Alba del 13 febrero 1944.
Domingo.
eL AMOR DE COPARTICIPACIÓN.
Advertencias de Jesús
el amor de fusión y el amor de coparticipación
Es el amor de compasión. De con-pasión
Y Este que curó al ciego de nacimiento no podía hacer que ésta no sufra
Al altar no suben, no debieran subir, los impuros, ni los materialistas.
Advertencia de Jesús. Dejar en paz a mi Juan
Las descripciones que hace María Valtorta en sus escritos sigue las indicaciones de Jesús
Dice Jesús:
"Pobre estrellita mía, anegada por la galerna del dolor de tu Jesús, escondida, eclipsada y anulada con mi dolor infinito lo mismo que una estrella diminuta frente al sol; pobre violeta mía, abatida hasta doblarte bajo la sangre de tu Jesús como la hierba que viste empaparse con mi sudor sanguíneo en el huerto, ¿sabes qué es lo que he hecho contigo? Te he llevado hasta el "amor de coparticipación" del que te hablé en el otoño (11 octubre 1943).
Ahora estamos en primavera que no en otoño. "Pasó el invierno... han aparecido las flores por nuestras tierras. ¡Levántate, amiga mía (Cantar de los cantares 2, 11-13).
el amor de fusión y el amor de coparticipación
Levantado es el amor de fusión. Mas, elevadísimo, superando la cumbre de aquella altura, es "el amor de coparticipación". En el primero, llegas a anularte, con tu personalidad humana, en tu Amado. En el segundo, te sustituyes a El, le abarcas: El es el alma y tú la vestimenta del alma, sintiendo en esta tu vestimenta las penas de tu Amado mientras El grita en tu interior sus torturas espirituales y morales dándotelas a conocer del modo que el pensamiento transmite a la carne las impresiones de la mente al recibir las sensaciones materiales.
Es el amor de compasión. De con-pasión
Es el amor de compasión. De con-pasión. O sea: la Pasión vivida a la vez por Cristo y por la adoradora de Cristo.
Esto es lo que he hecho. Y si te he introducido en la "estancia de los vinos" (Cantar de los Cantares 2, 4) y su olor te ha embriagado hasta el punto de hacerte caer como muerta, has de saber, amada mía, que ese vino es mi Sangre. Es de él, de su perfume divino, del que se llena la estancia y desciende sobre tu corazón trocando tu vida por otra más alta y sube a tu pensamiento proporcionándote intuiciones y luces que no son terrenas sino sobrenaturales y divinas porque soy Yo el que hablo en tu pensamiento y no hay palabras mías más divinas que las que dan a conocer mis torturas de Redentor.
"A la sombra de Aquel que deseaba me senté" (Cantar de los cantares 2, 3). Mas ese árbol no es el manzano cargado de frutos sino mi Cruz de la que pende un único fruto: tu Cristo. Ahora bien, Yo bajo de él, he bajado de él para "sostenerte" con las flores de la caridad, para "confortarte" con mis caricias porque "tú languideces" de amor compasivo.
Amada mía, ¡cuánto te amo por tu amor! Tus lágrimas vertidas al asistir a mi llanto, al sentir el restallido de los azotes, al verme caer contra las piedras y las demás que has vertido al asistir a mi tortura extrema y a mi postrer desolación. Yo las he saboreado ya siendo para Mí, junto con las de las almas hermanas tuyas en el amor de coparticipación, más dulces que el vino mezclado con miel. Ellas estaban en el cáliz que el ángel me ofreció para mitigar la amargura del cáliz paterno, para sostener mi Humanidad sumida en una agonía cruel (Lc 22, 43). El, el ángel de mi dolor, para confortar mi espíritu abatido, me fue enumerando, uno a uno, los nombres de todos aquellos que habrían de amarme, pero amarme de un modo total, hasta compartir mis torturas y, entre ellos, estaba tu nombre, violeta, estrellita, mi pequeño Juan, María, mi María. ¡Gracias, alma a la que amo!
Podría haber ido y hubiera ido con más pausa en la tarea de introducirte en mis sufrimientos. Pero es preciso acelerar el tiempo. Yo lo sé. Por tal motivo debo acelerar la instrucción por más que ésta haya de agravarte tanto al verterla en alud sobre ti.
"Y Este que curó al ciego de nacimiento
¿no podía hacer que ésta no sufra?"
Y si hay quien llega a decir lo que ya consta en el Evangelio (Jn 11, 37): "Y Este que curó al ciego de nacimiento ¿no podía hacer que ésta no sufra?", Yo le respondo: "Tengo necesidad de su dolor para una obra grande". Se Me podrá argüir también: "¿Por qué no comenzar de los dolores preparatorios, cuando menos desde la Cena? Y ¿por qué no se ha terminado con la Crucifixión?" Respondo: "Tenía necesidad de que esta alma se empapase con este llanto para hacerla más apta, más diáfana y purificada antes de llegar a contemplar el misterio inefable de la muerte que sufrí para redimiros".
Al altar no suben, no debieran subir,
los impuros, ni los materialistas.
Al altar no suben, no debieran subir, los impuros, ni los materialistas. Mas si éstos pueden aún subir a vuestros altares por ser vosotros ciegos y Yo longánimo, a mi altar, para asistir a mi Misa, no puede venir sino el que se ha purificado con el incienso del amor y el agua de su llanto tras haber anulado su carne en la hoguera del sacrificio dejando vivir únicamente al espíritu.
Sigo pues mi método y no el vuestro y desearía en vosotros menos torpeza al desear ciertas explicaciones sobre pormenores tan insignificantes que sólo hacen referencia a la curiosidad y nada a la revelación.
Dejad en paz a mi Juan (mi pequeño Juan)
Dejad en paz a mi Juan. Esta alma que ve torturar a su Jesús, no está como para ocuparse preocuparse y referirlo después, si Caifás tiene la barba cuadrada o puntiaguda, si Herodes va vestido de rojo o de amarillo, si Pilatos es alto o bajo y hasta cuántos centímetros es más bajo que Yo y si la sala del Pretorio es larga, corta, cuadrada o rectangular. Si vierais vosotros torturar a la persona que más queréis, ¿os ocuparíais acaso del primero que vierais pasar? No. Miraríais únicamente a aquel a quien amáis o cerraríais los ojos para no ver nada. No os fijaríais en el vestido de una mujer, en la estatura de uno que pasara ni en la nariz de cualquier otro.
Las cosas en su punto, hombres, las cosas en su punto cuando se desvelan las torturas de un Dios. Y sirva esta advertencia para las restantes revelaciones.
Las descripciones que hace María Valtorta en sus escritos
sigue las indicaciones de Jesús
Mi pequeño Juan me mira a Mí y a María y ya no tiene ojos para mirar otra cosa. Y si al comienzo de una visión puede describir el ambiente o la naturaleza, tan pronto como Yo o mi Madre empezamos a manifestarnos, pierde la facultad de ver todo aquello que no seamos Nosotros. Y únicamente Nosotros, para vuestra ilustración, le hacemos que se fije en episodios secundarios, como son una vestido, un gesto, un cambio de luz que vienen a ser el fondo y contorno de la escena. Por lo demás, la "portavoz" nada vería de no ser a Cristo, a María o al Santo de que se trate.
Todo esto para que os sirva de norma y para la tranquilidad de mi pequeño Juan que ha rebasado ya el límite de sus fuerzas y, por otra parte, no podría, es cierto, disponer de más para satisfacer vuestra inútil curiosidad.
Y ahora ven, alma mía, ven conmigo. Cierra lo ojos al mundo y ábrelos adonde Yo te diga, y mira. Mira y descansa. Esta es una hora feliz. La visión de esta tarde será más esplendorosa y la escribirás. Yo te bendigo."
Hoy no ha venido el que tenía que venir.
La Eucaristía es Carne pero también Sangre
y mi Mano está enrojecida de Sangre".
Así es como he hecho la Comunión... y soy dichosa.
A las 12,30, cuando ya me he convencido de que no vendría, me he quejado dulcemente a Jesús: "¡Ay Señor! Hoy, ni Misa por la radio ni Pan para mi hambre espiritual. Y tanto la una como el otro los esperaba esta mañana con tal deseo...!" Y El: "No importa. Besa mi Mano. La Eucaristía es Carne pero también Sangre y mi Mano está enrojecida de Sangre".
Así es como he hecho la Comunión... y soy dichosa.
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A. M. D. G.