9 abril 1944

Pascua de Resurrección.

 

 

La gran desolación de María Valtorta

 

 


 

el acto que a Mí hízome posible descender a vosotros al estar de nuevo santificados por la Sangre del Dios-Hijo, para volver a reuniros a Dios-Padre

    Veo a San José y María 

  he sentido al Señor murmurar una oración al Crucifijo como dictándomela

   ahora es cuando podrías hacer una descripción de mi agonía en el Getsemaní  

 se me apareció el Redentor con la vestidura de escarnio que le proporcionó Herodes 

  ¡Hija mía, te acompaño en tu llanto! Abandónate a mí  

 es Satanás el que me golpea con ira para arrancarme de Dios y llevarme a la insania espiritual primero y a la física después

   Todo me hace sufrir 

  Me paso todo el día llorando mi desdicha 

  Veo, ..., a mi San Francisco de Asís.  

 Lo que basta para Ticio no sirve para Cayo, antes resulta motivo de mayor dolor, peligro, excitación y rebelión para éste

   Dice María:

   Yo quiero menos aún: Quiero tan sólo que te abandones a mí.

 


 

Dice el Espíritu Santo

"Yo soy el Consolador. Yo consuelo a quienes hoy el espanto abate y les tortura. Soy Yo el que medicina y endulza la amargura de la Palabra que expone la verdad, hoy bien amarga por cierto.

 

el acto que a Mí hízome posible descender a vosotros al estar de

 nuevo santificados por la Sangre del Dios-Hijo,

para volver a reuniros a Dios-Padre

 

En este día, en el que se celebra el triunfo de la Caridad al igual que la Navidad es la más alta manifestación de la misma, –porque la Navidad es el inicio de la Redención que es la Caridad operante, mientras que la Pascua es la Redención ya cumplida, la victoria de la Vida sobre la Muerte por medio del Amor sublimado hasta el holocausto voluntario para daros la Vida, y el acto que a Mí hízome posible descender a vosotros al estar de nuevo santificados por la Sangre del Dios-Hijo, para volver a reuniros a Dios-Padre mediante la Caridad sin la cual Dios no puede estar en vosotros ni vosotros en Dios– vengo Yo a decirte: sigue confiando. Confía por más que parezca todo perdido. Aunque el abismo del Mal está vomitando sus demonios para destrozar la Tierra y fecundarla con el fin de hacer posible el nacimiento del Anticristo, y aunque parezcan cerradas las profundidades del Cielo por decreto del Padre del que procedemos, Nosotros: El Verbo y el Espíritu seguimos operantes, empeñados en salvaros y defenderos. Yo-Caridad y el Verbo-Caridad, Yo Santificación y el Verbo-Redención no cesamos de esparcir para vuestro bien, el Uno los méritos de su Sangre y el Otro los carismas de su poder.

Confía, siempre triunfó el Amor".

 

Mi descarnada pasión (9-4...)

 

Veo a San José y María

 

I. Veo únicamente a S. José que me mira con gran piedad, pero no me habla. Está en el ángulo de costumbre opuesto a mi lecho (10-4).

II. Veo a nuestra Señora vestida de blanco con la cinta azul como en Lourdes. Ora junto al lado derecho de mi cama, pero no me habla. San José, en cambio, se acerca y me acaricia en la cabeza diciéndome: "Reza, hija". Obedezco llorando y esperando de nuevo (11-14).

 

he sentido al Señor murmurar una oración al Crucifijo

como dictándomela

 

III. Al salir de un sopor de 11 horas (once horas) de duración, esta mañana, a las siete, he sentido al Señor murmurar una oración al Crucifijo como dictándomela. Mas, si bien la he oído distintamente, dado mi estado de salud, no me ha sido posible escribirla y mi mente exhausta ha sido incapaz de retenerla. Se ha perdido por tanto. Con todo he seguido esperándola hasta la noche. A continuación se apodera de mí el pesado tormento y deliro intensamente. ¡Oh, qué horrible es el infierno! Continúo así hasta las 3 de la mañana, hora en que el Padre quiere administrarme la comunión. Torna la calma (12-4).

IV. Dice Jesús mientras rezo (a las 10 horas): "Recuerda lo que te dije acerca de las posesiones" (3 julio 1943). Nada puedo recordar en el estado en que me encuentro. Por más que habla Jesús, nada veo y transcurre el día entre torturantes altibajos. Ahora bien, a las 12 soy presa de una convulsión tan fuerte que deliro aún más intensamente que el día 12. Todos han desparecido: Jesús, María, José. ¡Todos...! Desesperación y desolación (13-4).

 

"ahora es cuando podrías hacer una descripción

de mi agonía en el Getsemaní"

 

V. Tras una noche desasosegada, logro descansar al amanecer. Mas me desvelo de nuevo para reanudar la tortura que ahora no es el delirio sino un pensamiento exasperante y helador. El Padre me quiere dar la comunión, pero yo la reputo casi un sacrilegio al estar mi corazón cerrado y hostil. Con todo, la Comunión va poco a poco llenándome de paz, de modo que hasta puedo rezar de nuevo con gozo y oigo a Jesús –le oigo, no le veo– que me dice: "ahora es cuando podrías hacer una descripción de mi agonía en el Getsemaní". ¡Oh, vaya si la podría describir! Mas, nunca lo haré, creo yo. Sólo quien la haya vivido la puede comprender. Para los demás equivaldría a una blasfemia. ¿Sudar sangre? ¡Cuánto me maravilla que no quedara muerto sobre el peñasco, aplastado por el peso de aquella prueba inhumana" (14-4).

VI. Cuando pienso que hoy, 15-4, no he de recibir la Comunión, me siento abatida. Se me figura que no he de poder ya resistir la recaída en aquel tormento atroz... es la 1,40 de la madrugada y me encuentro sola por no estar Marta esta noche en casa. ¿Qué hacer si el tormento llega a dominarme? Porque en tales circunstancias no soy dueña de mí misma. He dicho que no era necesario que alguien durmiese conmigo. Mas tengo miedo de mí misma, no de una crisis cardiaca. ¿Morir? ¡Ojalá! ¡Me siento tan mal...! Mas no desesperada. He estado rezando por espacio de una hora a Nuestra Señora de los Dolores. Haré ahora la penitencia que mañana no me será posible, lo que desde el martes no he podido hacer. La haré ahora que tengo que luchar contra el pensamiento de la inutilidad de mi sacrificio que siento cómo va apoderándose de mí y no quiero que termine por adueñarse. Para ello me encomiendo con ilimitada confianza a la Misericordia de Dios.

A las 11,10, mientras rezo para contrarrestar la acción del demonio sobre mi pobre humanidad (suenan las alarmas y las bombas caen cerca), percibo una voz que reconozco y recuerdo, voz que me dirige una frase que ya se le dijo a nuestro Señor: "Adórame y yo te ayudaré siempre en todo y serás feliz" (En el episodio de Jesús tentado en el desierto). Respondo: "No, jamás! En lo que está de mi parte, jamás. Si es que llego a enloquecer por el dolor de verme rechazada por Dios, entonces tal vez pueda hacerlo; mas mientras esté en mi sano juicio, no. Atorméntame si quieres, pero no cedo". Esta nueva batalla (no acierto a comprender como pueda ser atractiva la tentación tal como se acostumbra a presentarla) me hace entender cual es la causa de mi gran sufrimiento actual. Y advierta que empuñaba en mi mano la cruz. Mas ni de ella tiene ahora miedo. Tenía asimismo sobre mis rodillas las estampas de Nuestra Señora de Fátima y de San José. Y ¿me puede creer quede ninguno tenía miedo? Un día me dijo Jesús: "Responde con mis propias palabras". Y así le he respondido: "Vete de aquí, Satanás, pues está escrito: "Adorarás al Señor tu Dios y a El sólo servirás" (Mt 4, 10; Lc 4, 8). Con todo, ¡cuánto dura esta prueba! (15-4).

VII. He vuelto a leer los dictados cuya lectura ha supuesto un bálsamo para mí. Mas ¿es verdad que fui yo quien las recibió? Si así es ¿cómo es posible no percibir sensación alguna de aquella dulzura? He leído el episodio de Jesús y los niños (7 febrero1944) y llorado al recordar el gozo de aquella tarde cuando me parecía que Jesús me entregaba su mano para que la examinase. ¡Qué lejos está todo eso! Ahora, a punto de morir, nada tengo de tanto bien, nada en absoluto. Y tengo miedo; me siento sola. Sola entre las tentaciones y peligros. Tengo miedo. He sido rebelde y carente de resignación. ¡He desagradado a Dios, a mi Jesús! No, no me lo perdono. Mas si El no me ayuda en esta hora horrenda para mí ¿cómo habrá de poder salir victoriosa únicamente por mis propias fuerzas? Sufro de un modo tan total e inhumano que no hay palabras para describirlo. No siento ya en mí la protección de Dios. ¡Tengo miedo, un gran miedo! Miedo de todo. Miedo de la Tierra y del Cielo. Miedo de mí y de Satanás que está empeñado en apartarme de Dios. Miedo... (16-4)

VIII. Y pienso que no está usted hoy y que por ello no comulgaré. Que de aquí en adelante esto sucederá todos los días (Debido sin duda a la evacuación inminente). ¡Oh, mi Pan que eres mi gozo y que ahora te pierdo; Pan que de tan tarde en tarde te habré de tener! ¿Cómo podré estar sin Ti ahora que estoy a punto de morir? (17-4)

 

se me apareció el Redentor

con la vestidura de escarnio que le proporcionó Herodes

 

IX. Ayer tarde, presa de la mayor desolación por haber visto roto hasta el último hilo de esperanza que me quedaba y al que yo pretendía hacer irrompible reforzándolo con la fe y con la oración constantes aunque doloridas, se me apareció el Redentor con la vestidura de escarnio que le proporcionó Herodes (Mt 27, 27-31; Mc 15, 16-19; Lc 23, 11; Jn 19, 2-3), flagelado ya, coronado de espinas y con las manos atadas. Venía hacia mí mirándome fijamente, lleno de dolor. ¡El Redentor! antes le llamaba con dulce afecto: "Jesús". Ahora le llamo: "Señor", "Dios", "Redentor"; nombres hermosos ciertamente, aunque por demás ceremoniosos. Ya no puedo llamarle: "Jesús" con la confianza de antes. Nada absolutamente ha dicho. Me deja sumida en la mayor tortura sin proporcionarme el más mínimo consuelo. ¡Es demasiado! Nada me da paz. Siento que mi mente vacila. (18-4).

X. ¡Oh Dios, veo ciertamente que me has abandonado! ¿En dónde estás que ni el recibirte me da paz? (19-4).

 

20 abril  

 

¡Hija mía, te acompaño en tu llanto!

Abandónate a mí

 

Después de tan prolongado silencio dice la Bendita "Me has contemplado desde el nacimiento hasta la muerte. Has sido mía como hija de María Niña, mía como hija de la Reina de los Cielos, mía en tres congregaciones diferentes a fin de que me amases continuamente. ¡Hija mía, te acompaño en tu llanto! Abandónate a mí". Esto lo escuché al tiempo que besaba la estampa de María Santísima Niña e inmediatamente después me llegó la carta de Sor Isabelita (Se trata sin duda de una de las religiosas del Colegio Bianconi de Monza en el que estudió María Valtorta desde el año 1909 al 1913).

 

21-4.

 

Hasta aquel hilo de unión me falta. Con todo, sigo rezando. ¿A qué pues tanto abandono?

 

22.4

 

Nada. Cada vez mayor la más ruda desesperación.

 

23-4.

 

Nada. Mi desolación se exaspera. Por no poder más, le rezo únicamente a María pues, aunque alejada de mí, la siento que se compadece, dispuesta a intervenir en mi favor.

 

24-4.

 

es Satanás el que me golpea con ira

para arrancarme de Dios y llevarme

a la insania espiritual primero y a la física después

 

Nuevamente soy presa de la rebelión; la Rebelión, sí, porque, ciertamente, es Satanás el que me golpea con ira para arrancarme de Dios y llevarme a la insania espiritual primero y a la física después. Dejo mi casa a las 15,30... (El año 1944 estuvo marcado por ocho meses de evacuación que obligó a María Valtorta a dejar su casa de Viareggio para refugiarse en S. Andrés de Cómpito, barrio del Municipio de Campannori en la provincia de Lucca. En la presente nota reunimos las noticias que pueden resultar útiles para comprender las referencias a hechos y personas de aquel período de tiempo: de abril a diciembre de 1944, en los correspondientes escritos. Ya desde el 29 de julio de 1943 estaban hospedados en la casa Valtorta de Viareggio, como evacuados de Reggio Calabria, los parientes Belfanti: José, primo de la madre de María Valtorta; su hija Paula y Ana, por sobrenombre Anita, segunda esposa de José, madrastra de Paula. A éstos se añadió, una tarde del otoño de 1943, el joven Luis, al que decían Luisito, hijo de José, hermano de Paula, que vino huyendo de los alemanes en busca de refugio seguro. Fue entonces cuando, por primera vez, se pensó en S. Andrés de Cómpito, en donde Marta Diciotti tenía algunos conocidos y adonde marchó el joven Luisito que estuvo allí hasta marzo de 1944 en que tuvo la oportunidad de que le llevasen hasta Roma, como primera etapa de su retorno a Reggio Calabria. El 10 de abril de 1944 se presentó en la casa Valtorta una persona amiga para avisarles reservadamente que iba a decretarse la evacuación obligatoria de los habitantes de Viareggio para finales de mes. Cuando, pasados algunos días, tuvo la noticia confirmación oficial, tanto María Valtorta como Marta Diciotti y los tres de la familia Belfanti estaba ocupándose ya de los preparativos del traslado a S. Andrés tras la experiencia precedente. Por motivos de conveniencia había sido descartada Camaiore, localidad que María habría preferido. El 24 de abril de 1944, a eso de las 15, 30, partía María en un viejo "Balilla" alquilado, no habiendo querido aventurarse a solicitar una ambulancia del Mando alemán. La enferma iba mejor acomodada en el asiento posterior del coche, yendo sentada Paula a su lado. Les acompañaba, sentado al lado del chofer, el Padre Migliorini que portaba consigo el óleo santo de la extremaunción. A la par que ellos marchaba también Ana, por sobrenombre Anita, la cual iba en el camión que transportaba el mobiliario de la casa Valtorta. Marta y José, a su vez, salieron cinco días después, yendo en tren hasta Tassignano y de allí, a pie, hasta S. Andrés de Cómpito, en donde el grupo familiar, junto con la perrita Toi y la jaula de los pajaritos, quedó instalado en casa de los esposos Séptimo y Leonor. El Padre Migliorini, que retornó el 25 de abril volviendo a su convento de Viareggio, vendría alguna vez a S. Andrés de Cómpito durante aquellos ocho meses  para visitar a su dirigida, a la que, con frecuencia, llevaba la Santa Comunión el párroco del lugar Don Narciso Fava. María recibió asimismo las visitas del Padre Pennoni (de Viareggio), del Padre Fantoni (de Lucca, portador de noticias del P. Migliorini), de Sor Gabriela, estigmatizada (de Camaiore), aparte de personas que se encontraban entre los evacuados: amigos de Viareggio (como los Lucarini) o nuevos conocidos. En S. Andrés de Cómpito, entre ocultas manifestaciones y sufrimientos de todo género que los escritos aquí publicados dan a entender, la enferma María Valtorta continuaba su misión que comenzaba a enriquecerse con fragmentos de la magna obra sobre el Evangelio, documentados, incluso, en el presente volumen. Por necesidades apremiantes, Marta Diciotti se trasladaba de ven en cuando a Lucca en una especie de diligencia o tal vez a pie. El 24 de septiembre de 1944 hizo una primera escapada a Viareggio en compañía de Enzo Lucarini, tornando de allí a primeros de octubre o noviembre trayendo noticias sobre el estado de la casa y los daños de la guerra. El 10 de noviembre de 1944, una carta del Padre Migliorini, llevada por su hermano religioso P. Fantoni, les avisaba de que había sido ya autorizado el tan suspirado retorno a casa, retorno que, efectivamente, pudieron realizar dos días después, el 123 de diciembre, María y Marta, en medio de variadas peripecias, con una ambulancia que afortunadamente pudieron conseguir, yendo precedidas del camión cargado con parte de sus enseres. El Padre Migliorini estaba esperándolas en Viareggio. En febrero de 1945 volvió Marta Diciotti a S. Andrés de Cómpito para recoger los muebles que allí habían quedado) y mi espíritu, herido de muerte queda allí. Desapareció María portavoz. El instrumento de Dios quedó deshecho por la inexorabilidad de Dios. ¿Quién puede entender esto? Ninguno. Todos no dicen sino frases rutinarias, sostienen todos tesis carentes de sentido que vienen a ser "contrasentidos", ya que los hechos, con su curda realidad, las desbaratan poniendo al descubierto más que nunca su irrealidad. Ciertamente, en mi hora tremenda entre sufrimientos totales que sólo Dios conoce –si es que aún se ocupa Dios del gusano que aplastó, del pobre gusano que se creía destinado a transformarse en mariposa por el amor con que le nutría para ser destinado al Amor y que, por el contrario, fue rechazado con desprecio por el Amor– me atrevo todavía a formular una plegaria por la paz, por Paula y para mover a Dios a que tenga misericordia de Mí. Nada...

 

25-4.

 

Noche atroz. Jornada tremenda. A las 12 nueva despedida del P. M. que viene a agudizarlo todo. Llamo a María; mas parece no existir ya. El Cielo ha desaparecido para mí.

 

26-4.

 

Contemplo un crucifijo; aunque no a Jesús en la cruz. Un crucifijo tallado en madera sobre una cruz de madera. Un emblema, no El tal como lo veía anteriormente. Se me figura uno de esos Crucifijos colocados a lo largo de los caminos como los que saludaba anteayer cuando iba moribunda en el coche. Porque, aunque El no me ama, yo le amo y este su desamor constituye mi mayor tormento y, por cierto, el más sorprendente, puesto que nunca pude imagina que habría de llegar a convencerme de que Jesús ya no me ama.

 

27-4.

 

Todo me hace sufrir

 

Se van acumulando unos sobre otros los sufrimientos tanto físicos como morales y espirituales y, a la par de ellos, su insoportabilidad. Todo me hace sufrir. Hasta la vista de las flores, antes tan amadas por mí, me resultan indiferentes, incluso, motivo de llanto. Nada quiero al faltarme Dios. Vuelvo a leer a Sor M. Gabriela (La biografía de Sor Gabriela, trapense de Grottaferrata (1914-1939), aparece recordada en el escrito del 10 de mayo de 1943) y me veo, más que nunca, igual a ella en el dolor. El clima, el aire, la luz, el agua, todo me produce daño. Los menudos sucesos diarios, consecuentes a la evacuación agudizan mis sufrimientos. Me paso todo el día llorando hasta quedar exhausta. Siento a los otros reír y bromear. Los veo alejados sin sentir compasión. Y al decir: os otros, me refiero a los familiares, que de los extraños nada se me da. Es lo que yo presentía. Confinada como estoy aquí arriba, soy una olvidada, una tan de buen grado olvidada ahora que ya no soy la que tiene que hospedar y consolar sino la que ha de valerse por sí y ser, a su vez, consolada. Y Dios no acude. Rezo como me aconseja el Padre; pero Dios no viene, haciéndome enloquecer de dolor. Con todo y hallarme en esta condiciones, renuevo el ofrecimiento de mí misma por los fines de siempre: La Paz, el Reinado de Jesús, etc. etc. poniendo como única condición ésta: "que se me permita volver a mi casa". También Sor Gabriela, con ser una criatura angelical, puso una condición. Puedo, por tanto, ponerla yo también. No cabe exigir lo imposible de un alma humana. Y quienes predican la entrega total, sin reserva alguna, son precisamente aquellos que, por su cuenta, no saben ofrecer ni un rasguño.

 

28-4.

 

Sigo en las mismas condiciones.

 

29-4.

 

Ha venido el sacerdote de aquí (Don Narciso Fava), al que yo no he llamado, pues sé que es inútil, sino Paula que se ilusiona con que me reporte algún alivio. Por consideración a su dignidad le he acogido con el debido honor; mas me ha dejado como estaba.

 

30-4.

 

Me paso todo el día llorando mi desdicha

 

Jornada de desolación doliente. La Comunión me ha dejado tan árida como una piedra y más desconsolada que nunca. El Cielo se encuentra cerrado. Me paso todo el día llorando mi desdicha. Dios me ha abandonado y los hombres, en tales circunstancias, aún han aumentado mi aflicción mostrándose mordaces, indiferentes e incomprensivos. Sobre todo, mordaces. Ayer por la tarde me pareció como si el Cielo estuviese más cerca, puesto que vi, mentalmente, cómo se me aparecía la Virgen, viva, en lo alto de un árbol que se me figuró un olmo. Mas esto fue un instante. Después, la lobreguez de siempre y el silencio que me persigue desde hace 20 días. ¿Puedo ser yo la que oí tantas palabras y vi tantas cosas? ¿Estaba loca entonces? ¿O es que ahora, que nada me merezco, estoy endemoniada? No pretendo gracias especiales que siempre lar rechacé por miedo; pero, al menos, el consuelo de la unión con Dios de que disfrutaba a partir del 23-4-1943. A pesar de todo, rezo y, aunque sin sentir gusto alguno, sigo rezando. Cuando miro en el espejo el campanario de aquí o escucho el tañido de sus campanas, adoro la Cruz o bien rezo el "Regina Coeli". Mas, como en el que tiene obstruida la garganta, no baja el agua de la oración a apagar la sed del corazón. esta escapa de mí por más que yo, como el que muere de sed, eche mano de esta fuente.

 

1º de mayo de 1944.

 

Veo, ..., a mi San Francisco de Asís.

 

Veo, y lo reconozco al momento, a mi San Francisco de Asís.

Lo he visto dos veces. La primera, esta mañana. Estaba de pie, vestido con una pobre túnica, no marrón sino de un gris-marrón como el plumaje de la tórtola salvaje. Se hallaba descalzo, con la cabeza descubierta y estigmatizado. Veía distintamente las llagas en las palmas de sus manos descarnadas. Estaba con los brazos doblados por el codo muy pegados al cuerpo, teniendo las manos a la altura de los hombros, como cuando el sacerdote dice: "Dominus vobiscum". Por eso veía perfectamente las llagas en sus palmas. Me miraba con dulce compasión, pero sin hablarme.

La segunda vez ha vuelto por la tarde viéndole mejor todavía. Tiene la cara tan descarnada que casi parece triangular. Sus cabellos, entrecanos dentro de un castaño claro y rasurados en redondo, marcan una línea suavemente ondulada sobre su frente alta y palidísima. Sus ojos son de color castaño claro, tristes y buenos, fuertemente hundidos en las órbitas; nariz alargada y fina; mejillas palidísimas y enjutas que se alargan en una barbilla rala cortada en punta. Sonríe, pero sin alegría. Una sonrisa que tan sólo pretende infundir ánimo. Habla y lo hace lentamente, con voz bien entonada aunque, al parecer, cansada.

Accionando con su mano llagada me pregunta: "¿Te agradan mis olivos?"

"No", respondo.

"Pues bien... Si a mí me gustaban tanto era porque me recordaban a nuestro Señor Jesús en la Oración" (Lc 22, 39-46).

"Tú, Padre, veías en medio de ellos a Jesús mientras que yo nada veo ya, dándome por ello únicamente tristeza".

"Esfuerzate, hija, por encontrar entre los mismos paz y alegría. Te lo digo. Te lo digo. Grande era mi sufrimiento entonces, pues también yo estaba desengañado de los hombres y hasta dudaba del beneplácito de Dios sobre mi obra. ¡Dichosos los que cumplen la volu7ntad de Dios y soportan por El toda clase de tribulaciones! Trata de alcanzar esta dolorosa beatitud. Como ya lo ves, es la estigmatización del espíritu que produce un dolor mayor que esta otra que rasga mis carnes... Lo sé; pero pruébalo. Llora y haz la prueba. ¡Cuánto sufrí yo también por tantas cosas! También me afeccionaba. También a mí me embargaba la nostalgia. También yo, en determinados momentos, sentí volverse contra mí la súplica que había formulado. Hubo ocasiones en que no hacía sino gemir. Sé qué cosa es tu dolor; pero te digo: esfuérzate por encontrar en todo dolor paz y alegría. Tras él vienen la alegría y la paz. Sé buena. Yo estaré a tu lado. Te bendigo con mi bendición: [El Señor tenga misericordia de ti, vuelva hacia ti su rostro y te dé la paz. El te dé su bendición] (Nm 6, 24-26).

No es mucho; mas, al fin, un aura del Cielo que llega hasta mí. Nunca había visto ni oído al Santo al que tanto venero y, si usted recuerda, sentía por él una gran admiración. Ha venido a proporcionarme un tantico de consuelo en esta desolación...

 

2 de mayo.

 

El Seráfico habíame proporcionado un poco de calma. Me llegar carta del P. Migliorini el cual, por pretender lo imposible de un ser, lo deja en plena tormenta.

 

Lo que basta para Ticio no sirve para Cayo,

antes resulta motivo de mayor

dolor, peligro, excitación y rebelión para éste

 

Me doy cuenta de que las teorías son la pantalla que se interpone y esconde la realidad, la unión y conformidad entre dos espíritus. El que por la bondad de Dios recibió un organismo privado de excitabilidad nerviosa, de impulsos, etc. etc. y que, por ello, se encierra fácilmente en la concha del "así es y así tiene que ser", no puede en manera alguna comprender cómo haya un instrumento tan distinto al suyo y tan tenso que vibre a los toques más ligeros y llegue a destrozarse con otros toques más rudos. Lo que basta para Ticio no sirve para Cayo, antes resulta motivo de mayor dolor, peligro, excitación y rebelión para éste.

No hay que anclarse, Padre, en la teoría como en una boya. Es preciso desanclar y adentrarse por el mar en el que la navecilla de un alma, cogida en la vorágine de una tempestad que la aniquila, se ve batida y desarbolada, y llegar a comprender qué supone para ella el doloroso desengaño que le sobreviene tras su confiado amor que le hacía estar segura de la aquiescencia de Dios con una petición que nadie puede tachar de ilícita.

Creer mediante un puro acto de fe es bastante para salvarse y así espero seguir creyendo yo. Mas, creer por convicción e amor es imán que atrae al vértice del Cielo. Mas, ¿cómo conservarlo cuando nuestro amor viene a quedar literalmente triturado, indefensamente triturado, a medida que lo reunimos por constituir nuestra propia vida, sabiendo que sin él hemos de morir con una inexorabilidad tal que a la falta de la gracia no concedida se añade también el abandono más absoluto?

 

3 de mayo.

 

Marta se encuentra en Lucca para la Festividad de la Santa Cruz. Por más que mandarla fuera suponga para mí perder el único consuelo que tengo a mi lado, la he mandado gustosa para que ruegue por mí a la Santa Faz y le entregue mi ofrenda.

¡Oh, qué ofrenda! Ofrenda que me produce náuseas. Porque no es dinero lo que me place entregar a Dios; mas, ya que nada El acepta, sólo dinero debo y puedo darle como hacen los católicos fariseos.

Recibo por el correo palabras de consuelo que en mí producen turbación. Paula me dice: "No logro ya dormir", ella que dormía 10 y hasta 12 horas seguidas. Y arguyo: "Pues yo, ni descansar ni dormir. Por fuerza habrá de enloquecer". Todo se me hace insoportable: Personas, cosas, flores, animales, libros, todo me deja indiferente, o, lo que aún es pero, excitada.

Rezo, mas lo hago sobrecogida con el miedo de que mis súplicas se cambien para mí en un mayor castigo.

 

4 de mayo.

 

Tras una noche de agonía física tal, capaz de hacer temblar incluso a todos esos que tan bien saben predicar la resignación y la jovialidad –cuando ellos, por el contrario, no se ven en el trance de aquellos a quienes endilgan su prédica– oigo la voz de María. No la veo, la oigo. Mas la miel paradisíaca se vierte al punto sobre mí.

Dice María:

"Hasta entre hermanos pueden producirse tiranteces, incomprensiones y, en consecuencia, lágrimas. El hermano mayor se prevale de su primogenitura para ser exigente con sus otros hermanos menores. Mas una buena madre jamás es rígida, incomprensiva y sorda para el sufrimiento de los hijos de sus entrañas. Su corazón de madre se rasga con el llanto, tanto del primero como del último de sus hijos. Su seno es almohada para la carne de su carne, sea ésta la primera o la última nacida de ella. Sus manos se entrelazan suplicantes en favor del hijo que sufre por la intemperancia de otro hermano suyo no dándose paz mientras no ve aplacado al mayor y consolado al menor.

Así acaece con las madres de carne y de sangre. Mas yo soy la Madre y no me habéis nacido de la carne y de la sangre sino de mi espíritu unido con Dios en nupcias eternas y de mi dolor.

Niña mía, me oíste decir: "Seré una loba para defender la doctrina de mi Hijo". Ahora bien, como sabré convertirme en loba yo, la Cordera del Señor, en lo que atañe a las pertenencias de mi Jesús, así sabré levantarme en defensa, como madre que defiende a su prole, contra cualquier cosa que pretenda atacar, para matarla, a una criatura mía.

No llores, María, que yo te defiendo. Estás bajo mi manto. Cierra los ojos para no ver el rigor de Dios ni la ferocidad de los hombres. No hables, no te muevas, ya que no lo podrías hacer, pobre niña mía, sin aumentar tu dolor y tu resistencia.

 

Yo quiero menos aún:

Quiero tan sólo que te abandones a mí.

 

Se te ha dicho que hagas, al menos, una oración, árida de aceptación del sacrificio. No. Esto sería una hipocresía inútil que te emponzoñaría el alma mucho más de cuanto los acontecimientos lo habían hecho. Yo quiero menos aún: Quiero tan sólo que te abandones a mí.

Duerme en mi seno. Curarás. Calla. Yo hablaré por ti. Ámame. Soy tu consuelo. Soy tu Madre, la Madre Dolorosa y tú eres muy poco diferente a mi Jesús cuando me lo pusieron muerto en mi regazo. Resucitarás al fin, niña mía, porque yo lo quiero."

 

5 de mayo.

 

Estoy desde ayer en el regazo de María y ¡que bien estoy así! No es un modo de decir, pues me siento propiamente sobre sus rodillas. Me tiene sentada a su izquierda de modo que apoyo el lado derecho sobre su corazón y la cabeza sobre su hombro. Me ciñe con su brazo izquierdo y de cuando en cuando me dice: "Estáte tranquila. Descansa". ¡Oh!, me parece haber vuelto, pero con mayor dulzura que antes a aquellas raras ocasiones en que me tenía me madre en su regazo haciéndome tan feliz!

Mi mal físico es muy grande, el sofoco, el enfisema y la insuficiencia cardiaca aumentan más y más. Esta noche mi vida ha llegado a su límite con extra-sístoles numerosas y pulsaciones que se han reducido a 46 por minuto. Ya no respiraba, mi sudor era frío... era de muerte. Pero la Madre me decía: "Estáte a gusto"; y, yo al sentirme en sus brazos, me acurrucaba en el nido formado por su brazo y su manto, no teniendo miedo ni de la muerte.

Tras la agonía atroz de estos 25 días, agonía espiritual respecto de la cual es una futesa esta física que sufro ahora, mi sufrimiento agónico de la carne queda reducido a una broma puesto que resulta anulado y aún se convierte en feliz por la paz que se derrama en mí al contacto de María.

No, no es, no puede ser esto un engaño mío. El dolor, la nostalgia, el deseo de mi casa los tengo aún, es el recuerdo atroz de cuanto he sufrido, es la sensible y duradera sensación del abandono de Dios. Todo esto lo tengo todavía; pero... estoy en el regazo de María y lo puedo soportar. Es como si un anestésico celeste amortiguara en mí la sensibilidad moral dolorífica inoculándome una sensación de euforia paradisíaca.

¡Seas bendita, María, Madre mía! Seas tú la que me salve. Sálvame ahora y en la hora de la muerte. Tenme, Madre, en tu regazo y seré salva hasta el fin.

 

6 de mayo.

 

Quedo igual que moribunda después de la Comunión y siento cómo gime Jesús en su agonía del Getsemaní. Incapaz de escribir, me quedo así, queriendo y no queriendo transcribir esos lamentos. Tengo para mí que a muchos les parecerán blasfemias... y ¡son tan ciertos...! Aún recuerdo mi amargura de cuando le vi el día 11 de febrero en el Getsemaní. Las palabras corresponden a la real situación de ánimo de mi Jesús torturado en su espíritu. ¡Desesperado...! Y esto ¿quién lo admite?

7-5.

Para tranquilizarme, me decido a transcribir estas palabras de dolor. Pero Jesús me dice: "Que sean exclusivamente para ti, puesto que los demás no las habrían de comprender. Sirvan ellas de consuelo para ti y así no temas estar perdida, como crees, pues es la desolación de tu sufrir la que te hace delirar".

8-5.

Me encuentro más abatida que en los días pasados. Leo y releo el llanto de Jesús para así poderme decir: "El me comprende y me compadece" y me estrecho a María ya que no recibo consuelo de nada ni de nadie sobre la Tierra.

9-5.

Esta mañana, mientras he dormido un cuarto de hora, he soñado con una desembarco en una pequeña ciudad terrena de playa sin escollos. No acierto a comprender si esto sea o pueda ser un presagio o reflejo tal vez de mis íntimas penas. Me despierto más triste que nunca, convencida de ser yo también, como dice Jesús, "una brizna en manos de Satanás". Le imito a El en lo de buscar refugio en dirección al Cielo  no "en el Cielo", por cuanto, desde hace un mes, el Cielo se halla cerrado para mí...

10-5.

Ayer recé un rosario completo y los misterios gozosos y dolorosos. Medité los 15 misterios gozosos y dolorosos. Medité los 15 misterios además de recitar las oraciones del día. Tuve dos sopores en lugar de uno, habiendo estado siempre mal; y por la noche sufrí un nuevo asalto... ¿de quién?; no dudo en decirlo: "del demonio".

Parecíame haber vuelto a los días atroces que van del 10 de abril al 3 de mayo y que, a partir del día en que nuestra Señora me habló (4-5), se cambiaron en triste resignación, veteados tal vez con tintes de alegría. Ahora bien, desde ayer noche, de nuevo el infierno. Y ¿quién me dice, de modo que yo lo pueda creer, que no estoy condenada?

Con todo, rezo...; con todo, creo...; con todo, amo por más que me encuentre en el más completo abandono de lo que es mi deseo: Dios. Y, con El, se hallan también ausentes las personas de las que aún pueden venirme palabras de Dios. Hasta las Palabras ya oídas paréceme que no sean verdaderas.

¡Piedad, Señor, porque voy a enloquecer! Ya ni veo ni entiendo nada. Lo único que siento es este sufrir espasmódico mío. Abro los libros para encontrar en ellos alguna palabra que me ilumine. Antes, hace sólo un mes, así sucedía. Ahora, nada. Ni en la oración, ni en las personas, ni en las cosas encuentro consuelo alguno. ¿Quién me comprende? Mas, ¿cómo he venido aquí? Tengo la sensación de que si hubiera ido a otro sitio, al sitio que yo quería y no al que yo consentí en venir (A Comaiore en vez de a S. Andrés de Cómpito.) bajo múltiple presiones de quien a lo mejor esperaba mucho de este lugar –y para quien pone como objetivo de la vida el bienestar corporal tal vez sea motivo de satisfacción el estar aquí– tengo la sensación de que si hubiera ido adonde yo quería ir, me habría visto menos abandonada.

Me escribe mi fraternal amiga Luisa (Gina Ferrari, su querida compañera de colegio). Su bondad me conmueve haciéndome también esto sufrir. ¡Si hubiera estado en compañía de esta verdadera cristiana y no en medio de esta gente frívola que ni me comprende ni la comprendo! ¡Si hubiera estado cerca d mis Hermanas...! Mas, aquí, sin nadie que me impulse hacia el Cielo y aplastada como estoy por el abandono de Dios y la ferocidad de Satanás, yo me pierdo. Lo estoy sintiendo. Me pierdo, así en el espíritu como en la carne. Enloquezco, y esto sería lo de menos. Lo malo es que estoy desbaratando cuanto hasta ahora he hecho por mi futuro eterno.

¡Piedad, Señor! ¡María, piedad!

324-342

A. M. D. G.