27 febrero 1944

 

 

¿por qué el Padre Eterno no nos escucha?

 

 


 

Yo tuve un comportamiento único, un solo juicio y una sola palabra tanto interior como exteriormente; y este método mío se lo enseñé a mis discípulos

    Con todo, el Padre no intervino y a pesar de ello, no perdí la fe en El como tampoco la resignación en el dolor

   el pecado es raíz del pecado creciendo así la marea del mal

    El amor y la compasión que siento por vosotros me producen un dolor de mística crucifixión y grito y grito en nombre vuestro para persuadir al Padre a que no os deje por más tiempo abandonados

 


 

Dice Jesús:

"Te he hecho ver y oír desde su inicio mis sufrimientos, mis espasmos y mi grito al Padre.

Vosotros decís: "Pero ¿por qué el Padre Eterno no nos escucha?". Antes que a vosotros dejó de escucharme a Mí en la hora de la expiación. Y eso que Yo era inocente hasta de esos compromisos con las culpas ajenas que a vosotros tanto os satisfacen.

 

Yo tuve un comportamiento único,

un solo juicio y una sola palabra tanto interior como exteriormente;

 y este método mío se lo enseñé a mis discípulos

 

Yo, como todos los hombres de bien, no había desaprobado y después aprobado paladinamente en mi corazón o criticado abiertamente y más tarde aplaudiendo interiormente. No. Yo tuve un comportamiento único, un solo juicio y una sola palabra tanto interior como exteriormente; y este método mío se lo enseñé a mis discípulos y, a través de ellos, a todos vosotros. "Sea vuestro lenguaje: sí, sí; no, no" (Mt 5, 37). Porque es pecado el mismo compromiso con la conciencia propia o ajena. Yo tampoco cometí esta culpa y, aun no teniéndola, sufrí muerte asimismo por ella. Mi justicia me hizo hablar contra los pecados de los más poderosos (humanamente hablando) atrayendo contra Mí su ira. Juan el Bautista había pagado ya su rectitud con la pérdida de la vida (Mt 14, 1-12; Mc 6, 14-29; Lc 9, 7-9). Ahora perdía Yo la mía por idéntico motivo, siempre humanamente hablando.

Mas si no veían  y no podían creer que el esperado Mesías fuese un pobre galileo, –ellos que se lo figuraban nacido en un palacio– un hombre afable que predicaba renuncia, –ellos que se lo ideaban un conquistador de pueblos, un restaurador del poder de Judá– juzgaban, en cambio, que Yo era un peligroso denunciador de sus malas obras, matándome por ello. Daban cumplimiento al sacrificio esperado y decretado desde hacía siglos y siglos, si bien no eran capaces de hacer tanto. Lo que en su pensamiento únicamente creían hacer era algo que les favorecía a ellos como a sus intereses. Y aquella zorra astuta que era Caifás, para justificar el delito que preparaba con el fin de quitar de en medio a Aquel que temía por sus palabras sinceras y por el miedo a que cuando llegase a ser rey purificase también el Templo de sus abusos, dijo: "Es un bien que muera un hombre por el pueblo" (Jn 11, 49-50; 18, 14.).

 

Con todo, el Padre no intervino y a pesar de ello,

no perdí la fe en El

como tampoco la resignación en el dolor

 

Era un bien; pero un bien distinto del que Caifás pensaba. Un bien más grande. Mas para dároslo hube de experimentar el rigor del Padre, su abandono. Y tú me has oído gritar: "Eloi, Eloi, lamma sabactani" (Mt 27, 46; Mc 15, 34). Con todo, el Padre no intervino y a pesar de ello, no perdí la fe en El como tampoco la resignación en el dolor. Permanecí pegado al Cielo por más que el Cielo en aquel momento me rechazaba.

Y antes que Yo permaneció fiel a Dios y a la Verdad, fiel, y fuerte, mi Precursor.

Apresado una primera vez por aquel maestro de la componenda que era Herodes, –que fluctuaba entre la admiración que sentía por el profeta a quien tenía en gran predicamento y al que consultaba y escuchaba por considerarlo santo, y el rencor de la mujer que odiaba al Bautista porque fustigaba su lujuria y el temor a la ira del pueblo que veneraba a su profeta– le dejó al fin en libertad, presionado incluso por judíos influyentes, discípulos del Bautista, con orden expresa de alejarse y callar. Por esto se lee (Jn 3, 23-24) que Juan el Bautista, habiendo dejado el lugar del vado del Jordán en donde Yo fui bautizado, al comienzo casi del Mar Muerto, más cercano por tanto a la morada de Herodes, se fue a Enón, cerca de los confines de Samaría en donde permaneció hasta que fue apresado de nuevo porque no consintió en callar el vicio reinante en palacio, quedando en prisiones hasta su muerte.

Yo y el Bautista fuimos los héroes de la verdad y de la rectitud. Herodes, en cambio, fue el campeón del fraude y de la componenda. Primero le usurpó la mujer al hermano y pactó con la propia conciencia a trueque de hartar su carne. Y sobre esta base de podredumbre levantó los castillos de numerosos delitos, de los que uno pasó a la historia con la degollación del Bautista.

 

el pecado es raíz del pecado

creciendo así la marea del mal

 

Pensadlo bien: el pecado es raíz del pecado creciendo así la marea del mal. Y Dios no puede ceder allí donde ve que hay apego al pecado. Y si resulta penoso que sufran los inocentes en una expiación general, es también justo que aquellos que no saben arrancar el pecado de su corazón, prueben el abandono de Dios en toda su toxicidad que roe las entrañas y hace gritar de espasmo, como Yo grité, Yo que no lo hice al ser torturado con los azotes, con las espinas y con los clavos.

Y una vez más y siempre os digo (17 enero): "Permaneced unidos a Mí. Yo me encontraba solo cuando rogaba al Padre. Mas vosotros no estáis solos, pues tenéis con vosotros al Salvador, al Hijo del Altísimo. Rogad al Padre conmigo y en mi Nombre".

 

El amor y la compasión que siento por vosotros

me producen un dolor de mística crucifixión

y grito y grito en nombre vuestro para persuadir al Padre

 a que no os deje por más tiempo abandonados

 

Y a ti, mi pequeño Juan, te digo que tú me ves así porque, realmente, Yo grito por vosotros haciendo mías vuestras presentes torturas a fin de vencer a la Justicia del Padre que se halla de tal modo ofendida que no quiere, no se quiere inclinar a misericordia. El amor y la compasión que siento por vosotros me producen un dolor de mística crucifixión y grito y grito en nombre vuestro para persuadir al Padre a que no os deje por más tiempo abandonados.

Es la hora de Satanás. Mas vosotras, que sois mi corte de la tierra, vosotras, almas víctimas, llevad hasta la cima vuestro sacrificio, llevadlo hasta el tormento de la hora de nona, permaneced fieles aun en aquel océano de desolación que supone esa hora y decid conmigo: "¡Dios mío, Dios mío!".

Llenemos el Cielo con nuestras plegarias, almas que me imitáis en haceros salvadoras mediante vuestro sacrificio. Que el Padre sienta cambiarse su indignación en piedad y se aplaque su Justicia una vez más."

216-219

A. M. D. G.