26 febrero 1944

 

Comentando el salmo 93º

 

 

Esas pequeñas cosas

provocan las avalanchas que os anegan

 

 


 

Señor, por qué no intervienes castigando

   ¿Qué ha sucedido en consecuencia?

   Prestar atención a ese granito de polvo

   no encontráis diez minutos para vuestro Dios. Sois amorales tanto unos como otros y no os preocupáis de Dios

   Qué mal hay en emanciparse de los padres, del marido,...

   Si los grandes hubieran tenido enfrente a un pueblo moral y cristianamente sano, no habrían podido llegar al logro de sus delitos

   Pueblo mío, ven a tu Señor. Yo, el Señor, no rechazaré al pueblo que viene a Mí

 


 

Dice Jesús:

 

Señor, por qué no intervienes castigando

 

"¿Cuántas veces el hombre, particularmente en estos momentos, no dice: "Pero, Señor, por qué no intervienes castigando? Da a los soberbios y a los malvados su merecidos. Si eres justo, ¿cómo puedes dejar que triunfen los malos y sufran tus fieles?"

Hijos, os recuerdo una frase del Evangelio: "Antes de quitar la paja del ojo del hermano, arrancaos la viga del vuestro" (Mt 7, 3-5; Lc 6, 41-42).

Es cierto que os veis atormentados por "grandes pecadores"; mas no estáis tampoco vosotros sin pecado. Vuestros pecados, mucho menores que los enormes de los corruptores del mundo, se han ido acumulando sin interrupción hasta provocar la indignación de Dios.

Habéis de pensar que Dios, todo Perfección y Justicia, juzga tanto los grandes como los pequeños pecados y que le repugna el gran pecado del grande y el pecado menor del pequeño. Si pues hubiese de intervenir para castigar los grandes, como le pedís, ¿por qué no le ha de ser lícito castigaros por vuestros reiterados y numerosos pecados?

Hay pecados de naciones enteras cuyos ciudadanos han olvidado y sustituido a Dios por otros infinitos dioses que van: de un "hombre" de entre ellos a una idea, de una idea a un cúmulo de costumbres morales, o más bien, amorales, de las que no hay ni una que Dios no repruebe.

 

¿Qué ha sucedido en consecuencia?

 

¿Qué ha sucedido en consecuencia? Lo que resulta de un derrumbamiento de arena. Hay lugares en la tierra en la que, por una particular composición, se van acumulando en aquel determinado lugar, lenta pero ininterrumpidamente, arenas transportadas por los vientos. Son precisos siglos; mas llega un momento en que la acumulación es tal que aquel repliegue de tierra no la puede soportar y la sacude de sí provocando catástrofes que engullen pueblos y ciudades enteras.

Si el hombre estuviese atento, atendería a contrarrestar la obra de los vientos con la suya propia y esparciría estas acumulaciones con la misma tenacidad que emplean los elementos. Por el contrario, no presta atención antes se complace de que éstos vayan acumulando estratos de tierra en donde antes había rocas o enarenen un estuario aumentando el área cultivable; y disfruta del seudorregalo del viento falaz y de la engañosa corriente haciendo de ellos fuente de lucro para gozar y triunfar por más que sea con perjuicio del pueblo vecino.

 

¿Prestar atención a ese granito de polvo?

 

¿Prestar atención a ese granito de polvo? ¡De ninguna manera! ¿Qué mal puede hacer?  Pues muchísimo, ya que, dentro de su pequeñez hecha grande por la acumulación de otras infinitas pequeñeces, es capaz de producir una catástrofe. Nada más diminuto que un granito de arena, pero agregadle millones y millares de millones de ellos y precipitadlos después, veréis qué horribles muertes provocan.

¿Qué cosa es aquel defecto, esa costumbre amoral? Nada: una nimiedad. ¿Pecado grave? ¡Qué va...! ¿Pecado venial? ¡Ni mucho menos! Una simple imperfección debida a la vida agitada de hoy o a la imposición de un complejo de circunstancias. Os decís: "¡Que no estamos en la Edad Media! Hay que ponerse a la altura de los tiempos y mirar más lejos. No hay que pensar que Dios esté siempre ahí con pluma y papel anotando mis omisiones, mis satisfacciones y mis transacciones. Hoy he preferido despachar un asunto que no ir a la misa dominical o tener esos diez minutos de coloquio con Dios que es la oración matinal o vespertina. Porque, si no llego a aprovechar esta mañana la ocasión ya no habría manera de dar con ese cliente o con aquel profesional; y, de perder esos diez minutos, adiós la posibilidad de llegar a tiempo. Mañana..."

 

no encontráis diez minutos para vuestro Dios.

Sois amorales tanto unos como otros

y no os preocupáis de Dios

 

¡Diez minutos! Estáis media hora arrebujándoos en la cama, otra media en pláticas con la mujer y los familiares, una hora casi acicalándoos como unos afeminados y después no encontráis diez minutos para vuestro Dios. Tenéis seis días para tratar vuestros asuntos que los pasáis de zascandiles sin resolver nada y sólo la mañana del domingo se os antoja urgentemente necesaria para despachar aquel asunto. Pero ¿es que aquel profesional, aquel cliente únicamente el domingo está libre? ¿Por qué? Si nadie, contra su mala costumbre, se hiciese buscar en domingo, ellos se verían precisados a dedicarse a sus negocios durante los otros seis días restantes.

Sois amorales tanto unos como otros y no os preocupáis de Dios. Eso es todo.

Y asimismo: ¿qué tiene de malo mi pequeña calumnia? ¡Pero, si no llega a calumnia, es murmuración...! Y, ni aún eso: es un chiste contado a espaldas de Ticio y Cayo para hacer reír, para presentarse bien informados o para caer en gracia ante los superiores y poderosos. Mas, en el fondo, aquella persona es de vuestro aprecio. Ya se sabe... hay que lagotear a los superiores para conseguir su protección y, con ella, buenos puestos. Ya se sabe... tu muerte es mi vida y si ocupo tu puesto, yo tengo una familia con muchas exigencias, mejor. Porque, por lo demás, tú, colega, sabes vivir más modestamente.

De esta suerte, robáis una reputación, un puesto y sois ladrones o hipócritas por plegaros a las exigencias y caprichos del epicureismo familiar y de la vanidad social o femenil.

Item más: ¿qué hay de malo en hacer un poco la corte a aquella señora y en ella el dejársela hacer? Es quitar un poco de monotonía a la vida. Después volveremos a ser, como antes, simples amigos. Son cosas sin consecuencia alguna. No hay que ser puritanos.

Pues bien, sois adúlteros o hipócritas y lo sois a los ojos de vuestros hijos que os parece que no ven, pero que lo ven todo, y a los que escandalizáis dándoles pie para que os juzguen.

 

¿Qué mal hay en emanciparse de los padres, del marido,...?

 

¿Qué mal hay en emanciparse de los padres, del marido, en independizarse y hacer la propia vida como a uno le plazca? ¿Qué tiene que ver hacer del matrimonio un algo utilitario que nos permita contar con una enfermera y una sirvienta en la mujer o con un recurso en el marido para satisfacer nuestras necesidades y caprichos pero no la misión de procreación y de crianza? Está bien que no vengan los hijos o que vengan en corto número. Suponen cruces, gastos, son motivos de disgustos entre los parientes A y B y entre los mismo hijos que les precedieron. Ningún hijo más fuera de aquel uno o dos que no se sabe cómo pudieron nacer. Y, una vez nacidos, nada basta para ellos: nodriza, niñera, institutriz, colegio... Asó habláis vosotros.

Sois asesinos o hipócritas. Suprimís vidas o almas. Porque, tened entendido: por bueno que sea un colegio y perfecta una institutriz, no lo son menos la madre, el padre y la familia. Esos hijos, que han sido de todos mucho más que vuestros, ¿cómo os van a poder amar con ese amor grande que sigue estando unido a vuestro interior como si tuviese echadas raíces en vosotros? ¿Cómo van a poder congeniar esos hijos con vosotros si sois para ellos extraños y viceversa? ¿Qué sociedad puede resultar de pueblos cuya primera forma de sociedad: la familia, es un algo árido, muerto y partido? Resultará una anarquía en la que cada uno piensa en sí cuando no en dañar a los demás.

Y el dinero que ahorráis negando el nacimiento a un hijo, ¿qué pensáis sea en vuestra cartera? Carcoma que ore vuestro caudal porque lo que no gastáis para un hijo lo gastáis aumentando tres veces más en diversiones, lujos inútiles y nocivos. Y ¿para qué os casasteis entonces si no queréis tener hijos? ¿A qué reducís vuestro tálamo? El respeto hacia mi "portavoz" me obliga a silenciar la respuesta. Dáosla vosotros, ¡indignos!

¡Son tantas las pequeñas cosas si las comparáis con los delitos de los grandes pecadores...! Mas, con todo, provocan la avalancha, esa avalancha que os anega.

 

Si los grandes hubieran tenido enfrente a un pueblo moral

y cristianamente sano,

no habrían podido llegar al logro de sus delitos

 

Ya os lo dije: (28 julio 1943) "Si los grandes hubieran tenido enfrente –no digo en contra sino enfrente– a un pueblo moral y cristianamente sano, compacto en la obediencia a la ley de Dios y de la moral, siquiera esta última fuese humana, no habrían podido llegar al logro de sus delitos. Su satanismo hubiérase quebrado como espada de vidrio al dar contra un bloque de granito pulverizándose". Y Dios os hubiera bendecido y protegido.

Vosotros, por el contrario, habéis admirado a los mayores delincuentes en quienes veíais esa perfección de delincuencia que no podíais alcanzar vosotros, esa perfección de amoralidad que os satisfacía porque justificaba la vuestra. Y os decíais: "Si así obra éste a quien admiramos, también nosotros podemos hacer lo propio". Y también: "Si Dios protege a éste que es así, ¿cómo no me ha de proteger a mí que soy menos?"

¡Estúpidos! Pero ¿creéis que Yo proteja a quien, para triunfar y llegar a hacerse cómplice para ello con cualquier otro y por cualquier medio, "despedazó a la viuda y al huésped y asesinó a los huérfanos"? (v.6); ¿a quien traicionó la confianza ajena, a quien engañó a  pueblos enteros y a quien no tuvo empacho en mandar al matadero a naciones enteras? Pues bien, Yo veo, siento y anoto. Y constituye mi dolor no poder intervenir porque, cuando intervengo, vosotros frustráis mi intervención con vuestra maldad. Estáis tan envenenados que el bien lo transformáis en mal.

Ahora os hablo cual si fueseis rectos de corazón, os hablo a todos, aún a aquellos que rectos no son. Os quiero invitar una vez más.

 

Pueblo mío, ven a tu Señor.

Yo, el Señor, no rechazaré al pueblo que viene a Mí

 

Pueblo mío, ven a tu Señor. Yo, el Señor, no rechazaré al pueblo que viene a Mí y, si permanece a mi lado proveeré por él "hasta que la justicia no venga a ser juicio, es decir hasta que el tiempo no haya terminado y comenzado la eternidad" (v. 15). Abriré mis brazos haciendo de ellos escudo para quien cree en Mí y me invoca con corazón contrito y confiado en mi misericordia y "les defenderé de aquellos que van a la caza del justo y condenan la sangre inocente" (v. 21). Poca es la que aún hay sobre la tierra, mas por esa poca daré todavía la gracia.

Mirad que es vuestro Dios el que os conjura a ello: Volveos a Mí, quered volver a Mí. Liberaos individualmente de vuestra desobediencia moral y del séptuplo vicio, y Yo después liberaré a la colectividad de sus azotes."

211-216

A. M. D. G.