18 marzo 1944
S. Mateo cap. 23, v. 19.
confundís la ofrenda con el altar
y creéis más importante
la ofrenda que el altar
Yo soy un banquero honrado y bueno
El altar es mucho más que la ofrenda que está sobre él y es el altar el que habla
Ayer, viernes, silencio. Únicamente dolor recibido y ofrecido como don.
Hoy dice Jesús esto:
"Una de las desviaciones de vuestro pensamiento como católicos y, en general, como cristianos, consiste en en esto: Que confundís la ofrenda con el altar y creéis más importante la ofrenda que el altar. Y esto acaece, incluso, con quienes de entre vosotros son buenos hijos del Señor. Voy a hablaros de ello para que os corrijáis.
vuestras ofrendas de oraciones y de sacrificios
que sólo en el Paraíso alcanzaréis a ver cómo las usé
y cuánto bien hice con ellas
Me son tan gratas vuestras ofrendas de oraciones y de sacrificios que sólo en el Paraíso alcanzaréis a ver cómo las usé y cuánto bien hice con ellas.
Vosotros me entregáis vuestras pobres cosas mezcladas siempre de humanidad y siempre manchadas con imperfecciones. Nada que sea más bello tenéis para entregarme. El hombre, aún el mejor, está sujeto, mientras es hombre, a ser imperfecto. Cuando estéis aquí conmigo, ya no lo seréis.
Yo soy un banquero honrado y bueno
¡Oh! Yo soy un banquero honrado y bueno. No dejo improductivos vuestros ahorros ni los destino para Mí ni para otros dejándoos a vosotros privados de sus frutos sino que voy atesorando para vosotros y, al emplear vuestro dinero en las necesidades del mundo, acumulo sus intereses para que os los encontréis a la hora de la muerte y os sirvan de dote para entrar en mi Reino.
Vosotros, por tanto, me entregáis vuestras pobres cosas siempre imperfectas pero tan apreciadas por Mí. Me las entregáis a Mí, porque –como dije Yo (Mt 25, 31-46)– cuantas obras buenas hacéis para y por vuestro prójimo, a Mí me las hacéis. Y al prójimo, cuando se le da pan, agua, hospitalidad, vestido, consuelo, enseñanza y ejemplo, se le da tanto como cuando se da por él la vida al ofrecérmela a Mí por la salvación de uno o de muchos y por el triunfo del bien, de mi Bien, en el mundo.
Mas, cualquier cosa que me deis, pensad siempre
que no es por ella que tengáis cuanto pedís
sino por vuestro Dios
Mas, cualquier cosa que me deis, pensad siempre que no es por ella que tengáis cuanto pedís sino por vuestro Dios. Soy Yo, es decir, el altar, –porque el altar viene a representar el trono de Dios– el que os concede la gracia, Yo el que santifico la ofrenda y no ésta la que me santifica a Mí. Soy Yo el que quiero y puedo, y no vosotros los que queréis y podéis.
Así pues, cuando en el "Pater" decís: "Fiat voluntas tua", debéis pensar, por tanto, que también en vuestras peticiones debéis aceptar mi voluntad de escucharos y concederos lo que me pedís, y no decir: "Como yo he dado, debo tener". El que hayáis dado y por ello tengáis una fe y una confianza tan grandes en Mí que os parezca imposible que Yo no intervenga para escucharos, es para Mí más dulce que la caricia de un hijo. Mas si por una razón que vosotros no alcanzáis a comprender, Yo dejo de dar, vosotros debéis darme, no una caricia sino un beso, signo de amor más profundo que la caricia, el beso de vuestra pronta, alegre, humilde, santa obediencia y resignación a mi voluntad.
El altar es mucho más que la ofrenda
que está sobre él y es el altar el que habla
El altar es mucho más que la ofrenda que está sobre él y es el altar el que habla. No confundáis, por tanto, la cosa con Aquel a quien ésta se ofrece.
No os quiero llamar fariseos porque en esta culpa leve caéis ciertamente los más generosos y los que más voluntad tenéis de amarme con rectitud de corazón. Los fariseos, en su obrar, tienen multitud de errores; mas vosotros, por contra, en vuestras relaciones con Dios tenéis éste tan sólo. Ahora bien, puesto que os dije: "Sed perfectos" (Mt 5, 48), arrojad esto también de vuestro corazón.
Cuando hayáis depositado sobre el altar vuestra dádiva,
cuando me hayáis entregado a Mí, vuestro Dios,
vuestras ofrendas, dejad que el altar las eleve,
dejad que Dios las consagre
Cuando hayáis depositado sobre el altar vuestra dádiva, cuando me hayáis entregado a Mí, vuestro Dios, vuestras ofrendas, dejad que el altar las eleve, dejad que Dios las consagre. Acordaos de cuando Yo, sobre unas pobres ofrendas, hacia bajar fuego del Cielo para consumirlas en sacrificio de grato olor (I Reyes (Vulgata: 3 Reyes) 18, 36-48)
Ningún sacerdote ni fuego alguno es más que Yo que tomo vuestra dádiva, la consagro, la consumo y le doy el fin que entiendo ser más útil, por más que a vosotros no os lo parezca; y ninguna dádiva resulta más bella que aquella que se entrega, no por pura fórmula sino con la intención. Se entrega; y, una vez entregada, ya no se le hace recordar más con altanería al que se le entregó. Es bastante mi inteligencia para acordarme de vosotros. Me basta vuestra sonrisa y un decir vuestro: "Jesús" o "Padre", para que me tengáis presente cual si vuestro ángel alzase vuestra ofrenda hasta la altura de mis ojos.
¡Ánimo, hijos míos! El mundo es feroz; pero es algo que pasa y ya no vuelve más. Yo, en cambio, sigo permanentemente con mi bondad y, conmigo, mi mundo paradisíaco en el que se os aguarda para que, en un gozar eterno, os olvidéis de todos los horrores de la Tierra."
271-274
A. M. D. G.