18 mayo 1944
a las 8 (hora solar)
Ascensión de N. Señor.
La Sangre de Jesús
Mi Sangre no cesa de derramarse sobre la tierra
un inmenso paño de púrpura que un número incalculable de ángeles,
puestos de rodillas en profunda adoración,
mantienen extendido por una de sus orlas sobre toda la tierra.
Mientras hago oración, contemplo intelectualmente un inmenso paño de púrpura que un número incalculable de ángeles, puestos de rodillas en profunda adoración, mantienen extendido por una de sus orlas (digámoslo así) sobre toda la tierra.
He dicho "púrpura" para expresar su color. Mas la seda y la púrpura más bellas vienen a ser como cotonadas de ínfimo valor comparadas con este tejido, que no es tejido, pues que mi admonitor interno me advierte que es la Sangre preciosísima de Nuestro Señor que los ángeles vierten de continuo sobre toda la tierra a fin de que sus méritos caigan en las almas, y lo mantienen extendido frente a toda la creación para que ésta adore la Sangre que un Dios derramó por el amor a todas sus criaturas.
Nada más veo; pero es visión de tan singular belleza que absorbe en sí toda otra sensación, anula el dolor y agotamiento míos vivísimos, conforta toda esperanza y reaviva toda alegría.
Contra aquel refulgente azul del cielo paradisíaco, respecto del que nuestro más azulado cielo es por completo descolorido, se destacan las llamas angélicas: luces incandescentes en forma humana, perlas y plata fundidas y encendidas para adquirir formas de cuerpos sensibles a mi pesantez humana, formas de una belleza tan perfecta que me producen desdén las más bellas reproducciones artísticas. Melozzo y el Ángélico, Tiziano y Dolci, Perugino, Guercino y todos los pintores de ángeles, de estar en la gloria de Dios, tienen que horrorizarse de sí mismos al confrontar estas angélicas perfecciones con sus esbozos informes tan pobremente acomodados a nuestra envilecida humanidad.
Y mucho más esplendente que todos estos zafiros del cielo paradisíaco y estas encendidas perlas angélicas es el velo de la preciosísima Sangre, rubí que es fluido, terciopelo que es líquido, color que es voz y voz que es Gracia. Gracia para nosotros.
Hasta tanto habla Jesús, yo contemplo y adoro.
Dice Jesús:
"Los espíritus difíciles de siempre –a los que Yo llamo "incrédulos racionalistas– tendrán por incongruente este dictado. Porque ¿a qué hablar de la Sangre hoy cuando es la conmemoración de mi Ascensión a los Cielos?
Porque así lo quiero Yo. Y si Yo lo quiero es señal de que no es incongruente, pues nunca hago nada que sea ilógico. Por lo demás, no hablo para esta zahorra ciega de la humanidad, turba de ídolos sin alma, estampas de la soberbia y de la necedad. Hablo para mis hijos y, en particular, para ti, María.
Hemos estado separados durante cuarenta días que tu dolor y tu amor los han ido contando. Hoy, día conmemorativo de mi separación de los discípulos (Mc 16, 19-20; Lc 24, 50-53), vuelvo Yo, pobre violeta de mi cruz, sumergida y quemada por la sal de su llanto, pero sedienta de mi Sangre para poder vivir. Tan sólo mi Sangre es la que te hace vivir; únicamente mi Voz la que te consuela y mi Presencia la que te hace feliz. Mira, aquí me tienes contigo.
¿Estás llorando? No llores. Escucha. Cuanto viste intelectualmente sucede en la realidad.
Mi Sangre no cesa de derramarse sobre la tierra
Mi Sangre no cesa de derramarse sobre la tierra. Desde hace veinte siglos esplende, cual testimonio de amor, a la faz de la creación entera y, a modo de lluvia, desciende doquier haya una cruz que diga: "Esta es tierra de Cristo".
Los ángeles de cada uno de los creyentes y aún de cada uno que lleve el nombre de "cristiano", no hacen, en su naturaleza angélica, sino entretejer vuelos entre el cielo y la tierra a fin de portar tesoros divinos a cada uno de sus custodiados. Ni se limitan a esto las operaciones angélicas, puesto que la restante innumerable población angélica adora, cumpliendo una orden eterna, por aquellos que, no siendo cristianos, no adoran al verdadero Dios y piden que mi Sangre alcance a todas las criaturas a fin de ser por todas adorado.
Adoran regocijándose los ángeles de los justos, uniéndose a las almas de los mismos, anticipando así desde la tierra su adoración que ha de ser eterna. Adoran esperando los ángeles de quienes no son cristianos, confiando en poder llegar a ser sus custodios en el signo de la cruz. Adoran llorando los ángeles de los pecadores que ya no son hijos de Dios. Y, aun llorando, suplican a la Sangre que, por su virtud, redima aquellos corazones. Adoran por fin los ángeles de las iglesias esparcidas por toda la tierra presentando a Dios la Sangre elevada en cada una de las Misas en recuerdo mío.
La Sangre desciende y asciende a ritmo incesante
la Misa repite
los tres puntos más importantes de mi vida de Jesucristo
La Sangre desciende y asciende a ritmo incesante, no habiendo momento alguno del día en que mi Sangre no suba hasta Dios y en que no descienda sobre la tierra desde el trono de Dios.
Nunca, María, has reflexionado sobre esto; pero la Misa repite los tres puntos más importantes de mi vida de Jesucristo, Verbo de Dios encarnado. Porque cuando en la Consagración las especies se convierten en Carne y Sangre, he aquí que Yo me encarno como en otro tiempo, no en el seno de la Virgen sino en las manos de un virgen. Por esto se requiere en mis sacerdotes virginidad angélica. ¡Ay de los profanadores que, con su cuerpo mancillado por unión carnal, tocan el Cuerpo de Dios! Porque si vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo y por ello debe conservarse santo y casto, el cuerpo del sacerdote, a cuyo imperio Yo bajo de los Cielos para hacerme Carne y Sangre y, como en la cuna, me pongo en sus manos, debe ser más incontaminado que el lirio. Y, lo mismo que el cuerpo, la mente, el corazón y la lengua.
En la Elevación se repite la Crucifixión. "Cuando sea elevado, todo lo atraeré a Mí" (Jn 12, 32). Y cuando soy elevado desde un altar, he aquí que tomo conmigo todos los latidos de los presentes, todos sus dolores, todas sus plegarias y con ellos me presento al Padre diciéndole: "Heme aquí. El Consumado de amor te pide, Padre, que les des todo a estos míos ya que todo te lo di Yo por ellos".
Y al consumarse el Sacrificio con la consumación de las Especies, he aquí que Yo torno a mi Padre diciéndoos: "Yo os bendigo". Como en la mañana de la Ascensión, "Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo" (Mt 28, 16-20).
Por amor me encarno, por amor me consumo y por amor asciendo para interceder por vosotros. Es siempre el Amor el que dirige mis obras.
Medita la Misa a través de estas luces que Yo enciendo en ti y piensa que no hay un solo instante del día en el que no sea consumada una Hostia por amor vuestro ni consagrada una Sangre con la que acrecer las piscinas celestes en las que se purifican los espíritus de los hombres, se curan las enfermedades, se riegan las arideces, se fecundan las esterilidades y se convierte a Dios cuanto era pertenencia del error.
Contempla mi Sangre que tras haber sido derramada entre atroces dolores, asciende al Padre gritando por vosotros: "Padre, en tus manos encomiendo estos espíritu míos. Padre, no los abandones, Yo, el Cordero eternamente inmolado, lo quiero por ellos". Y repítete a ti misma para anular hasta el recuerdo de la duda pasada: "Y por esto se alegra mi corazón, mi lengua se llena de júbilo y hasta mi cuerpo reposa esperanzado porque Tú no has dejado a mi alma sumida en el infierno del dolor sino que, por el amor de tu Sangre, me has hecho conocer una vez más, no ha mucho, los caminos de la vida y me colmarás de gozo con tu presencia".
Son, poco más o menos, las palabras que pronunció Pedro después de Pentecostés (Hech 2, 25-28). Dilas con anticipación de algunos días. ¡Has bebido tanta hiel, pobre María...! consuela tu corazón con la miel de las palabras eternas.
Te bendigo como lo hice a los once antes de ascender".
364-367
A. M. D. G.