15 junio 1944

 

 

El espíritu es esencia efusa de Dios

 

 


 

El soplo de Dios es el alma vida

   Abran también el Libro por el I de los Reyes, capítulo 17-24 

  ¡Menos libros y librotes, escribas del siglo 20º!

   la tomaremos y llevaremos (su pequeña voz) con nosotros más allá del límite que separa lo humano de lo sobrehumano posándolo en el regazo de María, a los pies del trono de Dios

 


 

Vuelvo a leer hoy, día 15, la Hora santa dictada ayer y Jesús me dice:

"Para aquellos que se toman la libertad de sacar siempre punta a mis palabras, he de decirles que, si no las comprenden, estudien teología pues ellas están del todo conformes con cuanto la teología enseña.

Y en cuanto a la frase que, sin duda, les causará fastidio: "El espíritu es esencia efusa de Dios", piensen que el alma es "soplo infundido por Dios". Vosotros, privados de alma, sois cadáveres.

 

El soplo de Dios es el alma vida

 

Abran el Génesis y verán que dice: "El Señor Dios formó al hombre con el barro de la tierra y le inspiró en el rostro el soplo de la vida" (Gn 2, 7). No me digan: "Para darle vida". No. Para dar vida a los animales domésticos o salvajes, cuadrúpedos, reptiles, peces o pájaros, no tuvo necesidad de "inspirarles en el rostro el soplo vital". Los creó y... asunto concluido. El soplo de Dios es el alma vida. Es el aliento del Espíritu de Dios que se hace espíritu vital en el hombre.

Abran asimismo los Evangelios. ¿Con qué creéis que devolví Yo la vida a los muertos? ¿Con la mano? ¿Con la voz? No. Infundiéndoles mi aliento que, por ser de Dios, era vital, es decir, era espiritual, era alma. Me inclinaba sobre los muertos y, tomándoles de la mano, les mandaba: "Levántate" (Mt 9, 25; Mc 5, 41; Lc 7, 14; 8, 54). Sí. Mas eso era la forma externa y visible puesto que, mientras me inclinaba, les alentaba el espíritu en su rostro, esto es, la efusión de mi espíritu, y tornaba la vida.

Y si en la resurrección de Lázaro (Jn 11, 1-44), ésos, los que sacan punta a mis palabras, me dicen: "Tú no te acercaste a Lázaro", respondo: "Por esto, en dicho milagro, invoqué la ayuda del Padre –aprended, hombres–, y para tenerla sin fallo, le di gracias antes del milagro por haberme oído: "Padre, te doy gracias por haberme oído. Yo sé que siempre me escuchas, mas lo digo por el pueblo que me rodea a fin de que crea que Tú me has enviado".

Fe segura, reconocimiento pronto. Reconocimiento anticipado, o mejor, prueba de una fe segura. En Lázaro, encerrado en el sepulcro y alejado por tanto de Mí, salvando la distancia, las vendas y la podredumbre, sobreviene la efusión vital de Dios y retorna la vida.

 

Abran también el Libro por el I de los Reyes, capítulo 17-24

 

Abran también el Libro por el III de los Reyes, capítulo 17 (La cita exacta, conforme a la nomenclatura entonces en uso, corresponde al: I de los Reyes 17, 17-24). ¿Cómo devuelve Elías la vida al hijo de la viuda de Sarepta? Tendiéndose por tres veces sobre el niño muerto y gritando a Dios. Mas también espirando al muerto el espíritu que la plegaria dirigida a Dios habíale hecho potente con potencia vital. Elías, profeta, es decir, siervo de Dios, pero no Dios ni tampoco Hijo de Dios, ha de repetir por tres veces la plegaria y la infusión. Ahora bien, es siempre aliento que infunde, aliento espiritual.

Y ¿no dice acaso el Libro: "No queráis ser semejantes a los animales cuya vida está en las narices" Probable alusión al Eclesiastés 3, 21). Indicando con ello que la Vida no está en la respiración sino en lo profundo, en un punto secreto, pero del que se expande por todo el cuerpo y del que puede difundirse mediante latidos que pueden subir al Cielo: caridad dirigida a Dios; y derramarse sobre la tierra: caridad para con el prójimo. Por eso es: esencia efusa e infundida por Dios que se nutre del alimento de Dios.

Y en relación con la otra frase: "Yo, no sólo pedí para vosotros mi misma gloria sino que os la di desde luego..." que, sin duda, les chocará, tomen el Evangelio y lo abran por donde aparece mi oración última antes de la Pasión (Jn 17). Sería provechoso que nutrieran a diario su espíritu con ella y la diesen en pan troceado a la grey de los "pequeños" que les confié.

 

¡Menos libros y librotes, escribas del siglo 20º!

 

¡Menos libros y librotes, escribas del siglo 20º! sino esta, esta, esta oración cuyas palabras abren horizontes, fuentes y tesoros de salud porque os enseñan amor, fe, esperanza, fortaleza, justicia, prudencia y templanza. Y si no descubren estas virtudes en ella, difícilmente aceptarán mi lección que se las muestra.

Es el amor la nota fundamental de toda mi oración.

La fe, cuando Yo pido para los hombres los dones celestiales.

La esperanza, cuando hablo de aquellos que aún no son pero que se santificarán, ya que el Padre los santificará aun después de que Yo no esté evangelizando entre los hombres.

La fortaleza, al entonar Yo esta mi oración que parece un himno de triunfo en la hora en que sé que está a punto lo que es tortura para la carne y aparente fracaso de toda esperanza, fe y amor de parte de Dios y de parte de los hombres, lo mismo que en Dios y que en los hombres.

La justicia, cuando Yo pido que "sean una sola cosa con el Padre y conmigo" aquellos que no son hijos de perdición al no haber querido seguir a Satanás. No, no perece aquel que no quiere perecer. No perece. Y al que no quiere perecer le está reservada la amistad y la unión con Dios, pues el Padre y Yo somos justos y juzgamos con justicia teniendo presente la debilidad del hombre y las circunstancias que aumentan esta debilidad.

En mi oración pongo también la prudencia, pues no digo: "Ellos son santificados por Mí no habiendo necesidad de más ya que estoy seguro de ellos". No, sino que digo: "Santifícalos en la caridad". Os ruego que esta santificación sea inexhausta para contrarrestar la inexhausta y deletérea acción de la naturaleza incitada por Satanás.

Y, por último, está la templanza al no osar decir: "Me sacrifico totalmente y lo quiero totalmente para los hombres". Lo querría; mas no sería justo porque muchos no merecen salvación por su maridaje con Satanás. Y así Yo pido con templanza por aquellos que se santificarán por haber creído y vivido conforme a la Palabra que el Padre me confió para que se la diese. A estos tales les doy la gloria que el Padre me dio. "Y la gloria que Tú me diste se la he dado a ellos para que sean una misma cosa con Nosotros" (Jn 27 v. 22).(La cita entre paréntesis que parece añadida posteriormente por María Valtorta, está equivocada en lo referente al capítulo que debe ser 17 en lugar de 27).

Esta es la frase de mi pequeño Juan que a ellos parecerá herejía. No. Yo le protejo, me lo estrecho al corazón y pongo dentro del cerco de mis brazos a este "pequeño" que sabe escucharme y comprenderme porque me ama. Aquí radica su fuerza. Me ama y por eso os supera a vosotros, doctos, que lo sois de la única manera que lo podéis ser: con una sola ala para vuestra ciencia, pues la otra os falta al no tener ardiente y total caridad, ya que sois doctos pero sin amor.

Esta es mi pequeña "voz" que es como la de un pajarillo que está con las alas tensas dispuesto a seguir en su vuelo al águila porque querría ir tras ella para oír su canto y repetirlo a sus compañeros, merece –porque el águila real no oprime a los pajarillos pequeños antes hácelos sus amigos hasta en la cautividad– merece que la poderosa corriente formada por el vuelo real arrastre su pequeñez, incapaz de elevaciones, hasta alturas paradisíacas y que, bajo la protección de sus potentes alas, la defienda de los milanos y falconetes dejándola nutrirse sobre la roca solitaria con los pedacitos de pan que ella le desmiga. Porque el águila le ama.

¡Cuánto le ama a esta pequeña voz! Por eso le ha puesto por sobrenombre "Juan" porque, además del Águila divina sea también a defenderla el águila apostólica y así aprenda su canto del nuestro, tenga paz al abrigo de nuestra fortaleza, calor por el Sol al que la llevamos y alimento por lo que le damos. Yo la defiendo. Yo y también Juan.

 

la tomaremos y llevaremos (su pequeña voz) con nosotros

 más allá del límite que separa lo humano de lo sobrehumano

 posándolo en el regazo de María, a los pies del trono de Dios

 

Y cuando el pajarillo ya no tenga voz y enmudezca tras su postrer profesión de amor, cuando sus diminutas alas se retraigan sobre su corazón que tanto palpitó de amor y se cierren sus ojos, no por saciedad de mirar al Sol, su Sol (Recordemos que María Valtorta, en los años de aislamiento psíquico que precedieron a su muerte cuando, una vez perdida la capacidad de dialogar, permanecía en su lecho de enferma sin escribir ni trabajar, solía exclamar: "¡Qué sol hay allí!"), sino porque su ardor le habrá consumido, nosotros lo tomaremos y llevaremos con nosotros más allá del límite que separa lo humano de lo sobrehumano posándolo en el regazo de María, a los pies del trono de Dios para que, volviendo a abrir alas, boca y ojos, vuele, cante y vea. Vuele hacia el Sol-Dios, cante al Sol-Dios y vea al Sol-Dios.

Esto para quienes "la odian sin razón" como me odiaron a Mí.

Por el contrario, para los que me aman digo que les hago el regalo de la Hora Santa. La dicté para muchos, pero la dedico a los que la deseaban y al P. Migliorini. No la dedico a "mi" pequeña voz. Ella es adoradora perpetua y tiene a su Maestro que, a todas horas, le sugiere las adoraciones teniéndola Corazón con corazón.

La dedico al Padre M. que es el pequeño padre es esta pequeña voz y cuyo Padre es Dios. A Paula de la que quiero que ahora y siempre piense y sienta que tiene un Padre y una Madre en el Cielo y esté tranquila porque la fe en un amor verdadero –y ninguno más verdadero que el nuestro– proporciona tranquilidad. A Marta, porque también ella tiene necesidad de pensar que no se encuentra sola. Y pensarlo, incluso, cuando la "pequeña voz" esté lejos de ella pero interesándose por ella aún más que ahora en mi seno.

Os bendigo a todos."

Cuando Jesús decía: "Yo protejo a mi pequeño Juan; lo estrecho contra mi Corazón, lo pongo dentro del cerco de mis brazos, sentí cómo Jesús me cogía de los hombros con su mano derecha sobre mi hombro derecho y su mano izquierda sobre mi hombro izquierdo. Me atraía hacia Sí de esta forma: estando a mi espalda y hablándome por entre los cabellos para dictar el resto del dictado. Sentía el aliento de Jesús en lo alto de mi cabeza y sus largos cabellos cosquillearme la sien.

¡Qué hermoso es estar así bajo el manto de Jesús y contra su Corazón! Sentía, no veía a Jesús. Tan sólo le vi exclusivamente para mí el 7 de junio.

456-461

A. M. D. G.