7 marzo 1944

 

Tarde del 7 marzo

 

 

Logra que Jesús le HAGA REFLEXIONAR

SOBRE lo que sufrió su Madre, María

 

 


 

es dolor de sentimiento el Ecce Homo, me atraen como un imán

   quiere de mí alguna otra cosa que no alcanzo a entender y que quisiera saber

    Morir de amor mirando a mi Jesús penante entiendo sea el más bello morir

  Quiere que Jesús le conceda conocer los tormentos de su Madre, María.

  Aquí estoy aunque no me quieras mirar. Veremos quién vence 

 Y di, en mi Nombre, a cuantos pudieran comentar irreverentemente las palabras de la Madre, que Ella, en esos momentos, era la Mujer

   ¡Hombres!, era Madre

 


 

¿A quién puedo decirle lo que sufro? A ninguno de esta tierra, porque no es sufrimiento de la tierra y no sería comprendida. Querría sufrir diez, cien veces más. Por nada del mundo querría dejar de sufrir esto. Mas ello no obsta para que yo sufra como al que le ahogan del cuello, está cogido en un cepo, quemado en un horno o traspasado su corazón.

 

es dolor de sentimiento

el "Ecce Homo", me atraen como un imán

 

Si me fuese dado moverme y aislarme de todo y poder así, con el movimiento y el canto, desahogar mi sentimiento –porque es dolor de sentimiento– creo recibiría con ello algún alivio. Mas estoy como Jesús sobre la cruz. No se me concede poder moverme ni aislarme y debo apretar los labios para no brindar un espectáculo con mi dulce agonía a la avidez de los curiosos.

No es un decir esto de: apretar los labios, pues tengo que hacer un gran esfuerzo para dominar el impulso de lanzar el grito de gozo y de pena sobrenatural que bulle dentro de mí y salta con el ímpetu de una llama o de un surtidor.

Los ojos de Jesús, velados por el dolor: el "Ecce Homo", me atraen como un imán. El está frente por frente de mí y me mira, erguido de pie sobre las gradas del Pretorio, con la cabeza coronada, las manos ligadas puestas sobre el vestido blanco de loco con el que han querido mofarse de El pero que, por el contrario, al vestirle con él, le han vestido con el candor propio del Inocente.

 

quiere de mí alguna otra cosa que no alcanzo a entender

y que quisiera saber

 

No habla, mas todo en El habla, me llama e inquiere. ¿Qué demanda? Que yo le ame. Esto lo sé y esto le doy hasta sentirme morir cual si el filo de una espada me atravesase el pecho. Pero quiere de mí alguna otra cosa que no alcanzo a entender y que quisiera saber. Esta es mi tortura. Querría darle todo cuanto puedo desear a costa de morir de congoja sin conseguirlo.

Su Semblante dolorido me atrae y fascina. Es hermoso al mostrarse como Maestro o Cristo Resucitado, dándome gozo cuando lo veo así. Mas éste me produce una amor tan profundo que el de una madre viendo sufrir a una criatura suya no puede ser mayor.

Sí, lo comprendo. El amor de compasión es la crucifixión de la criatura que sigue a su Maestro hasta la tortura final. Es un amor despótico que nos impide cualquier pensamiento que no sea el de su dolor. Ya no nos pertenecemos. Vivimos para consolar su tortura y ésta constituye nuestro tormento que nos mata no sólo metafóricamente. Con todo, cada lágrima que nos arranca el dolor nos es más querida que una perla y los dolores que apreciamos semejantes a los suyos nos son más deseables y queridos que un tesoro.

 

Morir de amor mirando a mi Jesús penante

entiendo sea el más bello morir

 

Padre, me esfuerzo en expresarle lo que experimento; pero me resulta inútil. De todos los éxtasis que Dios pueda darme, éste de sus sufrimientos será siempre el que suba mi alma hasta el séptimo cielo. Morir de amor mirando a mi Jesús penante entiendo sea el más bello morir.

El día 12 no hubo dictado. El 13 no quise escribir. Usted sabe por qué.

El 14, con la mohína todavía, cedo al fin porque... dejarle hablar sin recoger sus pensamientos es para mí como privarme del aire y de la vida.

 

Quiere que Jesús le conceda

conocer los tormentos de su Madre, María.

 

Ahora bien, aún me puede la mohína, es cierto. Y si no fuese porque hoy es mi cumpleaños (cumplía este día 47 años pues nació el 14 de marzo de 1897) y sus palabras son el más bello regalo para la pobre María, aún me mantendría fuerte para ver si por este medio me concede la gracia que le pido para todos.

Desde ayer tarde –cuando usted vino lo decía ya– está repitiendo Jesús:

"¿Aún no has comprendido que si permití que conocieses los tormentos de María fue para que Ella fuese tu guía y tu consuelo en esta hora? (19 febrero)

Mantenía cubierta con un velo la pasión de mi Madre por ser cosa tan santa que no debía ser dada como pasto a los puercos (Mt 7, 6). Sólo en atención al Padre, para que tuviese una norma al juzgar y absolver a las almas a las que el dolor háceles delirar; sólo para ti, para que supieses que la Madre, por haber sufrido Ella, comprende tus sufrimientos y te enseñase cómo se ruega cuando el corazón se halla en una pira de dolor y cómo se doma el sentimiento que surge contra un querer del que no se conocen los fines, doblegándolo con el convencimiento del espíritu acerca de la bondad de Dios –convencimiento que inculca el espíritu a la razón y al sentimiento imponiéndoselo como un yugo a los dos rebeldes para su bien– y sólo para otras pocas queridas y benditas almas de esta mi "pequeña grey" he concedido las palabras de mi Madre en aquella hora tremenda, inferior únicamente a la mía del Getsemaní.

¡Y tú no lo has comprendido! Si no te conociese como no te conoces tú, debería mostrarme severo contigo. Mas, por el contrario, te acaricio y no te dejo marchar, pobre ovejita mía, toda envuelta entre las espinas. Mira: te las arranco una por una desenredándolas de tu vellón y punzándome Yo para que no te puncen a ti.

 

Aquí estoy aunque no me quieras mirar.

Veremos quién vence

 

Aquí estoy aunque no me quieras mirar. Veremos quién vence."

Esta mañana, tras una noche de agonía que ha hecho que llegue a esta hora con un semblante muy poco diferente del de la niña de Jairo, dice El:

"¿Ya ves cómo no puedes estar sin Mí y sin tu Misa en la que Jesús canta y comenta el Evangelio y te da su bendición?

¡Oh, pobre, pobre María, qué mal estás así en la tierra! Verdaderamente necesitas que Yo te tome conmigo. No estás hecha a las brutales embestidas del mundo. Pero aún me haces falta. Piensa en la Madre. Debes permanecer todavía por algún tiempo para servir a Jesús ¿No quieres quedarte para servir a Jesús? ¡Vamos, vamos! Tus reproches vienen a ser por ahora amor y fe porque piensas que Jesús todo lo puede y que tu amar y creer totales deben obrar el milagro.

También Marta y María me reprocharon en Betania el no haber apresurado el retorno y haberme alejado mientras estaba muriendo Lázaro (Jn 11, 20-32). Mas Yo las amé hasta por esto, ya que en aquel reproche había amor y fe: "Si hubieras estado Tú aquí no habría muerto nuestro hermano" dijeron las dos hermanas. Y en el reproche se traslucía su convicción de que Yo podía obrar el milagro así como su grande amor en la confianza que demuestran atreviéndose a reprocharme.

 

Y di, en mi Nombre,

a cuantos pudieran comentar irreverentemente

las palabras de la Madre,

que Ella, en esos momentos, era la Mujer

 

¡Paz, paz, alma mía! Paz entre tú y Yo. Y di, en mi Nombre, a cuantos pudieran comentar irreverentemente las palabras de la Madre, que Ella, en esos momentos, era la Mujer. La Mujer que asumía en sí todos los dolores de la mujer, dolores recaídos en la mujer por el pecado de la primera y que debía expiar, al igual que Yo había asumido en Mí todos los pecados del hombre para poderlos expiar.

Di a cuantos niegan que María hubiera podido sufrir por ser santa, que Ella, como ninguna otra hermana suya de sexo, sufrió todo, todo menos los dolores del parto, al no pesar sobre Ella la culpa y la maldición de Eva y, por idéntica razón, los dolores propios de la agonía física (G 3). Dio a luz al Hijo de sus entrañas inmaculadas y entregó a Dios su espíritu sin mancha del modo como el Creador decretó para todos los hijos de Adán y que así habría sido de no haberle la culpa uncido al Dolor.

Diles también que Yo, con ser el Santo de los santos, por ser el Expiador principal, hube de sufrir también el dolor de la muerte y ¡de qué Muerte!

Di a los que niegan que María hubiera podido sufrir en su alma, en su mente y en su carne durante las horas expiatorias de la Pasión, que si Yo puedo hacer partícipe de mis sufrimientos y señalar con mis llagas a un siervo o a una sierva mía –criaturas que me aman pero que en su amor son siempre muy relativas– ¿cómo no habría podido asociar a estos sufrimientos y hacer partícipe de ellos –para que así aumentase el valor de los padecimientos del Hijo de Dios con el valor de los padecimientos de la Llena de Gracia– a mi Madre María Santa, María Caridad, inferior únicamente a Dios, aquella que me amaba a la perfección, tanto como Madre, porque dentro de su condición de inmaculada tenía perfección de sentimientos, como creyente, puesto que, en su santidad, me amó como ninguna?

 

¡Hombres!, era Madre

 

¡Hombres!, era Madre. Me había engendrado, llevado, dado a luz y amamantado. No era de estopa sino dotada de nervios y con un corazón. Era de carne y no sólo de espíritu. Carne pura, pero carne al fin. Si Yo lloré y sudé sangre ¿no había ella de llorar y sudar sangre también?

¡Hombres!, Yo era su Hijo. No era un fantasma de hombre. Era Carne, era su Carne y, por su presciencia perfecta, en ella y sobre ella veía caer los azotes, penetrar las espinas, descargar los golpes, chocar con las piedras y penetrar los clavos, recibiéndolo todo, por su santidad, en Ella.

¡Hombres, reflexionad! Decís que creéis en la Comunión de los Santos que consiste en la unión de las oraciones y de los sufrimientos con los méritos infinitos de Cristo para las necesidades de los espíritus y ¿no podéis admitir que la primera en participar fue María, la Santa, tanto mía como vuestra?

Di esto, pequeño Juan disgustado, a esos hombres de fe e ideas desviadas por un racionalismo que ni ellos mismos saben que lo tienen y que, como la gardama, se ha introducido subrepticiamente hasta en los espíritus más sinceramente deseos de estar en la verdad. Recuerda asimismo que Juan nunca se disgustaba ni aun cuando Yo le reprendía o pretería y los otros le contradecían.

Vete en paz. Te bendigo aun cuando hoy has estado tan cabritilla. ¡Se buena! Piensa en que tanto te he amado que he llegado hasta hacerte mi portavoz. Vete en Paz. Te bendigo de nuevo.

259-264

A. M. D. G.