14 junio
el poder que encierra el Paraíso.
Hora Santa
todos los gigantes del saber verdadero, no pueden añadirle luz alguna a esa mi Pequeña santa
La oración es vuelo de águila. La devoción, en cambio, temblor agitado de alilla de mosquito
Si no te lavare no tendrás parte en mi Reino
Conocedme, hombres, que si desconfiáis de Mí es porque no me conocéis.
estas umbrías tienen nombre de: mujer, dinero, poder, egoísmo, sensualidad y ambición.
Uno de vosotros me ha de traicionar
Amaos los unos a los otros como Yo os he amado
Qué amor más grande que el de quien sabe amar al que le tortura
Si permanecéis en Mí y mi doctrina permanece en vosotros, se os dará cuanto pidáis
Cuando estoy pensando en "Nennolina" (Antonieta Meo, conocida por Nennolina (1930-1937)), Jesús me dice:
"Te voy a ilustrar sobre el poder que encierra el Paraíso. Considera que esta criaturita que apenas si alcanzó el uso de razón, ahora, allá arriba, en la Patria de los hijos de Dios, posee una inteligencia y un saber en nada inferiores a los de los más sabios y antiguos doctores místicos.
todos los gigantes del saber verdadero,
no pueden añadirle luz alguna a esa mi Pequeña santa
Mi Juan, que lo es también tuyo, muerto centenario tras haber conocido los misterios más profundos de Dios; Pablo, el apóstol docto; Tomás, el doctor angélico y, con ellos, todos los gigantes del saber verdadero, no pueden añadirle luz alguna a esa mi Pequeña santa. El Espíritu Santo, del que fue precoz esposa en la tierra y a la que, con abrazos de fuego, enseñaba lo que no enseña a los soberbios sabios humanos, fundiéndola con El en esta Patria feliz, –en cuyos umbrales encontraréis al Dios Uno y Trino que os dice: "Entra a gozar, amada mía"– infundió la perfección del saber a esta Pequeña como lo infunde a los adultos y a los doctos. Porque toda vuestra sabiduría es siempre imperfecta y sólo alcanza la perfección cuando poseéis a Dios: Dios Verdad y Dios Amor.
Nada imperfecto hay aquí. Dios comunica a los santos sus propiedades. Os hace semejantes a El que, por justicia, continúa siendo vuestro Rey, máxima Perfección por tanto, mas Rey vuestro que os abre todos sus tesoros cubriéndoos y penetrándoos de ellos.
Cuando contemplaste el Paraíso, dijiste que te parecía que allí los espíritus tuviesen una misma edad y que sólo por la gravedad de la mirada y de los rasgos se descubría su edad más o menos adulta. Esto te fue así mostrado por hallarte aún sobre la tierra pues, de lo contrario, no habrías podido comprende ni distinguir.
Cuando se os presentan en las apariciones,
lo hacen en forma corpórea
por compasión de vuestra humana incapacidad de percibir
lo que no es materia
Mas aquí no hay edad. El espíritu es eternamente joven como en el momento que Dios lo creó para darlo como alma a vuestra carne. Y hasta el momento en que la resurrección de la carne os recubra de carne glorificada, los espíritus son incorpóreos e iguales. Cuando se os presentan en las apariciones, que Yo permito para vuestro bien, lo hacen en forma corpórea por compasión de vuestra humana incapacidad de percibir lo que no es materia. Se materializan, por tanto, a fin de hacerse sensibles a vosotros.
Ahora bien, aquí son únicamente luz que canta las alabanzas a Dios y basta. Luz. Luz, Amor. Sabiduría".
Puesto que Jesús había empezado a hacerse sentir cuando yo me disponía a rezar, le digo: "¡Pero Jesús, así no voy a poder rezar! Después me canso y ya nada puedo hacer".
Y El, con una sonrisa que, de no tener miedo a ser irrespetuosa, yo le calificaría de "pillín", me responde:
"Pues eso precisamente es lo que Yo quiero, Tú me perteneces por completo, tanto en lo bueno como en lo malo. Sí, en lo malo también. ¿No te ves contenta de que Yo te coja hasta cuando eres imperfecta para, anulando tus faltas, hacer perfecto lo que haces? Pues también debes sentirte contenta sacrificándome lo que es bueno y que, al realizarlo, te dices: "Ahora lo hago bien".
Tus devociones son eso... devociones. En ellas entran:
la costumbre, los escrúpulos, el miedo de que si no las practicas
Yo no te escuche y bendiga, las distracciones...
¡Tú bien! ¡Oh diminuto mosquitillo mío! Tus devociones son eso... devociones. En ellas entran: la costumbre, los escrúpulos, el miedo de que si no las practicas Yo no te escuche y bendiga, las distracciones... Yo no las quiero. Te las dejo para las horas en que quiero hacerte sentir que eres... menos aún que mosquito, una larva de mosquito incapaz hasta de volar para posarse sobre una margarita del campo.
Mas cuando Yo desciendo sobre ti arrebatándote en la oración, soy Águila. El águila remonta su vuelo a lo más alto del cielo; sube, sube, va subiendo en círculos concéntricos por el azul y mira al sol. Sus ojos miran al sol sin deslumbrarse, antes cuanto más lo miran más fuertes se sienten. El águila, a sus torpes crías que tienen miedo de dejar el nido suspendido sobre el abismo, les enseña la embriaguez del vuelo tomándolas una a una sobre sus robustas alas y llevándolas consigo arriba, arriba, arriba. Embriagadas de luz, ya no pueden soportar el antro de la roca y, sin miedo al precipicio que tienen debajo, abren sus alas y se lanzan... al encuentro del sol en las alturas. Han aprendido a ser águilas. Antes eran únicamente polluelos como los de la oca. Han aprendido a volar, a no conocer ya la suciedad y el fango, a vivir del sol y en soledad.
Si el águila –hombrecitos que ignoráis las maravillas de los seres creados por Mí o las sabéis tan mal que he Yo de enseñároslas– se comporta así, es para hacer de sus polluelos aguiluchos y cuando los ve ávidos de azul y de sol, los deja, vigilándolos siempre. Pues bien, así hago Yo contigo.
Ellos abren sus alas por instinto y acuciados por un deseo. Instinto de sostenerse por sí. Han intuido que aquellas dos cosas largas que el padre y la madre mueven, y que ellos nunca abrieron, sirven para sostenerse en aquel azul hermoso y ceden al deseo de hacer como ellos y de adentrarse en aquel azul que siempre sube, que parece un muro y no es sino aire cada vez más puro.
El águila adulta les sigue desde más arriba. Y si alguno, por cansancio o debilidad, cede tras corto vuelo y se precipita, se precipita ella también, lo agarra, lo salva, lo vuelve al nido animándolo más que a los otros a fin de disponerle para el nuevo vuelo que ha de emprender después. Y así hasta que les enseña las cumbres en las que resulta hermoso vivir solos, como reyes, haciendo de cada cumbre un reino absoluto en el que rey y reina se amen en torbellinos de luz y de vuelos.
Y ¿hago Yo algo distinto contigo?
La oración es vuelo de águila.
La devoción, en cambio, temblor agitado de alilla de mosquito
La oración es vuelo de águila. La devoción, en cambio, temblor agitado de alilla de mosquito que, a duras penas, se posa en el regazo de una flor para gozar de una migaja de sol.
Yo te tomo cuando quiero y te llevo conmigo. Ahora te poso. ¿Te encuentras cansada? Reposa. Dime tan sólo que me amas. Me basta. Y estáte pronta para el nuevo vuelo. ¿No comprendes que soy tu Señor, tan absoluto que quiero lo que quiero?"
HORA SANTA DE JESÚS
I
"Si no te lavare no tendrás parte en mi Reino"
"Si no te lavare no tendrás parte en mi Reino" (Jn 13, 8)
Alma a la que amo y vosotros todos a quienes amo, oíd. Soy Yo el que os hablo porque quiero pasar esta hora con vosotros.
Yo, Jesús, no os alejo de mi altar por más que vengáis con el alma cubierta de llagas y enfermedades o ligada con bejucos de pasiones que os mortifican en vuestra libertad espiritual entregándoos atados en poder de la carne y de su rey Lucifer.
Yo soy siempre Jesús, el Rabí de Galilea, aquel a quien los leprosos, los paralíticos, los ciegos, los obsesos y epilépticos le llamaban a grandes voces diciendo: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!" (Mt 15, 22; Mc 10, 47) Yo siempre soy Jesús, el Rabí que tiende su mano al que se está ahogando y le dice. "¿Por qué dudas de Mí?" (Mt 14, 31). Yo soy siempre Jesús, el Rabí que dice a los muertos: "¡Levántate y anda!, Yo lo quiero. Sal de tu sueño de muerte, de tu sepulcro y camina" (Mc 5, 41; Lc 7, 14; 8, 54; Jn 11, 43) y os devuelvo a quien os ama.
Y ¿quién os ama, queridos míos? ¿Quién os ama, no con amor egoísta y mudable sino verdadero? ¿Quién os ama con un amor que no es interesado ni avaro sino que su objetivo único es daros cuanto para vosotros acumuló y os dice: "Toma, es todo tuyo. Todo esto lo he hecho para ti, para que sea tuyo y lo goces? ¿Quién? El eterno Dios. Pues bien, Yo a El os entrego, a El que os ama.
Yo no os alejo de mi altar porque él es mi cátedra, mi trono y la morada del Médico que cura todos los males. Desde él os enseño a tener fe. Desde él, como Rey de Vida, os entrego la Vida en don y desde él me inclino sobre vuestras enfermedades volviéndolas a sanar con el aliento de mi amor.
Aún hago más, hijos míos. Desciendo de este altar para ir a vuestro encuentro y me quedo apostado en el umbral de estas mis casas en las que muy pocos entran, siendo aún menos los que lo hacen con una fe firme; o, cual símbolo de paz, me coloco en los caminos por los que pasáis abatidos, envenenados y abrasados por el dolor, los intereses y el odio; y os tiendo mi mano porque os veo vacilar abrumados por el peso de losas que os habéis cargado en sustitución de la cruz que Yo os había entregado en mano para que fuese vuestro sostén como lo es el bordón para el peregrino; o bien os digo: "Entra, descansa y bebe" pues os veo exhaustos y sedientos.
que si desconfiáis de Mí es porque no me conocéis.
Mas vosotros no me veis. Pasáis a mi lado, tropezáis conmigo y, bien por maldad y ofuscamiento de vista espiritual, me miráis a las veces. Ahora bien, sabéis que estáis manchados y no osáis acercaros a mi candor de Hostia divina cuando este Candor sabe compadecerse de vosotros. Conocedme, hombres, que si desconfiáis de Mí es porque no me conocéis.
Oíd: Si consentí en dejar la Libertad y la Pureza, que son la atmósfera del Cielo, para bajar a esta vuestra cárcel, a esta atmósfera impura, y ayudaros, es porque os amo. Aún hice más: me despojé de mi libertad de Dios para hacerme esclavo de una carne. El espíritu de Dios encerrado en una carne, la Infinitud confinada en un puñado de músculos y huesos, sujeta a percibir las voces de esta carne para la que resulta un sufrimiento el frío, el sol, el hambre, la sed y la fatiga. Todo esto lo podía desconocer; pero quise probar las torturas del hombre decaído de su trono de inocencia para amaros aún más.
estas umbrías tienen nombre de:
mujer, dinero, poder, egoísmo, sensualidad y ambición.
No me bastó todavía y así quise –ya que para compadecer es preciso padecer lo que padece aquel a quien se compadece– quise sentir el asalto de todos los sentimientos a fin de experimentar vuestras luchas, entender la tiranía tan astuta que Satanás os inocula en la sangre y comprender lo fácil que resulta quedar hipnotizados por la Serpiente si por un momento se ponen los ojos en su mirada fascinadora olvidándose de vivir en la luz, porque la serpiente no vive en la luz sino que va a rincones umbrosos con apariencia de lugares de reposo pero que únicamente son insidiosos. Para vosotros estas umbrías tienen nombre de: mujer, dinero, poder, egoísmo, sensualidad y ambición. Os eclipsan la Luz que es Dios y en medio de ellas está la Serpiente: Satanás. Semeja un collar cuando es la cuerda para estrangularos. Porque os amo quise conocer todo eso.
Y aún no me bastó. A Mí hubiérame bastado; mas entonces la Justicia del Padre podría decir a su Carne: "Tú triunfaste de las insidias; pero el hombre-carne como Tú, no sabe ahora triunfar y por eso debe ser castigado ya que Yo no puedo perdonar al que se halla manchado". Tomé sobre Mi vuestras sordideces, así las pasadas, las presentes como las futuras. Todas. Cuando, más que Job (Jb 2, 8) metido en un muladar pútrido para cubrir sus llagas, estuve Yo cubierto por los pecados de todo el mundo, no osaba ni alzar los ojos en busca del Cielo y gemía al sentir sobre Mí el peso del enojo del Padre acumulado de por siglos, consciente de las culpas que aún habían de venir. Un diluvio de culpas sobre la tierra desde su amanecer hasta su ocaso. Un diluvio de maldiciones sobre el Culpable, sobre la Hostia del Pecado.
¡Hombres!, Yo era más inocente que el niño al que su madre besa después de haber sido bautizado. Y, con todo, se horrorizó de Mí el Altísimo porque era el Pecado al haber tomado sobre Mí todos los pecados del mundo. Sudé de vergüenza. Sudé Sangre por la vergüenza de esta lepra que me cubría con ser el Inocente. La sangre me rompió las venas por el asco de este fétido estanque en que me veía sumergido. Y a completar esta tortura y extraer del corazón mi sangre se unió la amargura de ser maldito, porque en aquella hora no era el Verbo de Dios sino el Hombre. El Hombre. El Culpable.
¿Puedo Yo, que lo probé, no comprender vuestro envilecimiento y no amaros porque os veis envilecidos? Os amo por esto. No tengo sino recordar aquella hora para amaros y llamaros: "Hermanos". Mas no basta llamaros así para que el Padre os pueda llamar: "Hijos", y Yo quiero que os llame así. ¿Qué hermano sería Yo si no os quisiese conmigo en la Casa paterna?
Así pues, os digo: "Venid a que os lave". Nadie está tan sucio que no le pueda limpiar mi lavatorio ni tan purificado que no tenga necesidad de mi baño. Esta no es agua, son fuentes milagrosas que sanan las llagas y enfermedades de la carne. Y aún más: esta fuente brota de mi pecho.
Aquí tenéis el Corazón desgarrado del que salta el agua que lava. Mi Sangre es el agua más tersa de toda la creación. En ella desaparecen las enfermedades e imperfecciones dejando a vuestra alma blanca y sin tacha, digna del Reino.
Venid y dejad que os diga: "Yo te absuelvo". Abridme vuestro corazón pues en él se encuentran las raíces de vuestros males. Dejadme entrar y que suelte vuestras vendas. ¿Os avergüenzan vuestras llagas? Vistas a mi luz se os presentan tal cual son: bullentes de asquerosos gusanos. No las miréis. Mirad las mías. Dejadme hacer. Tengo mano suave. Sentiréis tan sólo una caricia y... todo quedará curado. Tan sólo sentiréis un beso y una lagrima y... todo quedará limpio.
¡Oh, cuán bellos estaréis entonces alrededor de mi altar! Seréis ángeles entre los ángeles del sagrario, gozando con ello sobre manera mi Corazón pues soy el Salvador y a nadie rechazo. Mas, con todo, soy también el Cordero que se apacienta entre lirios y me gozo viéndome rodeado de candor puesto que para haceros puros tomé y entregué la vida.
¡Oh, cómo veo que os sonríe el Padre y os inunda con sus fulgores el Amor al ver que no estáis manchados con el pecado!
Venid a la fuente del Salvador, descienda mi Sangre sobre vuestro ánimo contrito y que una voz, en la que está la mía, os diga: "Yo te absuelvo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". "
II.
"Uno de vosotros me ha de traicionar"
"Uno de vosotros me ha de traicionar" (Mt 26, 21; Mc 14, 18; Lc 22, 21-22; Jn 13, 21)
"¡Uno de vosotros! Sí, en la proporción de uno a doce me traiciona uno de vosotros.
Toda traición es más penosa que una lanzada. Contemplad la Humanidad de vuestro Redentor. De la cabeza a los pies es todo El una herida. La flagelación horroriza a quien la medita y pone en agonía al que la sufre. Mas éste fue tormento de una hora mientras que vosotros me traicionáis y me flageláis el Corazón desde hace siglos.
Os amé, os amo, os compadezco, os perdono, os lavo extrayéndome la Sangre para hacer de Ella baño purificador y vosotros... me traicionáis.
Soy el Verbo de Dios. Estoy glorioso en el Cielo; mas en este Cielo no estoy sólo como espíritu sino también como Carne y la carne es sujeto de sentimientos y afectos. ¿Por qué queréis renovarme de continuo el fuego corrosivo de la cercanía de un traidor? ¿Acaso está lejos el Cielo? No, hijos que me traicionáis. Yo estoy a vuestro lado. Estoy entre vosotros y vosotros me abrasáis con la llama de vuestra traición.
Miro, en busca de un consuelo, entre las diversas clases de personas y en todas ellas no veo sino miradas y miradas de traidores. ¿Por qué me traicionáis? Si estoy entre vosotros para haceros bien, ¿por qué queréis hacerme mal? Si os traigo mis dones, ¿por que me lanzáis a mordientes áspides? Si os llamo: "Amigos", ¿por qué me respondéis: "Maldito"? ¿Qué os he hecho? ¿Sabéis de algún hombre que sea tan paciente y bueno como Yo?
Mirad: Mientras sois felices nadie os abandona. Mas si lloráis, si descendéis de fortuna o una enfermedad contagiosa os ataca, entonces todos se alejan de vosotros. Yo soy el que me quedo y de verdad os acojo porque es entonces cuando acudís a Mí. A nadie tenéis con quien llorar y conversar y entonces os acordáis de Mí. Y Yo no os digo. ¡Largo de aquí, que no te conozco!" Os lo podría decir porque, efectivamente, jamás vinisteis a decirme cuando erais ricos, sanos y felices: "Lo soy y te doy por ello las gracias".
Pero no. En modo alguno pretendo esto de quien todavía no es gigante del amor. No pretendo que me deis las "gracias". Me conformaría con que me dijeseis: "Soy feliz". Decírmelo únicamente. Que no me consideréis un extraño a vosotros. Que os acordéis de que aquí estoy Yo también. Tener un recuerdo para este Jesús. Las "gracias" se las diré Yo por vosotros a Dios: Padre mío y vuestro. Por el contrario, jamás venís y así os podría decir: "No os conozco". Y, en cambio, os recibo con los brazos abiertos y os digo: "Ven, que lloremos juntos".
Mirad: Bajo a las cárceles, a sus angostas y humillantes celdas, sentándome en el mismo camastro del forzado al que le hablo de una libertad más auténtica que la que se respira más allá de aquellas cuatro paredes, de una libertad a la que no afectan los actos delictivos que se castigan. Con todo, aquel encarcelado es uno que me traicionó contraviniendo mi ley de amor. Tal vez mató o robó. Mas ahora me llama y acudo a estar con él. El mundo le desprecia; pero Yo le amo. Si llamé: "Amigo" al que me mataba y despojaba de la vida (Mt 26, 50), ¿cómo no he de poder llamar "amigos" a este infeliz que torna a Mí?
Estoy como llama de amor a la cabecera de los enfermos. Sus fiebres conocen mi caricia, su sufro mi sudario, sus desfallecimientos mi brazo que les sostiene y sus angustias mi palabra. Sin embargo, muchos de ellos están enfermos por haber traicionado mi ley. Sirvieron a la carne y ésta, fiera insensata, se ve perdida y los pierde ahora, aún en esta vida. Pues bien, Yo soy el Único que no me canso de su mal y velo y sufro con ellos y, sonriendo, aliento su esperanza que, tan pronto el Padre lo quiere, transformo en realidad. Mas si veo que el decreto es de muerte, me hago cargo de este hermano mío que tiembla ante el misterio de la muerte y me llama. Y así le digo: "No temas. Crees que es tiniebla y es luz. Crees que es dolor cuando es gozo. Dame tu mano. conozco la muerte. La conocí antes que tú. Sé que es un instante y que Dios ayuda sobrenaturalmente adormeciendo los sentidos para que el alma no se abata en su lucha postrera. Ten confianza. Mírame, a Mí sólo... ¿Ves? ¡Ya está! Has atravesado los umbrales. Ven ahora conmigo a donde el Padre. No temas en modo alguno ahora, pues estoy contigo y el Padre ama a quien Yo amo".
Estoy en las casas abandonadas. Antes resonaban en ellas voces alegres; mas pasaron la muerte y la miseria y el superviviente vaga en la soledad. Huyeron los amigos; los seres queridos se alejaron en busca de trabajo o les alejó la muerte. Luce el sol en el cielo, mas para el sobreviviente todo es tiniebla. Traspira paz el aura de la noche, mas para el sobreviviente desapareció el reposo. Con todo, en aquella casa se me traicionó sin duda muchas veces haciendo de las criaturas dioses. Se amó idolátricamente a las criaturas traicionando mi ley. Ahora bien, Yo vengo y acudo a poner un rayo de luz en las tinieblas y a infundir paz en donde hay tempestad. Aquel sobreviviente me ha llamado... a lo mejor distraídamente... tal vez sin verdadera voluntad de tenerme y, a pesar de todo, Yo acudo sin tardanza.
¡Oh, que no ansío sino estar con vosotros! La memoria de pasados errores desaparece tan pronto me llamáis: ¡Jesús!".
Pero... no me flageléis el Corazón, que lo tengo abierto y desangrado. No irritéis su herida. Y a cuantos han entendido mi dolor de traicionado, les digo: "Uno de vosotros me ha de traicionar. Dadme vuestro fiel amor como bálsamo". Y se lo digo a todos: a los santos, que son mis predilectos, como Dios, y a los pecadores, que son mis predilectos, como Jesús; porque hasta los pecadores, por los que me hice Jesús, pueden medicinarme esta herida.
¿Sois samaritanos? Lo sé. Pero tened en cuenta que mi parábola habla de un samaritano bueno que medicina las heridas que no medicinaron los hijos de la Ley que pasaron de largo acuciados por la prisa de servir a Dios (Lc 10, 29-37) sin saber que a Dios se le sirve más con el amor que con las prácticas.
Yo soy el Herido que desfallece por vuestros caminos. Los bandoleros me han asaltado y robado. Los bandoleros son aquellos que disfrutan indignamente de mi sacrificio de Dios hecho carne. Me roban negando mis atributos con sus múltiples herejías. Roban la Verdad porque esa vestidura, al ser tan esplendorosa, les da en rostro sin advertir que si resplandece es porque la viste quien es Sol, estando en manos de ellos que la recubren con la baba de su mente soberbia convirtiéndola en un harapo cualquiera. La Verdad es verdad y con esta luz, cuando se la contempla unida a Dios, se ilumina todo. Mas, desconectada de El, se convierte en lenguaje babélico. Porque la Verdad es Ciencia y Sabiduría que, si se desvinculan de Dios, vienen a resultar un caos.
Medicinadme por más que seáis samaritanos. Dadme el óleo y el vino vuestros: el óleo del amor y el vino de la contrición de vuestro yo. Medicinadme. No os desdeño. Que os hable y diga la pecadora, que alivia mis pies cansados, si Yo desecho a ningún pecador (Lc 7, 36-50)
Pero... no me traicionéis ya nunca más. Id y no pequéis más. Todo os lo perdono si todo lo que hay en vosotros me ama. Dadme un beso sincero. Arden mis mejillas con el beso de los traidores. Medicinádmela con el beso de la fidelidad."
III
"Amaos los unos a los otros como Yo os he amado"
"Amaos los unos a los otros como Yo os he amado" (Jn 13, 34)
Desde la cuna a la cruz y desde Belén al Monte de los Olivos os amé. El frío y la miseria de mi primera noche en el mundo no me impidieron amaros con mi espíritu y, aniquilándome a Mí mismo hasta el extremo de no poder, Yo-Verbo, deciros: "Os amo", os dirigí esas palabras con mi espíritu, inseparable del de mi Padre y operante con el mismo en una actividad inexhausta.
La agonía de mi última noche sobre la tierra no me impidió amaros, antes alcanzó las más altas cumbres del amor haciéndole arder en el más vivo incendio que consumió cuanto no era amor hasta el extremo de extraer, por mi repugnancia al pecado y el dolor por el abandono del Padre, la sangre de mis venas.
¿Qué mayor amor puede darse que el de quien sabe amar aun sabiéndose odiado? Pues Yo os amé así. El primer ademán de mis manos, producido en la oscuridad de una noche de invierno, fue una caricia; el último, en el esplendor de una ardiente mañana de verano, una bendición; y, en medio de ambos, treinta y tres años de ademanes de amor: amor de milagros, amor de caricias a los niños y a los amigos, amor, amor, amor...
Y amor más que humano en la última Cena. Antes de ser ligadas y traspasadas, estas mis manos lavaron los pies de los apóstoles, aun los de aquel a quien habría querido lavarle el corazón, y partieron el pan. Y con aquel pan partía mi Corazón que era lo que os daba. Porque sabía de la proximidad de mi retorno al Cielo y no quería dejaros solos. Porque sabía lo fáciles que sois en olvidar y quería que os vieseis, como hermanos sentados a un mismo banquete, en torno a mi mesa y así deciros los unos a los otros: "¡Seamos de Jesús!".
¿Qué amor más grande que el de quien sabe amar al que le tortura?
¿Qué amor más grande que el de quien sabe amar al que le tortura? Pues bien, Yo os he amado así y supe rogar por vosotros mientras moría.
Amaos como Yo os he amado. El odio extingue la luz y hasta el simple hastío ofusca la paz. Dios es paz y es luz porque es amor. Mas si no amáis o no amáis como Yo os he amado, no podréis tener a Dios.
Como Yo os he amado, esto es, sin soberbias. De este tabernáculo, de esta cruz y de este Corazón no salen sino palabras de humildad. Soy Dios y también Siervo vuestro y estoy aquí a la espera de que me digáis: "Tengo hambre", para darme en Pan a vosotros. Soy Dios y me expongo a vuestros ojos sobre un leño, que era patíbulo infame, desnudo y maldecido. Soy Dios y os pido que améis mi Corazón. Os pido: por amor vuestro, ya que si me amáis es para vosotros el bien que hacéis puesto que Yo soy Dios y, con o sin vuestro amor, soy siempre Dios; pero vosotros, no.
Sin mi amor sois nada: polvo.
Yo os quiero conmigo, os quiero aquí, quiero hacer de vuestro polvo una luz de beatitud; quiero que no muráis sino que viváis, puesto que Yo soy Vida y quiero que la tengáis vosotros.
Amaos sin egoísmos. Sería un amor impuro destinado a morir por enfermedad. Amaos queriendo para los demás un bien mayor del que desearíais para vosotros. Sé que es muy difícil; mas, ¿veis este Pan eucarístico? Ha hecho mártires. Ellos eran criaturas como vosotros: miedosas, pusilánimes y hasta con vicios. Este Pan las hizo héroes.
En el primer punto os he indicado mi Sangre para vuestra purificación. En el tercero, para hacer de vosotros santos, os propongo esta Mesa y este Pan. La Sangre, de pecadores os hizo justos. El Pan, de justos os hace santos. El baño limpia, mas no alimenta. Refresca, conforta; mas no se hace carne en la carne. El alimento, en cambio, viene a hacerse sangre y carne, o lo que es igual, vosotros mismos. Mi alimento viene a hacerse vosotros mismos.
¡Oh, pensad! Mirad a un niño pequeño. Come hoy su pan, mañana también y después al otro, al otro y al otro. Por fin se hace un hombre: alto, robusto y hermoso. ¿Fue su madre la que le hizo así? No. Su madre lo concibió, gestó, dio a luz y lo lactó amándolo sobre manera. Mas el pequeñín, si además de la leche no hubiese recibido sino baños, besos y amor, hubiera perecido de inanición. Aquel pequeño se hace hombre por el alimento para adultos que toma, y el hombre se conserva tal porque diariamente toma su alimento.
Nutridlo con el Alimento verdadero que del Cielo desciende
y que del Cielo os trae todas las energías
para haceros viriles en la Gracia
Lo mismo sucede con vuestro yo espiritual. Nutridlo con el Alimento verdadero que del Cielo desciende y que del Cielo os trae todas las energías para haceros viriles en la Gracia. La virilidad sana y fuerte es siempre buena. Observad cómo es más fácil ver a uno que es enfermizo ser desabrido, poco indulgente y sin paciencia. Mi Alimento os hará sanos y fuertes en la virilidad del espíritu y sabréis amar a los demás más que a vosotros mismos, como Yo os he amado.
Porque, mirad, hijos: Yo os he amado, no como uno se ama a sí mismo sino más que a Mí mismo. Tanto que me entregué a la muerte por salvaros de ella. Si así amáis, conoceréis a Dios. Y ¿ya sabéis qué quiere decir conocer a Dios? Quiere decir conocer el gusto del verdadero Gozo, de la verdadera Paz y de la Amistad verdadera.
¡Oh, la Amistad, la Paz y el Gozo de Dios! Es el premio prometido a los bienaventurados y que se da ya a quien sobre la tierra ama con todo lo que es.
El amor, si ha de ser verdadero, no es de palabras sino de hechos y activo como lo es su fuente que es Dios. Ni se cansa nunca de obrar por desilusiones que le ocasionen los hermanos. ¡Qué pobre es aquel amor que se desploma como pájaro de alas débiles cuando un obstáculo le hiere! El verdadero amor, por más que esté herido, sube. Si ya no puede volar, se sirve de las uñas y del pico para trepar a fin de no quedar tendido en la sombra y en el hielo y así estar al sol que es medicina para todos los males. Y tan pronto recobra el vigor, reemprende el vuelo y, cual mariposa angélica, va de Dios a los hermanos y de éstos a Dios transportando el polen de los jardines celestiales para fecundar las flores de la tierra y llevando a Dios, para que los acoja y bendiga, los perfumes tomados de las flores más humildes.
Mas ¡ay si se distancia del sol! El Sol es mi Eucaristía porque en ella, mientras Yo, el Verbo, opero, el Padre bendice y el Espíritu ama.
Venid y tomad. Este es el Alimento que quiero que comáis vosotros."
IV
"Si permanecéis en Mí y mi doctrina permanece en vosotros,
se os dará cuanto pidáis"
"Si permanecéis en Mí y mi doctrina permanece en vosotros, se os dará cuanto pidáis" (Jn 15, 7).
Yo desciendo hasta dentro de vosotros haciéndome vuestro alimento. Mas, como Centro que soy, os aspiro a Mí. Vosotros os nutrís de Mí; pero, con mayor razón, Yo me nutro de vosotros. Las dos hambres son insaciables y continuas. La vid nutre a sus sarmientos; mas son los sarmientos los que hacen la vid. El agua alimenta los mares; pero son los mares los que alimentan el agua volviendo a subir en evaporaciones para bajar de nuevo. Por eso vosotros debéis permanecer en Mí como Yo en vosotros. Separados, morirías vosotros, Yo no.
Yo soy alimento, tanto para el espíritu como para el pensamiento. El espíritu se nutre de la Carne de un Dios. Esencia efusa de Dios, no puede darse alimento que no proceda de su matriz. El pensamiento se nutre de mi Palabra que es el Pensamiento de un Dios.
La inteligencia es la que os hace semejantes a Dios
porque en la inteligencia hay memoria, entendimiento y voluntad
¡Vuestro pensamiento! La inteligencia es la que os hace semejantes a Dios porque en la inteligencia hay memoria, entendimiento y voluntad, como en el espíritu hay semejanza para ser espíritu libre e inmortal.
Vuestro pensamiento, para ser capaz de recordar, entender y querer el bien, debe nutrirse de mi Doctrina. Ella os recuerda los beneficios y las obras de Dios, quién es Dios y qué se le debe dar. Ella os hace comprender el bien y discernirlo del mal. Ella os impulsa a querer hacer el bien. Sin mi doctrina os hacéis esclavos de otras que se autodenominan "doctrinas" cuando no son sino errores. Y así, como naves sin brújula ni timón, al salir de la ruta, vais derechos al naufragio. ¿Cómo podéis entonces decir: "Dios me ha abandonado" si sois vosotros los que le habéis abandonado a El?
Permaneced en Mí. Si no permanecéis, es señal de que me odiáis y mi Padre odia a quien me odia, porque quien me odia a Mí odia al Padre por ser Yo uno con el Padre. Permaneced en Mí. Haced que el Padre no pueda distinguir el sarmiento de la vid al ser tan perfecta al unión de ambos. Que no pueda advertir dónde acabo Yo y comenzáis vosotros al ser tan plena la semejanza. El que ama termina tomando del amado sus inflexiones, muletillas y gestos.
Quiero que seáis otros tantos Jesús. Y esto porque quiero que tengáis cuanto pedía –hechos una sola cosa conmigo, no podéis pedir sino cosas buenas– y no recibáis repulsas. Y esto porque quiero que tengáis aún más de lo que pedís, porque el Padre derrama sus tesoros en un continuo fluir de amor sobre su Hijo. Y así el que está en el Hijo disfruta de esta efusión infinita que es el amor de Dios que se goza en su Verbo y circula en El.
Ahora Yo soy el Cuerpo y vosotros los miembros y por eso el Gozo que me inunda proveniente del Padre, el Poder, la Paz y toda otra perfección que en Mí circula, se transfunden a vosotros, mis fieles, que formáis parte de Mí de un modo inseparable, tanto aquí como más allá.
Venid y pedid. No tengáis reparo en pedir. Podéis pedir todo porque Dios todo lo puede dar. Pedid para vosotros y para todos. Yo os lo enseñé. Pedid por los presentes y los ausentes. Pedid por los pasados, presentes y futuros. Pedid por esta vuestra jornada y por vuestra eternidad, así como por ésta y aquella de quienes amáis.
Pedid, pedid, pedid. Por todos: Por los buenos para que Dios les bendiga; y por los malos para que Dios los convierta. Decid conmigo: "¡Padre perdónales!" (Lc 23, 34). Pedid: la salud, la paz en la familia, la paz en el mundo y la paz para la eternidad. Pedid la santidad. Sí, también ésta. Dios es Santo y, a la vez, Padre. Pedidle, junto con la vida que os mantiene, la santidad a través de la Fortaleza que viene de El.
No tengáis miedo en pedir: el pan cotidiano y la bendición cotidiana. No sois todo cuerpo ni tampoco, por ahora, todo espíritu. Pedid por uno y por otro y se os dará. No tengáis miedo de excederos. Yo, no sólo pedí para vosotros mi misma gloria sino que os la di, desde luego, para que seáis semejantes a Nosotros que os amamos y así conozca el mundo que sois hijos de Dios
Venid. En este mi Corazón está vuestro Padre. Entrad y que El os pueda reconocer y decir: "Que se haga gran fiesta en los Cielos porque he vuelto a encontrar a un hijo al que amaba" (Lc 15, 11-32).
"Te he dejado contenta", dice Jesús. "Todo lo he hablado Yo. He querido que hablase mi Voz eucarística. Tened esto como un regalo mío. Te bendigo a ti y a cuantos lo han de escuchar".
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A. M. D. G.