2/2/47
Domingo de Septuagésima
la vida del cristiano es una vida de atleta espiritual
El Señor fue mi sostén. Me sacó a campo espacioso y me salvó
Complacencia de Dios equivale a ayuda de Dios en el tiempo de la necesidad y de la tribulación.
Dulzuras y promesas de Jesús bendito:
Dice Azarías:
"El Señor fue mi sostén. Me sacó a campo espacioso y me salvó"
"A lo largo de tu dilatada pasión en la que ningún género de sufrimiento se te escatimó y tanto la carne como la sangre, el entendimiento, el corazón y el espíritu, en fin todo, tuvieron que sufrir atrozmente, cuántas veces tú, víctima torturada, estuviste a punto de gritar a tu Señor, único compasivo contigo: "¡Sálvame!". El epitafio más apropiado que se podría escribir sobre tu vida y sobre tu tumba es éste: "Me cercaron dolores de muerte, dolores de infierno me rodearon y en mis angustias invoqué al Señor y El, desde su santo templo, me escuchó". Y quedaría completo con el otro versículo del salmo que no está en la Santa Misa litúrgica de hoy, domingo de Septuagésima, sino en tu Misa de víctima inmolada, el cual, unido a la primera frase testimoniante de tu dolor, testificaría cómo Dios, sólo Dios te amó y te extendió la mano para sacarte de las muchas aguas. Es esta frase: "El Señor fue mi sostén. Me sacó a campo espacioso y me salvó".
Alma mía, lee hoy el salmo 17 de David. Es para ti profético, debiendo ser las palabras del salmista preludio de gozo. Leamos a Pablo, confortador y ejemplo de los que luchan por el amor de Dios.
la vida del cristiano es una vida de atleta espiritual que se desarrolla
en la inmensa arena de la Tierra durante el juego más o menos prolongado de la vida humana
para conquistar el premio que aguarda a los vencedores.
Con apropiada comparación dice el Apóstol que la vida del cristiano es una vida de atleta espiritual que se desarrolla en la inmensa arena de la Tierra durante el juego más o menos prolongado de la vida humana para conquistar el premio que aguarda a los vencedores. Y siempre, con gran exactitud, hace notar que los que corren en los estadios se someten a toda clase de privaciones por un incierto premio, dado que uno tan sólo de los corredores es el que vence y esto por un premio corruptible que, por valioso que sea, no dura sino un tiempo relativo, mientras que los que luchan por conseguir el premio eterno tienen todos la certeza de obtenerlo, ya que Dios es tan bueno que premia hasta a quien no es el primer atleta, pero que, con todas sus fuerzas y con tenaz voluntad, hizo cuanto estuvo de su parte para obedecer a Dios. Y el premio del Señor no caduca tras un tiempo determinado sino que dura por toda una eternidad.
Estas consideraciones deben espolear a los cristianos a imitar a los atletas de los estadios en mantener su espíritu fuerte y ágil para así aumentar la fortaleza, la agilidad y la resistencia contra las insidias adversas y, de este modo, obtener la corona inmarcesible de la gloria celestial.
No todos los cristianos pueden tener una misma fortaleza en la lucha ni se da un modo único
de alcanzar la victoria que es el fin.
No todos los cristianos pueden tener una misma fortaleza en la lucha ni se da un modo único de alcanzar la victoria que es el fin. Hay quien es austero con una austeridad tan absoluta que infunde pánico a las almas pequeñas y quien, por el contrario, es tan sobrenaturalmente humano –permítaseme emplear estas palabras– ofreciéndoos un ejemplo tan suave de virtud que otro cualquier hombre, por débil que sea en el heroísmo sobrenatural, le puede imitar. Una virtud suave de niño, la cual, no obstante, por su constancia y perfección, no llega menos la voluntad a crucificar la carne, que no lo haga la gran santidad plena de actos de penitencia y de austeridad extraordinarias de los gigantes del espíritu. Y ¿ya veis? La Santa Iglesia, maternal y sapiente, llama heroico al asceta de poderosos gestos que asustan a las almas sencillas y heroico igualmente al pequeño que hace bien, a la perfección, las cosas pequeñas.
Verdaderamente en el Cielo no existe diferencia entre los que se maceraron con inauditas penitencias y los que por todo cilicio tuvieron tan sólo la adhesión amorosa, humilde y constante a cuanto se les presentó como voluntad de Dios o a través de los mandatos explícitos del Señor, de la Santa Iglesia, de los superiores y familiares o a la resignada aceptación de los acontecimientos de cada día acogidos con amor, realizados con amor y consumados con amor, ya que en todos ellos se llegó a reconocer un querer de Dios para la santificación del alma.
La lima sorda y continuada de la obediencia amorosa es martirio
en nada inferior al de los flagelos; ...
La lima sorda y continuada de la obediencia amorosa es martirio en nada inferior al de los flagelos; el despojo de la propia voluntad no es de menos valor sobrenatural que el de las riquezas para abrazar un estado religioso, y la renuncia a la vida ofrecida silenciosa y voluntariamente por los fines de Dios y la conversión de los pecadores, no es inferior a la renuncia de la libertad material para ingresar en un claustro.
El medio y el fin con los que se igualan los atletas en los diversos ejercicios desarrollados en el estadio de la vida terrena es el amor con el que se conquista el Amor, premio y corona eternos de los luchadores y vencedores espirituales.
"Yo, pues, corro de esta manera y no como al acaso, así combato y no como quien golpea el aire, sino que trato duramente a mi cuerpo y le fuerzo a servir a fin de que, tras haber predicado a los demás, no vaya yo a terminar en réprobo".
Todas las normas del buen luchador y del buen maestro de lucha
se condensan en estas palabras: correr, mas no al buen tuntún.
Todas las normas del buen luchador y del buen maestro de lucha se condensan en estas palabras: correr, mas no al buen tuntún. ¡Cuántas almas, con buenos impulsos, pero sin reflexión, corren desordenadamente, o sea, hasta el agotamiento de sus fuerzas en un esfuerzo irregular para después caer inertes dejándose superar por aquéllos que se entrenan con constancia, se preparan metódicamente y todo lo hacen con tenacidad y orden, fortaleciéndose así para la gran prueba final que superan felizmente por haberse preparado para ella mediante un ejercicio continuado!
No hay que correr, por tanto, al buen tuntún sino con sujeción a normas fijas. Ni combatir en el vacío para no fatigarse desfogándose inútilmente con ademanes que no tienen otro objeto que el de llamar la atención y ser alabados. También los locos saben debatirse contra los fantasmas de sus delirios. Mas nadie podrá decir que el loco es un atleta que merezca premio. También los mimos fingen peleas contra supuestos adversarios. Mas nadie podrá otorgarles la corona sino como mimos, esto es, como hábiles imitadores de lo verdadero. En el Cielo no entran los simuladores ni los que deliran en cuanto tales. En cambio puede entrar el mimo si, aparte de lo que representa en escena, llevó una auténtica vida de santidad; y puede entrar asimismo el loco si, con anterioridad a su locura, fue un justo, ya que la enfermedad es sufrimiento y no culpa. Y, en definitiva, en el Cielo se entra por méritos reales y no por vanas representaciones.
el individuo humano, compuesto de materia y de pensamiento, está en la obligación
de servir al espíritu que es la parte escogida del hombre.
Hay que luchar, pues, muy de veras contra los adversarios; pero, silenciosamente, en el secreto estadio del yo, allá donde el espíritu se debate contra la carne, contra el demonio y el mundo, contra la triple concupiscencia, las seducciones, las tentaciones, las violencias, las reacciones violentas, en fin, contra todo. Es una lucha continua y tenaz, un cuerpo a cuerpo con los distintos enemigos que resurgen de continuo en vosotros y en torno vuestro. Una lucha en la que no es sólo el espíritu el que combate sino que el mismo cuerpo es el que debe combatir contra sí mismo si ha de cumplir las órdenes que recibe del espíritu. La carne, que debe castigarse a sí misma, que ha de negar a sí misma la hartura que reclama para sus hambres, la carne que debe aherrojarse a sí misma para frenar sus desvaríos de potro salvaje, de fiera indómita, de serpiente rastrera o de animal inmundo que no querría sino lanzarse a los peligros, asaltar, silbar o revolverse en el fango. Contra las imprudencias, las ferocidades, los engaños, las lujurias de la carne, contra todo esto es preciso combatir. Y asimismo contra enemigos, aunque inmateriales, no menos violentos, como son. el yo mental, las codicias, las soberbias y las desidias. He aquí como el individuo humano, compuesto de materia y de pensamiento, está en la obligación de servir al espíritu que es la parte escogida del hombre.
Así debe ser el hombre que hace de maestro para los demás a fin de que, "después de haber predicado a otros, no vaya él a resultar un réprobo", escandalizando de un modo que no lo hacen quienes se precian de no tener fe. Porque los ojos del mundo están fijos en quines se erigen como maestros; y si el mundo observa en ellos un género de vida contrario a la perfección que enseñan, moviendo la cabeza concluyen: "Luego no tiene que ser verdad lo que enseñan; no debe haber Dios, ni premio, ni castigo, ni otra vida, ni juicio, puesto que, de otra suerte, ellos harían muy distinto de lo que hacen". Y, he aquí que un falso maestro provoca una ruina mucho mayor que no un incrédulo sincero; y, no sólo no convierte a los pecadores sino que enfría totalmente a los tibios, entibia a los fervorosos y escandaliza a los justos que, en su fuero interno al menos, no pueden dejar de formar un juicio severo sobre estos maestros ídolos.
"Vuestros padres estuvieron todos bajo la nube, atravesaron todos el mar, todos se alimentaron con la misma comida espiritual y bebieron idéntica espiritual bebida... mas Dios no se complació en gran número de ellos".
Para salvarse y llegar a la gloria no basta con haber recibido el Bautismo
y los demás auxilios divinos sino que se requiere la buena voluntad,
ya que la posesión del Reino eterno no es don gratuito sino conquista individual
a través de una lucha diaria
Otra gran lección: Para salvarse y llegar a la gloria no basta con haber recibido el Bautismo y los demás auxilios divinos sino que se requiere la buena voluntad, ya que la posesión del Reino eterno no es don gratuito sino conquista individual a través de una lucha diaria. Dios ayuda. Sin su ayuda el hombre no lo alcanzaría pues cuenta con enemigos despiadados que le interceptan el camino del Cielo, como son: el pecado y sus fomes, la carne, el mundo y el Maldito que no concede tregua. Mas, con todo, el hombre no debe dejar de ambicionar el Cielo. No se le dejó el libre albedrío para su ruina, ya que, de ser así, sólo por esto, Dios habría hecho al hombre un don que no era bueno y Dios no hace cosas que no sean buenas (Génesis 1; Eclesiástico 15, 11-21). Pues bien, se le dejó el libre albedrío muy principalmente para querer la salvación, es decir, el Cielo, esto es: Dios (Porque Dios quiere que todos se salven; 1.ª Timoteo 2, 1-8).
Haced, por tanto, que con la protección de la nube, con la travesía del mar profundo, con los alimentos y bebidas que se os dan: la protección de Dios, la superación de la peligrosa barrera de la Culpa Original con todas sus lesiones consiguientes para el hombre, con la Gracia y con los Sacramentos: alimentos y bebidas de inconmensurable poder, podáis todos manteneros de suerte que Dios se complazca en vosotros.
Complacencia de Dios equivale a ayuda de Dios en el tiempo de la necesidad y de la tribulación.
Complacencia de Dios equivale a ayuda de Dios en el tiempo de la necesidad y de la tribulación. Complacencia de Dios viene a ser recuerdo del Padre en favor de su pobre hijo paciente y fiel. Complacencia de Dios es fuerza que hace frente al predomino de los malvados sobre los fieles hijos que, aun en medio de sus involuntarias debilidades, saben no perder la confianza, la humildad y el amor, y gritan: "Clamo a Ti desde mi profundo... Si miras a las culpas, ¿quién podrá mantenerse en pie? Mas a tu lado está la misericordia y por tu ley confío en Ti" y, tras haber luchado y gemido siempre fiel y amorosamente, pueden adormecerse en paz pronunciando las palabras que se leen en la otra Santa Misa de hoy, Purificación de María Santísima: "Deja ahora ir en paz a tu siervo" porque "he combatido la buena batalla, he llegado al final de la carrera, he conservado la fe y ya no me queda sino recibir la corona de justicia" que tu misericordia, muy superior a tu rigor, tiene reservada a quienes te amaron y sirvieron con todo lo que son.
Sea esto igualmente para ti, alma mía, a la que he adoctrinado a lo largo de estas 52 Santas Misas dominicales. Queda, por tanto, completado el ciclo. Mas continúa la buena amistad sin que haya de faltarte mi palabra que te guíe y te consuele. Acudiré festivo a postrarme ante Dios para recibir de El perlas de sabiduría para ti, de las que gozaremos juntos: yo dándotelas y tú recibiéndolas, admirando así los tesoros que Dios da a quienes le sirven con todo lo que son. Y, con ello, alabaremos al Señor. Alabémosle, tributándole gracias por todo y cantando con todo el Paraíso y con los justos de la Tierra: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo".
16/3/47
Dulzuras y promesas de Jesús bendito:
Dulzuras y promesas de Jesús bendito:
Anoto hoy lo que constituye mi gozo desde hace tres días. La noche del 12 al 13, mientras sufría grandemente por la polineuritis que hasta me turbaba el corazón, se me hizo presente Jesús con su Sacratísimo Corazón descubierto en medio del pecho y rodeado todo él de vibrantes llamas más luminosas que el oro. Me dice: "Ven y bebe" y, acercándose al lecho, de modo que yo pudiese poner la cabeza sobre su pecho, me atrajo a Sí comprimiendo mi boca contra la herida de su Corazón y apretando con su mano el Corazón para que brotase la Sangre en abundancia. Y yo, con la boca comprimida contra los bordes de la herida divina, bebí. Parecíame a mí misma un lactante pegado al pecho de su mamá.
Mientras estaba a punto de succionar, recordando, pensé cómo llegué a gustar
el sabor de la Sangre aquella vez en que Jesús me hizo beber de un cáliz colmado de Sangre.
Mientras estaba a punto de succionar, recordando, pensé cómo llegué a gustar el sabor de la Sangre aquella vez en que Jesús me hizo beber de un cáliz colmado de Sangre. Aún recuerdo aquél sabor, aquel líquido un tanto espeso y glutinoso, aquel olor característico de la sangre viva. Mas, por el contrario, desde el primer sorbo que llegó a mi garganta, percibí una dulzura y una fragancia tales, cual miel alguna, azúcar o casa dulce y aromática pueda poseer. Dulce, fragante y más dulce que la leche materna; más embriagadora que el vino y más fragante que bálsamo alguno. ¡No encuentro palabras con las que expresar lo que para mí fuese aquella Sangre!
¿Y las llamas? Al acercarme sentí un poco de miedo de aquel fuego. Percibía a distancia el vivo calor de aquellas vibrantes llamas y, cuanto Jesús más me atraía a Sí, tanto más parecíame estar junto a un horno ardiente, y yo tengo miedo del fuego hasta el punto de no soportar el más leve calor. Mas cuando puse mi cabeza contra el Corazón Divino y me vi envuelta entre sus cantarinas llamas –puesto que, al vibrar, producían unas como notas melodiosísimas en nada parecidas al barbotear y chisporrotear de la leña en los hogares o al rugir de los devastadores incendios– sentí cómo las lenguas flamígeras me acariciaban las mejillas y los cabellos, insinuándose en ellos, dulces y frescas cual aura de abril y como rayo de sol en una húmeda mañana abrileña. Sí, así era ciertamente.
mientras disfrutaba de este modo, envuelta en las llamas del Corazón Divino,
me vino al pensamiento que así serían las llamas entre las que se paseaban cantando
los tres muchachos de los que habla Daniel
Y mientras saboreaba estas agradables sensaciones, pensaba –porque esto tienen de bueno mis éxtasis: que me permiten reflexionar, analizar y pensar en lo que estoy probando y recordarlo después. No sé si otros éxtasis serán así (María Valtorta no poseía cultura alguna en el campo de la mística y confesaba humildemente su ignorancia al respecto. Y aquí, sin saberlo, expresa una gran verdad doctrinal y nos desvela un eximio don personal. En efecto, los competentes en la materia enseñan y atestiguan que cuanto el estado místico y la oración mística son más perfectos y elevados, tanto el uso de la inteligencia, de la voluntad y de los sentidos permanece libre: como ocurrió ya con Jesús y María sobre la tierra y como sucede, o mejor, como sucederá, tras la resurrección corpórea, con los santos en el Cielo.)– y mientras disfrutaba de este modo, envuelta en las llamas del Corazón Divino, me vino al pensamiento que así serían las llamas entre las que se paseaban cantando los tres muchachos de los que habla Daniel (Para entenderlo bien, léase todo el capítulo de Daniel y, en especial, el Cántico de Azarías y de los tres jóvenes, con especial referencia al versículo 50.): "El hizo que el centro del horno fuese como un lugar donde soplara un viento húmedo". ¡Sí, ciertamente, así! ¡El viento fragante de la mañana a la luz suave del primer rayo de sol!
Y Jesús, tras haberme tenido por un largo espacio sobre el Corazón, contra su Corazón para que bebiese, me apartó de allí teniéndome la cabeza entre sus manos, elevada yo hacia El y el inclinado sobre mi, de suerte que, si bien no bebía ya de su Corazón ni me envolvían sus vivas llamas, sí, en cambio, bebía su aliento y sus palabras y me envolvía el fuego de su mirada, me dijo:
Esto es para ti mi amor: fuego que conforta y no quema, luz, armonía y suave caricia.
Y esto es mi Sangre para ti: dulzura y fortaleza. ...
"Mira: en esto se diferencian todos los fuegos, incluso el purgativo, del mío. Porque este mío es de caridad perfectísima sin que haga mal ni aún para hacer bien. Este es el fuego que a ti te proporciono, sólo éste. Esto es para ti mi amor: fuego que conforta y no quema, luz, armonía y suave caricia. Y esto es mi Sangre para ti: dulzura y fortaleza. Y esto es lo que Yo hago por ti para compensarte de los hombres: Te exprimo, hija mía, mi Sangre, como hace una madre con su recién nacido suministrándole la leche. ¡Así es como Yo te amo!".
A partir de entonces, estas palabras y estas visiones se repiten diariamente y ahora Jesús añade siempre a ellas estas palabras:
"Y de esta manera seguiremos amándonos en lo sucesivo. Esto es lo que te daré en premio de tu fiel servicio. Este es tu futuro a lo largo de tu vida en la Tierra. Después será la unión perfecta".
Esta mañana, hasta el P. Mariano, que vino a traerme la Santa Comunión, se dio cuenta de que me encontraba más lejos de la Tierra que no lo esté ella del Sol. ¡Estaba en Jesús para beber su Sangre y regocijarme en el fuego de su amor...!
Incluso hace unos días –y precisamente el 14 de marzo, mi 50.º cumpleaños (En efecto, María Valtorta nació en Caserta el 14 de marzo de 1897)– mientras yo me decía a continuación de haber tenido una visión en la que Jesús, dirigiéndose a Jerusalén, iba cantando salmos como lo hacen los peregrinos de Israel: "¡Que no haya de oír estos cantos más adelante cuando se haya terminado el Evangelio...! ¡Que nostalgia del canto perfecto de Jesús y de sus miradas al hablar a las turbas o a sus amigos...!". Entonces se me apareció El para decirme:
¿Cómo puedes ni pensar que Yo te haya de privar de todo ello por haber tú terminado el trabajo?
Yo siempre vendré, y para ti sólo
"¿A qué dices eso? ¿Cómo puedes ni pensar que Yo te haya de privar de todo ello por haber tú terminado el trabajo? Yo siempre vendré, y para ti sólo; por lo que, al ser Yo todo para ti, aún te resultará más dulce. Pequeño Juan, mi fiel portavoz, nada te quitaré de lo que has merecido: verme y sentirme. Y aún más, te llevaré más arriba, hasta las diáfanas esferas de la pura contemplación, envuelta en los velos místicos que harán de toldo a nuestro amores. Entonces serás únicamente María. Ahora, en cambio, tienes que ser también Marta porque debes trabajar activamente si has de ser la portavoz. En adelante contemplarás tan sólo. ¡Qué hermoso será! ¡Sé feliz! ¡Cuánto, cuánto te amo! Y ¡cuánto me amas tú! ¡Oh, nuestros dos amores...! ¡Está ya el Cielo a punto para acogerte! ¡Mi tortolilla escondida, se acerca la bella estación! Yo vendré a ti entre el vivo perfume de los viñedos y manzanales (Para entender bien estas expresiones y alusiones, sería bien releer el "Cantar de los Cantares" y principalmente: 2, 10-14 (6, 11; 7, 11-14)) y te desmemoriaré del mundo en mi amor...". (A este párrafo hacíamos alusión en el Prólogo a la tercera edición de "Il Poema dell'Uomo Dio", vol. I, pág. XII, cuando escribíamos: "De varios indicios debidamente documentados parece deducirse que esta ofrenda de víctima sea la más profunda y sobrenatural explicación del estado de inercia física y de abstracción psíquica en que María Valtorta vino a encontrarse durante los últimos años de su existencia terrena. El Señor, en efecto, habíale dicho: "Te desmemoriaré del mundo en mi Amor".)
¡Oh, imposible expresar lo que es esto!
205-210
A. M. D. G.