los hombres por tanto amor
Un himno perpetuo de gracias debería brotar del corazón de los hombres por tanto amor. Un himno, no de vanas palabras sino de latidos de amor y de acciones santas hechas a imitación de Cristo. Un himno de reconocimiento y de alabanza por haberos hecho copartícipes con Cristo de la redención de los hermanos (Colosenses 1, 24), por haberos hecho hermanos de su Verbo, de Jesús, Hijo de Dios y de María, del Dios Perfectísimo, del Perfectísimo Hombre, del Rey eterno que restituyó a los hombres "la imagen del Dios invisible", del verdadero primogénito "por el que todas las cosas fueron hechas en la Tierra y en el Cielo, siendo todo creado por medio de El: 'Palabra' y en atención a El, o sea, para que el amado del Padre pudiese llegar a ser Rey de Reyes tras asumir todas las realezas: la Humanidad, la Sabiduría, el Dolor, la Tiara de Pontífice (La misión sacerdotal de Jesús aparece descrita proféticamente en el Salmo 109 y, teológicamente, en Hebreos 5; 7, 1-10, 18) y el imperio sobre la Muerte" (1.ª Corintios 15, 20-28; 54-57, y Apocalipsis 20, 11-21, 4).
Y si vosotros sois hermanos de tal Perfección es por la Sangre Preciosísima que al Padre plugo que su Hijo la tomase y derramase, humillando la plenitud de su divinidad unida a la Carne inmaculada, sobre el patíbulo de la Cruz a fin de reconciliar "las cosas de la Tierra con las del Cielo". Y, Hermano Perfecto como es, os tiende su Mano y os entrega el cetro para que, como se lee, en la historia de Esther (Esther 15, 4-19), lo beséis y no tengáis ya que temer al Rey grande y terrible que, para vosotros que le amáis e imitáis, es Hermano al que no debéis temer.
Díceles el Padre de un modo perfecto: "Pídeme y Yo te daré los pueblos en patrimonio..."
Díceles el Padre de un modo perfecto: "Pídeme y Yo te daré los pueblos en patrimonio...". Y El, el Rey sublime, os pide a vosotros, a vosotros que amáis y sois los predilectos; y pide a los pecadores, y se vuelve a vosotros para que unáis vuestras súplicas a la Suya, vuestro sufrimiento actual al suyo pasado y, todos unidos, laboréis con El en la extensión de sus dominios hasta los últimos confines de la Tierra. Sentíos orgullosos de esta elección y militad heroicamente bajo el lábaro de Cristo Rey para después reinar con El en la gloria del Cielo.
Militar heroicamente es comportarse con arreglo al código que Pablo establece para sus cristianos. La vida del cristiano es perpetua milicia y milicia heroica, por cuanto se halla en lucha constante contra las mismas cosas contra las que combatió Jesucristo Santísimo durante sus 33 años de vida terrena a fin de continuar siendo Cordero sin mancha.
La Liturgia de este tiempo que precede al Adviento va preparando los ánimos para el tiempo de Navidad recordando, a través de las epístolas, en qué condiciones debe mantenerse el cristiano para disfrutar del don excelso de la Encarnación del Verbo.
Pensar siempre que, de todos los momentos, aun de los mejores, habrá de darse cuenta
Vivir prudentemente acompañados de las propias acciones sin perder un tiempo que no sabéis si después lo podréis recuperar. Pensar siempre que, de todos los momentos, aun de los mejores, habrá de darse cuenta. Momentos de tibieza, de frivolidades vanas, de holgona somnolencia y hasta de pecado. Aprovecha, por tanto, cada instante a fin de reparar el mal hecho o el bien dejado de hacer. El mañana nunca es seguro. Así pues, hacer uso del presente es siempre un don de Dos que, con él, os da la posibilidad de adquirir méritos a sus Ojos Santísimos.
Hay que ser prudentes, es decir, hay que recapacitar antes de hacer cosas que un impulso interno os mueve a hacer y que, al parecer, son buenas; pues el demonio suscita impulsos, buenos en apariencia, pero que después resultan equivocados. A las veces el demonio, hasta de una inspiración o de un don verdaderamente divinos, se sirve para sugestionar al mal, ya menospreciándolos, exagerándolos o dándolos todavía como existentes cuando ya pasaron. Esta es la razón de la caída de muchas almas a las que Dios habíalas escogido y que no acertaron a ser prudentes y tanto más vigilantes cuanto los dones e inspiraciones fueron más sublimes. Prudencia en los pensamientos, en los actos, en el uso del don y en la fidelidad a la inspiración. Que no dé lugar a que brote el humo de la soberbia ni el ánimo de la exageración que todo lo desbarataría.
Aprender a leer la voluntad de Dios.
Todo esto se consigue en una vida recogida, mas no así en una vida disipada.
Saber callar y saber escuchar en silencio las reacciones de la conciencia ante las voces que oye. Recordar que todo lo que viene de lo alto proporciona siempre paz y fortaleza, mientras que las voces de los sentidos y de las seducciones, lo que procede del Adversario envidioso comunica siempre turbación y hace que el yo se avenga a la seducción que la sensualidad ejerce sobre la parte inferior y el orgullo y la mentira sobre la mente. Aprender a leer la voluntad de Dios. Todo esto se consigue en una vida recogida, mas no así en una vida disipada.
Dice Pablo: "No os embriaguéis con el vino, fuente de lujuria, antes llenaos del Espíritu Santo" (Efesios 5, 15-20, y Proverbios 23, 29-35). ¡Oh!, no hay que temer tan sólo al vino extraído de la vid, sino y, mucho más aún, al vino de la soberbia que embriaga tanto más que el zumo de la vid. La soberbia no hace del hombre un superhombre sino un pigmeo, un animal, tan sólo un animal racional –y aun esto es poco por cuanto la soberbia ofusca la razón–, un animal, no ya un dios, y esto debido a la ausencia del Espíritu Santo que huye de los soberbios y de los impuros. Por lo demás, la soberbia es la impureza del espíritu. La presencia del Espíritu de Dios diviniza al hombre, al tiempo que la soberbia le priva de este Espíritu y el hombre se degrada.
Prudencia en el hablar. ¡Cuánto se peca con las palabras!
Prudencia en el hablar. ¡Cuánto se peca con las palabras! Palabras licenciosas, palabras de murmuración, palabras iracundas y palabras vanas. Sabed refrenar vuestra lengua haciéndola órgano de alabanzas para Dios y de edificación para vuestros hermanos y no instrumento con el que herir y producir escándalo.
Prudencia en el proclamarse a sí mismo y decir a los demás: "Yo estoy por encima y mando". Aquellos que son realmente más que los demás, sean humildes en su grandeza, hermanos mayores (Mateo 23, 8-12) y no déspotas de los menores. Los menores, a su vez, sean humildes y, con su obediente humildad, ayuden a los mayores en el desempeño de su misión. Y todo se desarrolle en el amor a Jesús Santísimo que fue humilde como ninguno (Mateo 11, 28-30; Filipenses 2, 5-11) y para la gloria de Dios.
Los antiguos hebreos podían, dentro de su dolor desprovisto de la fraternidad con Cristo Santísimo, sentarse a las orillas de los ríos de Babilonia y llorar acordándose del Señor cuyo enojo habían merecido (Salmo 136). Mas los cristianos, aunque hayan pecado, deben seguir adelante, levantarse tras la caída, purificarse con la Sangre del Cordero, recobrarse con el Pan de los fuertes y marchar confiadamente porque saben que, para defender su causa y aplacar al Padre, tienen a su favor la Hostia pura e inmaculada que lleva por nombre Jesús.
El mismo Dios prometió por boca de su Verbo que quien espera en El no se verá defraudado.
El mismo Dios prometió por boca de su Verbo que quien espera en El no se verá defraudado. Que esta promesa confirme a los buenos, conforte a los débiles, mueva a los culpables a un humilde arrepentimiento y los cristianos todos encuentren en ella una luz de amorosa alegría que les haga avanzar hacia el Reino de Dios.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo".
155-159
A. M. D. G.