19/1/47

Domingo 2.º después de la Epifanía

 

 

lA NECESIDAD DE PONER EN PRÁCTICA

 

EL DÉCIMO MANDAMIENTO

 

 


 

se pone de manifiesto la necesidad de poner en práctica el décimo Mandamiento desde la infancia y en todas las cosas si se ha de alcanzar la justicia hasta en las cosas santas

   Con todo, al lado de los ateos que blasfeman de Dios negándolo, de los racionalistas que lo hacen rebajándolo, de multitud de herejes que lo vituperan mutilándolo y de los indiferentes que blasfeman de El preteriéndolo... hay otros pecados, precisamente c  

 Amar a Dios con todas las fuerzas propias, con el alma, con el corazón y con el entendimiento, y amar al prójimo como a nosotros mismos,  Lo que no hicisteis con uno de éstos, tampoco lo hicisteis conmigo 

  La Sabiduría quiere el amor en todas las cosas y en la práctica de todas ellas. No pide la exterioridad del acto sino el alma del mismo.

   Amad con perfección. Amando es como amaréis a vuestro Padre y le honraréis por amor, no por la utilidad que ello os pueda reportar. 

  Porque si tiene caridad tendrá también alegría en su corazón, dado que únicamente el odio es el que proporciona tristeza de espíritu puesto que genera pecado y aparta de Dios.

   Y, en fin, vosotros que sufrís por haber servido a la justicia, bendecir a los que os persiguen. 

  la Santa Misa, el rito de los ritos, como, a su vez, la Eucaristía es el Sacramento de los Sacramentos  

 los fragmentos y episodios evangélicos son una mina de enseñanzas

 


 

Dice Azarías:

 

se pone de manifiesto la necesidad de poner en práctica el décimo Mandamiento

desde la infancia y en todas las cosas si se ha de alcanzar la justicia hasta en las cosas santas

 

"Grande es la lección que contienen la Epístola de San Pablo. Lección en la que se pone de manifiesto la necesidad de poner en práctica el décimo Mandamiento desde la infancia y en todas las cosas si se ha de alcanzar la justicia hasta en las cosas santas.

Porque, alma mía, se puede llegar a ser injustos hasta en lo que es justo. No porque las cosas justas puedan por sí mismas cambiarse a injustas sino porque el hombre las puede desordenadamente apetecer y practicar. Y lo mismo acaece con las cosas santas. El hurto o, al menos, el deseo inmoderado y concupiscente de lo sobrenatural se halla más extendido de lo que se cree, llegando a adquirir tintes de violencia y de estabilidad que ni el hurto material y el deseo inmoderado los tienen.

La concupiscencia de ser semejantes a Dios, no porque tal deseo provenga del conocimiento de vuestra condición y del amor, que os muevan a conseguir una perfección que os haga dioses, sino del orgullo, es la misma concupiscencia de Lucifer. Y como toma la forma y la violencia del Rebelde, toma igualmente su tenacidad.

Os dijo vuestro Maestro Santísimo: "Sed perfectos como mi Padre". Por eso no es culpa sino obediencia tender a esa perfección que os asemeja a vuestro Padre. Ahora bien, la perfección comporta justicia y en la justicia hay únicamente amor. En la justicia y en el amor hay siempre humildad y sabiduría, y en la humildad y sabiduría el deseo de ser semejantes a Dios, que no se ha de confundir con el orgullo ni con la ignorancia de quererlo ser en poder y en infinitud a fin de hacer las mismas cosas que El hace y aún mayores, superándole, dominándole y destronándole, diciendo: "Yo soy", como trató de hacerlo Lucifer y como lo dijo, sino que permanece puro y todo amor, nada más que amor. Amor que mueve a los hijos a imitar al Padre y al Hermano divinos para ser perfectos en la bondad y en la caridad. En esto y no en la sed de hacer las obras estupendas que hace Dios, Creador y Señor del Cielo y de la Tierra.

 

Con todo, al lado de los ateos que blasfeman de Dios negándolo,

de los racionalistas que lo hacen rebajándolo,

de multitud de herejes que lo vituperan mutilándolo

y de los indiferentes que blasfeman de El preteriéndolo...

hay otros pecados, precisamente con el pecado de concupiscencia espiritual,...

 

Con todo, al lado de los ateos que blasfeman de Dios negándolo, de los racionalistas que lo hacen rebajándolo, de multitud de herejes que lo vituperan mutilándolo y de los indiferentes que blasfeman de El preteriéndolo –categorías de hombres a las que los católicos que se tienen por perfectos no cuidándose, antes de juzgar a los demás, de ver si hay alguna viga en su pupila (y si lo hiciesen observarían en su ojo una brizna al menos que bastaría a ofuscar su vista) (Mateo 7, 1-5; Lucas 6, 39-42) juzgan severamente escandalizándose de ellas– hay otros pecados, precisamente con el pecado de concupiscencia espiritual, que se encuentran (¿como no?) entre las filas de los católicos que se creen fervorosos, y lo son a su manera. Lo son, mas con injusto fervor y on desordenado amor. En tiempo de Jesús Nuestro Señor ellos estarían en las filas de los fariseos. Actualmente se encuentran entre los desordenados en religión.

¡Y son tantos...! Son todos aquellos que –lo son únicamente porque no dejan pasar día sin ir a la iglesia, respetan la abstinencia y el ayuno a toda costa, hasta el punto incluso de desatender al marido, a la mujer o a los hijos y, de este modo, fomentar en ellos la libertad que, en un buen católico, debería ser el cuidado de impedir que surja; o, faltando a la caridad con un enfermo, se olvidan de que la asistencia al que está enfermo es, por la misericordia practicada, rito de honor y de amor hacia Dios que se oculta en el propio enfermo– son aquellos que, porque hacen esto, tienen para su alma una religión desordenada. Desordenada por ser egoísta. Desordenada por su sed de alabanzas de los hombres que ven su fervor (exterior) y su diaria oración (externa) (Mateo 6, 5-8). Mas Dios penetra el fondo de los corazones de las cosas. Ve el verdadero móvil de tantas prácticas, al igual que las consecuencias de las mismas, todas ellas exteriores. Y no las aprueba, porque Dios es Amor y Orden y quiere, por tanto, orden y amor en todas las cosas.

 

"Amar a Dios con todas las fuerzas propias, con el alma, con el corazón y con el entendimiento,

 y amar al prójimo como a nosotros mismos", 

"Lo que no hicisteis con uno de éstos, tampoco lo hicisteis conmigo"

 

Cuando el escriba le preguntó al Divino Maestro sobre cuál fuese el más grande de los preceptos, respondió: "Amar a Dios con todas las fuerzas propias, con el alma, con el corazón y con el entendimiento, y amar al prójimo como a nosotros mismos", y enseñando, dijo a sus discípulos que a los juzgados en el Juicio Final que le preguntarán cuándo nunca le vieron hambriento, sediento, peregrino, desnudo, enfermo o encarcelado, El les responderá: "Lo que no hicisteis con uno de éstos, tampoco lo hicisteis conmigo" (Mateo 25, 31-46).

 

La Sabiduría quiere el amor en todas las cosas y en la práctica de todas ellas.

No pide la exterioridad del acto sino el alma del mismo.

 

La Sabiduría quiere el amor en todas las cosas y en la práctica de todas ellas. No pide la exterioridad del acto sino el alma del mismo. Frecuentar las iglesias desatendiendo los deberes con el esposo o la esposa, el padre o la madre, el hijo o el hermano y llevando al hombre o a la mujer hasta la blasfemia y la ira, al hijo o al hermano a la disipación, a la hija a la libertad de amistades y contactos dañosos, no es honrar a Dios. El tiempo, cuando se sabe emplearlo, haciéndolo con verdadero espíritu de caridad y de sacrificio, suple a todas las cosas. Y Dios, que es justo, puso obligaciones justas para el culto a fin de moderar las necesidades y estímulos de las criaturas y de las almas. Idéntica justa medida ha establecido la Iglesia. Todo lo demás es un sobreañadido que ha de emplearse cuando y como las circunstancias lo aconsejen, evitando que un mérito propio pueda dañar a otras almas, puesto que si tal sucediese, el mérito quedaría anulado por la responsabilidad de la ira o del pecado surgidos en otros corazones.

 

Amad con perfección. Amando es como amaréis a vuestro Padre y le honraréis por amor,

 no por la utilidad que ello os pueda reportar.

 

Católicos, sed justos si queréis ser perfectos. Sed justos si de verdad queréis ser de Dios. Amad con perfección. Amando es como amaréis a vuestro Padre y le honraréis por amor, no por la utilidad que ello os pueda reportar. De otra suerte, si el honor que dais es para extraer utilidad, "seréis semejantes a los gentiles y a los pecadores" (Mateo 5, 43-48; Lucas 6, 27-35). Si fueseis fervorosos únicamente por recibir a la hora de la muerte el premio inmediato, os lo aseguro: expiaréis largamente vuestro egoísmo en el Purgatorio.

Ahora bien, así como el desorden engendra confusión, así también entre estos católicos que humanizan, diré así, el culto espiritual que lleva por nombre religión, la cual es amor, y eliminan, por tanto, de ella la rectitud alterando su natural belleza, se encuentran propiamente los concupiscentes espirituales de los que te hablé al principio, tan numerosos entre los católicos y tan fuera de la justicia, de la humildad y del verdadero amor. En ellos hay trasgresión del décimo Mandamiento (Éxodo 20, 17; Deuteronomio 5, 18) y culpa de soberbia, de avaricia y de envidia. En ellos se produce el hábito de estos vicios capitales al no matar la mala hierba de la concupiscencia espiritual que brotó en ellos por un amor desordenado.

A éstos se dirige particularmente el Apóstol como a enfermos que deben ser advertidos y curados de su dolencia poniendo al descubierto la llaga; y a aquellos igualmente que, aun no estando todavía enfermos, pueden caer en enfermedad; o a quien, no obstante encontrarse sanísimo y revestido con las riquezas saludables de Dios, puede caer en pecado de avaricia y de soberbia y, por tanto, enfermar y morir.

 

Porque si tiene caridad tendrá también alegría en su corazón, dado que únicamente el odio

 es el que proporciona tristeza de espíritu puesto que genera pecado y aparta de Dios.

 

"Poseyendo nosotros dones diferentes conforme a la gracia que nos fue dada...". Así pues, que cada uno haga lo que Dios le encomendó hacer y lo haga "con alegría" de espíritu y grande caridad. Porque si tiene caridad tendrá también alegría en su corazón, dado que únicamente el odio es el que proporciona tristeza de espíritu puesto que genera pecado y aparta de Dios.

Por tanto, nadie envidie al que tiene la profecía ni la apetezca y, por aparecer "voz", simule o acoja las voces tenebrosas siempre dispuestas a prestarse para halagar el orgullo del hombre y a contentarle llevándole a la perdición. Nunca tal haga el cristiano porque la simulación y el comercio con Satanás son pecados horrendos a los ojos de Dios...

Y el que tenga misión de "voz" no se ensoberbezca ni sea avaro con sus hermanos de los dones de Dios, antes los muestre y distribuya con prudencia y simplicidad. Hay mil modos de hacerlo sin faltar a la caridad, a la prudencia y al respeto debido a la Santa Iglesia docente.

Ante todo sirva de ejemplo la palabra de las "voces". Ejemplo en toda virtud. Y después sea esta palabra la que sepa repartir en tiempo y lugar debidos las sabidurías recibidas, "ofreciendo y dando gracias" del pan y de los peces que hay que partir y distribuir "a este pueblo que no tiene qué comer y del que se siente compasión" (Mateo 14, 13-21, 15; 32-39; Marcos 6, 30-44; 8, 1-10; Lucas 9, 10-17; Juan 6, 1-15) Distribuir el alma de las palabras recibidas, el jugo de las mismas al que languidece –porque, hastiado del alimento invariable de todos los días o lánguido en demasía por asimilar el alimento excesivamente troceado e insípido que el rigorismo o tibieza de demasiados pastores ídolos distribuye a las turbas, no se acerca a las mesas sapienciales– no es pecar contra la prudencia y la obediencia debidas a Dios y a la Iglesia. ¿Por ventura peca una mujer que ofrece el pecho a la boca del lactante? No peca. Mas si esto lo hiciere con un adulto para recibir de él un abrazo lujurioso, es cierto que pecaría. Lo mismo es en este caso. El que dijese: "Venid, recibid de mí, que soy un cofre de Dios y tengo para todos. Venid, alabadme para mi gloria", ofendería a la justicia. Mas quien, cual agua oculta que brota de una fuente secreta y humildemente rezuma sus humores para refrescar las plantas vecinas que absorben la vida sin conocer al instrumento, dando a éste el jugo que corrobora, al otro el que calma, al de aquí el que ilumina y al de más allá el que guía, ¡oh!, o peca y Dios bendice su fatiga porque es para "proveer a las necesidades de los santos" y para "practicar la hospitalidad" con los hermanos. Es esa misericordia de múltiples facetas que os ceñirá con la corona de los espíritus por vosotros salvados y hará que os diga el Juez: "Venid a mi derecha y tomad posesión de mi Reino que os está preparado desde la fundación del mundo" (Mateo 25, 31-46).

 

Y, en fin, vosotros que sufrís por haber servido a la justicia,

"bendecir a los que os persiguen".

 

Y, en fin, vosotros que sufrís por haber servido a la justicia, "bendecir a los que os persiguen". Son, ya os lo dije otra vez, los autores principales de vuestro triunfo eterno. Amadles, por tanto, ya que, al querer despojaros del vestido de vuestro ministerio terreno, os han tejido la vestidura incorruptible de los elegidos de Dios para la eternidad.

Amad siempre: a los enemigos que, para los cristianos, no lo son sino, simplemente, pobres dementes que merecen compasión (Lucas 23, 33-34) porque no saben lo que hacen, y a los felices como a los desgraciados, alegrándoos con los que gozan y llorando con los que lloran, haciendo vuestros, tanto su gozo como su dolor.

Y, tornando al tema inicial, despojaos todos de la concupiscencia espiritual "no aspirando a las cosas sublimes sino acomodándoos a las humildes" contentos siempre con vuestra misión, cualquiera que sea, gozándoos de que otros tengan más que vosotros, bendiciendo a Dios por lo que os da, pidiéndole humildemente, si es cosa excelsa, saber usar dignamente de ella para su gloria y para la salvación de vuestro prójimo.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo".

Dice Jesús:

"Habría podido hablarte con anterioridad, mi pequeño Juan, para entregarte esta joya; mas es tal la dignidad del Santo Sacrificio y éste tan poco conocido por demasiados cristianos católicos en lo que es, que he dado la preferencia a la explicación del mismo. Y es ésta la primera lección que doy a muchos al hablar excepcionalmente en día festivo y sobre un fragmento evangélico que ya lo tengo tratado conforme al modo de mi enseñanza.

 

la Santa Misa, el rito de los ritos, como, a su vez,

 la Eucaristía es el Sacramento de los Sacramentos

 

Cuando un sacerdote o una voz habla en nombre de Dios y por orden suya, cuando se obedece a un precepto, Yo, que soy el Señor, callo por ser grande la dignidad de un maestro que habla en mi Nombre y por mi mandato y grande igualmente la dignidad de un rito y grandísima la de la Santa Misa, el rito de los ritos, como, a su vez, la Eucaristía es el Sacramento de los Sacramentos (El Concilio de Trento, Sesión XIII, 1551, "Decretum de SS. Eucharistia", cap. 3, afirma y prueba a este respecto que la Eucaristía es el Sacramento más excelente de todos los Sacramentos porque contiene al autor mismo de la santidad, Jesús Dos hecho Hombre.).

Así pues, escucha, mi pequeño Juan:

 

los fragmentos y episodios evangélicos son una mina de enseñanzas

 

Te dije hace ya mucho tiempo –te encontrabas en el lugar de confinamiento (Esto es, en San Andrés de Cómpito, como se detalla en los "Cuadernos de 1944") y sufrías como sólo Yo sé cuánto– que los fragmentos y episodios evangélicos son una mina de enseñanzas. ¿Te acuerdas? Te mostré la segunda multiplicación de panes y te dije que lo mismo que con unos pocos peces y panes puede saciar el hambre de las turbas, otro tanto se pueden saciar vuestros espíritus hasta el infinito con unos pocos fragmentos narrados por los cuatro Evangelios (La segunda multiplicación de panes aparece narrada en: Mateo 15, 32-39; Marcos 8, 1-10). En efecto, hace ya veinte siglos que con ellos sacian su hambre un número incalculable de hombres. Y Yo ahora, por medio de mi pequeño Juan, he acrecentado los episodios y las palabras porque, verdaderamente, el hambre está a punto de consumir los espíritus y Yo tengo compasión de ellos. Mas si bien aquellos pocos episodios de los cuatro Evangelios vienen suministrando panes y peces a los hombres para que se sacien con ellos y sigan todavía evangelizando, todo eso lo hace el Espíritu Santo que es el Maestro docente sobre la cátedra de la enseñanza evangélica.

"Cuando venga el Paráclito, El os amaestrará en toda verdad, os enseñará todas las cosas y os recordará todo cuanto tengo dicho" (Juan 14, 26), enseñándoos el verdadero espíritu de cada palabra y de cada letra del episodio. Porque es el espíritu de la palabra y no la palabra en sí la que presta vida al espíritu. La palabra incomprendida es un sonido vano; y es incomprendida cuando es sólo un vocablo, un rumor y no "vida, semilla de vida, centella, manantial" que echa raíces, enciende, lava y alimenta.

     . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .   (La parte que aquí se omite, por no ser pertinente, es una extensa enseñanza sobre el episodio evangélico de las "Bodas de Caná".)

Que mi Cuerpo y mi Sangre sean en ti y para siempre aquellas cosas preciosas e incorruptibles por las que, como dice Simón Pedro, fuiste rescatada a fin de que tú exaltes las virtudes de Aquél que de las tinieblas te llamó a su admirable Luz (1.ª Pedro 2, 9-10).

Mi Paz sea contigo, mi pequeña esposa, ansiosa del Amor. La paz sea contigo. La paz sea contigo. La paz sea contigo".

199-203

A. M. D. G.