16 mayo 1944
Martes.
Estos son los triunfos de la hora de mi Pasión
ésta no es guerra entre hermanos sino de Satanás contra los espíritus
la parte más santa de tu espíritu, nunca fue herido
Al atardecer, cuando las sombras del agotamiento están cayendo sobre mí, me obliga mi Jesús a escribir así:
Dice Jesús:
"Al rezar el Rosario, meditándolo, me has visto en los cuatro primeros cuadros de los misterios dolorosos. No te he presentado la Crucifixión porque te encuentras por demás acabada. Una vez más me has visto en el huerto, en la flagelación, en la coronación y en el cuadro del "Ecce Homo" presentado a la turba ululante y después cargado con la cruz.
¿Por qué Yo, Dios, no reduje a cenizas,
con un milagro de mi poder divino, a mis acusadores y verdugos?
No a ti por ti, sino para todos, respondo ahora a un "porqué" que tan a menudo preguntáis. ¿Por qué Yo, Dios, no reduje a cenizas, con un milagro de mi poder divino, a mis acusadores y verdugos? ¿Por qué? Porque Yo soy Redentor y no justiciero.
A partir del huerto y hasta mi muerte, habría podido abatir, cuando lo hubiese querido, al traidor, a los capturadores, acusadores, torturadores, blasfemadores y crucifixores. A todos, en fin. Lo pedían, incluso, cuando me encontraba sobre la cruz: "El, que a tantos salvó, que baje de la cruz y se salve" (Mt 27, 39-43; Mc 15, 29-32; Lc 23, 35). Efectivamente, habría podido hacerlo y la gran cantidad de Sangre hasta entonces derramada habría bastado para la Redención de los pasados y de los futuros, mientras que los presentes habrían mordido el polvo, abatidos por el milagro, muertos por mi poder y precipitados al abismo para toda la eternidad.
en beneficio de sus propios fines, excitan a las turbas
desde la sombra
cambiándolas a otros tantos asesinos de un Inocente
Mas ¡cuántos de aquellos miles de alborotadores que, por una de esas imprevisibles demencias de las turbas y por ese fenómeno de delincuencia colectiva que se produce siempre a impulsos de especiales fermentos de sentimientos azuzados por verdaderos culpables y verdaderos asesinos que, en beneficio de sus propios fines, excitan a las turbas desde la sombra cambiándolas a otros tantos asesinos de un Inocente, cuántos de ellos habrían muerto en pecado deicida de haberlos Yo fulminado con mi poder! El Eterno no quería que se condenaran sino los verdaderos malvados y que los subvertidos se salvasen cuando la Redención, una vez completada con el extremo sacrificio, hubiese purificado sus conciencias librándoles de los tóxicos que les hacían delirar.
Hay momentos, pobres hombres, en los que estáis locos. Y el milagro mío se manifiesta en la curación de vuestra locura moral.
ésta no es guerra entre hermanos
sino de Satanás contra los espíritus
Por ejemplo, si Yo, pobre María, te hubiese arrebatado la vida cuando tú, ahora hace un mes, me lo pedías a grandes voces (15 abril) ¿qué es lo que te habría hecho? ¿Acaso un bien? No, sino un mal. Ahora es cuando podría arrebatarte la vida y ello no sería contrario al designio de misericordia que siempre tuve contigo. Ahora es cuando te encuentras curada del delirio provocado por sucesos crueles y humanos, por no decir satánicos, ya que, como siempre te he dicho (4, 19 junio y 21 agosto 1943), ésta no es guerra entre hermanos sino de Satanás contra los espíritus; ni son victimas de ella únicamente los que mueren en el campo de batalla o aplastados por los escombros de las casas. Son igualmente víctimas de la lucha de Satanás contra los espíritus, sobre todo, aquellos que pierden la fe, la esperanza y la caridad, no la vida de una hora mortal sino la Vida eterna, al morir a la gracia de Dios.
Ahora te encuentras curada al haber vencido a Satanás; y eso por haberte Yo dado tiempo para ello. El tiempo preciso de rehacerte tras el asalto imprevisto y atroz, imprevisto y burlón del Enemigo a tu espíritu. Te ha asaltado igual que el león de que habla Pedro (I Pedro 5, 8-9) habiéndote maltratado. Y ha huido porque tú, con ese resto de voz –un soplo– has alzado la cruz invocando mi Nombre. Medio inconsciente, has repetido, como por costumbre, lo que desde hacía años era el motivo de tu amor. Mas antes de que pudieses rehacerte y recomponerte a ti misma, era preciso que pasara algún tiempo. Las resurrecciones requieren siempre tiempo y tú estabas casi muerta por lo mucho que te había tundido.
la parte más santa de tu espíritu, nunca fue herido
Ahora bien, ese punto en ti existente del que habla mi Madre: la parte más santa de tu espíritu, nunca fue herido. No podía serlo, María. Esa parte es mía. Sí, es mía y sólo tú voluntad me la podría arrebatar. Y eso tú, lo sé Yo, no lo harás jamás. Esa parte, como imán que atrae a sí las moléculas esparcidas, ha vuelto a atraer y a reunir cuanto Satanás, con odio furibundo contra Mí y contra ti había desbaratado.
¡Ay de ti si entonces te hubiese herido! ¡Cuánta separación, no obstante, entre tú y Yo! Tú no la vez y Yo no la quiero. Lo que Yo quiero para ti es que el trance de la muerte sea el comienzo de la Vida y esto sin desfallecimientos en la espera.
Ven. Adelántate, que estoy aquí. Besa mis llagas de las que desciende para ti la Vida. Para dártela a ti las tengo abiertas al igual que para tantos otros.
Estos son los triunfos de la hora de mi Pasión, y éstos los salvados por mi Piedad antes que por mi Sangre. Ella les permitió vivir para hacer que mi Sangre lograra curarlos.
Esta es, hombres, la razón por la que Yo me dejé torturar hasta la muerte sin fulminar a ninguno. Porque os amé como sólo Yo podía amaros.
Ahora descansa. Vete en paz."
360-363
A. M. D. G.