29/12/46
Domingo infraoctava de Navidad
La Palabra de Dios es siempre juicio
y está puesta permanentemente
como piedra de contraste ante los hombres
la era de Dios reinará después de la era de Satanás.
El descenso de la Palabra sobreviene generalmente en el silencio de las horas íntimas, ...
Los caminos de Damasco se repiten para infinidad de criaturas.
Dice Azarías:
La Palabra de Dios es siempre juicio y está puesta permanentemente
como piedra de contraste ante los hombres
"La Palabra de Dios es siempre juicio y está puesta permanentemente como piedra de contraste ante los hombres. Según sea su metal, así son diversas las reacciones y, según sean las reacciones, así es también el juicio de Dios.
La Palabra de Dios, que bajó por primera vez a medianoche en tiempos de la ira para ser castigo inexorable contra los conculcadores de los siervos de Dios y por segunda vez, a medianoche, en el tiempo de la misericordia para ser potentísimo amor salvífico, continúa siendo, a través de los siglos, juicio y piedra de contraste de los hombres. Castigo inexorable para quienes se burlan de Ella y por su causa persiguen a los que permanecen fieles a la misma. Y por el contrario, amor potentísimo que salva y amaestra para los que, con buena voluntad, van en busca de esta Palabra y la aman como a esposa muy querida de su espíritu, de la que jamás se apartan por encontrar en Ella todas sus delicias.
El descenso de la Palabra sobreviene generalmente en el silencio de las horas íntimas, ...
El descenso de la Palabra sobreviene generalmente en el silencio de las horas íntimas, cuando el hombre se encuentra dentro de sí mismo recordando sus actos, estos actos que realizó durante el día con el deseo humilde de obedecer al Señor en sus preceptos de santidad y de doble amor, o con descarado desprecio de Dios, de la moral y del amor.
Con dulce y prolongado coloquio del Espíritu Divino con el espíritu del hombre, o con un breve y fulgurante grito de Dios al pecador, la Palabra de Dios desciende a las horas más impensadas eligiendo el momento en que el yo se encuentra solo consigo mismo. Y canta el amor o ruge la ira, dulce como caricia o temerosa cual chasquido de saeta, promesa de una más grande beatitud o advertencia de un rayo tremendo de Dios. Y, por más que amenace, por más que aterre, es siempre misericordia. Aterra queriendo levantar de nuevo. Fulmina para purificar y ciega para dar visión.
Los caminos de Damasco se repiten para infinidad de criaturas.
Los caminos de Damasco se repiten para infinidad de criaturas. Y dichosos aquellos que supieron alzarse sobre sí mismos con la materia reducida a cenizas por la misericordia de Dios, con sus ojos cerrados a las vanidades del mundo dispuesto a transformarse de enemigos en siervos de Dios y tanto más dispuestos cuanto más les hace Dios ver lo que han de sufrir por su Nombre.
Y dichosos igualmente aquéllos que, habiendo sido siempre amigos de Dios, no se ensoberbecen por la Palabra que les ama, antes, con humildad, la obedecen en cuanto les ordena y aconseja y, sin cálculo alguno ni avaricia, la ponen en práctica y la difunden movidos únicamente por el amor, el honor y la gloria de Dios.
Son dichosos todos ellos, lo mismo los que caminan hacia la perfección siguiendo la marcha constante de su buena voluntad que aquellos que lo hacen mediante una intervención milagrosa de Dios que les anonada cuando van por el camino del Mal a fin de hacerles retornar al camino del Bien mediante la Palabra, cambiándoles de niños que eran a adultos, dispuestos a recibir la herencia paterna cual corresponde a hijos inteligentes, dignos de llevar tal nombre.
El estar bautizados y ser cristianos por la virtud del Santo Bautismo, habiendo nacido por él
a la Luz y perteneciendo a la gran Sociedad de los "vivientes", es una gran cosa.
Mas eso no basta.
El estar bautizados y ser cristianos por la virtud del Santo Bautismo, habiendo nacido por él a la Luz y perteneciendo a la gran Sociedad de los "vivientes", es una gran cosa. Mas eso no basta. Bastaría, es cierto, si en la infancia material el alma se presentase a Dios Reclamada por El. Nada más se requeriría entonces para entrar a formar parte del gozoso pueblo de los Cielos. Pero, como todo aquél que nace de mujer crece en edad, debe asimismo, a semejanza del Primogénito de todos los nacidos y de todos los "vivientes", crecer igualmente en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres (Lucas 1, 80; 2, 39-40 y 51-52.).
La Santa Iglesia, Esposa de Cristo y Madre por tanto, Madre fecunda de sus nacidos, vela y administra los tesoros de su Esposo, los infinitos tesoros que Cristo acumuló y que con su Sacrificio hízolos fuentes perennes de Gracia y de Salvación. Y, de esta suerte, las almas pueden crecer y nutrirse, crecer y robustecerse, crecer y alcanzar la edad adulta en la que, de niños que aún no pueden hacerse cargo de la herencia paterna, llegan a ser herederos que toman posesión de los bienes del Padre.
El niño entonces, el espíritu perezoso, apático y desganado no pasará, a la hora de su muerte,
de niño a heredero sino que deberá sufrir por largo tiempo para reparar sus tibiezas, egoísmos
y ligerezas hasta alcanzar la edad perfecta.
La Iglesia ofrece al lactante y al chiquitín el alimento que debe tomar. Ahora bien, si éste lo rechaza o lo recibe con náuseas, si prefiere mezclarlo con otros alimentos o sustituirlo sin más, en vano la Madre Iglesia le ofrecerá los alimentos que hacen del chiquitín un adulto espiritual, uno que "vive" y que "ve", ya que tiene en sí la Vida y la Luz como amigas. El niño en tal caso no crecerá sino que morirá o, cuando menos, quedará estancado en el infantilismo que, si bien no es culpa, tampoco es santidad heroica y así, mediante una larga expiación, deberá alcanzar la edad perfecta en medio de los fuegos purgativos y misericordiosos. El niño entonces, el espíritu perezoso, apático y desganado no pasará, a la hora de su muerte, de niño a heredero sino que deberá sufrir por largo tiempo para reparar sus tibiezas, egoísmos y ligerezas hasta alcanzar la edad perfecta.
"En tanto que el heredero es niño, por más que sea dueño de todo, en nada difiere del siervo y permanece bajo tutores y cuidadores hasta el tiempo prefijado por el padre". He aquí contenida en las palabras precedentes la advertencia de que el hombre, siempre niño en la perfección respecto a la Infinita Perfección, está obligado a permanecer bajo tutela y en la obediencia de su Madre la Santa Iglesia, la cual, perfecta como es en las cosas del espíritu, sabe cómo conducirle, con que alimentos nutrirle y con qué medicamentos curarle para defenderle de los venenos del pecado original, de la carne, del Mundo y de Satanás. Por más que se borre la mancha, el fomes (El fomes, según Santo Tomás, es la desordenada y habitual concupiscencia del apetito sensitivo y tiene dos efectos: la inclinación al mal y la dificultad con respecto al bien.) no desaparece y Satanás sopla en el fuego rastrero del fomes para que, además de serpentear causando quemaduras molestas, se avive produciendo llama que abrasa y destruye. La Santa Iglesia esparce sus bálsamos, sus crismas, sus aguas y la Sangre Divina de Cristo para calmar las tempestades, apagar las llamas, medicinar las quemaduras, hacer incombustible al espíritu para que no sea pasto de las llamas y reconforta con el Cuerpo y la Sangre vivificantes de Jesús Santísimo al que se ve exhausto de fuerzas por su lucha contra los repetidos asaltos de Satanás y de la carne.
Por eso, el tomar el alimento que ofrece
la Santa Madre Iglesia Romana, Única, Católica y Universal, es, si se quiere vivir
y llegar a ser herederos del Reino del Padre, un deber más que una necesidad
Por eso, el tomar el alimento que ofrece la Santa Madre Iglesia Romana, Única, Católica y Universal, es, si se quiere vivir y llegar a ser herederos del Reino del Padre, un deber más que una necesidad. Por lo que quien así no lo hace, acudiendo de continuo a sus tesoros, se expone imprudentemente a los desfallecimientos y a la muerte. Y, asimismo, el que asegura no ser necesario todo eso y que la Santa Iglesia es una institución inútil de la que no necesitaron las almas que supieron hacerse espirituales, se expresa de un modo satánico y por su boca habla aquel que odia a la Iglesia en la misma medida que a Cristo, al que, aun antes de que existiese el hombre, se negó a rendirle adoración (Formulación breve y clara de cuanto se dijo en el comentario de la Santa Misa de la Inmaculada).
No podéis en manera alguna conservaros espirituales, si es que por la gracia de Dios y mediante los alimentos que la Madre Iglesia os ofrece llegasteis a serlo, si no continuáis viviendo en Ella, con Ella y de lo que la misma os proporciona.
¡Ojalá pudieseis permanecer sumergidos como están los peces en la pecera, en la fuente de siete brazos, sin jamás salir de ella, para que así os vieseis libres del mordisco de Satanás! Aquel que dice: "Dios está conmigo y, por tanto, ya no tengo necesidad de la Iglesia", por este solo pensamiento soberbio se aparta de la Iglesia y de la Vida y a los ojos de Dios aparece manchado con la baba de la infernal Serpiente.
Tanto más creceréis en sabiduría y en gracia, cuanto más viváis obedeciendo y amando
a la Santa Iglesia de Cristo
Tanto más creceréis en sabiduría y en gracia, cuanto más viváis obedeciendo y amando a la Santa Iglesia de Cristo. Tanto mayor robustez viril de los fuertes alcanzaréis, cuanto más succionéis la Vida de sus santos pechos. Y tanto más estaréis en Dios y con Dios, y tanto más estará Dios con vosotros, cuanto más estéis en la Santa Iglesia Romana, Católica y Apostólica por cuyo cuerpo circula la Sangre Santísima de Jesús. Señor mío y vuestro. ¡Ay de quien de Ella se aparta! ¡Ay, tres veces ay, de quien hace que otros se aparte de la Iglesia! ¡Ay de quien, poniendo a prueba a las almas o seduciéndolas, las tienta para que se aparten o relajen sus contactos con ella, diciendo: "No acudáis a la fuente ni al granero porque, si es verdad que estáis con Dios y Dios con vosotras, nada importa que dejéis de nutriros con los alimentos eclesiásticos"; o bien: "Mientras Dios esté con vosotras, podéis muy bien dejar de hacer eso".
Y nunca tal sucederá, pues es una institución eterna
contra las que ni Satanás podrá conseguir victoria.
Nunca hasta ahora llegó la orden ni el consejo, procedente de la Palabra, de prescindir de la Iglesia ni de sus jerarquías. Y nunca tal sucederá, pues es una institución eterna contra las que ni Satanás podrá conseguir victoria. Y por más que ahora la violencia del infierno y la avalancha de las herejías y de los pecados del mundo parezcan quererla atropellar, todo ello no pasará de ser un rudo golpe que la hará tambalear y sufrir, pero del que saldrá más hermosa, resultando de viso brillante sus vestidos a los que tantas cosas empolvaron y de púrpura su manto de perseguida. Lágrimas y sangre son necesarias para blanquear el viso y empurpurar el manto de la excelsa Esposa de Cristo que no ha de morir.
Tras la oscuridad viene la luz. Siempre es así: en la creación del mundo, en el despuntar del día, pasada la noche, y en el sucederse de las épocas y de las eras. La propia corrupción produce de la muerte elementos de vida. De las oscuras fosas de los comentarios se desprenden llamitas danzantes, recogidas, podrían suministrar luz y calor. Hasta en los períodos espirituales, más tristes en los que, al parecer, la Muerte haya de apagar la Vida, las Tinieblas vencer a la Luz y la materia aniquilar al espíritu, la Vida, la Luz y el espíritu vienen a quedar vencedores. Resultan atropellados y quedan ocultos, como sucede con el grano lanzado al surco y cubierto de estiércol durante los tristes meses del invierno. Parece quedar despreciado ese grano sepultado bajo capas de polvo y entre el hedor del estiércol. Parece hallarse perdido para el sol y el sol para él. Mas, precisamente, no ser ya granito ligero que el viandante puede triturar con el pie, el viento desplazar a cualquier lugar y el pajarillo engullir, antes llegar a ser una planta estable, galana, útil, próspera, multiplicada de valor y de poder, benéfica y triunfante bajo el sol de los meses más bellos.
La corrupción inunda y anega con sus densas ondas. No temáis.
Es lo que se necesita para hacer despertar a los adormecidos
y hacerles desear las voces de lo alto.
La Luz parece oscurecerse y llegar la Muerte (Lo que sigue es de un realismo, de un optimismo y de una exactitud teológica verdaderamente impresionantes. A Cristo debe asemejársele su Iglesia. Ella, que es sacramente de universal salvación, debe participar plenamente en la suerte del Misterio Pascual del Divino Salvador. Para la Iglesia, por tanto, no se dará plenitud del Espíritu Santo, glorificación, asunción y resurrección sino tras la muerte, la sepultura y los sufrimientos espirituales, morales y físicos. ¡Es necesario penetrar esta gran verdad!). La corrupción inunda y anega con sus densas ondas. No temáis. Es lo que se necesita para hacer despertar a los adormecidos y hacerles desear las voces de lo alto. La lucha es útil para mantener fuerte al atleta. Las náuseas de la corrupción hacen desear lo que es puro. Las tinieblas impelen a buscar la luz y el materialismo, llevado a límites pavorosos, engendra impulsos hacia la espiritualidad.
La Humanidad, prendida como una pelota por Satanás,
pues habíase adormilado en la neblina de épocas sin luchas religiosas
y lanzada con escarnio al fango,
por la propia reacción del golpe saldrá rebotada a lo alto.
La Humanidad, prendida como una pelota por Satanás, pues habíase adormilado en la neblina de épocas sin luchas religiosas y lanzada con escarnio al fango, por la propia reacción del golpe saldrá rebotada a lo alto. Llegará la era del espíritu tras ésta de materialismo. La era de la Luz retornará después del oscurantismo actual. La era de la Vida sucederá a la casi mortal agonía. Surgirá la era de Dios para prestar fortaleza en la lucha postrera. Y, por último, la era de Dios reinará después de la era de Satanás.
¡En pie, cristianos, con la plenitud de vuestra caridad, por Dios, por la Iglesia, por el prójimo y por vosotros! Dios Padre os envió a su Hijo, y Hermano vuestro por la Madre, a fin de que fuese vuestro Maestro y Redentor y vosotros fueseis hijos de Dios. Y, al ser hijos, Dios infundió el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones y así El grita por vosotros: "¡Abba! ¡Padre!".
El hombre, aún el más perfecto, nunca sabría rogar con esa amorosa violencia que obtiene el milagro, todos los milagros. Y entonces, he aquí que el Espíritu de Dios ruega en vosotros para vosotros a fin de obtener cuanto os es útil y necesario y que, por ser santo, sirve para santificaros. Es siempre el Espíritu del Señor el que, encerrado en los corazones de los fieles, suplica y grita con gemidos inenarrables. "¡Abba! ¡Padre!".
¿De qué teméis, pues, cuando podéis llamar "Padre" a Dios?
¿Cuando el mismo Espíritu de Dios lo dice por vosotros,
confesando que podéis llamaros hijos del Padre y que sois hijos de Dios?
Y lo dice por vosotros: ¿De qué teméis, pues, cuando podéis llamar "Padre" a Dios? ¿Cuando el mismo Espíritu de Dios lo dice por vosotros, confesando que podéis llamaros hijos del Padre y que sois hijos de Dios? ¿Cuando el mismo Espíritu al que Dios ama infinitamente, siendo una misma cosa con El, ruega y clama por vosotros? (Además del fragmento de la epístola a los Gálatas 4, 1-7, aquí comentado, véase: Romanos 5, 1-5; 8, 14-27).
Arriba, pues, y no temáis por las cosas que suceden. No temáis. No sois siervos que pueden ser desposeídos de un momento a otro y carecen del derecho a los bienes del Padre de familia sino que sois hijos, nacidos a la Verdadera Vida por los méritos de Cristo y conservados en ella por estos mismos méritos que la Esposa de Cristo maternalmente os ofrece. Sois hijos, y por ello, no puede seros arrebatada la herencia paterna que, igualmente, tampoco puede ser desbaratada, ya que el Reino de los Cielos es intangible a los elementos disgregadores que en la Tierra, a falta de coraza, dañan y menoscaban. Los rayos de Satanás y las desencadenadas ordas de los ensatanados, las lúgubres ordas del negro Príncipe Rebelde, no alcanzan las luminosas playas en las que es completo el gozo de los santos, donde la paz se perfecciona y donde es tan sublime la caridad que sólo más allá de la vida conoceréis su magnitud y su superbeatífica dulzura.
Este gozar, este permanecer en paz, esta posesión de la Caridad es ya dicha de los verdaderos siervos de Dios aquí donde os encontráis y que yo, ángel del señor, os la auguro cada vez más perfecta; dicha que allí os aguarda. Vuestra es. Es de quienes, contra todo y contra todos, saben llegar a ser y continuar siendo hijos de Dios.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo".
187-190
A. M. D. G.