7 junio 1944

Vigilia del "Corpus Christi"

 

 

Después de tanto tiempo, ha vuelto

 exclusivamente para mí.

 

 


 

todo esto es mío

  ¡Está aquí, aquí!, sonriéndome y mirándome...

   ¿Por ventura no es Jesús mi Padre y Esposo, más querido, mucho más querido que el más querido de los padres y de los esposos?

 


 

Escribo teniendo presente a mi Jesús-Maestro. Para mí, totalmente para mí. Después de tanto tiempo, ha vuelto exclusivamente para mí.

Ya dirá usted: "Pero ¿cómo? Hace casi un mes que has vuelto a sentir y a ver y dices que ahora le tienes después de tanto tiempo?" Le respondo esta vez lo que tantas otras le dije de palabra y por escrito.

Una cosa es ver y otra oír. Y, sobre todo, una cosa es ver y oír para los demás y otra muy distinta ver y oír completa y exclusivamente para mí. En el primer caso yo soy una espectadora y una repetidora de cuanto veo y oigo. Y si bien es cierto que esto me proporciona gozo, pues al fin siempre son cosas que infunden una alegría inmensa, es cierto también que es una alegría, ¿cómo diré yo?, exterior. Este vocablo expresa muy mal lo que tan perfectamente siento; pero no doy con otro más adecuado.

 

todo esto es mío

 

En fin, haga cuenta que mi gozo es como el de quien lee un hermoso libro o contempla una bella escena. Se conmueve con ella, le gusta, admira su armonía y piensa: "¡Qué hermoso sería hallarse en el lugar de esta persona!" Mientras que, en el segundo caso, cuando el oír y el ver es para mí, entonces "esta persona" soy yo. Son para mí las palabras que oigo y la figura que veo. Somos yo y Él, yo y María, yo y Juan: vivos, verdaderos, reales, cercanos. No de frente y como si viese pasar una película cinematográfica, sino al lado de mi lecho, moviéndose por la estancia, apoyándose en los muebles, sentados o de pie, como personas vivas cual si fueran mis huéspedes, lo que es bien distinto de una visión para los demás. En resumidas cuentas: que todo esto es mío.

Y hoy, o mejor, desde ayer tarde, está aquí Jesús, con su acostumbrado vestido de lana blanca, de un blanco más bien marfileño, tan distinto en su densidad y colorido de la esplendidez de vestido que le cubre en el Cielo que parece hecho de un hilo inmaterial y tan blanco cual si su tejido se urdiera de luz (10 enero). Está aquí con sus bellas manos alargadas y bien formadas, de una blancura semejante a la del marfil viejo, con su faz hermosa, alargada también y pálida, en la que brillan unos ojos dominadores y dulces de zafiro oscuro entre densas cejas de un color castaño centelleante de tonalidad entre rubio y rojo. Aquí está con su amplia y mórbida cabellera rubio-roja, con más viveza de color en los puntos expuestos a la luz y más apagado en el fondo de las ondas.

 

¡Está aquí, aquí!, sonriéndome y mirándome...

 

¡Está aquí, aquí!, sonriéndome y mirándome cómo estoy escribiendo de El al igual que lo hacía en Viareggio...(De donde María Valtorta hubo de salir evacuada para S. Andrés de Cómpito) dándome toda aquella desolación que casi llegó a producirme la fiebre de la desesperación cuando, al dolor proveniente de vivir apartada de El, se unía el de tener que vivir lejos de donde, al menos, habíale visto y podía decir: "Allí se apoyó, allí se sentó, aquí se inclinó para poner su mano sobre mi cabeza", y donde murieron los míos!. ¡Oh, quien no lo probó no puede comprenderlo!

No es que pretenda tener todo eso, pues sabemos muy bien que son gracias gratuitas que no las merecemos ni podemos pretender que perduren una vez que se nos han concedido; lo sabemos. Lo mismo que, cuantas más se nos den, más debemos aniquilarnos en la humildad reconociendo nuestra repugnante miseria en relación con la infinita Belleza y Riqueza divinas que se nos dan..

 

¿Por ventura no es Jesús mi Padre y Esposo,

más querido, mucho más querido

que el más querido de los padres y de los esposos?

 

Mas, ¿qué me dice, Padre? ¿Acaso un hijo no desea ver a su padre y a su madre? ¿Y una mujer a su esposo? Y cuando la muerte o una larga ausencia les priva de verse, ¿no sufren y encuentran consuelo viviendo donde ellos vivieron y, si han de dejar ese lugar, no sufren doblemente porque pierden hasta el lugar en que su amor fue correspondido por el ausente? ¿Se puede reprochar a quienes sufren por este dolor? No. ¿Y yo? ¿Por ventura no es Jesús mi Padre y Esposo, más querido, mucho más querido que el más querido de los padres y de los esposos?

Y que para mí haya sido tal, dedúzcalo de cómo soporté la muerte de mi madre. Ya sabe cómo sufrí. Y aun ahora lloro, pues la quería mucho a pesar de su carácter. Con todo, ya vio usted cómo superé aquel trance. Es que estaba Jesús que me era más querido que mi madre. ¿Quiere que le diga una cosa? He sufrido y sufro más ahora por la muerte acaecida hace ocho meses de mi madre que no entonces, porque en estos dos últimos meses me he visto sin Jesús y sin María para mí y, aún hoy día, basta que Ellos me dejen un momento para que yo sienta más que nunca mi desolación de huérfana enferma, volviéndose a apoderar de mí el dolor áspero y humano de aquellos días crueles.

Estoy escribiendo bajo la mirada de Jesús y por eso no exagero ni desfiguro nada. Por otra parte, no es ésa mi costumbre y aunque lo fuese, ello me sería imputable bajo esta mirada.

He escrito todo esto aquí, donde no acostumbro, porque en las visiones de María no entremezclo mi pobre yo puesto que sé que debo continuar describiendo sus glorias. Y su maternidad, en todas sus fases, ¿no fue acaso una corona de glorias?

Yo me encuentro muy mal resultándome pesadísimo el escribir. Eso aparte, soy un guiñapo. Mas, con tal de darla a conocer para que la amen más, no paro mientes en nada. ¿Que duele la espalda, que el corazón cede, la cabeza sufre y sube la fiebre? ¡Qué inmortal! Me basta con que conozcan a María, tan hermosa y tan amable como yo la veo por la bondad de Dios y la suya.

426-429

A. M. D. G.