25 marzo 1944

Isaías, cap. 7, v. 10-16

 

 

Pedís una señal

 

Os envié mi Luz para iluminar con Ella

 la parábola de la humanidad

 

 


 

Pedís una señal, mas la pedís con vuestro corazón impuro y vuestros labios blasfemos

   No tenéis señal alguna de vuestro Dios porque Yo no me manifiesto a quien me niega 

  El fin será como el principio...dejaré que las fuerzas satánicas manden el diluvio de sus satánicas crueldades

   Ese Emmanuel, al que la Virgen a Mí unida concibió y dio a luz, es la única señal dada por Dios a la casa de David,

   No más manteca y miel para mi Cristo una vez llegado a la edad viril sino vinagre y hiel

   Digo en verdad que sólo a los hijos que me quedan hablo como amigo, ya que por su fidelidad han encontrado gracia en mi presencia y les mostraré mi Bien...

 


 

Dice Jesús (Por el contrario es el Eterno Padre el que habla, como así aparece consignado al final del dictado):

"Lo que mi antiguo hijo prudentemente, por el santo temor de Dios, no quiso hacer resistiendo a la tentación que Yo le mandé como prueba, lo pedís vosotros ahora, no por tentación mía sino por eructo de vuestro espíritu rebelde, guiado por las fuerzas del Mal e instigado por vuestro Enemigo al que amáis mucho más de lo que me amáis a Mí, vuestro Señor Altísimo sobre el que no hay otro alguno.

 

Pedís una señal, mas la pedís con vuestro corazón impuro

y vuestros labios blasfemos

 

Pedís una señal, mas la pedís con vuestro corazón impuro y vuestros labios blasfemos. Por eso vuestra petición viene a ser una burla de mi poder y una negación de mi existencia. Me provocáis a manifestarme con una señal porque dudáis de mi existencia.

También en tiempos de mi Hijo, los judíos le provocaron a El a que les diera una señal de su Naturaleza (Mt 16, 1-14; Mc 8, 11-13; Lc 11, 29-32), porque negaban en su corazón que fuese el Hijo de Dios. Y la única señal que les hizo percatarse de su deicidio fue la que sobrevino tras la muerte de mi Verbo. Castigo no perdonado a quienes fueron sordos y ciegos a los prodigios y palabras de mi Cristo.

 

No tenéis señal alguna de vuestro Dios

porque Yo no me manifiesto a quien me niega

 

No tenéis señal alguna de vuestro Dios porque Yo no me manifiesto a quien me niega. En cambio tenéis las múltiples señales de aquel a quien adoráis como esclavos. El, el Enemigo, multiplica sus señales y vosotros, cercanos ya al tiempo de la adoración de la Bestia apocalíptica (Ap. 13, 1-18), venís a quedar seducidos por él, juzgando que el creador de esas señales sea más grande que Yo y sea el único que exista. Os decís: "¿Quién es Dios? ¿Qué es?", y os respondéis en vuestro interior para justificar vuestras maldades: "Dios no existe".

Yo soy el que soy (Ex 3, 14). Soy de tal manera superior a vosotros que ninguna manifestación sería a la sazón comprendida por el mundo caído en las tinieblas y en la insensatez más espantosa. Lo que creéis progreso es vuestro retroceso hacia el crepúsculo de los primeros tiempos en los que los hombres, una vez perdidos Dios y su Paraíso, se diferenciaron muy poco de las bestias, llevando su corrupción hasta el punto de decidirme a exterminar la raza que me causaba repugnancia (Gn 6, 7).

 

El fin será como el principio...dejaré que las fuerzas satánicas

 manden el diluvio de sus satánicas crueldades

 

El fin será como el principio. El círculo se cierra acoplando, el uno al otro, los dos extremos. El nuevo diluvio, o sea, la ira de Dios vendrá de otra forma. Mas siempre será ira. Fiel a mi palabra (Gn. 9, 11), ya no mandaré otro diluvio. Pero dejaré que las fuerzas satánicas manden el diluvio de sus satánicas crueldades.

Tuvisteis la Luz. Os envié mi Luz para iluminar con Ella la parábola de la humanidad. Os la mandé para que no se pudiese decir que os quise tener en el crepúsculo de la espera. Si la hubieses acogido, toda la otra parte del círculo que ha de unir la carrera del hombre, desde su aparición hasta su fin, habría quedado iluminada por la Luz de Dios y la humanidad envuelta en esa Luz de salvación que os habría conducido sin sobresaltos ni dolores hasta la ciudad de la luz eterna.

Mas vosotros rechazasteis la Luz y Ella brilló desde la cúspide del círculo, quedando siempre desde entonces lejos de vosotros que os fuisteis por otro camino sin decirle a Ella: "Quédate, Señor, con nosotros porque la tarde de los tiempos se avecina y no queremos perecer sin tu Luz". Como en el transcurso de la jornada vosotros, los hombres, vinisteis al encuentro de la Luz y, después de tenerla, os volvisteis a las tinieblas, Ella, mi Luz, mi Verbo, quedó como Sol fijo en su Cielo al que tornó después que, no la muerte sino vuestro rechazo, le devolvió a El.

 

Ese Emmanuel, al que la Virgen a Mí unida concibió y dio a luz,

es la única señal dada por Dios a la casa de David,

 

Ella, mi Luz, mi Verbo, quedó como Maestro para aquellos que le aman y acogen su Luz en ellos. Y a este Luz, que constituye su amor, no hay tinieblas que la puedan apagar porque ellos la defienden aun a costa de sus vidas. Por este su fiel amor tendrán la Vida en Mí puesto que, al estar en posesión de mi Emmanuel, tienen ya, por tanto, a Dios con ellos. Ese Emmanuel, al que la Virgen a Mí unida concibió y dio a luz, es la única señal dada por Dios a la casa de David, al reino de Judá, para darle seguridad de su duración que habría de ser eterna de no haber rechazado mi pueblo a mi Emmanuel.

Se dice en la profecía de mi profeta: "El se alimentará de manteca y miel hasta que sepa rechazar el mal y escoger el bien" (Is 7, 15).

Por su sabiduría, que en El perduró aun en su condición de Hombre a la que se aniquiló su Naturaleza divina por la exigencia de un amor tan grande que resultó para vosotros incomprensible, –amor que le impulsó a envilecerse a Sí mismo, el Infinito, en la miseria circunscrita a una carne mortal– El siempre supo discernir el Bien del Mal. No necesitaba del paso de los años para llegar a la posesión de la razón y de la facultad de discernimiento. Y si, por no violentar el orden quiso recorrer las fases comunes de la vida humana bajo aquella apariencia de incapacidad infantil y de semi-incapacidad pueril, El ocultaba los tesoros de su Sabiduría infinita.

Mas esa frase profética viene a decir que habría de alimentarse de humanidad y ocultamiento hasta el momento en que, llegada su hora, vendría a ser Maestro de Israel, Maestro del mundo, Testimonio mío, Defensor de la causa del Padre y, como llama sacada del celemín, habría de brillar con la potencia de su Luz y de su Naturaleza mesiánica, usando de dulzura con los buenos, de severidad con los malos, removiendo, regando y fecundando los corazones, dando al hombre –no a El, que de tal dádiva no tenia necesidad– el discernimiento para distinguir el Bien del Mal, removiendo toda duda y toda nebulosidad en el empeño.

El vino a perfecciona la Ley y, con sus enseñanzas, a presentárosla clara y asequible con su ejemplo. Vino y tanto amó el Bien y rechazó el Mal que aceptó la muerte porque triunfase el Bien en el mundo y en los corazones y fuese vencido el Mal con su Sangre divina.

 

No más manteca y miel para mi Cristo

una vez llegado a la edad viril sino vinagre y hiel

 

No más manteca y miel para mi Cristo una vez llegado a la edad viril sino vinagre y hiel. Vinagre y hiel en su hora extrema precedidos de los metafóricos vinagre y hiel de tres años de vida pública controvertida siempre por sus enemigos y dificultada por la torpeza de sus amigos y discípulos.

Aún están los labios de mi Cristo bajo los efectos de la hiel y del vinagre de esta raza proterva y el Padre se encuentra contristado por el dolor de su Hijo, cambiándose su pena en ira hacia vosotros, hombres privados ya de espíritu de fidelidad para vuestro Dios. El Sacrificio que se repite sobre los altares de la tierra ya no resulta de salvación para vosotros antes, como cayó desde el Gólgota la Sangre de mi Hijo sobre sus occisores gritándome su dolor y provocando mi castigo, así cae ahora sobre vosotros, hipócritas y blasfemos, negadores y viciosos, odiadores de Dios y del hombre vuestro hermano, marcándoos a sangre y fuego para la condena.

La Tierra grita como grita como criatura empavorecida por los monstruos que la habitan; el Universo se estremece de horror ante los delitos que cubren la Tierra; Yo, vuestro Dios, bramo de ira divina por vuestra corrupción de la carne, de la mente y del espíritu. Ni la compasión del Salvador, de la Virgen ni de los Santos logran aplacar mi ira en los tiempos.

 

Digo en verdad que sólo a los hijos que me quedan

hablo como amigo, ya que por su fidelidad

han encontrado gracia en mi presencia y les mostraré mi Bien...

 

Verdaderamente vuelvo a decir como en los tiempos de Moisés: "A los que han pecado contra Mí les borraré de mi Libro y si viniese entre vosotros una sola vez os exterminaré" (Ex 32, 33-34). Digo en verdad que sólo a los hijos que me quedan hablo como amigo, ya que por su fidelidad han encontrado gracia en mi presencia y les mostraré mi Bien teniendo misericordia de ellos con más benignidad aún que con mi siervo Moisés puesto que mi Hijo santísimo os trajo la suya instaurando el Reino de la Benignidad. Y, sin esperar al día de vuestra arribada al Cielo, Yo haré brillar en vosotros, mis fieles hijos que me adoráis con santo respecto y con amor filial, la Faz de mi Cristo.

Amadla porque quien la ama me ama a Mí. Amadla porque es vuestra salvación. La Estrella no despunta únicamente para Jacob (Núm 24, 17) sino para todos cuantos aman a Dios con todas sus fuerzas. A todos ellos la Estrella-Cristo, tras las luchas de la tierra, me los conducirá al Cielo en el que se halla preparado el puesto para vosotros, mis benditos, por quienes mi Verbo no tomó en vano Carne y por quienes mi Cristo tampoco murió inútilmente".

Después de tanto tiempo he vuelto a oír la voz del Padre. Creía fuese Jesús quien, desde esta mañana, me hacía sentir que iba a hablar sobre este fragmento de Isaías no comentado en noviembre cuando el Maestro me comentó los Profetas (En los Cuadernos de 1943). Por el contrario era el Eterno Padre. Esto me hace feliz por más que el dictado sea particularmente para la humanidad en general.

Quiera el Padre aumentar cada vez más mi amor hacia El y así consiga yo también el Cielo.

Tras escribir este dictado me he puesto a descansar. Eran las dos de la mañana del 26 cuando he vuelto a ver a la Madre, no en visión sino como si estuviera viva en mi habitación. Hacía tanto que la veía así, para mí sola, que estaba apenada por ello. Me he adormecido sintiéndola a mi lado, igual que una mamá, y me he despertado sonriendo todavía a tan dulce presencia que aún sigue presente.

¡Qué hermosa es! ¡Cuanto más se la mira y se le ama tanto más bella resulta!

291-295

A. M. D. G.