4 de marzo de 1944,

a las 9 horas.

 

 

Muerte de Petronila

y martirio de Santa Fenícola

 

 


 

Después de contemplar la Pasión del Señor me sonaba un nombre dentro de mi cabeza: Santa Fenícola

    he visto a una mujer joven desnuda, atada de un modo atroz a una columna

   El martirio de Santa Fenícola:

    Muere después de comulgar Petronila 

 Fenícola habla con Flaco.

   Es condenada a la columna 

  Es arrojada a las aguas del Tíber

   El poder de la oración y el fruto de una amistad santa

   Pedro dejó por mi amor casa y familia. Mas Aquel que no defrauda hízole encontrar en esta muchacha consuelo, cuidados y delicadezas femeninas

   había pedido a su Dios que la crucificara. Y Dios la escuchó, siendo la parálisis la que crucificó sus angelicales miembros 

  Vuestra vida es siempre mía. Soy Yo el que os la doy y así lo debierais de tener presente 

  Fenícola era amiga y, más que amiga, hija o hermana

 


 

Me dice Jesús:

"Muchos es el trabajo de hoy si se ha de recuperar el tiempo, no digo perdido sino empleado contrariamente a lo que Yo quería.

Desde primera hora del día de hoy (una de la mañana) sabes sobre qué he de tener fija tu mente, porque el primero y único punto que se te ha iluminado, te ha venido a indicar ya sobre qué han de posarse los ojos de tu espíritu. Y ese nombre femenino e ignorado que te ha resonado dentro como campana que llama y no cesa de sonar hasta que obtiene respuesta, te ha dicho que también esto llegarás a saber. Mas entre mi virgen y el Maestro, debes escoger al Maestro dando preferencia a mi punto antes que al otro.

Te daré a conocer a muchas de las criaturas que están en el Cielo. Todas tienen algo que enseñaros a vosotros que queréis saberlo todo y leerlo todo menos lo que es ciencia con la que conquistar el Cielo.

Escribe".

Esta noche, presa de unos dolores como para enloquecer, me preguntaba a mí misma cómo hizo Jesús para soportar aquel mal tan espantoso de la cabeza –y lo preguntaba porque el mío era un tormento tal que me hacía rechinar los dientes por no gritar al menor ruido o tambaleo en el lecho, pareciéndome contar con tantos corazones latiendo apresurados y dolientes como dientes tenía, lo mismo que la lengua, los labios, la nariz, los oídos, los ojos, y en la frente me parecía tener un manojo de clavos que me penetrasen en el cráneo y de la nuca subía y se irradiaba una franja de fuego y de dolor astringente como una mordaza y me parecía también recibir de cuando en cuando en el parietal derecho golpes de un objeto pesado para hundirme más profundamente aquel manojo de clavos haciéndome retemblar toda– y cuando, presa de mi congoja, lo contemplaba desde el Huerto al Calvario, he aquí que, precisamente, tras la tercera caída, he tenido una pausa de alivio físico y espiritual en la que se me ha presentado hermoso, sano y sonriente sobre las encrespadas aguas del Mar de Galilea.

 

Después de contemplar la Pasión del Señor

me sonaba un nombre dentro de mi cabeza:

Santa Fenícola

 

Después se ha reproducido el tormento hasta que, sobre las dos, ha cesado la contemplación de la Pasión del Señor y calmado un poquito (un poco, ¿sabe?) el tremendo dolor de la cabeza al sonarme dentro un nombre: Santa Fenícola.

¿Quién es? La desconozco. Pero ¿ya habrá existido? ¡Bah! ¿Quién habrá oído tal nombre? Y trataba de dormir. Pero... ¡bien! ¡Santa Fenícola, Santa Fenícola, Santa Fenícola!

Aquí no se duerme, me he dicho, hasta que no me entere de quién se trata. Y, aprovechando que había remitido el dolor permitiéndome a la sazón moverme, mientras que desde las 15 a la media noche, y más tarde, me había tenido abatida e inerte con un cuerpo que sufría espasmódicamente sin poder siquiera abrir los ojos, –se lo puede decir Paula– he cogido un índice de santos y he visto que trae, junto a Santa Petronila v., Santa Fenícola v. m. Yo he oído decir: Fenícola; mas tal vez lo haya entendido mal.

 

he visto a una mujer joven desnuda, atada de un modo atroz

a una columna

 

Al tiempo de descubrir esto, he visto a una mujer joven desnuda, atada de un modo atroz a una columna. Y después, nada más.

Y ahora, por obediencia y sin más averiguaciones escribo cuanto el Maestro me muestra, pues tengo la cabeza que me da vueltas como una peonza.

 

4 de marzo de 1944

 

El martirio de Santa Fenícola

 

Veo a dos mujeres jóvenes en oración. Una oración ardentísima que, sin duda, debe atravesar los cielos. Una es más madura, como de unos treinta años; la otra apenas si habrá sobrepasado los veinte. Ambas, al parecer, gozan de una perfecta salud. Acto seguido se levantan y preparan un pequeño altar sobre el que disponen preciosos lienzos y flores.

Entra un hombre vestido como los romanos de la época al que las dos jóvenes saludan con suma veneración. El extrae del pecho una bolsa de la que va sacando todo lo necesario para celebrar la Misa. Después se reviste con los ornamentos sacerdotales e inicia el Sacrificio.

No comprendo muy bien el Evangelio, pero me parece que es el de Marcos: "Y le presentaron unos niños... el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él". Las dos jóvenes, arrodilladas cerca del altar, oran de continuo muy fervorosamente.

El Sacerdote consagra las Especies y después se vuelve para dar la comunión a las dos fieles comenzando por la de más edad cuyo rostro es seráfico por su ardor y seguidamente se la administra a la otra. Ellas, una vez recibidas las Especies, se postran contra el suelo en profunda oración, permaneciendo así postradas, al parecer, por pura devoción.

 

Muere después de comulgar Petronila

 

Mas cuando el Sacerdote se vuelve para bendecir y desciende del altar colocado sobre un estrado de madera –después de la celebración del rito que es idéntico al de Pablo en la cárcel Tuliana, con la única diferencia de que aquí el celebrante habla más bajito dado que asisten únicamente las dos fieles, razón por la cual entiendo menos el Evangelio– una tan sólo de las jóvenes se mueve. Su compañera la llama y menea. Se inclina también el Sacerdote. La levantan. La palidez de la muerte cubre ya aquel rostro, sus ojos semiapagados naufragan bajo los párpados y la boca respira a duras penas. Pero ¡qué beatitud en aquel semblante!

La acomodan sobre una especie de asiento alargado que hay junto a una ventana abierta a un patio en el que canta una fuente y hacen cuanto pueden por socorrerla. Mas, concentrando sus fuerzas, levanta una mano y, señalando al cielo, no dice sino dos palabras: "¡Gracias... Jesús!" y expira sin agonía.

Todo esto nada me dice que se relacione con la joven atada a la columna que vi esta noche y que, por más que estuviera mucho más pálida, enflaquecida, desgreñada y torturada, no sé por qué me parece un tanto semejante a la superviviente que ahora llora al lado de la fallecida. Y con esta incertidumbre me quedo por algún tiempo.

Una hora no más hace que es de noche cuando vuelvo a encontrar a la joven, antes llorosa y ahora de pie junto a la fuente del severo patio en el que tan sólo hay cultivados unos reducidos cuadros de lirios, sobresaliendo de sus muros rosales todos en flor.

 

Fenícola habla con Flaco

 

La joven habla con un joven romano:

"Es inútil que insistas, Flaco. Si yo te agrado es por la consideración y el recuerdo que conservas de mi amiga muerta. Mas yo no puedo consolar tu corazón. Si Petronila ha muerto, esto es señal de que no debía ser tu esposa. Mas yo tampoco. ¡Hay tantas jóvenes en Roma que se sentirían felices de llegar a ser las señoras de tu casa...! Yo, no. No por ti sino porque he decidido no contraer matrimonio". "¿También en ti ha prendido el loco frenesí de un puñado de hebreos?"

"Yo he tomado la decisión, y creo no estar loca por ello, de no contraer matrimonio".

"¿Y si yo te pretendiese?"

"No creo que tú, si es verdad que me amas y me respetas, querrías forzar mi libertad de ciudadana romana sino que me dejarías cumplir mi deseo cultivando conmigo la buena amistad que yo tengo contigo".

"¡Ah, no! Una se me fue y tú no te me escaparás".

"Ella murió, Flaco. La muerte es una fuerza superior a nosotros, no es fuga de nadie a un destino. Ella no se mató, murió..."

"Por vuestros sortilegios. Ya sé que sois cristianas y debía haberos denunciado al Tribunal de Toma; mas preferí consideraros como mis esposas. Ahora, por última vez, te digo: ¿quieres ser la mujer del noble Flaco? Yo te juro que es mejor para ti entrar como señora en mi casa dejando el culto demoníaco de tu pobre dios, que experimentar el rigor de Roma que no permite los insultos a sus dioses. Sé mi esposa y serás feliz. De otra suerte..."

"No puedo ser tu esposa. Estoy consagrada a Dios, a mi Dios. Yo, que adoro al verdadero Dios, no puedo adorar a los ídolos. Haz de mí lo que quieras. De mi cuerpo podrás hacer todo lo que se te antoje, pero mi alma, que es de Dios, yo no la vendo por todos los goces de tu casa".

"¿Es tu última palabra?"

"La última".

"¿Sabes que mi amor puede trocarse en odio?"

"Que Dios te lo perdone. Por mi parte, yo seguiré amándote siempre como hermano y pediré por tu bien".

"Y yo procuraré tu mal. Te denunciaré. Cuando te torturen, entonces me llamarás y comprenderás que es preferible la casa de Flaco a las necias doctrinas de que te nutres".

"Comprenderé que el mundo, para que ya no haya más Flacos, está necesitado de estas doctrinas y procuraré tu bien rogando por ti desde el Reino de mi Dios".

"¡Maldita cristiana! ¡A las cárceles! ¡A sufrir hambre! Y que te sacie tu Cristo si puede".

Tengo la impresión de que las cárceles se encuentran bastante cerca de casa de la virgen porque hay poco trecho de calle y que el noble Flaco sea ni más ni menos que un espía del Cuestor de Toma porque cuando la visión, cambiando de escenario, me traslada a la sala que ya vi con la joven atada a la columna, veo que es un tribunal como aquel en que juzgaron a Inés. Muy pocas son las diferencias y, lo mismo que allí, también aquí es un tipo patibulario el que juzga, siendo Flaco el que actúa de ayudante e instigador.

Fenícola, sacada de la cárcel en que se hallaba, es traída al centro de la sala. Aparece acabada de fuerzas si bien todavía con gran dignidad. Y aunque la luz le deslumbra, débil como está y hecha a la oscuridad de la cárcel, se mantiene erguida y sonriente.

 

Es condenada a la columna

 

Aquí las preguntas y ofertas de rigor seguidas de las respuestas de costumbre: "Soy cristiana. No sacrifico a otro Dios que no sea mi Señor Jesucristo".

Es condenada a la columna.

Le arrancan los vestidos y, desnuda a la vista del pueblo, le atan de pies y manos a una de las columnas del Tribunal. Para hacerlo, le descoyuntan las caderas y os brazos. La tortura tiene que ser atroz. Pero no basta aún y así le aprisionan con las cuerdas las muñecas y los tobillos, la golpean en el pecho y en el vientre desnudos con vergas y azotes, le pellizcan las carnes con tenazas y le inflingen otros suplicios tan atroces como ésos, que no estoy para referir.

De cuando en cuando le preguntan si quiere sacrificar a los dioses y Fenícola, con voz cada vez más débil, responde: "No, a Cristo, a El sólo. Ahora que comienzo a verle y cada tormento me lo pone más cerca, ¿queréis que yo lo pierda? Terminad vuestra obra para que yo dé el complemento a mi amor. Dulces nupcias en las que Cristo es el esposo y yo su esposa! ¿Sueño de toda mi vida!".

Al desatarla de la columna, cae por tierra como muerta. Sus miembros dislocados y aún rotos tal vez, ya no rigen ni responden a orden alguna de la mente. Sus pobre manos, seccionadas en las muñecas por la cuerda que ha marcado dos brazaletes de sangre viva, penden como muertas. Los pies, lacerados concretamente en los maléolos hasta descubrir los nervios y los tendones, aparecen claramente rotos como se aprecia al estar doblados en sentido inverso a su posición natural. Mas su rostro rebosa felicidad angélica. Ruedan las lágrimas por sus mejillas exangües, mas sus ojos ríen en una visión que la extasía.

Los carceleros, o mejor los verdugos, le dan de puntapiés y, a patadas, cual si se tratara de un costal inmundo que repugna tocar, la empujan hasta la peana del Cuestor.

"¿Aún estás viva?"

"Sí, por voluntad de mi Señor".

"¿Todavía insistes? ¿Quieres pues la muerte?"

"Quiero la Vida. ¡Oh Jesús mío, ábreme el Cielo! ¡Ven, Amor eterno!"

 

Es arrojada a las aguas del Tíber

 

"¡Arrojadla al Tíber! El agua calmará sus ardores".

Los verdugos la levantan de mala manera. El tormento de sus miembros rotos debe ser atroz. Mas ella sonríe. La envuelven en sus propios vestidos, no por pudor sino para impedirle que  pueda valerse en el agua. ¡Inútil previsión! En tal estado, de poco sirve el arte de nadar.

Sólo la cabeza emerge del envoltorio de los vestidos. Su pobre cuerpo, llevado a hombros de un verdugo, cuelga como si ya estuviese muerto. Mas ella sonríe a la luz de las antorchas puesto que ya es de noche.

Llegados al Tíber, cual si se tratara de un animal del que haya que deshacerse, la cogen y desde lo alto del puente, la precipitan a las aguas oscuras sobre las que aflora por dos veces, hundiéndose al fin sin exhalar un ¡ay!

 

Dice Jesús:

"He querido darte a conocer a mi mártir Fenícola a fin de proporcionarte a ti y a todos algunas enseñanzas.

 

El poder de la oración

y el fruto de una amistad santa

 

Has comprobado el poder de la oración en la muerte de Petronila, compañera y maestra de Fenícola, de más edad que ésta, y los frutos de una amistad santa.

Petronila, hija espiritual de Pedro, había absorbido de la palabra viva de mi Apóstol el espíritu de Fe. Petronila: La alegría, la perla romana de Pedro, su primera conquista romana, la que, por su respetuosa y amoroso devoción hacia el Apóstol, le consoló en todos los dolores de su evangelización romana.

 

Pedro dejó por mi amor casa y familia.

Mas Aquel que no defrauda hízole encontrar en esta muchacha

 consuelo, cuidados y delicadezas femeninas

 

Pedro dejó por mi amor casa y familia. Mas Aquel que no defrauda hízole encontrar en esta muchacha –y en medida sobreabundante, colmada y apretada, según mis promesas– (Lc 6, 38), consuelo, cuidados y delicadezas femeninas. Como Yo en Betania, él encontraba en casa de Petronila ayuda, hospitalidad y, sobre todo, amor. La mujer es idéntica, tanto para el bien como para el mal, bajo todos los cielos y en todas las épocas. Petronila, que fue la María (María de Magdala, hermana de Lázaro y de Marta de Betania) de Pedro con la ventaja de su pureza de niña a la que el Bautismo, recibido cuando su inocencia aún no había sufrido quiebra, había subido a una perfección angélica.

 

había pedido a su Dios que la crucificara.

 Y Dios la escuchó, siendo la parálisis

la que crucificó sus angelicales miembros

 

Escucha, María: Petronila, queriendo amar a su Maestro con todo su ser sin que su belleza ni el mundo pudiesen turbar este amor, había pedido a su Dios que la crucificara. Y Dios la escuchó, siendo la parálisis la que crucificó sus angelicales miembros. Durante su larga enfermedad, en aquel terreno regado por el dolor, florecieron mucho más hermosas las virtudes y, de un modo especial, el amor hacia mi Madre.

María, escucha todavía más: Cuando fue necesario, para demostrar que Dios es dueño del milagro, su enfermedad conoció una pausa y después, pasado ese momento, volvió a crucificarla

¿No conoces, María, a ninguna otra a la que el Maestro, como Pedro a Petronila, le diga cuando lo juzga oportuno: "¿Levántate, escribe, sé fuerte" y, pasada la precisión del Maestro, torne a ser, como antes, una pobre enferma en perpetua agonía?"

Muerto el Apóstol y, curada Petronila, ella comprendió que su vida ya no era suya sino de Cristo. No era de aquellas que, una vez obtenido el milagro, se sirven de él para ofender a Dios sino que su salud la empleó en los intereses de Dios.

 

Vuestra vida es siempre mía.

Soy Yo el que os la doy y así lo debierais de tener presente

 

Vuestra vida es siempre mía. Soy Yo el que os la doy y así lo debierais de tener presente. Os la doy como vida animal haciéndoos nacer y conservándoos vivos; y os la doy como vida espiritual con la Gracia y los Sacramentos. Deberíais recordar esto siempre y hacer buen uso de ella. Cuando pues os devuelvo la salud, cuando casi os hago renacer tras una enfermedad mortal, deberíais entonces acordaros más de que esa vida, vuelta a florecer cuando ya la carne sabía a tumba, es mía y, en agradecimiento, emplearla para el Bien.

Petronila lo supo hacer. No asimiló en vano mi Doctrina que es como sal que preserva del mal y de la corrupción, como llama que calienta e ilumina, como alimento que nutre y fortifica y como fe que comunica seguridad. Cuando sobreviene la prueba, el asalto de la tentación y la amenaza del mundo, Petronila ruega y llama a Dios pues quiere ser de El. Si el mundo la quiere, Dios la defiende del mundo.

Dijo Cristo: "Si tuvieseis así de fe como un granito de mostaza podríais decirle a un monte: ¡Levántate y vete más allá!" (Mt 17, 20; Mc 11, 23; Lc 17, 6).

¡Cuántas veces se lo dijo Pedro! Pero ella no le pide al monte que se mueva sino que le pide a Dios que se la lleve del mundo antes deque le aplaste una prueba superior a sus fuerzas. Y Dios la escucha haciendo que muera en un éxtasis. En un éxtasis, María, antes de que la prueba la aplaste. Recuerda esto, pequeña discípula mía.(María Valtorta, de cuya vida se hace aquí un paralelismo con la de Petronila, murió tras un prolongado período de desmemoriado aislamiento que para muchos resultó misterioso).

 

Fenícola era amiga

y, más que amiga, hija o hermana

 

Fenícola era amiga y, más que amiga, hija o hermana, puesto que su diferencia de edad era escasa, como de diez años. No se convive con el que es santo sin santificarse, como tampoco deja uno de corromperse conviviendo con un corrompido.

¡Si el mundo tuviese en cuenta esta verdad! Pero el mundo, por el contrario, hace caso omiso de los santos, cuando no los maltrata, y sigue a los que son como Satanás, haciéndose, por tanto, él cada vez más Satanás.

Ya has visto la firmeza y la dulzura de Fenícola. ¿Qué supone el hambre para quien tiene a Cristo por alimento? ¿Qué la tortura para quien ama al Mártir del Calvario? ¿Y qué la muerte para quien sabe que ésta le abre las puertas de la Vida?

Los cristianos de hoy desconocen a mi mártir Fenícola; mas es bien conocida de los ángeles de Dios que la contemplan siguiendo alegre en el Cielo al Cordero divino. He querido dártela a conocer a fin de poderte hablar también de su maestra espiritual e infundirte ánimos para padecer.

Repite con ella: "Ahora sí que empiezo a ver entre estos dolores a mi esposo Jesús en el que he puesto todo mi amor", y piensa que también para ti suscité un Nicomedes (Es el nombre del presbítero que recuperó el cuerpo de la santa mártir Fenícola, cuyos datos históricos parecen coincidir con el relato sobre la mártir Fenícola aquí presentado. El "Nicomedes" de María Valtorta, suscitado para su recuperación espiritual, es el Padre Migliorini) a fin de salvar de las aguas de las pasiones tu yo que quería para Mí y hacer acopio de cuanto de ti merece conservarse, todo eso que es mío y puede contribuir al bien en las almas de tus hermanos."

242-251

A. M. D. G.