29 enero 1944
el universo después de su muerte
la resurrección de los muertos
¿Por qué comprendo que es la visión de la muerte del universo?
Tiene los brazos cruzados sobre el pecho
Hay cuerpos bellísimos... Hay otros, en cambio, horrendos
He aquí por qué has visto le firmamento vacío de sus luminarias, sin fuegos y sin luces
Tengo dos cosas para contarle que le interesarán sin duda, las cuales me había propuesto escribir no bien hubiera salido del sopor. Mas como hay otra más urgente, las escribiré después.
Lo que veo esta tarde:
Una extensión inmensa de tierra que semeja un mar por carecer de confines. Digo "tierra" porque, efectivamente, hay tierra como en los campos y en los caminos. Pero no hay ni un árbol ni un tallo ni un hilo de hierba. Sólo polvo, polvo y más polvo.
Veo esto a una luz que no es luz. Un claror apenas insinuado, cárdeno, de un tinte verde-violáceo como el que se aprecia al tiempo de un fortísimo temporal o de un eclipse total. Una luz, sobrecogedora, de astros apagados. He aquel el cielo sin astros; no hay estrellas ni luna ni sol. El cielo se encuentra vacío al igual que lo está la tierra. Uno despojado de sus florones luminosos y la otra de su vida vegetal y animal. Son dos inmensos despojos de lo que fueron.
Tengo la oportunidad de contemplar con el mayor detenimiento esta visión desolada de la muerte del universo que pienso ofrezca idéntico aspecto del que tuvo en su primer instante (Gn 1, 1-2), cuando había, es cierto, cielo y tierra, más, despoblado el primero de astros y desnuda de vida la segunda, globo ya solidificado pero deshabitado aún, trasvolando por los espacios a la espera de que el dedo del Creador le hiciese el regalo de la vegetación y de los animales.
¿Por qué comprendo que es la visión de la muerte del universo?
¿Por qué comprendo que es la visión de la muerte del universo? Por una de esas "segundas voces" que no sé de quién vengan, pero que hacen en mí lo que el coro en las antiguas tragedias: el papel de indicar aspectos particulares que los protagonistas no aclaran por sí. Es precisamente lo que le quiero decir y le diré después.
Al tiempo que giro la mirada por esta escena de desolación cuya necesidad no comprendo, veo, salida no sé de dónde, de pie en medio de la llanura sin confines, a la Muerte (1.ª C 15, 26.). Un esqueleto que ríe con los dientes al descubierto y sus órbitas vacías, reina de aquel mundo muerto, envuelta en un sudario que le sirve de manto. No tiene guadaña, pues todo lo tiene ya guadañado. Gira su mirada vacía por su mies cosechada y ríe sarcásticamente.
Tiene los brazos cruzados sobre el pecho
Tiene los brazos cruzados sobre el pecho. Después los distiende esqueléticos y abre las manos que no tienen sino huesos desnudos; y, siendo como es una figura gigante y omnipresente, –o mejor dicho: omnipróxima– apoya un dedo, el índice de su mano derecha, sobre mi frente. Siento la frialdad del hueso puntiagudo que parece perforarme la frente y penetrar como aguja de hielo en la cabeza. Pero comprendo que ello no encierra otro significado que el de atraer mi atención hacia lo que está sucediendo.
En efecto, hace un ademán con su brazo izquierdo indicándome la desolada extensión sobre la que estamos erguidas, ella reina y yo única viviente. A su mudo mandato dado con los dedos esqueléticos de su mano izquierda y moviendo rítmicamente la cabeza en todas direcciones, se hiende la tierra con miles y miles de grietas y en el fondo de estos surcos blanquean unas cosas desparramadas que no acierto a comprender qué sean (Ez 37, 1-14).
continúa la Muerte su tarea de arar con la mirada y su mandato...
surca las ondas de los mares desprovistos de velas,
Mientras me esfuerzo en cavilar lo que son, continúa la Muerte su tarea de arar con la mirada y su mandato, como con una reja, las glebas que van abriéndose más y más hasta perderse en el horizonte; y surca las ondas de los mares desprovistos de velas, abriéndose las aguas en vorágines líquidas.
de los surcos de la tierra y del mar
van surgiendo millones, millones y millones de esqueletos
que salen a flote de los océanos y se levantan del suelo.
Esqueletos de todos los tamaños
Y después, de los surcos de la tierra y del mar van surgiendo, recomponiéndose, aquellas cosas blancas que yo viera esparcidas y desligadas. Son millones, millones y millones de esqueletos que salen a flote de los océanos y se levantan del suelo. Esqueletos de todos los tamaños: desde los minúsculos de los niños, de manecitas semejantes a diminutas arañas polvorosas, a los de los hombres adultos e, incluso, gigantescos, cuya mole hace pensar en seres antidiluvianos. Y se muestran atónitos y temblorosos, como quien despierta sobresaltado de un profundo sueño, sin acertar a comprender dónde se encuentra.
La vista de todos aquellos cuerpos en esqueleto, blanqueando en aquella "no luz" apocalíptica, es horrenda.
Y después, en torno a aquellos esqueletos, se va condensando lentamente una nebulosidad semejante a la boira que surge de las aberturas del suelo y de los mares, que adquiere forma y opacidad haciéndose carne y cuero como el nuestro vivo. Los ojos, o mejor, las órbitas se llenan con los iris, los cigomas se cubren con las mejillas, sobre las mandíbulas desnudas se extienden las encías, vuelven a formarse los labios, los cabellos tornan a cubrir el cráneo, se tornean los brazos, se agilizan los dedos y todo el cuerpo revive igual que lo está el nuestro.
Hay otros, en cambio, horrendos
Igual, pero diferente en el aspecto. Hay cuerpos bellísimos con una perfección de formas y de colores que hace de ellos obras maestras del arte. Hay otros, en cambio, horrendos, no por derrengaduras o deformidades sino por su aspecto general más de brutos que de hombres. Ojos torvos, semblante contraído, aspecto de fieras y, lo que más me impresiona, una tenebrosidad que emana de sus cuerpos aumentando la lividez del ambiente que les rodea. Por el contrario, los bellísimos tienen ojos risueños, semblante sereno y aspecto suave, emanando una luminosidad que forma aureola en torno a su ser de la cabeza a los pies que se irradia en su entorno.
Si todos fuesen como los primeros, la oscuridad llegaría a ser total hasta el punto de resultar invisibles todas las cosas. Mas, por virtud de los segundos, la luminosidad, no sólo perdura sino que aumenta, de tal manera que puedo distinguir todo perfectamente bien.
Los deformes, sobre cuyo destino de maldición no abrigo dudas puesto que llevan marcada esta maldición en su frente, callan lanzando miradas espantadas y torvas a cuanto les rodea y se agrupan a un lado obedeciendo a un íntimo mandato que no entiendo pero que debe ser dictado por alguien y percibido por los resucitados. Los bellísimos, a su vez, se agrupan sonriéndose y mirando con piedad mezclada de horror a los deformes. Y estos bellísimos cantan entonando un himno lento y suave de bendición a Dios.
Nada más veo. Comprendo haber visto la resurrección final (1.ª c 15, 35-58.)
Hoy me preguntaba usted cómo había podido saber
los hombres de Hillel, de Gamaliel y el de Sciammai
Es la voz, que yo denomino "segunda voz",
la que me dice estas cosas.
Lo que al principio quería decirle es esto: Hoy me preguntaba usted cómo había podido saber los hombres de Hillel, de Gamaliel y el de Sciammai (Se refiere aquí al episodio de la "Disputa de Jesús en el templo con los Doctores" relatada con fecha 28 de enero en el cuaderno autógrafo y que no se transcribe aquí por pertenecer al ciclo de la Preparación de la magna obra sobre el Evangelio.)
Es la voz, que yo denomino "segunda voz" (Véase el escrito precedente de María Valtorta en el que habla de las "segundas voces".), la que me dice estas cosas. Una voz menos sensible aún que la de mi Jesús y que la de los demás que dictan. Son éstas, voces –ya se lo dije (por ejemplo el 13 de mayo de 1943.) y se lo repito– que mi oído espiritual percibe iguales a las voces humanas. Las siento dulces o airadas, fuertes o suaves, alegres o tristes, como si ciertamente estuviese uno hablando a mi lado. Por el contrario esta "segunda voz" es como una luz, una intuición que habla en mi espíritu. No que habla "a mi espíritu" sino "en mi espíritu". Es una indicación.
Así, mientras yo me aproximaba al grupo de los que disputaban, no sabiendo quién fuese aquel ilustre personaje que con tanto ardor estaba disputando al lado de un anciano, este "algo" interior me dijo: "Gamaliel" - "Hillel". Sí. Primero Gamaliel y después Hillel. No lo dudé. Mientras pensaba quiénes eran éstos, el indicador interno me apuntó el tercer antipático individuo en el preciso momento en que Gamaliel le llamaba por su nombre. Y así pude saber quiénes eran estas personas de farisaico aspecto.
Hoy este indicador interno me ha hecho comprender que lo que yo veía era el universo después de su muerte. Y así ha acontecido muchas veces en las visiones. Es el que me hace entender ciertos detalles que yo, por mí misma, no podría captar y cuya inteligencia es, por otra parte, necesaria.
No sé si me he explicado bien. Pero lo dejo porque comienza a hablar Jesús.
Cuando el tiempo haya terminado
y no se dé ya otra vida que la Vida del Cielo,
el universo mundo,
antes de que se deshaga completamente,
volverá a ser, tal como lo has pensado,
igual que lo fue al principio
Dice Jesús:
"Cuando el tiempo haya terminado y no se dé ya otra vida que la Vida del Cielo, el universo mundo, antes de que se deshaga completamente, volverá a ser, tal como lo has pensado, igual que lo fue al principio. Esto ocurrirá cuando Yo haya juzgado.
Creen muchos que, desde el momento final hasta el Juicio universal, tan sólo mediará un instante. Mas Dios, hija, será bueno hasta el fin. Bueno y justo.
No todos los vivientes de la hora extrema serán santo ni todos condenados. Entre los primeros habrá quienes estén destinados al Cielo si bien tengan algo que expiar. Sería injusto que a éstos les anulase la expiación con la que amenacé a cuantos les precedieron hallándose, a la hora de su muerte, en idénticas condiciones a las suyas.
mientras llegan la justicia y el fin para otros planetas...
van apagándose los astros del cielo y aumentando el hielo
a lo largo de mis horas que son vuestros siglos, ...
los vivientes de la última hora que mueran en ella
siendo merecedores del Cielo...
Por tanto, mientras llegan la justicia y el fin para otros planetas y, como lámparas a las que uno sopla, van apagándose los astros del cielo y aumentando el hielo a lo largo de mis horas que son vuestros siglos, –y la hora de la oscuridad ya se ha iniciado tanto en el firmamento como en los corazones– los vivientes de la última hora que mueran en ella siendo merecedores del Cielo aunque necesitados todavía de purificación, irán al fuego purificador. Aumentaré los ardores de aquel fuego para que sea más pronta su purificación y no hayan de esperar demasiado a los bienaventurados para llevar su carne santa a la glorificación haciendo gozar también a ésta viendo a su Dios y a su Jesús en su perfección y en su triunfo.
He aquí por qué has visto le firmamento vacío de sus luminarias,
sin fuegos y sin luces.
Aquí tienes por qué has visto la tierra desprovista de hiervas y árboles, de animales, de hombres y de vida, y los océanos sin embarcaciones, extensión inmóvil con aguas inmóviles por cuanto ya no les será necesario a éstas el movimiento para dar vida a los peces, como tampoco le será ya necesario el calor a la tierra para dar vida a los cereales y a los seres. He aquí por qué has visto el firmamento vacío de sus luminarias, sin fuegos y sin luces. La luz y el calor ya no serán precisos para la tierra, a la sazón cadáver inmenso, portando en sí los cadáveres de todos los vivientes: desde Adán hasta el último hijo de éste.
La Muerte, mi servidora última sobre la Tierra,
cumplirá su postrer cometido y después dejará también de ser ella,
no habiendo ya muerte en adelante sino Vida eterna:
en la bienaventuranza o en el horror
La Muerte, mi servidora última sobre la Tierra, cumplirá su postrer cometido y después dejará también de ser ella, no habiendo ya muerte en adelante sino Vida eterna: en la bienaventuranza o en el horror. Vida en Dios o vida en Satanás para vuestro yo recompuesto de alma y cuerpo.
Basta por ahora. Descansa y piensa en Mí".
Y esta tarde que no quería escribir por encontrarme exhausta, he tenido que escribir... ¡12 caras! Sin comentario.
Se me olvidaba decirle que los cuerpos aparecían todos desnudos si bien no excitaban el sentido, como si la malicia hubiese muerto también: en ellos y en mí. Y, por lo demás, a los cuerpos de los condenados les servía de pantalla su propia oscuridad y a los de los bienaventurados hacíales de vestido su misma luz. Por eso, lo que en nosotros es animalidad, desaparecía bajo la emanación del espíritu interior, señor por demás amable y contrario de la carne.
113-119
A. M. D. G.