24 de junio
Las tres etapas del dolor de María
Jesús se las da a conocer a María Valtorta
para calmar sus sufrimientos
Mas tarde Jesús me hace la siguiente observación:
Las tres etapas del dolor de María
Me basta con que ellas no desconfíen de Mí y no me acusen, odiándome, de ser su verdugo
Sube la marea. Ya no sé qué hacer para resistir tanto mal físico y moral. Si cediesen las fuerzas espirituales, mi ruina sería total y definitiva.
Por ahora estas últimas se mantienen íntegras. Mas ¿resistirán? De mí, no lo aseguro. Si Dios me ayuda mucho, mucho, mucho, resistiré. De lo contrario, me plegaré. Cierto que también podría después volver a levantarme, pero encuentro que tal experimento resulta siempre peligroso por cuanto no siempre llega una a levantarse a tiempo y yo no querría morir en un momento en el que te amase menos ¡Dios mío, ofenderte y amarte menos! ¡Ten compasión de mí!
Pues que tienes tanto, dame tu "gran compasión". Sabes Tú cual es esta "gran compasión" que te pido. Devuélveme a mi nido de amor, a mi nido de paz, a mi nido de Cielo (A su casa de Viareggio.). Si Tú, como ayer noche, haces descender paradisíacos perfumes del Cielo, ellos no pueden durar aquí en donde hay tanta embestida de humanidad y de animalidad. Yo te agradezco que hayas calmado mis sufrimientos con los aromas celestiales; mas eso no basta, no le basta a tu pequeña "voz" para no morir y, sobre todo, para no morir de mala manera. ¡Ten compasión!
Mas tarde Jesús me hace la siguiente observación:
"Al hacer la Hora de la Soledad, quiero que medites las tres etapas del dolor de María a fin de que te sirvan de norma en el sufrir y en el conocer la Justicia que ha de juzgar vuestro modo de sufrir.
Las tres etapas del dolor de María
En la primera etapa aparece la mujer, la madre que grita su desgarro. Dios transige con que en el momento más atroz del dolor la criatura delire y tenga palabras duras par quienes son la causa de su dolor. Y así María no puede contenerse al llamar "fieras, chacales y hienas" a los hombres; "padrastros" a los hebreos y proclamar que Ella hubo de violentarse para soportarlos, estigmatizándolos con los apelativos de "Caines de Dios" y "oprobio de la raza humana". María, la Santa, no pudo contenerse al llamar a Jerusalén "madrastra, asesina, ladrona, vampiro y buitre". Sobre el calvario no supo sino gritar: ¡Ya no tengo Hijo!" Era la mujer.
En la segunda etapa es la creyente que quiere ser fiel a su fe por más que los hechos parezcan desmentir todas las promesas de fe. Su corazón de madre y de mujer tiene entablada lucha con su espíritu de creyente. Triunfa el espíritu por hallarse nutrido realmente por la fe y así la mujer viene a ser vencida, quedando la creyente.
En la tercera, la creyente, cada vez más firme en la fe, sube a través de la resignación a reunirse con Dios del que habíale separado el dolor. ¡Oh, el dolor!, lo sé: viene a ser como el golpe asestado por un niño travieso a las mórbidas alas de una variopinta mariposa. La derriba al suelo y parece estar muerta; mas después, poquito a poco, va recobrando fuerzas y movimiento. Primero camina, después va trepando, seguidamente prueba a mover las alas, emprende tímidamente el primer vuelo y, por último, se lanza y reconquista el espacio azul...
Me basta con que ellas no desconfíen de Mí y no me acusen,
odiándome, de ser su verdugo
Penetro tu pensamiento: "Mas si los golpes se repiten y a cada vez que la mariposa comienza a volar de nuevo la derriba, terminará muriendo por tierra". Humanamente, sí; no puedo menos de convenir en esto. Mas para eso estoy Yo aquí, para recoger a las víctimas de la brutalidad terrena. Me basta con que ellas no desconfíen de Mí y no me acusen, odiándome, de ser su verdugo.
Dad a Dios lo que es de Dios y al hombre lo que es del hombre. Dad a cada uno el juicio exacto. Vosotros que sufrís, recapacitad detenidamente sobre vuestras aflicciones y lo mismo tú que sufres hasta morir por ellas. Verás que toda aflicción lleva marcado el nombre de un hombre y jamás el de Dios. ¡Oh!, que aún eres criatura y no te es lícito conocer los secretos de lo sobrenatural. Mas cuando llegues a conocerlos comprenderás muchas cosas.
María, en la tercera etapa de su desolación, no es ya la creyente sino la Hija de Dios, la Santa que se dirige al Padre, al Rey con la seguridad solemne de quien sabe que puede hablarle por haber conquistado el derecho a ser oída. Ninguna oscuridad ya de desolación humana, ninguna angustia del creyente que quiere y no puede alcanzar la paz en el dolor sino el gozo de sufrir: un gozo del alma bajo el llanto de la carne que acaba muriendo pero que se deja llorar porque, –tú misma lo has dicho– (22 junio) llegados a ciertos estados, carne y sensibilidad son indumentos sobrepuestos al yo espiritual, al yo verdadero. Y la criatura, santificada con su heroísmo, puede llegar a decir: "Por aquel "sí" que pronuncié, escúchame".
Dilo también tú, María. Di: "¡Tantas veces te dije sí...! Por estos sies, escúchame". Y espera. No pongas nombre alguno a tu esperanza pues siempre serían nombres de la tierra. Espera en Mí, en Mí tan sólo y déjame hacer."
Nota mía.
Pero, entretanto, son ya dos meses que estoy en una galera, en un manicomio, en un infierno cada vez más profundo. ¡Dos meses! Dos meses que me arrancaron de aquel sitio en el que estaba mi verdadera vida. Como Tú ya sabes, me han arrancado el corazón. Sabes muy bien qué suponía para mi aquella casa. Y, conforme va pasando el tiempo, más me duele la herida al no haber, por otra parte, medicina alguna para ella.
Ya ni una palabra iluminada... Y yo que no creo, que no puedo humanamente creer que oiga tu voz de la que me considero tan indigna...!
Ya ni una Comunión bien hecha. La llamo bien hecha cuando no sólo quien la recibe sino también el que la administra lo hace con aquella reverencia que tal Sacramento merece y que ayuda a sensibilizar el misterio. Aquí... la preceden y siguen chácharas que se tienen con cualquiera. Y lo mismo podría decir de la lavandera y de alguna persona amiga que viene a verme a las que oigo las mismas palabras y les veo hacer los mismos gestos que en las pobres mañanas de Comunión ¡Qué miseria! Envidias, chismes, intereses...
¿Dónde estás, momento solemne de las Comuniones de Viareggio? Momento en que te veía a Ti. Porque, sí, ahora lo digo porque tal vez haya de morir presto o perder la razón y debo decirlo. Porque cuando recibía la Comunión de manos del Padre Migliorini, éste desaparecía siendo Jesús el que me aparecía dándome la comunión. Esto casi siempre. O bien estaba al lado del Padre y nos bendecía. Esto me dio seguridad del temple sacerdotal de mi Director. También venía el Padre Josué. (P. Josué Bagatti, de los frailes menores, capellán del Hospital de Viareggio). Mas era distinto. Con todo, era siempre un paraíso en comparación con esto: un paraíso terrestre en el que sentía a Dios aunque no lo veía. En cambio con el Padre Migliorini era el verdadero Paraíso que ya no tengo.
Me encuentro más necesitada que nunca de él y carezco de todo aquello que venía a ser la atmósfera necesaria de mi alma para poder oír la Palabra que es mi vida. Vosotros que me leéis, ¿ya entendéis qué es lo que se me arrebató? ¡Dos meses de infierno...!
Y mi reiterada petición del 24 de mayo: "Pero ¿por qué no me hiciste morir antes de que me arrancaran de mi casa?"
483-487
A. M. D. G.