20 enero 1944, a las 16
Entierro de Inés.
entra un grupo de personas llevando sobre unas andas una figura envuelta en un sudario
Entra un venerable anciano flanqueado por otros dos.
Los cristianos cantan en voz baja.
¡Qué hermoso es morir por Jesús!
Igualmente, el 20-1-44, a las 23,30, debiéndolo escribir a seguido del relato de la visión
Fíjate más bien en mi espíritu, feliz
Qué sea el Paraíso no lo puedes imaginar por más que hayas recibido un destello del mismo
Jesús te ha rescatado con su amor
El buen Jesús, para consolar mi tristeza, me concede la siguiente visión que me apresuro a describírsela pensando que le pueda complacer.
Asisto al entierro de Inés (puede considerarse continuación del martirio de Inés, escrito el 13 de enero en curso.)
Veo el jardín de una casa patricia. No sé que sea la casa paterna de Inés o de alguna otra familia cristiana. Por lo demás, eso no tiene mayor importancia. En suma, veo este amplísimo jardín con viales y otros más reducidos, arriates, peceras y plantas de alto fuste.
Es la tarde, si bien podría decir la noche, puesto que son ya densas las sombras. El lugar aparece iluminado por un hermoso claro de luna y por alguna que otra antorcha o lámpara. Observo cómo oscilan las llamas al viento suave de la tarde. La luna está en su primer cuarto y de ahí deduzco que sean las 20 o tal vez menos de las veinte, ya que la luna apenas si se ha levantado en el horizonte y en enero ésta se alza presto, sobre todo cuando se halla en su fase inicial.
En un principio nada más veo. Posteriormente se anima la escena y van entrando en le jardín muchas personas con lámparas y antorchas, aumentando con ello la luz. Son ciertamente cristianos y cristianas conducidos por sus sacerdotes y diáconos al sepelio de Inés.
entra un grupo de personas llevando sobre unas andas
una figura envuelta en un sudario
En un momento dado se abre una de las puertas de la casa dejándose ver un peristilo vivamente iluminado que, sin duda, da a la calle, ya que, frente a esta puerta, –diré así: hacia el interior– hay otra que asimismo se abre como si alguien hubiese llamado desde fuera, y entra un grupo de personas llevando sobre unas andas una figura envuelta en un sudario.
Depositadas las andas en medio del peristilo y cerrada la puerta que da a la calle, se descubre la figura, se la levanta piadosamente y se la coloca sobre otra especie de parihuelas semejante a un canapé sin laterales, recubierto con un paño rojo oscuro riquísimo, bordado a pespunte.
Veo que la mártir se encuentra ya lavada y compuesta. No tiene sangre en su rostro, en sus cabellos ni en su vestido. Han debido de ponerle la túnica limpia puesto que no aparece mancha alguna sobre ella.
La jovencita mártir semeja una estatua de mármol
por la gran palidez de su rostro que refleja una gran paz
La jovencita mártir semeja una estatua de mármol por la gran palidez de su rostro que refleja una gran paz. Sonríe. Tiene los cabellos sueltos bajo el cándido velo que la cubre totalmente. Ahora bien, el principal velo lo forman sus largos cabellos rubios. Un verdadero manto de oro que la envuelve hasta las rodillas. Tiene las manos unidas sobre el pecho y una palma entre ellas. No se ve la herida del cuello, se la han cubierto piadosamente con sus guedejas de oro y el cándido velo.
En torno a ella se agolpan sus parientes que lloran sin estrépito y éstos, junto con sus compañeros en la fe y los sacerdotes, la besan en sus manecitas de cera y en la frente.
Entra un venerable anciano flanqueado por otros dos.
Entra un venerable anciano flanqueado por otros dos. Van todos vestidos como los romanos de la época. Por lo que acontece, comprendo que el anciano es el Pontífice o algún vicario suyo, aunque diría que se trata del Pontífice puesto que todos se arrodillan al tiempo que él entra y bendice. El también se acerca a la mártir y ora ante ella. Después se pone los ornamentos sacerdotales y lo mismo hacen los dos diáconos que le acompañan y muchos de los sacerdotes mezclados entre los cristianos, formándose el cortejo.
En primer término el Pontífice y los sacerdotes,
precedidos y flanqueados por familiares con teas;
detrás las vírgenes con la mártir
y después los padres, los parientes y los cristianos,
todos con luces,
avanzan por los viales del jardín
Un grupo de vírgenes, entre las que se encuentra Emerenciana, se estrecha junto a las andas y las levanta. Por más que Inés, viéndola tendida, parezca más alta que cuando estaba viva, no debe ser excesivo su peso. Al fin era una niña y no muy robusta. Las vírgenes van todas vestidas de blanco y cubiertas con cándidos velos: una cerca de lirios en torno al lirio tronchado tendido sobre la púrpura del paño fúnebre. En primer término el Pontífice y los sacerdotes, precedidos y flanqueados por familiares con teas; detrás las vírgenes con la mártir y después los padres, los parientes y los cristianos, todos con luces, avanzan por los viales del jardín hacia el sitio en que limita con el campo (así me parece). Al menos, detrás ya no hay casas sino más árboles y prados.
La escena resulta plácida y solemne. Besa la luna la blanca figura y el viento la acaricia. Veo ondear levemente al soplo del ligero viento un mechón rubio de sus cabellos.
Los cristianos cantan en voz baja.
Los cristianos cantan en voz baja. Al principio tardo en entenderlo, tal vez porque me distraigo prestando atención a tantas cosas. Después recojo las palabras de la santa melodía latina que recuerdo conocerla no siéndome nueva. Pienso dónde la haya podido oír o leer.
Entre tanto llegan a una especie de pozo, muy ancho de boca, al cual se baja por una escalerilla excavada en la toba o piedra arenisca, como se quiera llamar. Poco a poco van bajando los principales personajes a la cavidad subterránea que está hecha en forma circular con muchas galerías que, según parece, se hallan recién iniciadas en diferentes direcciones, resonando allí las voces más fuertes y solemnes.
Ahora recuerdo bien. Son las palabras del Apocalipsis en el pasaje donde se habla de aquel "canto" que sólo podrán entonar los que no se contaminaron en la tierra (Ap 14, 1-5). Mas no lo han dicho todo sino así: recitaban tan lentamente ese himno que he podido transcribirlo y posteriormente he mirado a ver si mi asnería me había hecho cometer muchos errores en el latín.
"Et vidi supra montem Sion Agnum stantem" cantaba los hombres.
"Et audivi vocem de caelo, tamquam vocen aquarum multarum" respondían las mujeres.
"Sicut citharoedorum citharizantium in citharis suis".
"Et cantabant quasi canticum novum".
"Et nemo poterat dicere canticum, nisi illa 144.000 qui empti sunt de terra".
"Hi sunt qui cum mulieribus non sunt coinquinati: virgines enim sunt".
"Hi sequuntur Agnum quocumque ierit".
"Hi empti sunt ex hominibus primitiae Deo et Agno".
"Sine macula enim sunt ante thoronum Dei" cantaban alternativamente, un versículo los hombre y otro las mujeres.
¡Era una armonía celestial! Tenía los ojos arrasados de lágrimas y todavía siento en mí como un río de dulzura que me sosiega totalmente. Sigo percibiendo esa armonía que se impone a cuantos murmullos me rodean...
Un último saludo de los parientes y, a continuación,
levantan los restos mortales y los llevan a un nicho
Un último saludo de los parientes y, a continuación, levantan los restos mortales y los llevan a un nicho alargado y angosto excavado de costado y no en profundidad en la piedra arenisca. E. Pontífice continúa el depósito con estas palabras: "Veni, sponsa Christi. Veni, Agne sanctíssima. Requiescant in pace".
Se coloca y ajusta una piedra sobre la abertura.
La visión se acaba ahí.
Me siento en paz cual si yo también me hubiera tendido en aquel reducido nicho al lado de aquella dulce criatura, a la espera de resucitar con ella en Cristo tras el martirio, como si, al igual de ella, hubiese salido ya de los tormentos y maldades del mundo y cantase a su lado el cántico que tan sólo entonan los que fueron rescatados de la tierra.
¡Qué hermoso es morir por Jesús!
¡Qué hermoso es morir por Jesús! ¿Qué hermoso poder decirse uno a sí mismo: El dolor es el que me consigue el Paraíso!"
Ahora me recojo a la espera de que usted venga. Me recojo con el eco de aquel dulce canto tan lleno de promesas para quien se dio a sí mismo al servicio del Cordero y le sigue con plena voluntad.
Escrita de nuevo en la mañana del día 23 por miedo a que se hayan perdido aquellas hojas sueltas
Veo el jardín de una casa patricia. Hay en él viales, arriates, peceras, yerbines y plantas de alto fuste. Parece muy amplio y debe limitar con la campiña o con otros vastos jardines, como así veo, pues allí donde termina ya no hay casas sino otros prados y plantas.
Al iniciarse la visión no hay en el jardín persona alguna. Lo veo al claror de alguna que otra luz producida por lámparas de aceite o antorchas puestas aquí y allá. Veo oscilar un tanto las llamas rojizas al ligero viento de la tarde. Hay también un claro de luna, la cual se halla en su fase inicial pues su gajo es delgado y dirigido hacia poniente. Pienso, dadas la estación y la posición de la luna, que apenas si ha subido al límite del cielo que sean las primeras horas de la noche que en esta estación es muy tempranera.
En un segundo tiempo advierto junto a la casa, que parece cerrada del todo como si estuviese vacía, numerosos grupos de hombres y de mujeres vestidos como en aquel tiempo, acompañados de otros hombres que, al parecer, se hallan revestidos de especial cargo o dignidad, a los que todos obedecen con respeto. Comprendo que se trata de cristianos llegados a los funerales de Inés.
Muchos portan lamparitas de aceite, lo que me permite ver cómo entre los hombres hay algunos con los cabellos cortos, diría rasurados, y con vestidos cortos y parduscos; otros con cabelleras más cuidadas, pero siempre cortas, y vestidos largos y claros con manto del que uno de sus extremos pasa por la cabeza como una capucha. En las mujeres algunas van vestidas humildemente y de oscuro, otras, en cambio, van de blanco y mejor vestidas; y un nutrido grupo viste de blanco, con velos blancos sobre sus cabezas
Al tiempo que observo estos pormenores, se abre en la casa una amplia puerta en la fachada que da al jardín y de la que sale una viva luz que proviene de un peristilo fuertemente iluminado. Frente a este puerta se encuentra otra que da ciertamente a la calle, la cual en un momento dado, se abre cual si de fuera alguien hubiese llamado en ella.
Penetra un grupo de personas que rodean unas andas portadas por cuatro hombres fornidos con vestidos oscuros (color de lana grisácea), los cuales deponen su carga en medio del peristilo mientras seguidamente se cierra la puerta de casa con cuidado. Al descorrerse las cortinas de las andas, veo que contienen un cuerpo tendido, envuelto del todo en un sudario. Este cuerpo es piadosamente izado acomodado, sin el sudario que queda en las andas, en una especie de camilla cubierta con un precioso paño de púrpura que parece recamado con borduras cual si fuese un damasco. Sin duda se hallaba preparado ya para recibir esta carga.
Contemplo a la mártir Inés en la rigidez de la muerte. Semeja una estatua de mármol blanco por lo exangüe de su rostro, de sus manecitas y de sus diminutos pies calzados con sandalias. Está toda vestida de blanco, con un cándido velo que la envuelve del todo. Mas el principal velo lo constituye su espléndida cabellera rubia, completamente suelta ahora, que le llega hasta las rodillas como si fuera un manto de oro. Sus cabellos no son ensortijados sino mórbidos y un tanto ondulados, pero abundantes y bellísimos. Ella sonríe como ante una visión de paz. Tiene las manos entrelazadas sobre el regazo y, como único ornamento, con una palma entre sus dedos yertos.
Está totalmente limpia. Se comprende que la han lavado de la sangre y revestido con una vestidura pulcra antes de transportarla aquí porque ya no tiene sangre en el rostro, en los cabellos ni en el vestido. No se ve la herida del cuello que la han cubierto con los cabellos y el velo.
Los parientes se acercan a ella y, llorando, besan sus manitas de cera y su frente gélida. Mas su dolor es mesurado y digno, sin esas manifestaciones histéricas que se acostumbran en casos semejantes. Es un dolor cristiano. Tras los parientes se apiñan los amigos y hermanos en la fe. Veo a Emerenciana, que llora y sonríe a la vez, junto a su hermanita de leche que le ha precedido en la gloria. Todos saludan a la mártir y oran ante ella.
Tengo aquí la impresión de haberme olvidado de hacer constar en la primera versión, limitándome a decírselo a usted de palabra, el grande amor existente entre los cristianos, la sensación de lo que venga a ser la "comunión de los santos" tal como la entendían los primeros cristianos, de los que tanto habremos de aprender. Ellos, desafiando todos los peligros, habían acudido a rendir homenaje a la mártir de Cristo, pidiéndole llegara a ser para todos ellos fuente de intercesión ante Dios en los próximos combates por la Fe, pareciéndome que ella estuviese sobrevolando con su espíritu sobre los presentes transfundiéndoles sus sentimientos heroicos y su protección. El Cielo y la Tierra estaban en comunicación.
En este momento se abre la puerta exterior y entra un anciano acompañado de dos hombres de unos 25 a 35 años. El anciano tiene un semblante apaciblemente serio, está muy delgado, diría que enfermo, y palidísimo. Debe ser persona muy influyente entre los cristianos porque, a su presencia, todos se arrodillan y él pasa bendiciendo por entre dos filas de cabezas que se inclinan. Me da la impresión de que sea un obispo o, tal vez, el mismo Pontífice.
Se acerca a la camilla, bendice a la muerta y ora ante ella. Después se reviste con los hábitos sacerdotales (veo el palio, no sé si se dice así: es una banda blanca que forma como un arco sobre los hombros y el pecho, bajando después por detrás y por delante en sendas bandas, estando todo él adornado con pequeñas cruces oscuras). Sus otros acompañantes se revisten igualmente poniéndose las vestiduras de los diáconos (túnica hasta las rodillas con mangas hasta poco más arriba del codo).
Seguidamente se forma el cortejo. Delante va el clero, o sea, el anciano, los dos diáconos y los demás sacerdotes que en un principio estaban mezclados entre el grupo de los cristianos y que se han puesto ellos también las estolas sacerdotales. En torno a ellos se colocan hombres portando antorchas encendidas. Llevan el vestido corto y oscuro. Diría que son siervos cristianos, pues tengo la impresión de que todos en la casa sean secuaces de Jesús. En torno a la camilla se forma igualmente una hilera de luces portadas por las vírgenes vestidas de blanco y con velos blancos, una verdadera cerca de lirios rodeando a aquel otro tronchado. La camilla es fácilmente llevada en alto por cuatro vírgenes, entre las que se halla Emerenciana. No debe de pesar mucho porque, aun cuando Inés, tendida como está, parezca más alta que de viva, es siempre una adolescente y, por añadidura, poco robusta.
El cortejo se dirige hacia la tumba a través de los viales del jardín. Todos llevan antorchas o lámparas encendidas y cantan, a media voz, un himno lleno de dulzura y de esperanza que al principio no reconozco, si bien paréceme haber oído ya aquellas palabras aunque no sé dónde. El aire de la noche hace oscilar las llamas que después surgen más hermosas. Veo distintamente un mechón de cabellos de Inés salido de debajo del velo que se mueve al soplo del céfiro. El cortejo discurre con una gran compostura y piedad.
Se llega al extremo del jardín. Allí hay una especie de pozo con una abertura muy amplia. Una escalerilla excavada en la piedra arenisca o en la toba conduce al fondo. Son muchos los que bajan. Los que no pueden se quedan alrededor de los bordes del pozo y siguen cantando respondiendo a los cantos de los que están abajo. En la cavidad del pozo las voces adquieren resonancia y comprendo perfectamente de qué se trata. Son versículos del Apocalipsis en el pasaje donde se habla de las vírgenes que siguen al Cordero (Ap 14, 4.). Un versículo lo cantan los hombres y el otro, alternando, las mujeres, tal como lo tengo escrito en el primer relato.
Veo que el pozo es semicircular o mejor, en forma de herradura y que de él parten galerías en forma de rayos. Así:
En donde he puesto una crucecita hay un nicho excavado en la piedra arenisca preparado para Inés. Es el primero de los enterramientos, futura tumba de numerosos mártires y catacumba. De las galerías, la primera a mano derecha de la cruz (respecto del que mira, la que yo señalo con una V) es la más profunda. Penetra en la tierra unos 5 ó 6 metros, mientras que las otras son menos profundas, y una, la primera de la izquierda del que mira, que está junto a la escalera, apenas si está iniciada. Me da la impresión de que sea un hipogeo recién comenzado, como si la muerte de Inés les hubiese sorprendido sin preparar.
Los parientes y los más allegados se acercan para saludarla por última vez. Después alzan los lados del paño de púrpura sobre el que la mártir descansa y los echan sobre la misma, viniendo así a quedar envuelta de la cabeza a los pies, con esta tela riquísima.
El Pontífice, como si la recibiera a su cuidado en nombre de la Iglesia, le dirige un último saludo: "Veni, sponsa Christi. Veni, Agne sanctissima. Requiescant in pace". Y levantan devotamente el cuerpo depositándolo en le nicho sobre el que colocan una piedra que lo cierra.
Y así termina la visión.
Aún perdura en mí la dulzura del canto y de la religiosidad de toda la escena en sus más nimios detalles por los que se patentizan la unión entre los primitivos cristianos y su fervor.
He descrito de nuevo esta visión por orden de Jesús que me dice: "Esta viene a constituir otra razón probatoria. Sólo quien vio una escena que le impresionó vivamente, puede, con un intervalo de días, repetir su relato con exactitud".
Esto me lo dice esta noche, 23-1, a las 24, esto es, cuado ya lo he escrito por el motivo expuesto al principio.
Igualmente, el 20-1-44, a las 23,30,
debiéndolo escribir a seguido del relato de la visión
Dice la virgen Inés:
Fíjate más bien en mi espíritu, feliz
"No te fijes únicamente en mis restos mortales. Fíjate más bien en mi espíritu, feliz ya en donde resuena aquel cántico que tanto te place.
Allí soy feliz. Nada absolutamente de cuanto fue en la tierra momentáneo dolor vino conmigo a la morada del Esposo en donde encontré inefable gozo.
Allí, con la luz que emana de Dios que es nuestra felicidad, vivimos en la paz. Las armonías de los bienaventurados se entremezclan con las de los ángeles. Todo es luz y armonía. Allá, en lo alto, esplende la Trinidad santísima y sonríe la Madre de Dios.
no lo puedes imaginar por más que hayas recibido
un destello del mismo
Qué sea el Paraíso no lo puedes imaginar por más que hayas recibido un destello del mismo. Conocerlo en toda inmensidad de su gozo equivaldría a morir, pues es beatitud que la carne es incapaz de soportar y moriría por ella. Dios te hace gustar una muestra para estimularte en la prueba, al igual que lo hizo con nosotros que sufrimos por El.
Ven. El dolor tiene su término, pero el gozo dura eternamente. El dolor, visto desde aquí, es un instante de tiempo y la gloria que el dolor nos reporta es eterna. Aquí está el que nos ama y que, al amarle, no cometemos culpa sino que merecemos premio.
Jesús te ha rescatado con su amor
Jesús te ha rescatado con su amor. Ámale con todo tu amor y merezcas así unirte al coro que colma el feliz Paraíso".
Una vez que usted se marchó a las 18, yo me quedé con el goce de aquella armonía y de aquella visión.
Mas después transformose en la presencia del cuerpo glorificado de Inés, bellísimo, vestido de blanco y con su mirar extasío. Y me parecía sentir dos manos diminutas, manitas de niña, que me acariciaban dulcemente. Así caí en el sopor. Un sopor de ansiedad puesto que los tremendos dolores (es la noche del jueves al viernes) no me conceden tregua.
Vuelta en mi, al tiempo que mis dolores se hacen cada vez más agudos, y mientras, para aliviarlos, pienso en aquello que vi, la jovencita mártir me dirige estas palabras.
Ahora me tiendo sintiéndola junto a mí para consolar mi martirio, tanto de carne como de corazón. El espíritu es el que únicamente es feliz. Mas suena el reloj señalando la media noche y dando comienzo el viernes. Pienso en el trágico viernes de pasión de mi Señor y no me quejo del sufrimiento. Sólo le pido que acierte yo a sufrir bien: por El y por las almas.
87-99
A. M. D. G.