11 mayo 1944

S. Pedro, I epístola, cap. 5, v. 8

 

 

Cómo ataca el demonio

y cómo debemos hacerle frente

 

 


 

Sabes cómo se hacen los injertos De dos maneras

    el Bautismo y los Sacramentos en general constituyen el injerto total

   desde la hora de sexta a la de nona no vi ni a mi Madre... El dolor no me permitía sino sentir el dolor 

  Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, da vueltas en vuestro derredor buscando a quien devorar; resistidle fuertes en la fe

   el diablo hace lo mismo que el león 

   Estad vigilantes 

  La fe, la esperanza y la caridad. La justicia, la templanza, la fortaleza y la prudencia, éstas son vuestras defensas

 


 

Dice Jesús:

"Sal por unos instantes de tu cárcel. Pon tu mano en la mía, pues te quiero llevar conmigo. El calor de mi mano caldeará el hielo de la tuya y mucho más tu corazón.

 

¿Sabes cómo se hacen los injertos? De dos maneras

 

¿Sabes cómo se hacen los injertos? De dos maneras. Una es radical y se hace cuando a un árbol silvestre se le quiere transformar en árbol bueno. En tal caso se le amputa del todo la copa y en los pobres muñones que le quedan, una vez rasgados y gimiendo de dolor –si es que las plantas pudiesen hablar– se embuten en las hendiduras los esquejes del injerto y después se ligan y atienden. La savia del árbol bueno se mezcla con la de la planta silvestre y si en ella existe capacidad de fusión y de atracción, la savia benéfica llega a dominar y vence, cambiando el árbol a bueno y fructífero.

Es también de destacar las mejoras conseguidas por los técnicos al lograr obtener de dos plantas buenas una supercualidad nueva y también buenísima. Entonces no se amputa brutalmente la planta, pues no hay necesidad de ello al ser ya buena ella sino que se aproximan únicamente las dos plantas buenas, se descorteza una o más ramas de la que se pretende fecundar con este maridaje vegetal, y a esta descortezadura –herida que duele y abrasa pero que ha de reportar gloria al árbol– se adhieren brazos de la planta fecundadora que se enlazan de forma que las yemas de la segunda se suelden en la incisión de la primera y así vengan ramas que, a las propiedades originarias añadan las injertadas.

 

 

el Bautismo y los Sacramentos en general

constituyen el injerto total

 

María, el Bautismo y los Sacramentos en general constituyen el injerto total que en la mala planta que es el hombre, manchado con la culpa original, injertan la Gracia que os la mantienen mediante sucesivos injertos, ya que la planta-hombre, de su natural, rechaza los efectos de la Gracia y los del injerto divino.

No siempre, antes raramente, mi Sangre, mi Carne, mi Martirio y el Fuego del Paráclito pueden de vosotros, selváticos, hacer plantas de frutos celestiales. Falta en vosotros la voluntad de serlo. Mas en aquellos que la tienen –y ella es la nota dominante de su canción de amor– practica en ellos el Amor un nuevo injerto que consiste en su fusión conmigo. Yo entonces os tomo de la mano y la cicatriz, nunca del todo curada de mi mano, derrama sus ardores y sus gérmenes sobre vuestro ser marcándoos con un fuego indeleble.

No es preciso ser desmochados como para el primer injerto, pues la Gracia está ya en vosotros, sino que basta con ser lacerados por el Dolor, que es mi Heraldo, para poder recibir con vitalidad inmediata mi benéfico contacto. Y así, cuanto más extensa sea la herida que os lastima, tanto mayor espacio habrá para que Yo apoye allí las mías, y si estáis hechos todo una llaga, si de la cabeza a los pies no sois más que laceración y dolor, entonces es cuando os estrecho a Mí, contactando cada herida vuestra con otra mía y, por obra de una espiritual transfusión, pasa la Sangre de Mí, herido, a vosotros igualmente heridos. El sufrimiento es atroz, lo sé; mas la reacción producida, sublime.

 

desde la hora de sexta a la de nona no vi ni a mi Madre...

 El dolor no me permitía sino sentir el dolor

 

Yo estoy sobre ti, María, sin que tú te percates de ello. No te percatas porque estás muriendo de dolor. Yo, desde la hora de sexta a la de nona no vi ni a mi Madre... El dolor no me permitía sino sentir el dolor. Cielo, sol, muchedumbre, griterío, gemidos, silbidos del viento, todo venía a quedar anulado en el dolor atroz de la agonía final de la Redención. Sabía que mi Madre estaba al pie de la cruz; mas por encima de las tinieblas cada vez más densas, lo que me la apartaba de la vista era el dolor. Dolor de supliciado y dolor de abandonado por Dios. Tan sólo Yo sé cómo habría querido verla para encontrar un consuelo en semejante desolación...

Pues bien, Yo ahora te tomo de la mano para decirte: "Baja de tu cruz y ven conmigo fuera de las tinieblas por un poco de tiempo. Quiero hablarte de un punto que uno muy querido, tanto para Mí como para ti, lo ha estado deseando y del que no he hablado antes por reservarlo para ahora"

 

Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente,

da vueltas en vuestro derredor buscando a quien devorar;

resistidle fuertes en la fe

 

Dice mi Pedro: ... Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, da vueltas en vuestro derredor buscando a quien devorar; resistidle fuertes en la fe sabiendo que vuestros hermanos desparramados por el mundo sufren idénticos padecimientos a los vuestros". (I Pedro 5, 8-9).

En las regiones de África en las que habita el león, hombres y animales saben cómo conducirse con él. Una vez te llevé conmigo a Oriente junto a un manantial de aguas abundantes... y te dije: "Sé como él" (21 junio 1943).Hoy te llevo conmigo a las selvas eternas en las que aquellos árboles gigantescos son los descendientes de los que emergieron de la nada por el querer del Padre y a los que miraron atónitos los primeros padres. Así verás algo distinto de cuanto te llena de melancolía.

Mira: Altas, indicando a ese cielo de un azul más oscuro que mis propios ojos, están las copas de estos milenarios gigantes verdes entrelazándose las unas con las otras para hablar allá, arriba, a los vientos y a las estrellas de las vicisitudes de aquí abajo que ellas no ven porque el techo verde se las oculta.

Debajo está el bajo-bosque, tupido como un laberinto, intrincado de bejucos y raíces semejando serpientes y ornado con collares traicioneros que son las sierpes en acecho. Más abajo aún, la felpa de la apretada hierba nacida en una tierra virgen, rica en multitud de jugos y en la que resulta dulce para antílopes y gacelas encontrar pasto, y descanso y alimento a millares de aves de variado canto y color. Allí las flores, helechos, collares de corolas, antros verdes, grutas musgosas y frescos cursos de agua, una luz verde, relajante en medio del sol que deslumbra allí donde penetra: en las rutas abiertas fatigosamente por el hombre o a lo largo de un espejo de agua tan vasto que fuerza a la masa vegetal a abrirse en una cavidad verdosa. El león es rey en estos bosques. No hay quien se le oponga de entre lo que corre, salta, rastrea, trepa, vuela o camina.

Los hombres, que pasan con sus rebaños por las lindes del bosque en busca de pastos o camino del mercado, construyen para sí y para otros compañeros recintos asegurados con puentes para resguardar en ellos su ganado en las noches frías o serenas. Los animales se esconden en la espesura o se agazapan en las copas de los árboles en cuanto cae la tarde a fin de escapar a sus asaltos, porque el león no acomete cuando brilla el sol en el cielo sino que, para depredar, espera la noche, a las sombras inciertas de la luna o a la oscuridad total. En cuanto llega la noche, sale y ruge. Ruge en torno a los encierros del hombre y los refugios de los animales. No penetra sino que espera. Espera al imprudente que sale de su cobijo.

¡Cuántas imprudencias de continuo! Deseo de consuelo, curiosidad de ver, prisa por llegar. El león está allí esperando, gustando por anticipado el sabor de la presa, batiéndose los ijares por la impaciencia y airado por la prolongada espera. Da vueltas buscando el punto por donde ha de salir el imprudente y cuando lo encuentra, se queda apostado o estudia tal vez las señales de su habitual recorrido y va a ponerse en acecho. Entonces calla porque sabe que el imprudente se acerca. Calla para hacer creer que no está; pero nunca está tanto como cuando calla.

 

el diablo hace lo mismo que el león

 

María, el diablo hace lo mismo que el león. Aprovechando la puesta del Sol, da vueltas en torno de vuestras almas. Mientras el sol se mantiene alto sobre vuestro espíritu él se retrae de salir y de asaltar. Ruge, pero no asalta. Y si ruge, ¿qué? Déjale rugir de rabia. Estáte bajo el Sol, bajo tu Dios y no tengas miedo. ¿Que ya no ves el Sol? Pero El está ahí. Aunque llegue a cegarte un momento de prueba, si no puedes verle en figura, aprende a sentirle por su calor. ¿No comprendes que morirías de congelación en el caso de que el Sol se hubiera puesto para ti? Si tu espíritu vive, por más que Dios lo haya cegado, es porque el Sol te besa todavía.

¡Oh, si las almas supiesen permanecer constantes bajo el Sol eterno y, aunque envueltas por las tinieblas de la prueba, no salir del cenit solar y decir: "Este es mi puesto. Aquí, donde Dios me puso, me encontrará porque mi convicción sobre la fe y mi amor son inmutables!

El diablo da vueltas buscando la salida para alargar su garra ungulada y enganchar al incauto que esté más cerca de la abertura: de la tentación. O espera tal vez a que salga: presa voluntaria por la atracción del sentido. O bien calla y se pone al acecho, lo que resulta una insidia mucho más astuta. Y así el que actúa desconectado de lo divino cae en sus lazos.

Lo repito: mientras ruge es poco peligroso. Cuando calla tras haberse hecho sentir, entonces es sumamente peligroso porque si calla es porque descubrió vuestro punto débil y vuestras costumbres, hallándose entonces dispuesto ya a saltar sobre vosotros.

 

Estad vigilantes

 

Estad vigilantes. Si la luz de Dios brilla en vosotros, ella os iluminará y nada os pasará. Mas si os encontráis entre tinieblas, anclaos en la fe sin que nada ni motivo alguno os hagan mover de ella. ¿Que parece que todo esté muerto y acabado? Decíos a vosotros mismos: "No, ¡si todo está como antes!" Decídselo a Satanás: "No; todo estás como antes".

¡Cuántos, antes que vosotros, sufrieron las mismas torturas vuestras! "Vuestros hermanos desparramados por el mundo". Sí, vuestros hermanos. En el mundo. Y mundo aquí no es esta Tierra, que vosotros habitáis, con todos sus vivientes. Mundo es la comunión de todos los vivientes. Digo: "De todos los vivientes", es decir, de todos aquellos que ya están en la Vida para siempre tras haber querido y sabido permanecer en la "Vida" mientras estuvieron en la Tierra.

Así pues, estos vuestros hermanos desparramados como flores eternas en mis paradisíacos jardines, no sólo recuerdan sus pasados combates y por ello saben comprender los vuestros, sino que por la Caridad que a la sazón constituye su Vida, ellos sufren, dentro de su beatitud, de veros sufrir. Sufrimiento amoroso que no embota su gozo sino que le infiltra una vena de aventajada caridad que les mueve a apiadarse y remediar vuestros afanes. Todo el Cielo está inclinado sobre vosotros que estáis luchando con mi Nombre en el corazón y por mi Nombre, y os ayuda.

 

La fe, la esperanza y la caridad.

La justicia, la templanza, la fortaleza y la prudencia,

éstas son vuestras defensas

 

No saltéis la triple barrera de las virtudes teologales ni la segura defensa de las cuatro virtudes cardinales. La fe, la esperanza y la caridad. La justicia, la templanza, la fortaleza y la prudencia, éstas son vuestras defensas. Contra ellas se quiebran las uñas de Satanás y éste pierde su fuerza para dañaros.

Cuando el Sol, que es vuestro Dios, vuelve a iluminar vuestros ánimos victoriosos tras la noche que os torturó, quedáis estupefactos al comprobar la gran obra de liberación llevada a cabo, contra su voluntad, por el propio demonio girando en vuestro derredor. En su furia impotente, adentrándose en vuestras defensas, hizo que las pequeñas imperfecciones, cual ligera hierba pisoteada con exceso, murieran definitivamente y que sobre el suelo árido descendiera triunfante la luz para hacer crecer con más fuerza vuestra flor, que es vuestro espíritu creado para vivir en el Cielo.

Vete en paz. Vuelve con paz a tu cruz y a tus tinieblas y lleva contigo este recuerdo de sol. Ve y cree en Mí y en mi Madre por más que en estas horas que van de secta a nona no nos puedas ver porque el dolor te ciega."

342-348

A. M. D. G.