6 enero de 1944
1.º de los Macabeos, cap. 3.º, v. 18-19-21.
La fuerza la tiene quien tiene a Dios consigo.
Os convoco en torno a mi bandera
Es en vano esperar que Dios esté donde las culpas rebasan ese límite que mi Misericordia admite
No rechacéis la mano que os tiendo
Os convoco en torno a mi bandera.
Dice Jesús:
cuando Dios está con vosotros,
todas las fuerzas de la Tierra juntas son
como humo que un fuerte viento disipa.
"Más de una vez os he dicho y hoy, día de la manifestación de Cristo (Mt 2, 1-12), os lo vuelvo a repetir, que, cuando Dios está con vosotros, todas las fuerzas de la Tierra juntas son como humo que un fuerte viento disipa.
La fuerza no está en las armas ni en el número de los que están armados. La fuerza la tiene aquella parte que tiene a Dios consigo. Dios está donde hay honestidad de vida, amor al Señor y justicia del derecho.
Es en vano esperar que Dios esté donde las culpas rebasan
ese límite que mi Misericordia admite
Es en vano esperar que Dios esté donde las culpas rebasan ese límite que mi Misericordia admite; porque, recuerda cuando fui Hombre y sufrí los asaltos del Enemigo al que vencí por haberme identificado con la Voluntad del Padre que no quiere que el hombre se pierda sino que venza y se salve. Dios no está en donde, prevaliéndose del poder, se comenten abusos y vejaciones. Dios no está en donde no hay amor hacia El. Y no hay amor donde hay vida pecaminosa y anticaridad con el prójimo.
No mintáis diciendo: "Yo amo a Dios, pero no puedo amar al prójimo porque me ha hecho esto o aquello". No, no amáis.
Si os alimentarais de la caridad hasta el punto de hacer de ella carne y sangre vuestras, no podríais establecer en ella distinciones ni separaciones y así, del amor santo que se ha de dar a Dios pasaríais sin discontinuidad al amor santo debido al prójimo. Si la caridad fuese vivificante en vosotros, cubriría, a modo de manto divino, las miserias de los hermanos a los que os presentaría como réplicas menores de Dios del que son hijos al igual que vosotros. Si hicieseis de la Caridad el objeto de vuestra vida, seríais felices correspondiendo con amor al amor de los demás sabiendo que con ello lograbais alcanzar la perfección en el amor que no se da esperando la recompensa del amor recíproco sino creyendo con fe absoluta que el Buenísimo toma nota de vuestros afectos que los transforma en riquezas eternas que os las encontraréis a vuestra entrada en el Reino.
Y Yo ¿qué hice y qué hago con vosotros? ¿Amo tan sólo a quienes me aman? No; amo también con un amor doloroso a quienes me ofenden. Os amé antes de que fueseis aun conociendo las ofensas que habría de recibir de vosotros. Y si bien es cierto que tengo predilecciones celestiales para los que aman porque ellos, mis amadores, son el consuelo de mi corazón, para vosotros que me herís tengo sobreabundancia de misericordia y, como de fuente inexhausta, vierto sobre vosotros las ondas del amor para llamaros a Mí y salvaros para Mí, dándoos aquella felicidad que sólo en Mí podéis encontrar, penetrando y ablandando vuestra dureza y así haceros buenos, hijos que tanto me habéis costado y no queréis creer en Mí.
No rechacéis la mano que os tiendo
No rechacéis la mano que os tiendo. Mi mano que sufrió los espasmos de haber sido traspasada, pero que sufre mucho más al verse rechazada que no sufriera al sentirse traspasada. Dulce hubiera sido para Mí su taladro de haber sabido que de él habría de derivarse la salvación para vosotros, y caricias las infinitas heridas, besos las espinas y abrazo la cruz si mi pensamiento omnividente hubiera conocido que mi Sacrificio habría de obtener la salvación a todo el género humano. Y ahora mis manos caen abrumadas por el peso de la misericordia que no puedo derramar.
El oro me lo entregan las plegarias de los santos; el incienso, el holocausto de las víctimas; pero la mirra, la mirra amarguísima me la proporcionáis vosotros que no me amáis y que con vuestro desamor me hacéis gustar de nuevo el cáliz del Getsemaní y la esponja del Calvario. Preciosísimos son tanto el oro como el incienso depuestos a mis pies que con tan ardiente deseo corrieron a la muerte por vosotros. Mas poco, muy poco, poquísimo son respecto a las montañas de mirra que recubren la Tierra y desde cuyas cimas ríe Satanás burlándose de Mí al creerme vencido por la inutilidad de mi sacrificio.
Mas no estoy vencido. Los vencidos serán siempre y únicamente los servidores de Satanás. Yo y mis salvados seremos los victoriosos eternos que desde nuestra pacífica, fúlgida y eterna gloria veremos desaparecer en la Muerte eterna a los abatidos por mi Nombre santo y terrible.
Os convoco en torno a mi bandera.
Hijos que aún me amáis, no temáis. Yo soy el Salvador. Y vosotros que, sin odiarme, no sabéis amar, apresuraos a venir a Mí. Os convoco en torno a mi bandera. Venid, creed, purificaos y esperad. Abatid a vuestros enemigos, tanto espirituales como materiales, con la espada del amor".
19-22
A. M. D. G.