27 mayo

 

 

El mundo perece por haber menospreciado

y rechazado la Sabiduría

 

 


 

El mundo perece por haber menospreciado y rechazado la Sabiduría marchando fuera de sus caminos.

   "El Señor, dice Baruc, no escogió a los gigantes para comunicarles las palabras de la Sabiduría"

   Soy Yo quien puedo decir: "Quiero que éste sepa"     

 BARUC 3, 9-38; 4, 1-4

 


 

Dice Jesús:

"Di, María, como las estrellas de que habla la profecía (Baruc 3, 30-38):"Heme aquí", y, llena de alegría, ven a escucharme.

 

El mundo perece por haber menospreciado y rechazado

 la Sabiduría

marchando fuera de sus caminos.

 

Es la vigilia de Pentecostés. La Sabiduría no descendió una vez tan sólo con su fuego. Ella desciende continuamente para proporcionaros sus luces. Basta que la améis y la busquéis como a un tesoro preciosísimo. El mundo perece por haber menospreciado y rechazado la Sabiduría marchando fuera de sus caminos.

Mucha es la ciencia que el hombre ha acumulado en su mente, siendo, con todo, más ignorante que cuando era primitivo; porque entonces buscaba el camino del Señor, estando dispuesto a acoger sus palabras, mientras que ahora busca todo menos lo que debiera buscar, llenando su ser de todas las más inútiles y peligrosas palabras, mas no de aquellas que habrían de constituir su vida.

 

"El Señor", dice Baruc, "no escogió a los gigantes

 para comunicarles las palabras de la Sabiduría"

 

"El Señor", dice Baruc, "no escogió a los gigantes para comunicarles las palabras de la Sabiduría" (Baruc 3, 24-28).

No. El Señor no escoge a los gigantes. No los escoge. No los escoge, hombres laicos o consagrados que os tenéis en mucho únicamente porque estáis saturados de orgullo cuando sois a mis ojos menos que una cigarra chirriadora.

El Señor no mira a vuestros títulos o cargos ni al ropaje o nombre que portáis. Todo eso no es sino la cáscara de aquello a que Dios mira para apreciar la medida del valor: el ánimo. Si pues vuestro ánimo no se halla encendido de caridad y es generoso en el sacrificio, humilde y casto, no, el Señor Dios no os escogerá para ser sus predilectos y depositarios de sus riquezas sapienciales.

 

Soy Yo quien puedo decir: "Quiero que éste sepa".

 

No sois vosotros quienes podéis decirme a Mí: "Yo quiero ser de los que saben". Soy Yo quien puedo decir: "Quiero que éste sepa".

Todavía puedo tener compasión de vosotros pues sois unos infelices enfermos de las más repugnantes lepras. Mas en cuanto a escogeros a vosotros con predilección, no; no lo merecéis.

Sabed merecerlo con una vida recta en todo. Porque, si sabéis conservar la fe en vuestras obligaciones más graves mientras que os falta para las cosas menos manifiestas pero más profundas, ya no sois rectos. No lo sois. Y este vuestro livor no es sino un motivo humano que se cubre con mentida vestidura de celo, no siendo la intención recta y careciendo de valor por ello.

Mas tú, ven a conversar con tu Maestro. Ven, que Yo te saco del sepulcro del dolor pero no te desaliento con una visión, por otra parte ya vista, de terrorífica majestad. De la resurrección de los muertos, fíjate tan sólo en la parte espiritual aplicándola a la solemnidad actual. Es el Espíritu de Dios el que, infundido en vosotros, os da la vida. Ámalo, allá de la tierra y también la de esta tierra.

 

 BARUC 3, 9-38; 4, 1-4

 

(III. LA SABIDURÍA, PRERROGATIVA DE ISRAEL

Escucha, Israel los mandamientos de vida,
tiende tu oído para conocer la prudencia.
¿Por qué, Israel, por qué estás en país de enemigos,
has envejecido en un país extraño,
te has contaminado con cadáveres,
contado entre los que bajan al seol?
¡Es que abandonaste la fuente de la sabiduría!
Si hubieras andando por el camino de Dios,
habrías vivido en paz eternamente.
Aprende dónde está la prudencia,
dónde la fuerza, dónde la inteligencia,
para saber al mismo tiempo
dónde está la longevidad y la vida,
dónde la luz de los ojos y la paz.
Pero ¿quién ha encontrado su mansión,
quién ha entrado en sus tesoros?

¿Dónde están los príncipes de las naciones,
y los que dominan las bestias de la tierra,
los que juegan con las aves del cielo,
los que atesoran la plata y el oro
en que confían los hombres,
y cuyo afán de adquirir no tiene fin;
los que labran la plata y el oro
en que confían los hombres,
y cuyo afán de adquirir no tiene fin;
los que labran la plata con cuidado,
mas no dejan traza de sus obras?
Desaparecieron, bajaron al seol,
y otros surgieron en su lugar.

Otros más jóvenes que ellos vieron la luz,
y vivieron en la tierra;
pero el camino de la ciencia no lo conocieron,
ni comprendieron sus senderos.
Sus hijos tampoco se preocuparon de ella,
quedaron lejos de su camino.
No se oyó hablar de ella en Canaán,
ni fue vista en Temán.
Los hijos de Agar, que andan buscando la inteligencia en la tierra,
los mercaderes de Madián y de Temán,
los autores de fábulas y los buscadores de inteligencia,
no conocieron el camino de la sabiduría
ni descubrieron sus senderos.

¡Oh Israel, qué grande es la Casa de Dios,
qué vasto el lugar de su dominio!
Grande es y sin límites,
excelso y sin medida.
Allí nacieron los antiguos famosos gigantes,
de alta estatura y expertos en la guerra.
Pero no fue a éstos a quienes eligió Dios
ni les enseñó el camino de la ciencia;
y perecieron por no tener prudencia,
por su locura perecieron.
¿Quién subió al cielo y la tomó?
¿quién la hizo bajar desde las nubes?
¿Quién atravesó el mar y la encontró?
¿quién la traerá a precio de oro puro?
No hay quien conozca su camino,
nadie imagina sus senderos.

Pero el que todo lo sabe la conoce,
con su inteligencia la escrutó,
el que dispuso la tierra para siempre
y la llenó de animales cuadrúpedos,
el que envía la luz, y ella va,
el que la llama, y temblorosa le obedece;
brillan los astros en su puesto de guardia llenos de alegría,
los llama él y dicen: ¡Aquí estamos!,
y brillan alegres para su Hacedor.
Este es nuestro Dios,
ningún otro es comparable a él.
Él halló todos los caminos de la ciencia,
y se la dio a su siervo Jacob,
y a Israel su amado.
Después apareció ella en la tierra,
y entre los hombres convivió.

Ella es el libro de los preceptos de Dios,
la Ley que subiste eternamente:
todos los que la retienen alcanzarán la vida,
mas los que la abandonan morirán.
Vuelve, Jacob, y abrázala,
camina hacia el esplendor bajo su luz.
No des tu gloria a otro,
ni tus privilegios a nación extranjera.
Felices somos, Israel,
pues lo que agrada al Señor se nos ha revelado.)

387-389

A. M. D. G.