28 mayo 1944
Pentecostés, a las 10 horas.
La venida del Espíritu Santo
Disposición de la Virgen y de los Apóstoles
María lee en voz alta siguiendo los demás mentalmente su lectura
Veo (29 de enero) la estancia en donde se celebró la Cena
Los utensilios son siempre los mismos, si bien colocados de manera diferente. Las dos banquetas –o sea, la verdadera banqueta del lado izquierdo, en relación a mí que miro hacia la puerta, y la credencia baja del lado opuesto– han sido llevadas fuera del hueco de las ventanas en donde estaban colocadas, y puestas una al lado de la otra al fondo de la estancia (en el lado sin ventanas).
Contra el lado opuesto, o sea, aquel en que se abre, en el ángulo noroeste, la pequeña puerta a la que se accede por la escalerilla de seis peldaños, ha sido corrido el tablero que estaba en el centro de la estancia la tarde del Jueves Santo. Entre la pared y el tablero están los asientos que hacen falta. Los otros están puestos en ambos lados estrechos del tablero, de esta forma:
Esto es, doce contra la pared y dos a cada lado. Estos dos por lado se hallan desocupados. Al parecer han sido dejados allí a fin de poder colocarlos en cualquier sitio. Uno de ellos es el taburete que usó Jesús para el lavatorio de los pies.
El tablero aparece desnudo, sin mantel ni vajilla. La credencia y la banqueta se encuentran asimismo sin utensilios, si bien sobre ellas descansan, plegados, los mantos de los apóstoles.
Las ventanas aparecen cerradas. Una barra de hierro las mantiene transversalmente bien atrancadas cual si fuera de noche. Por eso hay una luz encendida en el centro de la estancia. Ahora bien, debe ser ya muy entrado el día puesto que por una hendidura u orificio que hay en la hoja de una ventana se filtra un rayo de sol en el que danzan los átomos del polvo. La luz resulta escasa al estar encendida una sola mecha, mas, aunque poca, me permite ver todo distintamente, y así llego a distinguir los grandes ladrillos cuadrados del pavimento de color rosa pálido.
Disposición de la Virgen y de los Apóstoles
En el centro del tablero se halla sentada la Madre. A su derecha, Pedro; y, a su izquierda, Juan, Nuestra Señora tiene ante sí un cofrecillo alargado y bajo, de estilo oriental, que está cerrado y contra el que se apoyan unos rollos para los que, de este modo, hace de atril.
María viste a azul oscuro llevando el manto sobre la cabeza y por debajo el velo blanco. Ella es la única que tiene la cabeza cubierta, recordándome mucho a la Virgen de la Eucaristía, tal como se me apareció el pasado mes de junio (1943) (23 junio de 1943). (Creo que fue en junio o si no, a últimos de mayo, pues no tengo posibilidad de confrontarlo con los dictados de entonces).
siguiendo los demás mentalmente su lectura
María lee en voz alta siguiendo los demás mentalmente su lectura y, llegado el momento, responden. Así pues, vuelvo a oír ahora la expresión: "Maran ata" que oí otra vez, no recordando cuándo ni quién la dijo (29 de febrero. Expresión aramea que quiere decir: "El Señor viene" o "¡Ven, Señor!"). Debe ser una especia de "Así sea" o de "Sea alabado el Señor", porque la dicen como nosotros cual jaculatoria final.
María sonríe al leer. Es una sonrisa interior, diría yo, porque es a su pensamiento a lo que sonríe. No mira a nadie y, por tanto, a ninguno sonríe. Sonríe a un pensamiento suyo de amor o tal vez a alguna visión interna bienaventurada. Los apóstoles la escuchan viéndola sonreír así, mientras su dulce voz es una modulación de notas de canto al leer los salmos (supongo que son salmos) en la lengua de Israel.
Pedro se conmueve oyéndola y le bajan dos lágrimas por las arrugas que flanquean la nariz yendo a perderse por entre sus bigotes entrecanos.
Juan la mira y responde con la suya a la sonrisa de María. Semeja un lago tranquilo que parece un sol al reflejar el sol que le mira. Sin apoyarse en María con la confianza que tenía con Jesús, se acerca cuanto puede a Ella alargando el cuello para seguir con la vista las líneas que va leyendo. En las pausas, cuando se cambia de rollo o responden el "Maran ata", él la mira y sonríe.
Tan sólo se oye la voz de María y el rozar de los pergaminos. Y después, ni aún eso, por cuanto calla María e inclina hacia adelante su cabeza apoyándola en el cofrecillo. Prosigue interiormente su oración y los demás la imitan, quiénes en un apostura y quiénes en otra.
Un zumbido fortísimo, como acorde de un órgano gigantesco,
voz de viento celeste y armónico...
rompe el silencio de la mañana tranquila
Un zumbido fortísimo, como acorde de un órgano gigantesco, voz de viento celeste y armónico, eco de todos los coros del Paraíso al que se unen las voces todas de los vientos y cantos de la tierra, rompe el silencio de la mañana tranquila, se va acercando cada vez más potente, vibra el aire, oscila con él la llamita de la luz y tintinean las cadenas que la sostienen colgando con adornos, sucediendo lo mismo que cuando una onda de ruido fragoroso irrumpe en una habitación cerrada. De haber allí cristales, vibrarían sin duda; mas, al no haberlos, no se percibe ese ruido característico que produce el vidrio al ser percutido por una vibración sonora.
Los apóstoles levantan despavoridos sus cabezas y, al comprobar que el estruendo aumenta vertiginosamente, unos se incorporan sobrecogidos de temor tratando de escapar, otros se encogen golpeándose el pecho y los demás se estrechan a María en busca de protección. El más tranquilo está Juan que lo único que hace es mirar a María y, al verla sonreír más feliz que antes, recobra el ánimo al momento.
María alza la cabeza hacia lo que, sin duda, ve su espíritu y, a continuación, cae de hinojos con los brazos abiertos. El manto se le abre tomando la apariencia de un ángel azul con dos alas extendidas sobre las cabezas de Pedro y de Juan, los cuales, a su vez, la han imitado arrodillándose.
He tardado más en describirlo que en desarrollarse el suceso, ya que su duración no ha pasado de segundos.
el Espíritu haciendo retumbar la estancia con un último fragor
potente,...permanecer flotando...sobre la cabeza de María...
partiéndose, esparciéndose y cayendo como lenguas de fuego,
besa las frentes de cada uno de los presentes
Y después... ¡oh, el Fuego, el Espíritu haciendo retumbar la estancia con un último fragor potente, colmándola de un fulgor insostenible, de un calor ardentísimo y permanecer flotando por unos instantes en forma de rutilante meteoro de luz sobre la cabeza de María, el cual, partiéndose, esparciéndose y cayendo como lenguas de fuego, besa las frentes de cada uno de los presentes!
¡Mas la llama que desciende sobre María...! Alargada y vibrante como una franja de fuego, no se limita a posarse sobre su frente sino que la ciñe, la abraza, la besa y acaricia, fijándose cual áureo círculo en su cabeza virginal, a la sazón descubierta, porque, cuando avistó el Fuego Paráclito, alzó los brazos en ademán de abrazarlo lanzando un grito de júbilo y, manto y velo, deslizándose, cayeron de la cabeza y de los hombres, apareciendo ella así, de pronto, esbelta y mucho más joven con sus blondas trenzas sin muestra de canicie, bella, hermosa, hermosísima con su corona divina vibrando en una llamarada final sobre su frente tras haberla ceñido con su diadema de Reina celestial y hermosa asimismo por el gozo que la transfigura... ¡Oh, no es posible expresar qué grado de belleza adquiere el rostro de María al abrazarse con su divino Esposo!
El Fuego aún continúa por algún tiempo y se disipa después dejando tras de Sí una fragancia ultraterrena. Y, al desvanecerse el Fuego, desaparece la visión.
389-392
A. M. D. G.