2 de junio de 1944
Primer viernes de mes
Las mensajeras de la devoción
al Corazón de Jesús
Margarita María de Alacoque,
Gertrudis de Helfta y Verónica Juliani
Jesús me hizo... adorar concediéndome una visión apropiada
aparece Jesús erguido, de pie, sonriente y bellísimo con el vestido blanco y su manto rojo.
¡Margarita! pequeña comunicación que recibí de Jesús el día 29 de mayo
¡Cuánto más fácil resultaría la operación si se dejasen volcar por un ímpetu de amor!
El que no ama no se santifica. Es el corazón el que ama...
Ayer no recibí dictado alguno particular. Me limité a sufrir hasta el punto de creerme en agonía.
El sufrimiento físico comenzó –de forma violenta se entiende, pues llevaba 24 horas con él, si bien para mí que sé aguantar mucho, aún resultaba soportable– la tarde del miércoles, yendo en aumento a ritmo continuo hasta hacerse insoportable. Pensé en una perforación peritoneal, pues tanto era el dolor que me producía el peritoneo, causándome todas las molestias propias de una peritonitis aguda. Sufrí hasta perder el sentido, no sabiendo decir sino: "¡Señor, esto por mis pobres hermanos desesperados!". Aún era el miércoles.
Ayer, como continuase sufriendo, ofrecí toda esta congoja por los idólatras. No tenía sino eso que ofrecer careciendo de fuerzas para más, habiéndome costado una verdadera fatiga poder cumplir con mis penitencias de costumbre. Después quedé desfallecida sintiendo únicamente el tormento de la carne. Mas no me importaba ya que mi alma se hallaba en paz, en las manos de Jesús... y en tal situación nada malo sucede.
En las horas lentas de la siesta vino el sacerdote de aquí (Don Narciso Fava, párroco de San Andrés de Cómpito). Me encontró con un rostro agónico e intentó consolarme, pues, en el fondo, es bueno aunque con una bondad" útil sólo para María criatura, no para María alma.
Siento el vacío doloroso del que me dirige (P. Migliorini que quedó en Viareggio), por más que diga él que "nada hace". Yo, en cambio, digo que él es el aire de mi alma a la que le falta ese aire lo mismo que la brisa marina a mis pulmones. Y, no obstante contar con infinitas bondades de Jesús, esta ayuda es la que me falta teniendo que sufrir por ello.
Jesús me hizo... adorar concediéndome una visión apropiada
Ayer noche quise hacer la Hora de adoración nocturna; pero me fue imposible. No podía leer ni pensar. En talles circunstancias Jesús me hizo... adorar concediéndome una visión apropiada.
Trataré de describir el lugar, cosa difícil para mí que en esto de arquitectura valgo menos que cero y jamás puse los pies en un monasterio de clausura.
Creo pues encontrarme en la iglesia interior de un monasterio de estrecha clausura. Veo un arco muy elevado y espacioso que presta luz a la iglesia exterior. Eso de que presta luz es un modo de decir puesto que el hueco compuesto por el arco viene a quedar aún más impenetrable por una cortina de paño rojo oscuro que baja desde lo alto hasta un metro y medio poco más o menos del suelo, o sea, hasta el punto en que se eleva un muro para sostener el enrejado.
En el centro de dicho enrejado hay una a modo de ventana, o sea, un trozo de enrejado movible que gira como una puerta sobre sus pernos. Esta no tiene cortina roja, dejando ver por entre las mallas del enrejado el tabernáculo que está en la iglesia exterior. Así las monjas pueden adorar y supongo que recibir la Sagrada Comunión estando de rodillas en el banco que viene a hacer de barandilla delante de la pequeña ventana y que se levanta sobre una tarima de tres peldaños para acomodarlo a la altura de la ventana. De la iglesia exterior nada se ve fuera del tabernáculo. Así están hecho sin duda los coros de los monasterios.
Hay poca luz. De las ventanas altas y angostas se filtra una luz crepuscular, dándome a entender que debe ser la tarde o el alba porque hay muy poca claridad. El coro –lo llamo así por más que no sé si me expreso bien– se encuentra vacío. Allí están únicamente los asientos de las monjas y el banco delante del enrejado junto al que una lámpara de aceite pone una diminuta estrella de luz tenue.
En esto entra una monja alta y acusadamente enjuta pues, no obstante la amplitud del hábito monacal, su cuerpo aparece delgado en extremo. Va a arrodillarse a los bancos. Se levanta el velo que tenía echado sobre el rostro y veo así que lo tiene juvenil, no bellísimo sino agraciado, palidísimo y dulce. Sus ojos claros –a mí parecer de un color castaño-verdoso– se iluminan dulcemente cuando los eleva para mirar al tabernáculo y se entreabre su fina boca en una suave sonrisa. Su rostro forma un óvalo alargado enmarcado por la toca poco más blanca que él. El negro velo desciende sobre el vestido, negro igualmente, de modo que en la figura arrodillada no aparecen de tono claro sino el rostro agraciado, las manos alargadas y bien modeladas, unidas en oración, y una cruz de plata que le brilla sobre el pecho por debajo de la larga toca. Ora fervorosamente con los ojos clavados en el tabernáculo.
aparece Jesús erguido, de pie, sonriente y bellísimo
con el vestido blanco y su manto rojo.
Y aquí viene todo lo bello de la visión. El enrejado, todo él brilla cual si tras la cortina se hubiese encendido un foco potentísimo. La lámpara, que antes parecía una estrella por su esplendor, viene ahora a quedar anulada en la luz que va creciendo y haciéndose cada vez más blanca, de un blancor argénteo vivísimo, y tan intensa que los ojos no ven sino a ella. El enrejado desaparece en ese esplendor vivísimo en el que aparece Jesús erguido, de pie, sonriente y bellísimo con el vestido blanco y su manto rojo.
"¡Margarita!", le llama Jesús para hacer volver en sí a la monja que quedó estática mirándole. La llama por tres veces, cada vez más dulcemente sonriendo con mayor intensidad y se adelanta caminando, elevado del suelo, sobre la alfombra de luz que está bajo sus pies. "Soy Yo, Jesús, al que amas. No temas".
Margarita María (Santa Margarita María Alacoque, mensajera y apóstol del Sagrado Corazón (1647-1690) le mira feliz y, entre lágrimas, le dice: "Señor, ¿qué quieres de mí? ¿Por qué te me apareces?"
"Margarita, soy Jesús que te ama y quiero que me hagas amar".
"¿Cómo lo podré, Señor?"
"Mira, todo lo podrás porque lo que has de ver te prestará fortaleza y voz para sacudir al mundo y traerlo a Mí. Mira, este es mi Corazón que tanto ha amado a los hombres, deseando ser amado de ellos; pero que no lo es aun cuando en este amor estaría la salvación del género humano. Margarita, di al mundo que Yo quiero que mi Corazón sea amado. ¡Tengo sed! Consuélame. Esta misión será tu gozo y tu dolor. Te pido que no la rehuyas. Ven, ven a Mí. Acércate a Mí. Besa mi Corazón y ya nada te arredrará...".
Margarita María, envuelta en la gran luz que hace que su rostro aparezca aún más blanco, se levanta y se dirige extática hacia Jesús postrándose a sus plantas. Mas Él la levanta y, teniéndola apoyada con la izquierda, se abre el vestido por el pecho y, cual si con el vestido se abriera también la carne, aparece su Corazón divino, vivo y palpitante, entre torrentes de luz que inundan el pobre coro y hacen que el cuerpo humano de la discípula amada resplandezca como un cuerpo ya espiritualizado. Jesús atrae hacia Sí a su amada y con amorosa violencia la eleva hasta hacer que los ojos de la misma estén a la altura de su Corazón que lo estrecha contra ella sosteniendo al mismo tiempo a la extática que por la fuerza del gozo se desplomaría; y cuando se desprende de ella, sigue sosteniéndola con cuidado dulcísimo hasta depositarla en el suelo –puesto que Margarita había marchado por la estela de luz hasta llegar a Jesús– no dejándola hasta verla segura en su puesto. Y entonces le dice: "Volveré para comunicarte mis quereres. Ámame cada vez más y vete en paz".
La luz, que va apagándose por momentos hasta desaparecer del todo, lo absorbe como una nube y en el coro, a la sazón vacío, brilla tan sólo la estrellita tenue de la lámpara.
Esto es todo lo que he visto. Y Jesús me dice: "Has hecho la adoración del jueves, vigilia del primer viernes. ¿Qué mejor adoración quieres?". Sonríe y me deja.
pequeña comunicación que recibí de Jesús
el día 29 de mayo
Ahora le voy a referir, porque creo le ha de interesar, una pequeña comunicación que recibí de Jesús el día 29 de mayo. Me vino a la mano un viejo suelto de periódico en el que se anunciaba un libro de Santa Catalina de Siena. Lo guardaba desde hacía años, no habiéndome hecho nunca con dicho libro por parecerme inútil su adquisición al creerme yo incapaz de comprender la mística de Santa Catalina por demás sublime para mí y, por otra parte, por tratarse de un libro imposible de encontrar. En un principio traté de dar con él, pero me dijeron: "Eso resulta imposible". Así pues, me resigné sin gran esfuerzo a no tenerlo y ya nunca más volví a pensar en ello.
El 29 de mayo me vino a las manos ese trocito de periódico. Lo leí y lo rasgué con indiferencia; pero entonces oí a Jesús que me decía: "No, hazte con ese libro. Ahora darás con él en seguida encontrándolo en la primera tienda que lo busques. El te ayudará a persuadirte deque una sola es la Voz que habla: tanto la que te habla a ti como la que le habló a Catalina. Cógelo ya que resulta oportuno que lo tengas".
El día 30 de mayo, habiendo de ir Marta a Lucca, le dije que lo buscara sin más detalles y, en efecto, lo encontró en la primera librería en que entró.
Poco es lo que de él he leído; mas, por lo que hasta ahora he visto, no hace sino repetir en estilo medieval los mismos conceptos que yo escucho en estilo actual. Voy marcando, conforme me va saliendo, todos aquellos puestos que yo he oído decírmelos a mí. Esto me comunica paz puesto que siempre he tenido miedo de estar engañada.
¡Qué bueno, pero qué excesivamente bueno es Jesús conmigo! No sólo me amaestra y me consuela con palabras y visiones sino que además las acomoda a mi debilidad física y provee a mi incapacidad de orar, como acaeció ayer noche haciéndome adorar su Corazón junto con Margarita María e indicándome qué es lo que debo tomar para cobrar seguridad en mis dudas.
Reanudo acto seguido para decirle lo que ahora oigo.
El esfuerzo que es preciso hacer
para arrancar a un alma de sus ideas
se debe al hecho de encontrarse saturada de ellas
"El esfuerzo que es preciso hacer para arrancar a un alma de sus ideas se debe al hecho de encontrarse saturada de ellas.
Para echar líquido a un vaso, éste ha de hallarse dispuesto para ello. Si está vacío, lo podemos llenar totalmente del líquido que queremos. Si semilleno, tan sólo podremos echarle la mitad y si únicamente le falta un dedo para estar lleno, sólo le podremos echar un dedo. No será esto mucho; pero servirá para mezclarle algo. Ahora bien, si se encuentra lleno hasta los bordes, nada, absolutamente nada le podremos echar siendo preciso vaciarlo primeramente.
Esta operación resulta fácil cuando el vaso se deje mover. Mas si está fijo y no es movible por tanto, ¿cómo se le podrá vaciar? Será preciso achicarlo, bien, con el calor del sol o pacientemente sumergiendo en él una esponja que vaya absorbiendo el líquido hasta conseguir el vaciado.
Algunos corazones son vasos que están colmos hasta los bordes y son inamovibles. Es su voluntad la que les hace tales y, por eso, como tienen dentro de sí el agua que ellos echaron y que no es la que Yo ni tú querríamos que contuviesen, no queda sino vaciar con ardor de caridad y perseverante constancia su contenido.
¡Cuánto más fácil resultaría la operación
si se dejasen volcar por un ímpetu de amor!
¡Cuánto más fácil resultaría la operación si se dejasen volcar por un ímpetu de amor! Pero es mucho más meritorio el que tú ardas de amor por vaciarlos del mal y enjugarles todo mal con sacrificios y más sacrificios, vertiendo después en ellos a Dios, a tu Dios.
¡Oh María...!"
Nada más me dice.
Este breve dictado ha comenzado a transmitírmelo Jesús cuando yo me encontraba haciendo mis devociones y penitencias y encomendando estas y aquellas intenciones. Por lo que pienso sea debido a que algún corazón se halla aferrado inconmoviblemente a sus decisiones y más anclado en ellas que nave en fondo peñascoso, tratándose sin duda del más refractario de todos a mis súplicas.
En la noche de este primer viernes se me ofrece con más amplitud y belleza la visión de Jesús con su Corazón radiante rodeado de muchos, muchísimos santos. Hay cantidad de hombres; pero en primer término y más radiantes que todas las demás figuras, hay tres santas nimbadas con una luz especial.
Ahora bien, en esta visión aun cuando comprendo que se trata de cuerpos espiritualizados, se me muestran éstos con la indumentaria que llevaron en la tierra, al igual que me ocurre en las visiones de la vida de Nuestro Señor.
Entre los hombres reconozco a S. Juan apóstol que está casi a la espalda de Jesús al que mira sonriente. Y después veo a un franciscano que no es S. Francisco y no sé quién es. Mas las que me llaman la atención son esas tres santas que aparecen en primer término.
Una es Margarita María a la que reconozco perfectamente. Otra es una pequeña y bella monjita vestida toda de blanco. Únicamente es negro su velo. Tiene el rostro inteligentísimo y radiante de gozo sobrenatural. Y la tercera es una capuchina magra y austera de mirar serio y bondadoso como de quien ha sufrido y llorado mucho. Es la de más edad de las tres. A la sazón no llora si bien me mira con gran piedad.
Jesús me las indica diciendo:
"Son mis heraldos, las que no guardaron para sí el amor vivísimo que profesaban a mi Corazón divino sino que lo difundieron por el mundo a costa de toda clase de fatigas y de dolores.
Esta es la primera en el orden del tiempo. Es la primera voz que habló de la confianza en mi Corazón. El mundo era todo él una hoguera de ferocidad humana y de restricciones religiosas cuando Gertrudis (Santa Gertrudis de Helfta, llamada "la grande", apóstol de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús (1256-1301 poco más o menos) dijo al mundo: "Ama y espera. Jesús nos da la seguridad de nuestra reconciliación con el Padre. Así lo viene a decir su Corazón traspasado. Trabajemos por su gloria. Cumplamos su voluntad para darle satisfacción y Él llevara a cabo en nosotros los milagros de su misericordia". Ella había entendido las palabras que brotan de esta Herida mía.
A la otra ya la conoces. La vista ayer noche.
La tercera es Verónica, clarisa capuchina (Santa Verónica Juliani, clarisa capuchina 1660-1727), la "voz" que decía en Italia lo que Margarita en Francia. Ambas vencieron al filosofismo, enemigo de la Verdad, mucho más que lo hiciera la Iglesia con sus condenas, mediante la fuerza de su amor que predicaba la verdad de cuanto ellas habían oído y visto.
Por ello se vieron atormentadas por los hombres y, de entre estos ciegos, ¡por cuántos que "estaban obligados a ver"! Mas ellas, mis mensajeras, mis "voces", para esto habían sido puestas y esto es lo que hicieron, ya que hacer mi voluntad era su gozo.
De entre las "voces" que hablan de mi Corazón son más las santas que los santos porque la mujer tiene más exquisitez en el amor. Juan, ser angélico, se cuenta entre los santos, si bien tuvo corazón de muchacha en cuerpo de héroe. El fue el primero que comprendió mi Corazón. Ahora bien, todos los santos son frutos de mi Corazón, del amor a mi Corazón. Aun aquellos que, al parecer, fueron destinados a ser apóstoles de otras devociones, en realidad son frutos de mi Corazón y del amor al mismo.
El que no ama no se santifica.
Es el corazón el que ama...
El que no ama no se santifica. Es el corazón el que ama y ¿qué es lo que en el amado se ama? Su corazón. Como lo primero que en el seno de una madre se forma es el corazón de su criatura, así también en aquellos que son los portadores de Dios en el mundo, lo primero que en su corazón se forma es el Corazón de su Señor.
Y así, cuando Este palpita en vuestro seno, es que Jesús nació ya en vosotros y os habla, os acaricia y os lleva al Padre y al Espíritu, puesto que donde está Uno, no falta ninguno de los otros Dos. Sois, por tanto, vosotros un Cielo en el que se operan las maravillas de Dios y del que se traslucen y salen palabras que son luces y palabras del Dios que habita en vosotros.
¡Oh, dichosos de vosotros que entendéis el amor que os tengo y que le hacéis saber este amor al mundo para persuadirle a que me ame!
Te he mostrado esta familia de santos cuya única pasión fue mi Corazón, a fin de que tú llegues a ser una hermanita suya.
Que el Corazón de tu Jesús y su Cruz sean las metas de tu amor. Ahora bien, el Corazón de Jesús fue abierto sobre la Cruz (Jn 19, 33-34), obteniéndose así con el máximo oprobio el más seguro refugio, para haceros comprender que cuanto más uno acepta ser vilipendiado por hacer la voluntad del Eterno, más viene a ser para sus hermanos salud y bendición.
Por más que el corazón se parta por el dolor que los hombres proporcionan a mis heraldos, no tiemblen ni se arredren estos amados míos, pues Yo estoy con ellos y aquí, en esta Herida se encuentra el nido de mis palomas amorosas, heridas por los gavilanes crueles a las que Yo llamo y les digo: "Ven, venid, palomas mías, a reposar al lado del que os ama. Venid al nido que os tengo preparado en el que os enjugaré el llanto, curaré vuestras heridas, os alimentaré con el fruto del árbol de la vida, apagaré vuestra sed en el río de agua viva que brota al pie de mi trono, llevaréis en la frente mi Nombre y sobre vuestro corazón la señal del mío y reinaréis eternamente porque con vuestro amor conquistasteis el Amor"."
406-415
A. M. D. G.