23 marzo 1944
la muerte y resurrección de Lázaro
vista en tres episodios.
Avisan a Jesús que Lázaro está muy enfermo
El hombre dice a Jesús que vaya a casa de Lázaro porque está muy enfermo
Hasta aquí la primera parte de la visión. La segunda es ésta:
Así es la Vida verdadera que es y continúa por más que la vida humana perezca.
Y aquí termina la segunda parte de la visión. La tercera es ésta:
Veo desarrollarse la siguiente visión de la que he tenido un indicio al ver aparecer a Lázaro al que le he llamado de viva voz.
Avisan a Jesús que Lázaro está muy enfermo
Se acerca un hombre al grupo apostólico congregado en una casa pobrísima de un lugar al que, por lo reducido que es, no se le puede calificar de pueblo. Es ya mucho llamarle caserío. Es un puñadito de casuchas de barro. (parecen hechas propiamente de barro y cañas) de una sola planta: suelo de tierra, sin terraza, de apariencia nada agradable, desparramadas a lo largo de una senda polvorienta que termina en un cañaveral crujiente como los que se suelen ver en las riberas de los ríos. Las cañas no son como las nuestras sino poco más o menos como las que se ven cerca de los arrozales, no sé el nombre exacto de estas hierbas que tienen un tallo largo cilíndrico, adornadas de hojas en forma de cinta y de una baya de la largura de un dedo que será la flor o el fruto de esta hierba lacustre.
El hombre habla con Pedro que se dirige a otra habitación seguido del hombre. Penetra en esta otra estancia en la que se encuentra Jesús sentado en el borde de un pobre lecho, único mueble existente en la estancia reducida y baja.
El hombre saluda y Jesús responde con una sonrisa. Comprendo que conoce a ese hombre porque le pregunta: "¿Qué nuevas me traes?"
El hombre dice a Jesús que vaya a casa de Lázaro
porque está muy enfermo
"Mis dueñas me mandan decirte que vayas en seguida adonde ellas porque Lázaro está muy enfermo y dice el médico que va a morir. Marta y María te lo suplican. Ven porque solo Tú le puedes curar.
"Diles que estén tranquilas, que ésta no es enfermedad de muerte sino para gloria de Dios a fin de que su poder resulte glorificado en su Hijo".
"Pero es que está muy grave, Maestro. Su carne cae gangrenada y ya no come. He reventado el caballo por llegar antes".
"No importa. Es como te digo".
"Pero ¿vendrás?"
"Iré. Diles que iré y que tengan fe".
El hombre saluda y se marcha. Pedro le acompaña y Jesús se queda solo.
Hasta aquí la primera parte de la visión.
La segunda es ésta:
Hasta aquí la primera parte de la visión. La segunda es ésta:
Nos encontramos aún en la pobre casa de antes. Es de noche. Se encienden ya las primeras estrellas en el cielo y las cañas del fondo del camino se mueven con la brisa nocturna batiendo a la vez sus extraños frutos que suenan a modo de pequeñas castañuelas y agitando las cintas de sus hojas que crujen como la seda.
Los apóstoles van despachando a los últimos que aún se obstinan en permanecer para seguir oyendo a Jesús y les cierran la puerta a la vista de todos. En el interior una lámpara de aceite esclarece las oscuras paredes sobre las que se recortan las sombras móviles de los apóstoles entregados a preparar un poco de cena.
Jesús se halla sentado a una mesa rústica con los codos sobre ella y la frente apoyada en las manos. Piensa y se abstrae en sus pensamientos, ajeno a lo que hablan y hacen los demás.
Pedro, con un puñado de hojas que despiden olor un tanto amargo, quita de la mesa el polvo que pudiera tener y pone sobre ella un pan, un ánfora llena de agua, una copa para Jesús –que se sirve al momento de beber como si estuviera abrasado de sed tras haber hablado durante todo el día a las turbas– y otra para todos ellos. Después Andrés trae peces asados y panes que coloca en medio de la mesa. Juan coge la lámpara que estaba por el hogar y la sitúa en la mitad de la mesa.
Jesús se levanta al tiempo que todos se acercan a la mesa. Rezan de pie. Jesús recita la oración por todos mientras sostiene el pan en sus palmas elevadas al cielo y los demás siguen mentalmente la plegaria. Después se sientan como pueden puesto que el mobiliario es muy escaso y Jesús distribuye el pan y los peces.
Comen y hablan de los sucesos del día y Juan ríe a gusto evocando el enfado de Pedro por la pretensión de aquel hombre que quería que Jesús fuese a su casa para curar a sus ovejas enfermas. Jesús sonríe y calla.
Al punto de terminar la comida, Jesús, como tomando una decisión y anunciándola, desenlaza las manos que mantenía apoyadas sobre la mesa y, extendiendo los antebrazos (como si fura a decir): "Dominus vobiscum" (Significa "El Señor esté con vosotros", que era el saludo que el sacerdote dirigía a los fieles en la celebración de la Santa Misa, que, en tiempo de María Valtorta, se decía en latín), dice: "Bueno, es preciso marchar".
"¿A dónde, Maestro?", pregunta Pedro. "¿A casa del de las ovejas?" Se ve que el asunto este de las ovejas lo tiene atravesado.
"No, Simón. A casa de Lázaro. Tenemos que volver a Judea".
"Maestro, recuerda que los judíos te odian" (Pedro).
"No ha mucho querían lapidarte" (Santiago).
"¡Pero, Maestro, esto es una imprudencia!" (Mateo).
"¿No te importa de nosotros?" (Judas Iscariote).
"¡Oh Maestro, cuida de tu vida! ¿Qué sería de mí y de todos si ya no te tuviéramos?" Juan es el último en hablar abiertamente. Los otros siete comentan entre sí no ocultando su desaprobación.
"¡Paz, paz!", responde Jesús. "¿Acaso no tiene doce horas la jornada? Si uno camina de día no tropieza porque ve la luz de este mundo; mas si camina de noche, tropieza porque no se ve. Como tengo en Mí la Luz, sé lo que me hago. Vosotros, dejaos guiar por Quien ve. Por lo demás, sabed que, mientras no llegue la hora de las tinieblas, nada tenebroso podrá ocurrir. Así pues, cuando llegue aquella hora, ningún alejamiento, ninguna fuerza, ni los mismos ejércitos del César podrán salvarme de los judíos. Porque lo que está escrito debe suceder y las fuerzas del mal están ya operando en la oscuridad para llevar a cabo su obra. Por tanto, dejadme hacer y hacer el bien mientras me encuentro en libertad de hacerlo. Llegará la hora en que ya no podré mover un dedo ni pronunciar una palabra para realizar el milagro. El mundo se verá vacío de mi poder. ¡Hora tremenda aquella de castigo para el hombre! No para mí sino para el hombre que no haya querido amarme. Hora que se repetirá por voluntad del hombre que habrá rechazado a la Divinidad hasta hacer de sí un sin Dios, un secuaz de Satanás y de su hijo maldito. Hora que llegará cuando esté próximo el fin de este mundo. La falta de fe imperante hará inútil mi poder de hacer milagros, no porque Yo lo pueda perder sino porque no se puede conceder el milagro en donde faltan la fe y la voluntad de obtenerlo y en donde el milagro habría de ser objeto de escarnio e instrumento del mal al valerse del bien recibido para hacer un mal mayor. Ahora aún puedo hacer milagros y hacerlos para dar gloria a Dios. Vayamos pues a casa de nuestro amigo Lázaro que duerme. Vamos a despertarle de este sueño para que esté despabilado y dispuesto a servir a su Maestro".
"Pero si duerme, ya está bien y terminará de curarse porque el sueño es ya un remedio. ¿Para qué despertarle?"
"Lázaro ha muerto. He aguardado a que muriese para ir allá, no por él ni por sus hermanas sino por vosotros, para que creáis y crezcáis en la fe. Vamos a casa de Lázaro".
"Está bien, vamos pues. Moriremos todos como él ha muerto y quieres Tú morir".
Así es la Vida verdadera que es y continúa
por más que la vida humana perezca.
"¡Tomás, Tomás, y vosotros todos que en nuestro interior estáis criticando y refunfuñando!, tenéis que saber que quien haya de seguirme debe preocuparse de su vida lo mismo que el pájaro del nublado que pasa: Dejarlo pasar en la dirección que el viento lo lleva. El viento es la voluntad de Dios que os la puede dar o quitar según su beneplácito sin que vosotros tengáis que sentir pena por ello, como tampoco se apena el pájaro por el nublado que pasa, y así canta igualmente, pues sabe que tras el nublado tornará el tiempo bonancible. Porque el nublado es un incidente mientras que el cielo es la realidad. El cielo continúa siempre azul por más que las nubes lo pongan, al parecer, gris; pues es y sigue azul más arriba de las nubes. Así es la Vida verdadera que es y continúa por más que la vida humana perezca. El que quiera seguirme no debe sentir ansia ni preocupación por la vida. Os enseñaré cómo se conquista el Cielo. Mas ¿cómo podréis imitarme si tenéis miedo de ir a Judea, vosotros, a quienes nada de malo os han de hacer por ahora? ¿Tenéis reparo en que os vean conmigo? Podéis abandonarme libremente. Pero si queréis seguir, debéis aprender a desafiar al mundo con sus críticas, sus insidias, sus burlas y sus tormentos para conquistar mi Reino. Vamos".
Y aquí termina la segunda parte de la visión.
La tercera es ésta:
Y aquí termina la segunda parte de la visión. La tercera es ésta:
A través de un bello y amplio jardín poblado de frutales en sus linderos; frutales que, a la sazón, se encuentran desprovistos de hojas y de frutos por ser, sin duda, todavía invierno, penetra en la mansión de Lázaro. Multitud de gente va y viene por los viales del jardín. Se trata de judíos ricos cuyas cabalgaduras aparecen atadas a la verja que delimita la propiedad, toda ella murada y adornada con pesada cancela de hierro forjado al modo de verja árabe.
Al ver entrar a Jesús, algunos judíos van a la casa, hermosa y amplia, que se levanta en medio del jardín y salen de ella con una mujer alta y morena, de acusado perfil aunque no feo. Parece frisar los cuarenta años. Ella corre hacia Jesús y, con una explosión de llanto, se inclina ante El y le dice: "La paz sea contigo, Maestro; mas la paz ya no está con tu sierva. Lázaro ha muerto. Si Tú hubieses estado aquí, él no habría muerto. Maestro, ¿por qué no viniste antes? ¡Cuántas veces te llamaba nuestro hermano Lázaro! Ya ves: yo me encuentro desolada y María llora sin consuelo. A El no le tenemos aquí. Bien sabes Tú cuánto le amábamos. Todo lo esperábamos de Ti; pero, aún ahora, lo espero yo porque sé que cualquier cosa que Tú le pidas al Padre te la concederá".
"Tú hermano resucitará".
"Ya lo sé, Maestro. El resucitará en el último día!.
"Yo soy la Resurrección y la Vida. Cualquiera que crea en Mí, aunque haya muerto, vivirá. Y el que cree y vive en Mí no morirá eternamente. ¿Crees todo esto?" Jesús, al decirlo, aparece lleno de majestad y de bondad. Apoya su mano en el hombro de Marta que si bien es alta, lo es mucho menos que El al que observa lazando levemente su mirada llena de aflicción.
"Sí, Señor, creo esto. Creo que Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo, venido al mundo. Y que puedes todo lo que quieres. Creo. Voy ahora a avisar a María".
Jesús aguarda en el jardín. Se arrima a una hermosa fuente que, con su chorro riega cantarina el arriate que la circunda, volviendo a caer en el depósito donde bullen los peces con reflejos de oro y plata. De los judíos no se preocupa para nada, como si no existieran en absoluto. Ni siquiera les mira y, al entrar, tampoco dijo, como de costumbre; "Paz a esta casa".
Acude María que se echa a sus pies besándoselos y sollozando fuertemente. Muchos judíos, con Marta, la han seguido, haciendo coro con ella en su aflicción.
También María se lamenta: "¡Señor!, ¿por qué no viniste antes? ¿A qué te fuiste tan lejos de nosotros? Ya sabías que Lázaro se encontraba enfermo. Si Tú no hubieses estado aquí no habría muerto nuestro hermano. ¿Cómo no viniste? El tenía que vivir y yo demostrarle que perseveraba en el bien. ¡Cuántas angustias le proporcioné a mi hermano! ¡Y ahora, ahora que podía hacerle feliz, me lo han quitado! Tú me lo podías dejar y proporcionar a la pobre María la alegría de consolarle tras haberle ocasionado tanto dolor! ¡Oh Jesús, Jesús! ¡Maestro mío! ¡Salvador mío! ¡Esperanza mía!".
"No llores, ¡María! También sufre tu Maestro por la muerte del amigo fiel. Pero, no llores te digo. ¡Levántate! ¡Mírame! ¿Crees tú que Yo, que tanto te he amado, haya hecho esto sin razón? ¿Cómo puedes creer que te haya proporcionado este dolor inútilmente? Ven. Vamos adonde está Lázaro. ¿En dónde lo pusisteis?".
"Ven y lo verás".
Jesús toma a María del codo obligándola a levantarse y, teniéndola así, se encamina yendo al lado de María que le va indicando el camino.
Van por el frutal hasta el término del mismo. Aquí se muestra el terreno con anfractuosidades rocosas porque el lugar no es llano y es de composición calcárea como se aprecia en muchas zonas de nuestros Apeninos.
"Maestro, allí está sepultado tu amigo", dice Marta llorando y le indica una tapadera colocada, no en sentido horizontal ni perpendicular sino oblicuo contra un saliente de roca.
Jesús observa y llora. Las dos hermanas, sobre todo María, al verle llorar, sollozan más fuertemente.
"Retirad esa piedra" ordena Jesús.
"No es posible, Maestro", responde Marta. "Hace ya cuatro días que está ahí abajo y sabes Tú muy bien de qué ha muerto. Sólo nuestro amor podía hacerle las curas. Ahora hiede ya mucho a pesar de los ungüentos. ¿Qué quieres ver, su podredumbre?"
"¿No te he dicho que si creyeres verás la gloria de Dios? Retirad esa piedra. ¡Lo mando!"
Algunos criados quitan la pesada piedra y aparece una especie de galería oscura que va en pendiente hacia abajo. No se ve otra cosa después de quitar el cierre de esta especie de tapadera.
Jesús alza los ojos, abre sus brazos en cruz y ora en voz puesta mientras todos contienen la respiración: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo bien sé que siempre me oyes, mas lo digo por el pueblo que me rodea. Por eso he obrado como he obrado, para que crean en Ti, en Mí y en que Tú me has enviado".
Queda unos instantes, como arrobado, en comunicación con el Padre. Su rostro se transfigura haciéndose, al parecer más espiritualizado y luminoso y su estatura parece elevarse todavía mas.
Después se adelanta hasta la boca de la galería, pasa los brazos de la posición de en cruz a tenerlos extendidos hacia adelante con las palmas de las manaos extendidas también mirando a tierra, esas sus manos alargadas de las que fluye tanto bien y, con voz potente y ojos que brillan como zafiros encendidos grita: "¡Lázaro, ven afuera!".
Su voz, erguido como está en la abertura de la cueva, retumba en su concavidad pétrea y se propaga repercutida por el eco a través de todo el jardín.
Un escalofrío emocional corre por la gente que mira con ojos aterrados y avizoradores en sus rostros empalidecidos. Hasta las dos hermanas miran así: Marta de pie y María de rodillas teniendo cogido inconscientemente con la mano un extremo del manto de Jesús.
Se dibuja un alargado blancor en la cavidad oscura. Y aunque envuelto en las vendas y con el rostro cubierto, el que había muerto va avanzando hasta la salida mientras Jesús retrocede. Da un paso adelante el muerto y otro hacia atrás Jesús que le manda a María dejarle libre el manto.
Cuando el resucitado llega al umbral, se queda allí como una momia puesta en pie, macabro y espectral contra la negrura de la cueva y Jesús ordena: "Desatadle y dejadle andar. Dadle ropa y de comer".
"Maestro..." María querría decir alguna cosa. Pero Jesús le interrumpe: "Aquí en seguida. Traedle un vestido. Vestidle a la presencia de todos y dadle de comer".
Los criados se apresuran: quién a traer una túnica, quién a soltarle las vendas, quién a traer agua y quién comida.
Las vendas se desarrollan como una cinta. Son decenas de metros de vendas estrechas cargadas de aromas y supuraciones humanas. Caen al suelo como un montón de podre. Hacen que caiga asimismo la sábana que va debajo de éstas sobre ella, y va suave y poco a poco desprendiéndose a medida que van soltando las vendas.
Lázaro va emergiendo paulatinamente de su capullo de muerte y parece propiamente una crisálida horadando el capullo. Su rostro aparece por demás enjuto y céreo, sus cabellos pegados con los aromas y los ojos cerrados aún por los mismos. Le sueltan por fin las manos que tenía unidas sobre el pubis.
Los criados, junto con Marta, se apresuran a limpiarle los miembros, conforme van apareciendo, con una esponja empapada en agua caliente aromatizada con no sé qué que la hace roja y opaca. Cuando Lázaro está limpio hasta las caderas y su cuerpo delgadísimo aparece respirando a la vista de todos, Marta le viste una túnica corta que le llega hasta debajo de la cintura. Después, con amor, hácele sentar y le desliga las piernas lavándoselas también. Las tiene todas marcadas de cicatrices rojo violáceas como de heridas recién cicatrizadas. Marta y los criados lanzan un "¡Oh!" de asombro. Jesús sonríe.
Hasta los judíos se dan cuenta. Se acercan en la medida que se atreven por no contaminarse con las vendas, creo yo, y miran y remiran a Jesús que sigue sin cuidarse de ellos como si no existieran.
Le calzan las sandalias a Lázaro que se incorpora con seguridad vistiéndose por sí mismo la amplia túnica que Marta le presenta. Ahora, fuera de lo delgado y pálido, él es como todos. El mismo se lava las manos una vez y después, tras haber cambiado el agua, se lava de nuevo la cara y toda la cabeza. Se seca y así, una vez limpio del todo, va a postrarse a los pies de Jesús y se los besa.
"Bienvenido, amigo", dícele Jesús. "La paz y la alegría sean contigo, Vive para realizar tu feliz destino. Levántate para que Yo te dé un beso de salutación". Y ambos se besan en las mejillas.
Después Jesús mismo le ofrece una rebanada de pan recubierta, según me parece, con miel y una manzana que se la mezcla con vino blanco.
Los judíos quedan estupefactos viendo a Lázaro comer con el apetito de un hombre sano, y las hermanas de éste acarician y adoran a Jesús mirándole con amor.
Y así termina la visión.
282-291
A. M. D. G.