4 Febrero 1944
He visto la aparición de Lourdes
María desciende hacia la boca de la hendidura hasta llegar al límite de la misma
María hace sobre sí la señal de la cruz. Me enseña a hacer la señal de la cruz.
Veía con absoluta nitidez la gruta excavada en el monte con sus resaltes pétreos sobre los cuales, a favor de un poco de tierra depositada en sus grietas, brotan las diminutas plantas propias de las grutas. Hierbas tenues, musgos, alcaparras, o mejor, hierba parietaria, hiedra selvática de ramas péndulas y, junto a la pared de la derecha (respecto a mí), en los bordes de la gruta, un rosal espinoso silvestre que extiende sus ramas, sin hojas aún, hacia el interior y a lo alto donde se encuentra una hendidura en la roca, hendidura que se adentra en rampa ascendente a modo de pasadizo angosto y oscuro.
La gruta –no se ría de mis garabatos– es así: (Aquí hace María Valtorta un diseño).
Esa especie de ventana es la hendidura y los garabatos que van del suelo a dicha hendidura quieren indicarle el rosal silvestre. Esas dos líneas tras la hendidura, el recorrido presumible del pasadizo petroso. El suelo viene a ser una mezcla de tierra, piedras y hierba, esa hierbecilla corta y lustrosa, característica de ciertos lugares de montaña.
La hendidura se ilumina de pronto con una claridad suavísima de un amarillo rosa cual si hubiese penetrado en su penumbra un rayo de sol para dorarla o una lámpara invisible la hubiese inflamado con su resplandor.
emerge de la luz mi dulce Señora a la que tanto amo,
la Madre a la que, a la sazón, tan a la perfección conozco
Después emerge de la luz mi dulce Señora a la que tanto amo, la Madre a la que, a la sazón, tan a la perfección conozco. Sonríe con su faz de lirio, con su mirar amoroso y casto. Se halla vestida toda de blanco como cuando la vi en el Paraíso, si bien lleva una cinta larga de espléndida seda, color azul cielo, que le ciñe el talle por debajo del corazón y desciende casi hasta la orla de su luengo vestido, del que asoman las plantas de sus pies, finos y sonrosados. Dos rosas, que aparecen sobre sus diminutos pies, rozan la fimbria del vestido, dos rosas magníficas que parecen de oro labrado en filigrana. Un dilatado velo, ciertamente compacto no obstante su ligereza, la cubre de la cabeza a los pies. De sus manos juntas pende un largo rosario que parece hecho de perlas engarzadas en oro. El rosario me ha parecido ser completo, esto es, de 15 misterios.
Se me olvidaba decirle que cuando se ha hecho la luz en la hendidura de la roca, el penacho de las ramas del rosal que estaba a los pies y a lo largo de la pared derecha de la hendidura, se ha agitado cual si un viento doblase las espinosas ramas y lo mismo las hojas que aún perduran abarquilladas por los hielos y, como enmohecidas, de un color verde rojizo.
María sonríe sin hablar, nimbada por esa luz áurea que le hace aparecer más nívea en su vestido y en el color de las manos, del cuello y de su rostro purísimo de poco más que de niña. Se le pueden calcular no más de veinte años y aún éstos no bien cumplidos.
María desciende hacia la boca de la hendidura
hasta llegar al límite de la misma
María desciende hacia la boca de la hendidura hasta llegar al límite de la misma. Advierto su paso un tanto ondulante como ya lo noté otras veces que la vi caminar: es el paso del que calza sandalias sin realce alguno de tacón. Una vez llegada al límite de la boca, se detiene exactamente encima del rosal.
María hace sobre sí la señal de la cruz.
Me enseña a hacer la señal de la cruz.
María hace sobre sí la señal de la cruz. Me enseña a hacer la señal de la cruz. ¡Da vergüenza pensar cómo la hacemos nosotros! El ángel de la visión del Paraíso me enseñó a recitar el: "Ave, María". María me enseña a decir: "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
Ella separa sus manos unidas en oración, pone la izquierda sobre el corazón y con la derecha, una vez desprendida del rosario, mirando al cielo, se toca en la frente, en el pecho, en los hombros y después, al "así sea", inclina la cabeza y, juntando las manos como al principio, sonríe de nuevo. En primer lugar, al signarse, no estaba ni seria ni sonriente: simplemente absorta en Dios. Su ademán es muy amplio y pausado que, ni de lejos se aproxima a los nuestros que parecen... espantamoscas y mutilamos las palabras.
Después comienza a desgranar su rosario, lentamente, rezando en voz alta y doblando fuertemente la cabeza, en una inclinación, al "Gloria Patri". Mientras yo digo el "Ave" y el "Pater". Ella sonríe y calla. El viento mueve de vez en cuando la extremidad de su cinta de seda. Hay un suave viento.
Por fin abre sus brazos y los extiende hacia el suelo y,
doblando la cabeza y su grácil cuerpo en una leve inclinación
de humildad, dice con su inimitable voz suavísima:
"Yo soy la Inmaculada Concepción"
Por fin abre sus brazos y los extiende hacia el suelo y, doblando la cabeza y su grácil cuerpo en una leve inclinación de humildad, dice con su inimitable voz suavísima: "Yo soy la Inmaculada Concepción". Y, al decirlo, levanta de nuevo la cabeza y junta sus manos una vez más mirando al cielo con ojos humedecidos de sobrenatural emoción.
Nada más dice. Mas su gesto, su sonrisa y su mirada me dan a entender que Ella es "la esclava de Dios", que siempre se considera tal (por su gesto de bajar humildemente los brazos y la cabeza) que lo es por gracia de Dios y no por mérito suyo propio (de aquí el significado de su ademán inicial); que lo es por el Señor al que tributa la alabanza por haberla donado al mundo como primicia del perdón para la humanidad culpable (como viene a indicar la segunda parte de su además que no es sino alabanza, gratitud y recogimiento recatado).
No es nada el contarlo porque, al verlo, ¡cuántas cosas enseñaba aquel ademán tan sólo!
Después se recoge como en oración interior
con la mirada absorta en Dios
al que Ella ve y así desaparece
Después se recoge como en oración interior con la mirada absorta en Dios al que Ella ve y así desaparece tornando a su Paraíso, dejando en mí la luz, la armonía, el perfume de su candor y a espiritualidad de su plegaria.
He escrito todo esto venciendo los obstáculos que el Tentador y mi humanidad oponían. Y ahora me quedo quieta con mi rosario entre las manos tratando de imitar a María, mi Madre-Maestra que ha venido para enseñarme a rezar y tributar alabanzas al Señor por todo lo que El hace con nosotros.
¡Nuestra Señora de Lourdes, enséñame a rezar y defiéndeme del demonio y de mí misma! Así sea.
128-131
A. M. D. G.