15 mayo 1944
lo que es el abandono de Dios.
La desesperación
No permitas que Satanás y el mundo induzcan a los hombres a la desesperación
Al presente, todo esto desapareció. Ya no estaba Dios ni había Cielo
Media hora después de recibir el dictado me he sentido llegar al fin de mi vida a causa de una gravísima crisis cardiaca rebelde a toda medicación. Mas no me importaba... pues rebosaba de alegría mi corazón por las palabras de la Madre. ¡Diez crisis al día, a la hora, mejor tal vez que óptima salud, es el estado espiritual durante el mes que va del 10-4 al 10-5!!!
A partir del sábado estoy cumpliendo una penitencia especial por los pobres desesperados. Siempre me dieron mucha pena aún antes de esta prueba tremenda. Mas a partir de aquí...! Por eso todos los días, mientras me dure la vida, cumpliré con un especial ofrecimiento a Dios hecho a favor de mis "hermanos desesperados" a fin de que les libre del fuego espantoso en que se debaten abrasados y enfurecidos y les alivie con su rocío dándoles su paz, la fe, la esperanza y la caridad.
No permitas que Satanás y el mundo induzcan a los hombres
a la desesperación
¡Es por demás horrendo no amarte, no esperar en Ti ni sentirte ya, Dios mío! No, no lo consientas con nadie. No permitas que Satanás y el mundo induzcan a los hombres a la desesperación. Fortifica sus espíritus por más que no sean dignos de ello. Fortifícales, por piedad, a fin de que les sea posible no desesperar. Si son indignos de tu benignidad, castígales con otras desgracias; pero no con ésta, no. ¡Padre mío, con esta tortura, no!
Recitaré también en la medida de lo posible, las jaculatorias que en aquellos días terribles me enseñó a decir el P. Migliorini: "Jesús mío y Dios mío, ayúdame", "Dios mío, sálvame, yo creo en Ti". Siempre las dije aun cuando estuviese fuera de mí de dolor, del dolor por el abandono de Dios.
Y para no ser mal interpretada, voy a explicar aquí una cosa. No es que yo me haya rebelado al faltarme las manifestaciones extraordinarias. Esas jamás las deseé ni las pretendí cuando me fueron concedidas. Dios las da gratuitamente sin que ninguno de sus hijos pueda imponerle su concesión. Ahora bien, el abandono que tanto me ha hecho sufrir ha sido el sentirme separada de Dios.
Con anterioridad a estas manifestaciones, a lo largo de toda mi vida, aun cuando era yo la que, por mi suma imperfección, me alejaba de El, sentía la cercanía de mi Dios como sentía igualmente que velaba sobre mí, atendiendo al momento todos mis actos buenos, mis plegarias y sacrificios. Allí estaba, volcado sobre mí, para hacerse cargo de estas migajas mías de bien. Y aun cuando no me escuchase, siempre me daba la sensación de estar a mi lado por la paz que derramaba en mí o, al menos, en torno mío, teniendo la seguridad de no encontrarme nunca sola.
Al presente, todo esto desapareció.
Ya no estaba Dios ni había Cielo
Al presente, todo esto desapareció. Ya no estaba Dios ni había Cielo. ¿A quién pues dirigir mi oración? El Paraíso se me figuraba un mito y el firmamento, tras el que nos suponemos estén Dios y su Paraíso, estaba para mí despoblado y vacío... Mi oración, por tanto, se dirigía a la Nada...
Quien no probó esto no sabe qué cosa sea el horror. Otras veces tenía la sensación de que Dios no existía. Mas si existía era para maldecirme. Creo que es esto lo que experimentan los condenados cuando ven a su Dios en el juicio particular y cuando lo hayan de ver otra vez en el universal: Terror de Dios que castiga y maldice a sus ofensores. También esto, quien no lo haya probado no sabe qué es.
Por ejemplo, hoy, domingo, no he tenido dictado alguno; mas, con todo, tengo la sensación de que el Paraíso está en torno mío, encontrándome tranquila y sobrenaturalmente gozosa. Siento que mi plegaria asciende a Dios y que mi amor se da el ósculo con el de Dios.
A despecho de mil y mil sufrimientos, esta unión con Dios, aunque velada, es algo que, lejos de abatir letifica. Es como el que, siendo ciego, se encuentra en una habitación, que, por más que no ve ni siente ruido alguno cerca de él, no pierde el ánimo por eso, puesto que sabe que, en cuanto tenga cualquier necesidad, no tiene sino dar una suave voz para que, al pronto, acuda a su lado quien le atienda. No sé si acierto a expresarme debidamente.
Pienso, y estoy segura de no errar, que esta habitación en la que tanto sufro por no ser aquella en la que tal Paraíso se le mostró a mi miseria (Como se sabe, hubo de abandonar su casa de Viareggio a causa de la evacuación forzosa), vendrá a serme muy querida si en ella llega a brillar la mirada de mi Señor, aunque, más que querida, será para mí sagrada. Por lo demás he de confesar que ya la amor un poco al sentir en ella su paz y haber oído la palabra de Jesús y la de María. Antes, no. Los primeros días la odiaba y me daba miedo... Y es que no sentía en ella a Dios. Y cuando no siento a Dios, todo me da miedo.
358-360
A. M. D. G.