27 enero 1944
Para los sacerdotes
Mucho es lo que se les reprocha a los fieles
Igual acontece en los corazones más cerrados
Los sacerdotes de este modo perfectos son como el sol
Segundo ídolo o, más bien, numerosos ídolos:
Cuarto ídolo: la adoración del oriente.
Dice Jesús:
"Es ésta una página que produce dolor dictarla, escribirla y leerla. Mas, por ser verdad, la digo. Escribe. Es para los sacerdotes.
Mucho es lo que se les reprocha a los fieles
Mucho es lo que se les reprocha a los fieles el ser poco fieles y muy tibios. Mucho lo que se les echa en cara a los hombres su falta de caridad, de pureza, de desapego de las riquezas y de espíritu de fe. Mas acontece como con los hijos, salvo raras excepciones, que son como los forman sus padres, no tanto con reprensiones cuanto con el ejemplo. Otro tanto sucede con los fieles, salvo siempre las naturales excepciones, que son como los forman los sacerdotes, no tanto con las palabras cuanto con el ejemplo.
Las iglesias desparramadas por entre las casas de los hombres
deberían ser a modo de faros y de purificatorios
Las iglesias desparramadas por entre las casas de los hombres deberían ser a modo de faros y de purificatorios. De ellas debería desprenderse una luz suave, potente, penetrante y atractiva que, al igual de la luz del día, penetrase, venciendo todas las cerraduras, en el fondo de los corazones.
Contemplad un hermoso día de verano. Una luz maravillosa se desprende del sol abarcando la tierra, luz tan avasalladora y potente que ni en la estancia mejor cerrada llega a ser completa la oscuridad. Será un rayo tenue como el cabello de un niño, será un punto trémulo sobre la pared, será un polvillo dorado danzando en la atmósfera; pero allí, en aquella estancia, hay un indicio minúsculo de luz atestiguando que afuera está el fulgurante sol de Dios.
Igual acontece en los corazones más cerrados
Igual acontece en los corazones más cerrados. Si de las iglesias desparramadas por entre las casas se desprendiese una "luz" cual la que Yo os indiqué como señal vuestra, ¡oh sacerdotes!, a los que llamo "luz del mundo" (Mt 5, 14-16) –así os llamé al crearos– si penetrase un hilo, un punto, un polvillo de Luz, ese mínimo indispensable que haga recordar que en el mundo hay "una Luz", ese mínimo indispensable capaz de despertar el hambre de luz, de "esa Luz" en los corazones...!
Mas ¿cuántas son las iglesias de las que emane luz tan viva, capaz de forzar las puertas cerradas de los corazones y penetrar en ellos para llevarlos a Dios, a Dios que es Luz? Y ¿cuántas las almas de tales iglesias, vosotros todos a quienes Yo llamé a que me llevarais a los corazones, que se hallen de tal manera encendidas de Caridad que lleguen a deshacer el hielo de las almas y llevar a los corazones de los hombres el amor de Dios y el amor a Dios, al Dios que es Caridad?
los hombres, en sus dolores, deberían poder mirar a su iglesia
como a una madre sobre cuyo regazo se va a llorar
y a oír palabras de consuelo
después de haber contado los propios afanes,
con la seguridad de ser escuchados y comprendidos
Los hombres, en sus dolores, y sólo Yo sé cuántos sean éstos, en sus dolores, distintos de los vuestros –o, al menos, los vuestros debieran ser distintos de los de ellos, porque los vuestros deberían ser únicamente penas ocasionadas por el celo de vuestro Señor Dios no amado lo suficiente, por los fieles que se pierden y por los pecadores que no se convierten. Estos y no otros deberían ser vuestros dolores porque, cuando Yo os llamé, no os puse por delante un palacio, una mesa, una bolsa, una familia sino una cruz, mi Cruz sobre la que morí desnudo, sobre la que expiré solo, a la que subí tras haber sido apartado, despojado de todo, hasta de mi pobreza que era riqueza comparándola con mi miseria de ajusticiado al que no le queda sino el patíbulo compuesto de unos leños, de tres clavos y de un manojo de espinas tejidas en forma de corona, y esto para decir a todos, a vosotros en particular, que las almas se salvan con el sacrificio y con la generosidad en el sacrificio que va hasta el despojo total, absoluto de los afectos, de las comodidades, de lo necesario y hasta de la vida– los hombres, en sus dolores, deberían poder mirar a su iglesia como a una madre sobre cuyo regazo se va a llorar y a oír palabras de consuelo después de haber contado los propios afanes, con la seguridad de ser escuchados y comprendidos. Los hombres, en sus obnubilaciones, producto de tantas causas, no siempre dependientes de su voluntad sino impuestas por la voluntad de otros o por un complejo de circunstancias que les inducen a creer en el error o a dudar de Dios, deberían encontrar en vosotros a portadores de luz, de mi Luz, a hombres compasivos como el samaritano (Lc 10, 29-37), a maestros como vuestro Maestro y a padres como vuestro Padre.
La tierra, corrompida por tantas cosas, fermenta
como cuerpo en descomposición
y contamina las almas con su hediondez de pecado
La tierra, corrompida por tantas cosas, fermenta como cuerpo en descomposición y contamina las almas con su hediondez de pecado. Mas si las iglesias desparramadas por entre las casas fuesen incensario en el que el sacerdote viviera ardiendo, y se arde cuando se ama, el hedor del mundo estaría contrarrestado con el perfume de Dios transpirando de los corazones de los sacerdotes que viven en total "fusión" con Dios, anulados en Dios hasta el punto de no ser ya sino semejantes a Mí que estoy constantemente en el Sacramento a disposición del hombre –Yo, Dios, estoy ahí sin cansancio, sin soberbia, sin resistencia– y los corazones llegarían a purificarse.
Los sacerdotes de este modo perfectos son como el sol
Los sacerdotes de este modo perfectos son como el sol. Aspiran las almas al Cielo cual si fuesen gotas de agua, las purifican en la atmósfera del Cielo y después, hechas nubes, se desintegran ligeras en rocío benéfico durante la noche, en la más completa reserva, para refrigerar las heridas y quemaduras de los corazones, pobres flores lastimadas por tantas cosas.
Aspiran: Para aspirar hacia sí es preciso disponer de una gran fuerza. Sólo el amor vivísimo por el Señor y por los hermanos os la puede proporcionar. Fijos en Dios, en lo alto, muy en lo alto, remontando la tierra, podéis vosotros, si lo queréis, atrae hacia vosotros, es decir, hacia Dios en el que vivís, las almas. Es operación que requiere generosidad y constancia. Hasta el simple pestañeo debe servir a este fin. Todas vuestras acciones deben encaminarse a esta meta. Hay miradas que pueden convertir un corazón cuando en ellas se trasluce Dios.
Desintegrarse: Sacrificarse, de todas las formas, en el anonimato, llevando a las almas abrasadas el refrigerio celeste que se desprende tan suave que las almas, sin saber cuándo ni cómo se derramó, se encuentran rociadas por él. Lo mismo que hace el rocío que, silenciosa y púdicamente, desciende mientras todo reposa: hombres, animales y flores, purificando la atmósfera de las impurezas diurnas, apagando la sed y emperlando tallos y frondas.
¡Sacerdotes: sacrificio, sacrificio, sacrificio! ¡Pastores: oración, oración, oración!
Os he llamado "pastores" (Jn 10, 1-21) no "solitarios" ni "capitones". El solitario vive para sí. El capitán marcha a la cabeza de los suyos. Mas el "pastor" está en medio de su rebaño para guardarlo. No se separa, ya que su grey se dispersaría. No marcha a la cabeza porque los distraídos del rebaño se irían quedando desperdigados por el camino resultando presa fácil de los lobos y ladrones.
El pastor, de no ser un insensato, vive en medio de su grey a la que llama y agrupa e, incansable, va arriba y abajo de la misma, la precede en las cosas difíciles, advierte él antes que nadie las dificultades, las allana cuanto puede, asegura los pasos peligrosos con su propia fatiga y después se queda en el punto dificultoso para vigilar el paso de sus ovejas: y si ve que alguna se encuentra medrosa y débil, se la carga sobre sus hombros y la lleva hasta pasar el punto peligroso; y si viene el lobo, no huye antes se abalanza contra él delante de sus ovejas a las que defiende aun a costa de morir en su empeño de salvarlas. Se inmola por ellas entregándose al lobo para saciar el hambre de la fiera y así ésta no sienta ya necesidad de devorar. ¡Cuántas no son las fieras que tienen en contra las almas! El pastor no se entretiene en pláticas inútiles con los viandantes ni pierde el tiempo en cosas que no son de su incumbencia. Se ocupa de su rebaño y basta.
Mirad ahora. ¿No os parece que leamos el capítulo 8.º de Ezequiel?
¿No es cierto que debierais ser caridad? Caridad para inducir a ella a los demás. Y ¿qué sois? Envidiosos los unos de los otros. Os sentís ofendidos si un laico os critica. Mas, con harta frecuencia, ¿no os criticáis injustamente los unos a los otros? El superior critica a los subordinados y el subordinado a los superiores. Sentís celos de que alguno de vosotros llegue a distinguirse, mejore de condición o aumente sus riquezas. Esto, que debiera causaros temor, es lo que más ambicionáis. Ahora bien, ¿Yo, Sacerdote eterno, fui acaso rico? Sed perfectos y así seréis señalados y alabados, si bien debiera importaros únicamente la alabanza de vuestro Dios. Sed perfectos y tendréis éxito en lo único que es digno de vuestra condición: llevar almas a Dios.
Segundo ídolo o, más bien, numerosos ídolos: las varias herejías que ocupan en vosotros el puesto del culto que deberíais tener.
También vosotros, al igual de los setenta ancianos indicados por Ezequiel (Ez 8, 11.), estáis incensando cada uno al ídolo de vuestras preferencias. Y lo hacéis en la oscuridad con la esperanza de que el ojo del hombre no os vea. Mas os ve y le escandalizáis, porque los fieles y los hombres, en general, son como los niños, que parece que no se den cuenta pero son siempre todo ojos y oídos.
¿Y no sabéis que, aunque los hombres no os vean, os ve Dios? ¿Por qué, pues, esparcís vuestro incienso ante el poder del oro o del hombre? ¿No observo acaso Yo, desde lo alto de mi trono, a demasiados de mis sacerdotes ocupados en dedicar su tiempo –ese tiempo que les concedo para que lo empleen en su misión sacerdotal– en negocios humanos propios para acrecentar su bienestar? Sí lo veo.
¡Oh, lo sacerdotes politiqueros! Son los sinedritas de esta hora. Recuerden éstos, no obstante, cual fue el final del Sanedrín a manos precisamente de aquellos a cuyos pies pusieron su conciencia infringiendo mi Ley. Y nada más digo. Esto, de parte de los hombres; pues lo demás vendrá de parte del Juez eterno y justo.
Sí, también esto tenéis. Y no digo más por consideración a mi "portavoz". Mas que cada uno se examine a sí mismo y vea si en el lugar donde únicamente pueden estas dos criaturas femeninas a las que deba lícitamente recordar con amor el sacerdote –mi Madre y la suya– no se encuentre una diosa pagana. Pensad que me tenéis a Mí; y basta. No pongáis en contacto al Purísimo con una carne mancillada de lujuria.
Cuarto ídolo: la adoración del oriente.
Las sectas. Sí, esto también. Y ¿cómo no habré de trataros a muchos de vosotros con desdén y dirigiros los apóstrofes que lancé a los fariseos y doctores de mi tiempo? (Mt 23, 1-32; Lc 11, 37-54.). ¿Cómo no suscitar "luces" entre los laicos que me aman como muchos de vosotros no me amáis, y esto por compasión de las almas a las que vosotros dejáis en el hielo, en el vacío y en la impureza; por las almas de lasque no sois camino que conduce a Dios sino sendero que lleva al profundo? Y ¿cómo osáis repetir mi Palabra y predicar mi Ley cuando esta Palabra y esta Ley son condenación para vosotros? Quien esté limpio, que se limpie más; y que se limpie el que no lo esté.
La humanidad se encuentra en una encrucijada impresionante. De ella parten dos vías: la una, en sentido ascendente, lleva a Dios; la otras, en sentido descendente, conduce a Satanás. En la encrucijada hay un bloque indicador que sois vosotros. Si pues hacéis de vosotros baluarte e impulso hacia la primera, no irrumpirá Satanás y las almas se verán impelidas hacia Dios. Mas si sois vosotros los primeros en rodar por la pendiente de Satanás, arrastraréis anticipadamente a la humanidad hacia los horrores del Anticristo.
Y si éste ha de venir, ¡ay de quienes anticipan su venida y la prolongan!, porque entonces ya no será en el momento fijado desde la eternidad sino que el tiempo de su permanencia será más dilatado y el número de almas que se pierdan más numeroso. Ninguna de ellas, recordadlo, dejará de ser vengada. Pues qué, si vuestro Dios ve al pájaro que muere, ¿cómo no ha de poder ver a un alma que muere? A los asesinos de ésta, cualesquiera que sean, les pediré cuenta y dictaré condena contra ellos".
107-113
A. M. D. G.