2 de enero de 1944, a las 8 de la mañana
VE A JESÚS Y A JUAN.
HACE UNA DESCRIPCIÓN DE JUAN
Aún dura al presente la contemplación. Me ha sido concedido ver a Jesús y a Juan, Uno junto al otro, teniendo su brazo derecho sobre los hombros de Juan que es más bajo y membrudo que El, pero de muy buena presencia. Juan no tiene barba ni bigote, o, por lo menos, tiene sobre el labio superior una leve pelusilla rubia que se pierde por el sonrosado de su rostro. Es rubio, si bien de un tono más claro que el de Jesús: un rubio castaño, a diferencia de Cristo que es rubio cobrizo.
Los ojos los tiene azules. De un azul diáfano, más vivos que los de María aunque no tanto como los de Jesús y menos centelleantes. Unos ojos de niño puro, dulces, amorosos; unos ojos que da paz mirarlos.
Su boca se abre en una sonrisa serena de criatura joven y feliz, sin duda por estar al lado del Maestro. No es la sonrisa arrebatadora de María ni la de Jesús, llena de dignidad y de una seriedad rayana en la tristeza; es una sonrisa más humana que la de los dos, pero muy atractiva.
Después de mirar detenidamente, he advertido cierta semejanza entre los rasgos de Jesús y los del discípulo, como si Jesús fuese su hermano de más edad y, por ello, de rasgos más viriles que han alcanzado a ser más entonados por la práctica de una... ¿cómo diré yo?, educación, profesión o rango espiritual llegados a su plenitud.
Y me ha venido esto al pensamiento: "¿Serían tal vez algo parientes?", tomando para ello el Evangelio. He estado buscando hasta marearme sin encontrar cosa alguna. Se habla de Zebedeo y de Salomé y, en resumidas cuentas... cierto que en eso de reconstruir parentelas estoy pez; mas, después de hojear los cuatro evangelios, nada absolutamente he descubierto que sirva para explicarlo, ni siquiera en las notas que van al pie de las páginas.
Bueno, no importa. He visto a Jesús y a su discípulo predilecto y mío. Con esto me basta.
44. 7-8
A. M. D. G.