3 junio 1944
reunión de cristianos en los primerísimos
tiempos después de Pentecostés
la primera de las iglesias de todo el mundo
lA mISA DE LOS APÓSTOLES
Están todos en el Cenáculo que ha sufrido una transformación necesaria
Pedro habla instruyendo a los asistentes
El cofre que contiene las reliquias de la Pasión.
Jesús me muestra una reunión de cristianos en los primerísimos tiempos después de Pentecostés. Digo "primerísimos" porque los doce –son otra vez doce y, por tanto, Matías había sido ya elegido (Hch 1, 15-26)– aún no se habían separado para ir a evangelizar la tierra, lo cual me hace pensar que estaba muy reciente Pentecostés. Ahora bien, con los doce había a la sazón muchos discípulos.
que ha sufrido una transformación necesaria
Están todos en el Cenáculo que ha sufrido una transformación necesaria, impuesta por su nueva función y por el número de fieles. El gran tablero no está ya contra la pared de la escalerilla sino contra la de enfrente, de modo que, aun los que no pueden entrar en el Cenáculo, la primera de las iglesias de todo el mundo, –así me lo da a entender Jesús– pueden ver lo que sucede en él apiñándose en el pasillo de ingreso junto a la portezuela abierta del todo.
Allí hay hombres y mujeres de todas las edades. En un grupo de mujeres, junto al gran tablero pero en un ángulo, está María rodeada de la Magdalena, Marta, Verónica, María de Cleofás, Salomé y la dueña de la casa. Las nombro como me vienen sin otorgarles clasificación especial alguna. Hay igualmente otra que también estaba en el Calvario; pero no sé cómo se llama.
Entre los hombres reconozco a Nicodemo, Lázaro, José de Arimatea y me parece también que Longinos, el cual está... ¿cómo diré?: en disfrute de permiso, ya que no aparece de militar sino con un vestido largo y parduzco como si fuera un civil. Sin duda se lo ha puesto para no llamar la atención; no lo sé. A los demás no les conozco.
Pedro habla instruyendo a los asistentes
Pedro habla instruyendo a los asistentes. Hace referencia todavía a la última Cena (Mt 26, 17. 29; Mc 14, 12-25; Lc 22, 7-20; 1.ª Corintios 11, 23-34). Digo "todavía" porque él mismo es quien dice: "Os hablo todavía una vez más de esta Cena en la que, antes de ser inmolado por los hombres, Jesús Nazareno, como se le llamaba, o Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador nuestro, como se ha de decir y creer de todo corazón y con toda la mente porque en este creer estriba nuestra salvación, se inmoló por su espontánea voluntad y por un exceso de amor, dándose a los hombres en Alimento y Bebida diciendo: "Haced esto en memoria de Mí". Y esto es lo que hacemos. Mas, ¡hombres!, como nosotros, sus testigos, creemos hallarse en el pan y en el vino ofrecidos y bendecidos, como Él lo hizo, en su memoria y obedeciendo a su mandato, su Cuerpo Santísimo y su Sacratísima Sangre –ese Cuerpo y esa Sangre que son de un Dios, Hijo de Dios Altísimo y que fueron: el uno crucificado y la otra derramada por nosotros– así también vosotros lo debéis creer. Creed y bendecid al Señor que a nosotros, sus crucifixores, nos dejó esta señal eterna de perdón. Creed y bendecid al Señor que a aquellos que no le reconocieron cuando era el Nazareno, permite que le conozcan ahora que es el Verbo encarnado reunido al Padre. Venid y recibidle. Oíd las palabras que Él os dice. Venid y recibidle. Él lo dijo: "El que come mi Carne y bebe mi Sangre tendrá la vida eterna". Y nosotros entonces no lo entendimos... (Pedro rompe a llorar). No lo entendimos porque éramos tardos de entendimiento. Pero ahora el Espíritu ha iluminado nuestra inteligencia, fortificado nuestra fe, nos ha infundido la caridad y lo comprendemos. Y en el Nombre Altísimo de Dios, del Dios de Abraham, de Jacob, de Moisés, en el Nombre altísimo del Dios que habló a Isaías, Jeremías y Ezequiel, os juramos que esta es la verdad y os conjuramos a que creáis para poseer la vida eterna".
Pedro, al hablar, se muestra lleno de majestad. Nada queda ya en él de aquel pescador un tanto rudo de hace tan sólo poco tiempo. Y, subido a un escabel pues, bajete como es, no le verían los más alejados y él quiere dominar a la multitud, habla mesuradamente, con voz justa y ademanes de verdadero orador. Sus ojos, expresivos siempre, ahora más que nunca traspiran: amor, fe, imperio, contrición; todo eso traspira su mirada anticipando y reforzando sus palabras.
En este punto baja del escabel y pasa por detrás del tablero colocado entre éste y la pared, y aguarda.
El cofre que contiene las reliquias de la Pasión.
Santiago y Judas (Santiago hermano de Judas) extienden sobre la mesa un mantel blanco. Para hacer esto levantan el cofre alargado y bajo que se halla colocado en el centro de la mesa y sobre la tapa del mismo extienden igualmente un lienzo finísimo.
Juan va adonde está María y le pide algo. Ella se desprende del cuello una como llavecita que se la entrega a Juan. Este se acerca al cofre y lo abre. Al abrirlo, viene a caer sobre el mantel su parte delantera que se cubre, a su vez, con un tercer lienzo.
En su interior hay una sección horizontal que divide el cofre en dos compartimentos. En el de abajo hay un cáliz y un plato de metal. En el de arriba, al centro, el cáliz que usó Jesús y, sobre un platillo precioso como el cáliz, el pan troceado por El. Y a ambos lados: en uno, la corona de espinas, los clavos y la esponja; y en el otro, la sábana, el velo de María con el que Jesús se ciñó los muslos y el velo de la Verónica.
Al fondo hay otras cosas que no alcanzo a entender qué sean, de las que ninguno me habla ni las muestra, mientras que todas las que he dicho, menos el cáliz y el pan que quedan donde están Juan y Judas, las toman y las muestran a la multitud que se arrodilla.
Después los apóstoles entonan plegarias o mejor diría, himnos, porque los cantan, a los que la multitud responde.
Por fin traen panes que colocan en la bandeja de metal (en la de Jesús, no) y pequeñas ánforas.
Pedro recibe de Juan, que está arrodillado al otro lado de la mesa, –mientras que Pedro lo está siempre entre la mesa y la pared, con el rostro mirando a la multitud– la bandeja con los panes que Pedro la eleva y ofrece. Después la bendice y la deja sobre el cofre. Judas entrega, estando aún arrodillado, el cáliz (el de Jesús, no) y dos ánforas de las que Pedro mezcla en el cáliz y ofrece. A continuación bendice y lo deja sobre el cofre.
Continúan rezando y después Pedro parte el pan en muchos bocados mientras la multitud se postra más todavía, y dice: "Esto es mi Cuerpo. Haced esto en memoria mía".
Después sale de detrás de la mesa portando consigo la bandeja cargada de bocados de pan y, en primer lugar, va adonde está María a la que le da uno. Pasa seguidamente por delante de la mesa y distribuye el pan del que quedan unos pocos bocados que, estando sobre la bandeja, son depositados encima del cofre. Después toma el cáliz y gira con él entre los reunidos comenzando por María. Juan y Judas le siguen con las pequeñas ánforas de las que escancian el cáliz cuando éste se vacía.
Una vez terminada la distribución, los apóstoles consumen los bocados sobrantes y el vino. Acto seguido, cantan otro himno y Pedro, a continuación, bendice, retirándose la multitud poco a poco.
María se levanta –ha permanecido todo el tiempo arrodillada– y se dirige al cofre. Dobla el cuerpo para tocar con la frente, a través del tablero, la base del cofre depositando un beso en el borde del cáliz de Jesús, beso que es para todas las reliquias allí reunidas. Después lo cierra Juan y le entrega la llave a María.
Creo haber visto, exactamente, cómo era la Santa Misa en un principio. De ello estoy completamente segura. Así pues, dentro del tiempo de Pentecostés, Jesús, cumpliendo su promesa, me complace en la segunda cosa que yo quería saber (29-5). Y el porqué del ver las almas de diferentes colores, me lo explica en el dictado del 31 de mayo.
Por último, qué es lo que contenía el cofre tan querido para María, lo sé ahora. Era a la vez relicario y primer tabernáculo. ¡Cuánto me place pensar que María era su propietaria teniendo la llave del mismo! María: la Tesorera de cuanto es de Jesús, la Sacerdotisa de la más verdadera Iglesia.
422-426
A. M. D. G.