22 junio 1944
¿quieres que no comprenda ciertas angustias...?
Más tarde (a las 12) dice Jesús:
Cuál es la preocupación única de los bienaventurados
Me despierto esta mañana a las 6,30 saliendo de un estado de coma de ocho horas y media de duración y, como primer saludo del día, oigo retumbar el cañón, o mejor, muchos cañones que disparan desde las alturas cercanas desmintiendo los fáciles optimismos y las afirmaciones gratuitas de quienes aseguraban que "aquí, por ser una cuenca montañosa, no había artillería y, por tanto, estaríamos seguros". ¡Bueno, vayamos viviendo!
Repito cuanto he venido diciendo siempre a partir del 16 de abril, dominica in albis, día en que me hablaron de esta lugar como residencia para evacuados, preferible a todas las demás: "En S. Andrés me sentiré menos segura que en cualquier otro sitio y tendré miedo de todo".
Así es. Tengo miedo y horror a morir aquí y dolor, dolor grandísimo de morir sin tenerle a usted a mi lado. Usted, el único de entre los hombres que me proporciona el consuelo que necesito: el consuelo espiritual. Los demás sirven tan sólo para María-carne y María-sensibilidad. Mas, a la sazón, carne y sensibilidad las considero como algo sobrepuesto al verdadero yo. Y mi yo queda actualmente reducido únicamente al espíritu, si bien a éste le viene a faltar su ayuda.
¡Cuánto he esperado poder tenerla en estos días y así decirle tántas cosas y darle las "gracias" por todo el bien que ha proporcionado a mi alma!
me pusieron en condiciones de ver y entender lo que antes no veía,
dado el salvajismo arraigado en mí
y que por mí misma trataba de extirpar
Usted me ha traído a Jesús. Y no me refiero a Jesús-Eucaristía, pues a Este cualquier sacerdote me lo trae, sino Jesús a mi modo. Su presencia y sus cuidados me pusieron en condiciones de ver y entender lo que antes no veía, dado el salvajismo arraigado en mí y que por mí misma trataba de extirpar. Mas por mí sola muy poco conseguía.
Fue un grave error y una enorme crueldad apartarme de quien me mantenía tan a gusto con Dios. Dios no se encuentra en donde hay tempestad. Y si bien Él ve que la tempestad no fue desatada por nosotros y planea, por tanto, sobre el encrespado mar de nuestro corazón, de mala manera y a duras penas se percibe su voz y se vislumbra su faz por entre las nubes y bramidos de los vientos y de las ondas.
Puesto que, a partir del 19 de junio, me siento muy mal y, por ello, estoy en las peores condiciones para superar los accesos y pavores consiguientes que habrán de desaparecer definitivamente, pienso que no los resistiré y así ya no volveré a ver mi casa ni a estar cerca de usted. Por más que me viera rodeada de todo el mundo, me encontraré en el silencio y en el vacío igual que en un desierto, pues me faltará la palabra que tanto me ayudaba: la suya. Es éste un grande, grandísimo sacrificio y sólo Dios sabe cuánto me cuesta superarlo.
De cualquier manera: ¡gracias por todo! Marta sabe cómo obrar. Se lo repito: ayúdele a Marta que, bajo los defectos de su impulsividad, oculta un corazón de oro, detalle éste que nunca aprecié tanto de dos meses a esta parte...
Creo que el último regalo que le voy a dejar va a ser la Segunda parte de la Soledad: María que vuelve a pasar por el Calvario y la Hora santa. Cuando los lea, piense en mí que los recibí llorando y sonriendo. Llorando, por el dolor de María, de Jesús y el mío; y sonriendo, por su bondad. Y pida por mí.
Apenas si veo y me cuesta mucho escribir. Creo que, aunque logre salir de ésta, dentro de poco ya no podré escribir porque mi vista va siendo cada vez menos clara. Escribo maquinalmente sin ver bien. Me he hecho una regla para escribir más derecho. Discúlpeme, por tanto, si resulta casi ilegible.
Déle también las gracias a la Superiora de las Estigmatizadas (Sor Gabriela de Camiore que fue a visitar a María Valtorta cuando estaba evacuada). Dígale que he rogado de continuo por ella ya que su bondad me conmovió ciertamente y que pediré igualmente por la otra parte, lo mismo que haré, Padre, por usted. Esté seguro de ello.
Por ahora basta. Pido y espero. ¿Hablará Jesús...?
Más tarde (a las 12) dice Jesús:
"Mira, María. Otro cualquiera que se encontrase en tu mismo estado de ánimo pecaría mucho más y sufriría, espiritualmente, mucho menos. Porque en ti supone sufrimiento hasta la preocupación de que el sufrimiento te pueda llevar a causarme dolor a Mí. Por eso, como ya te dije, tú crees hallarte en el infierno o poco menos, cuando estás en el Paraíso.
¿Cuál es la preocupación única de los bienaventurados? Estar fijos en Dios, su Amor. Y tú, al estar adheridas a tu espíritu una carne y una mente humanas, ¿no haces con tanta mayor fatiga las mismas cosas?
¿Cuál es la preocupación única de los bienaventurados?
La vida verdadera encerrada en el hombre, o sea el espíritu, está hecha a semejanza de Dios. No conoce, por tanto, medidas de relatividad y tiende al Infinito y a la Perfección. Y aún más: En ese su tender, se le acerca reflejando en sí, como en un espejo nítido, la semejanza divina y aborrece todo lo que no es semejante a Dios. Por eso, aun la sombra de una imperfección y la mera sospecha de una tibieza le causan más horror que una culpa grave en un cristiano de solo nombre o el ateísmo en un sin Dios.
Es que recibís de continuo al Huésped que es para vosotros Padre y Señor y, conociéndolo, veis a su luz cuáles sois y os abajáis hasta el aniquilamiento diciendo: "¿Cómo Tú, Señor, vienes a mí? Yo no soy digno de poseerte". Mas, ciertamente, esto es así porque os nutrís de esta amorosa humillación que el Huésped divino os trae al hacer su morada en vosotros. En vosotros encuentra amor, humildad y recta voluntad. Y ¿qué más quiere Dios para amaros? Nada. Sabe que nada más podéis dar mientras estáis aquí abajo.
Ahora bien, os dice, te dice asimismo: "Tus ansias, criatura finita, cesarán tan sólo cuando te hayas fundido con el Infinito. Entonces habrán terminado la lucha, el miedo de no complacerme y la pena de tu condición. No temas. Yo te dejo delirar. No me dan miedo tus delirios porque sé lo que son y por qué son. Tan nada es el miedo y la indignación que me producen que, mientras gritas tu dolor de criatura, yo te tengo estrechada para impedir que te causen un mal verdadero, como sería el que tú te alejases de Mí por el temor de haberme disgustado. Y entonces Yo, por más que tú no me reconozcas porque la prueba te hace de velo, te tengo así. María, soy el Jesús de Getsemaní y ¿quieres que no comprenda ciertas angustias...?"
474-477
A. M. D. G.