20 mayo 1944

 

 

Dolores de María

 

 


 

los dolores no me dañaron únicamente a mí, puesto que, al ser Madre de todos los creyentes y llevaros a todos en mí, sentí personalmente todas las heridas de vuestros espíritus.

   Soy realmente la Rosa mística

    El primer dolor 

  El segundo dolor 

  Tercer dolor  

 ¡El abandono de Dios!

   Cuarto dolor 

  De haber podido arrebatar a mi Jesús la cruz poniéndola sobre mis hombros de Madre, habría sufrido menos que no viendo con los ojos del espíritu a todos los futuros crucifixores de su Salvador.

   La quinta espada

    Cierto que recaerá en el último Día para pedirles explicación de su odio 

  Todo es preferible a ser de los noveles Iscariotes

   Son aquellos que gustan de una sola medida

 


 

Dice María:

"El sábado último (13 mayo) te hablé de mis gozos. Hoy te hablaré de mis dolores.

No te ilustraré puesto que ya lo hice con todos menos con uno que lo haré presto. Lo que sí voy a hacer es hacértelos comprender en su más sublime significado.

 

los dolores no me dañaron únicamente a mí, puesto que,

 al ser Madre de todos los creyentes y llevaros a todos en mí,

sentí personalmente todas las heridas de vuestros espíritus.

 

Como los gozos no fueron exclusivamente para mí, pues ello hubiera sido egoísmo, así también los dolores no me dañaron únicamente a mí, puesto que, al ser Madre de todos los creyentes y llevaros a todos en mí, sentí personalmente todas las heridas de vuestros espíritus. Y si las alegrías florecieron para mí en rosas durante el tiempo tan sólo en que tuvieron lugar los hechos que las motivaron, –y así tuvieron la corta duración de las rosas por cuanto la mano del hombre y el hálito de Satanás ajaron aquella floración anulándola para muchos con excesiva presteza– los dolores, en cambio, fueron espinas clavadas desde el primer momento en el corazón del que ya no han sido arrancadas.

Aquí está por qué, hasta los que me pintaron, no me representaron con siete rosas brotando del corazón sino con siete espadas y si ha y quien me lo cine de rosas, lo hace de forma que el cerco florido viene a resultar tormento, ya que sus tallos se hallan cuajados de espinas.

 

Soy realmente la Rosa mística

 

Soy realmente la Rosa mística y, al ser la Llena de Gracia, no hay espinas en mi tallo. Mas en mi corazón están reunidas todas las espinas de las culpas humanas que me privan de los hijos que ofenden a mi Jesús.

El primer dolor no fue tan sólo para mi amor de Madre de Dios. Conocía mi suerte. La sabía porque no ignoraba el destino del Redentor. Las profecías hablaban de sus grandes sufrimientos. El Espíritu de Dios, que me envolvía, me iluminaba mucho más de lo que pudieran decir las profecías. Por eso, desde el momento en que dije: "He aquí la esclava del Señor" (Lc 1, 38), me abracé al Dolor a la vez que al Amor.

Ahora bien, era ya un gran dolor ver cómo los hombres habrían de tomar el Bien hecho Carne para hacer de El un Mal. En las burlas dirigidas a Simeón (Burlas que no se recogen en el Evangelio (Lc 2, 25-35), pero que se encuentran en el episodio valtortiano de la "Presentación de Jesús en el Templo", perteneciente al ciclo de la "Preparación" de la magna obra sobre el Evangelio) yo vi las infinitas burlas y las sacrílegas negaciones de un número incalculable de hombres. Vino Jesús a traer la paz, mas los hombres, en su nombre y en contra de su nombre, habrían de hacer para El y entre sí la guerra. Todos los cismas, todas las herejías, todos los ateísmos teníalos a la sazón delante... y como una alfombra erizada de espadas estaban a la espera de lacerarme el corazón.

El segundo dolor, que te lo ilustraré a su debido tiempo, no fue únicamente por las incomodidades de la fuga, sino que se hallaba penetrado de la amargura de ver cómo el pobre poder humano, que lo es hasta que Dios lo permite, en lugar de constituirse en escudo del verdadero Poder y adquirir "grandeza" haciéndose "servidor de Dios", por ambición de poder hacíase asesino y deicida. Hacerse asesino de los inocentes era ya un gran pecado; pero hacerse asesino de Dios era un pecado, sin parangón posible, muchísimo mayor. Y si el Eterno no lo permitió, ello no quita para que la culpa fuese igualmente positiva, ya que el deseo de hacer el mal y el intento de realizarlo apenas si son una décima de grado inferior a la culpa consumada.

Así pues, ¡cuántos "grandes", a partir de entonces y hasta el fin de los tiempos, habrían de imitar a Herodes pisoteando a Dios para hacerse "dioses"! Pues bien, yo iba viendo a todos estos chacales que matan con ánimo de destruir a Dios y, a la par que a mi Hijo, estrechaba contra mi corazón a todos los perseguidos por la Fe y oía sus ayes santos mezclados con las blasfemias de los prepotentes y, al no saber maldecir, lloraba... El camino de Belén a Egipto estuvo marcado con mi llanto.

Tercer dolor. Mira, yo buscaba a Jesús, extraviado, no por mi culpa ni por la de mi esposo. Mi Niño quiso hacer aquello para lanzar su primera llamada a los corazones diciéndoles: "La hora de Dios ha llegado". Mas de entre los millones de seres que habrían de existir, ¡cuántos no habrían de perder a Dios! Se le pierde, bien por culpa propia o por un querer suyo. Cuando muere la gracia se desvanece Dios; y cuando Dios quiere llevar a un alma a una Gracia mucho mayor, entonces El se esconde. En uno como en otro caso, esto es la desolación.

El pecador muerto a la Gracia no es feliz. Parece que lo sea, pero no lo es. Y si bien tiene momentos de embriaguez que no le dejan conocer su estado, nunca faltan horas en las que un suceso de al vida le hace sentir su condición de separado de Dios. Entonces es cuando le llega la desolación, esa tortura que Dios hace gustar a sus predilectos para quesean como su Verbo: salvadores.

 

¡El abandono de Dios!

 

Qué sea esto, tú lo sabes (9 de abril): ¡El abandono de Dios! ¡Un horror más grande que la muerte! Y si es horror para aquellos en los que únicamente constituye "prueba", piensa y medita qué haya de ser para quienes constituye auténtica realidad. Mi tercer dolor fue por ver cómo tantos habrían de tener que beber de este cáliz para perpetuar la obra redentora y, aún más amargo que esto, por ver a muchísimos perecer en la desesperación.

¡Oh María! ¡Si los hombres supiesen buscar siempre a Jesús...! Entonces la planta de la desesperación dejaría de rezumar su tóxico desapareciendo para siempre.

Cuarto dolor. Era Madre y, naturalmente, ver a mi Hijo bajo el peso de la cruz constituía un dolor. Mas, sobrenaturalmente, era un dolor muchísimo mayor ver cómo el odio más torturante que el madero, oprimía a mi Hijo.

 

De haber podido arrebatar a mi Jesús la cruz poniéndola

sobre mis hombros de Madre, habría sufrido menos

que no viendo con los ojos del espíritu

a todos los futuros crucifixores de su Salvador.

 

¡Cuánto odio! ¡Era un mar sin confines! De aquella turba vociferadora de blasfemias y denuestos habrían de derivarse todos los odiadores del santo Mártir. De haber podido arrebatar a mi Jesús la cruz poniéndola sobre mis hombros de Madre, habría sufrido menos que no viendo con los ojos del espíritu a todos los futuros crucifixores de su Salvador. Aquellos que pretenden quitarle de en medio para no topar con su trono de Juez, no saben que únicamente para ellos El ha de ser Juez, siendo por el contrario, para los demás Amigo.

La quinta espada fue por el conocimiento que tuve de que aquella Sangre, corriendo como otros tantos ríos de salud de sus miembros lacerados, habría de ser siempre blasfemada. Con todo, aquella Sangre hablaba y habla. Grita dando voces amorosas y llama sin que los hombres la quisieran ni la quieran escuchar. Se arremolinaban en torno al Mesías pidiéndole la curación de sus enfermedades y que les dirigiera alguna palabra. Mas desde que El ya no hacía uso del tacto de sus dedos ni del polvo y la saliva sino de su Vida y de su Sangre que las entregaba para curarles de la verdadera, de la única e incancelable enfermedad: "la culpa", ellos le huyeron más que si fuese un leproso.

 

Cierto que recaerá en el último Día

para pedirles explicación de su odio

 

Sí, le huyeron. "Caiga esa Sangre sobre nosotros", ¡Oh! Cierto que recaerá en el último Día para pedirles explicación de su odio y, puesto que no le quisieron amar, los maldecirá. Y yo, Madre, ¿cómo no habré de sufrir viendo que tantos hijos míos merecieron ser maldecidos y separados para siempre de la familia espiritual del Cielo en el que yo soy la Made y mi Jesús el Primogénito y primer Hermano?

Cuando recibí el despojo exánime de mi Dios e Hijo y pude ir recorriendo una por una sus heridas, sentí lacerarse mi seno, ¡Oh!, no conocí el dolor de la generación, mas éste sí que lo conocí y no hay dolor de madre que pueda comparársele. Todo mi dolor de creyente se fundió en uno con mi dolor de madre. Esta fue la base de mi cruz como el Calvario lo fue de la cruz de mi Señor. He aquí mi Dolor.

Vi, no a Jesús muerto en vuestros corazones, pues El no muere, sino a vuestros corazones muertos en El. Vi en cuántos corazones habría de estar El depositado como frío despojo y para cuántos habría de imperar en balde su: "¡Levántate!". Los hombres que no quieren vivir, que se niegan a levantarse; el Sacramento de Vida rechazado o recibido sacrílegamente hasta cuando ya se hallan contados los momentos de vuestra existencia; y los innumerables Judas, a los que su arrepentimiento les sanaría, que no saben hacerse dignos, con una recta conversión, de recibir a su Dios herido.

 

Todo es preferible a ser de los noveles Iscariotes

 

Oye, María: Todo es preferible a ser de los noveles Iscariotes. Con todo, es el pecado que con mayor indiferencia se comete, no sólo por grandes pecadores sino también por muchos que parecen y se tienen por fieles a mi Hijo. El los denomina: "Los fariseos de ahora". Por sus obras los puedes reconocer. El contacto con mi Hijo no les hace mejores antes, por el contrario, su vida es la antítesis de la Caridad y, por ende, de Dios. Son muertos, si no a la Gracia, a los frutos de la misma. Carecen de vitalidad y nada puede hacer Jesús en ellos al no poner nada de su parte.

 

Son aquellos que gustan de una sola medida

 

Son aquellos que gustan de una sola medida, aquellos que de cristianos no tienen más que el nombre. Templos desconsagrados y profanados con la podre de todos los vicios, en los que en el nombre, tan sólo el nombre de Cristo está del modo que el cuerpo de mi Jesús estuvo en el sepulcro: sin vida. Y si en el Getsemaní el conocimiento de todos aquellos para los que su Sacrificio habría de resultar baldío fue el martirio espiritual de mi Hijo, esta misma visión, al besar a jesús en el último adiós, fue mi desgarro.

Desgarro que no termina, no, ya que las espadas están siempre atravesando mi corazón al continuar los hombres proporcionándole sus siete dolores. Hasta tanto no se complete el número de los salvados y quede completada la gloria de Dios en sus bienaventurados, yo seguiré sufriendo en mi doble dolor de Madre que ve cómo se le ofende a su Primogénito y de madre que ve cómo tantos, tantísimos de sus hijos prefieren el destierro eterno a la morada del Padre.

Cuando en tus plegarias te dirijas a mí como Dolorosa, piensa  en estas palabras mías. Y en tus dolores, para imitarme, desecha todo egoísmo. Yo extendí mis dolores de Madre de Jesús a todos los nacidos. Para eso soy la nueva Eva. Tú ofrece los tuyos para todos tus hermanos. Llévalos a Dios, a mí."

368-373

A. M. D. G.