30 enero 1944

 

 

De cuán grande haya sido hoy mi dulzura

 

 


 

De cuán grande haya sido hoy mi dulzura

Estaba trabajando en aquel encaje que usted sabe y escuchando música en compañía de mis familiares. Me encontraba pues distraída en cosas comunes cuando, de improviso, me atrajo la visión prestando a mi semblante otro aspecto; de lo que, por suerte, se percató únicamente Paula. Me duró ese gozo toda la tarde hasta el momento del acostumbrado colapso que se presentó antes de lo ordinario, porque, cuando "veo", mis fuerzas físicas y, en particular, las cardíacas, sufren tal dispersión que no me siento molesta por hallarme compensada con tanto gozo espiritual.

Ahora que todos duermen, le hago la narración de lo que motiva mi gozo. He "visto" el Evangelio de hoy (El episodio de la tempestad calmada: Mt 8, 23-27; Mc 4, 35-40; Lc 8, 22.25). Advierta que esta mañana, al leerlo, me he dicho a mí misma: "Es éste un episodio que jamás veré por prestarse muy poco a una visión". Y, cuando menos lo esperaba, ha venido precisamente a llenarme de gozo.

He aquí cuanto vi (Deja de consignarse aquí el episodio de la Tempestad calmada por pertenecer al ciclo del "Segundo año de la vida pública" correspondiente a la magna obra sobre el Evangelio.).

¡Lástima que no haya venido usted hoy! Así habría visto un semblante bienaventurado y yo podría saber cual es mi cambio puesto que dice Paula que ella lo advierte por más que yo siga trabajando, incluso más de prisa que nunca, si bien no sabe dar razón de más... Por lo menos sabría cómo conducirme y, en otro caso, hacer como Moisés: echarme un velo sobre el rostro (Ex 34, 29-35.).

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A. M. D. G.