22 marzo 1944
lA familia.
el ser y la razón del Matrimonio
La dignidad del hombre y de la mujer que se hacen padres es la que sigue a la de Dios
Esto es lo que hay que hacer: ir al matrimonio movidos por el deseo de descendencia
Dice Jesús:
"Este dictado de hoy viene a ser un corolario del de ayer (21-3-1944) al que aquí hace Jesús referencia es el comentario a la "Primera lección recibida de Jesús sobre el trabajo" que se contiene en la magna obra sobre el Evangelio).
Las familias,... son el origen de graves disensiones en el núcleo
de la célula familiar que..., son esas familias
en las que no domina Dios sino el sentido...
Las familias, que, lejos de ser familias, son el origen de graves disensiones en el núcleo de la célula familiar que, al irradiarse, destruyen las relaciones nacionales y con éstas la paz del mundo, son esas familias en las que no domina Dios sino el sentido y el interés, no se elevan hacia lo que es santo antes, cual hierba malsana nacida en el fango, rastrean siempre por tierra.
Le dice el ángel a Tobías: "Te enseñaré quiénes son aquellos sobre los que tiene poder el demonio (Tobías 6, 16 Vulgata)".
¡Oh, cuántos son, ciertamente, los cónyuges que, desde el primer momento de su unión, se encuentran bajo el poder del demonio! Y ¡cuántos aun antes de ser cónyuges! Porque, desde el momento en que se deciden a tomar un compañero o una compañera, no lo hacen con un fin recto sino con cálculos fraudulentos en los que dominan el egoísmo y la sensualidad.
Nada más sano ni más santo que dos que se aman honestamente y se unen para perpetuar la raza humana y proveer de almas al Cielo.
La dignidad del hombre y de la mujer que se hacen padres
es la que sigue a la de Dios
La dignidad del hombre y de la mujer que se hacen padres es la que sigue a la de Dios. Ni siquiera la dignidad real se asemeja a ésta, porque el rey, por sabio que sea, se limita a administrar súbditos. En cambio ellos, los padres, atraen sobre sí la mirada de Dios y arrebatan a aquella mirada una nueva alma que encierran en el envoltorio de la carne nacida de ellos. Me atrevería a decir que, en aquel momento, tienen como súbdito suyo a Dios, porque Dios, ante el amor recto que se une para dar a la Tierra y al Cielo un nuevo ciudadano, crea inmediatamente una nueva alma.
¡Si pensaseis en este poder de los padres al que Dios, de inmediato, presta su beneplácito! Los ángeles no pueden tanto, si bien ellos, lo mismo que Dios, están prontos a dar su conformidad al acto de los esposos fecundos y a hacerse custodios de las nuevas criaturas. Con todo, son muchos los que, como dice Rafael, abrazan el estado conyugal dispuestos a apartar a Dios de sí y de su mente y a entregarse a la libídine. Y sobre éstos es sobre los que tiene poder el demonio (Tobías, 6, 16-22; 8, 4-10 y 15-17 Vulgata).
¿Qué diferencia existe entre el lecho del pecado
y el lecho de dos cónyuges
que no se oponen al goce sino a la prole?
¿Qué diferencia existe entre el lecho del pecado y el lecho de dos cónyuges que no se oponen al goce sino a la prole? No hagamos malabarismos de palabras ni de racionamientos mendaces. La diferencia es bien poca. Porque, si por motivos de enfermedad o de imperfección es aconsejable o necesario no tener hijos, es preciso entonces saber ser continentes y privarse de aquellas satisfacciones estériles que no son sino complacencia de la sensualidad. Y si, por el contrario, nada hay que se oponga a la procreación, ¿por qué hacéis de una ley natural y sobrenatural un acto inmoral desviándolo de su fin?
Cuando un motivo honesto cualquiera os aconseje no acrecentar el número de hijos, sabed vivir como esposos castos y no como monas lujuriosas. ¿Cómo queréis que el ángel de Dios vele vuestra casa cuando hacéis de ella un antro de pecado? ¿Cómo queréis que Dios os proteja si le obligáis a desviar su mirada de vuestro nido contaminado?
¡Oh miseria de familias que se forman sin preparación sobrenatural, familias de las que se destierra, a priori, la búsqueda de la Verdad y en las que, incluso, se ridiculiza la Verdad que enseña el ser y la razón del Matrimonio! ¡Familias míseras que se forman sin pensamiento alguno elevado, aguijoneadas tan sólo por un apetito sensual y unas miras financieras! ¡Cuántos cónyuges que, tras la inevitable costumbre de la ceremonia religiosa –costumbre he dicho y lo repito, porque para la mayoría no es más que una costumbre y no aspiración del alma a tener a Dios consigo en ese momento– no tienen ni un solo pensamiento para Dios, haciendo del Sacramento que no termina con la ceremonia sino que se inicia entonces y dura lo que la vida de los cónyuges, algo conforme a mi pensamiento –lo mismo que la profesión monacal no dura lo que la ceremonia religiosa sino que dura cuanto la vida del religioso o de la religiosa– y hacen del Sacramento un festín y del festín un desahogo de la bestialidad!
El ángel le enseña a Tobías que, haciendo preceder al acto la oración, éste resulta santo, bendito y fecundo en prole y goces verdaderos (Tobías 4, 12).
ir al matrimonio movidos por el deseo de descendencia
Esto es lo que hay que hacer: ir al matrimonio movidos por el deseo de descendencia, pues tal es el fin de la unión humana, ya que cualquier otro fin es culpa que deshonra al hombre como ser racional, portador del espíritu que es templo de Dios que se aparta indignado, y tener presente a Dios en todo momento. Dios no es un carcelero opresor sino un buen Padre que se alegra con los goces honestos de sus hijos y que a sus abrazos santos responde con bendiciones celestiales y con su asentimiento, de lo que es prueba la creación de un alma nueva.
Mas ¿quién comprenderá esta página? Como si hablar la lengua de un planeta desconocido la leeréis vosotros sin apreciar su sabor santo. Os parecerá paja triturada cuando es doctrina celestial. vosotros, los sabios de ahora, os reiréis de ella sin saber que de vuestra estulticia se ríe Satanás que, merced a vuestra incontinencia y a vuestra bestialidad, ha logrado trocar en cadena para vosotros lo que Dios hizo para vuestro bien: el matrimonio como unión humana y como Sacramento.
Os repito, para que las recordéis y os sirvan de norma, –si es que aún lo podéis hacer por un resto de dignidad humana que sobreviva en vosotros– las palabras de Tobías a su mujer: "Nosotros somos hijos de santos y no podemos unirnos como los gentiles que no conocen a Dios" (Tobías 4, 12).
Que ellas sean norma vuestra. Y por más que hubierais nacido en donde la santidad se encontraba ya muerta, el Bautismo siempre habrá hecho de vosotros hijos de Dios, del Santo de los santos y por ello, siempre podréis decir que sois hijos de santos: del Santo y regularos según esto. Tendréis entonces "una descendencia en la que se bendecirá el nombre del Señor" y se vivirá en su Ley.
Y cuando los hijos viven en la Ley divina, lo que gozan con ella son los padres puesto que enseña la virtud, el respeto y el amor, y los primeros en gozar, después de dios, son los afortunados padres, los cónyuges santos que supieron hacer de su misión un rito perpetuo y no un vicio afrentoso".
279-282
A. M. D. G.