26 de junio 1944
El ángel custodio
El ángel custodio de cada criatura adora en ella a Dios que la habita...
Como alivio de un retorno penosísimo a la sensibilidad, el buen Dios me concede la sonrisa de mi ángel.
He debido sufrir muchísimo y llorar otro tanto. Lo comprendo por el estado en que me encuentro: destrozada y con los ojos arrasados de lágrimas que me he de enjugar entre los párpados. Recuerdo haberme adormecido tras dar fin a mi cotidiana hora de tristeza mortal y de llanto que sólo Dios ve. Después, ya no sé más. Pero tengo el tronco completamente dolorido, el corazón y los pulmones como si los tuviera heridos y atravesados con cuchillos y los ojos, más nublados que nunca, me dicen a las claras que cuando no era dueña de mí misma, he llorado a rienda suelta y sin reparo alguno, como lo deduzco de las múltiples adherencias que se revuelven en los sollozos desenfrenados que después duelen tanto.
Le he preguntado a Marta: "¿He llorado acaso?" Y me ha contestado que he llorado y reído. Tal vez haya reído; mas llorar, he llorado ciertamente mucho.
Ahora, mientras me encontraba abatida, sin fuerzas para moverme y oraba mirando a mi ángel que estaba arrodillado a los pies de mi lecho, a la derecha, –orando al parecer conmigo y me preguntaba a mí misma el porqué de estar así y de tal forma vestido– oigo a mi invisible Maestro que me dice:
El ángel custodio de cada criatura
adora en ella a Dios que la habita...
"El ángel custodio de cada criatura adora en ella a Dios que la habita, si es que está en gracia del Señor.
Vosotros sois templos vivos en los que habita Dios. La culpa lanza fuera al Huésped divino; mas, de otra suerte, el espíritu del hombre es el tabernáculo, encerrado en el templo de vuestro cuerpo consagrado por los sacramentos, en el que se hallan el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo por la indisoluble unión de las tres Personas.
Cuando la criatura ya no se encuentra en estado de gracia, su ángel, llorando, venera en ella la obra de su Creador. No puede venerar otra cosa. Mas, al ser obra de su Dios, la venera lo mismo que hacéis vosotros con un lugar que fue habitado por Mí y profanado después por mis enemigos, digno, por tanto, de veneración, no porque me contenga sino porque me contuvo. Para que lo comprendas, recuerda el sagrado Cenáculo.
Feliz aquel ángel que puede decir al lado de una criatura:
"Te adoro, Señor mío, encerrado en esta tu criatura"
He aquí por qué los ángeles están con sumo respeto al lado de sus custodiados. Feliz aquel ángel que puede decir al lado de una criatura: "Te adoro, Señor mío, encerrado en esta tu criatura" y no necesita volar al Cielo para dar con la mirada de Dios.
El vestido del tuyo te indica el carácter de su misión cabe ti: infundirte esperanza. De las tres virtudes es la que más se te infunde puesto que tu cruz te la desmenuza y destruye a cada instante y por eso es necesario que baje de continuo desde el Cielo para nutrirte. Tu fe es segura y firme como la de tu ángel custodio. Tu amor, vivo como el manto que le adorna las espaldas. Mas, con su vestido amplio y esplendente, te dice: "¡Espera!".
¿Ves cómo nunca estás sola? Lo viste en momentos de gran seguridad y de gran gozo dentro de tu condición espiritual y lo ves ahora en que los acontecimientos te llevan a dudar por completo de tu misión y en los que la tristeza de la soledad espiritual te abate.
Lo ves porque éste es siempre el ángel de tu Getsemaní. Ámalo como a un hermano glorioso que te ama."
El ángel está de rodillas al fondo, al lado derecho de mi cama. Está con la cabeza inclinada con sumo respeto y con los brazos cruzados sobre el pecho, en la misma actitud que tenía a primeros de enero, creo yo, cuando vi el Paraíso y al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; mientras que, a mi lado, se encontraban María y Juan.
El ángel es igual. ¡Es el mío! ¡Qué hermoso es! Su rostro es de luz condensada y de trazos perfectos y, no obstante hallarse así curvado, me sonríe. Su vestido incorpóreo parece una esmeralda clara hecha ropaje de luz. Por su espalda un manto corto de color rojo claro, vivísimo cual rubí atravesado por un rayo de sol. Las alas son dos esplendores blancos recogidos a lo largo de ambos lados. Y ¡qué adorante es su actitud!
No hago sino recitar el "Angelus Domini" para saludarle y las "Ave María", porque me acuerdo de que en enero me enseñó a saludar a María, a la sazón presente, con esa oración, estando con aquella compostura y venerante actitud. Tal vez debiera recitar asimismo los "Gloria", aunque pienso que me lo daría a entender. María es su Reina y, al alabar a María, se alaba también a Dios de quien es Hija, Madre y Esposa. Creo, por tanto, hacer cosa grata a Dios y a mi ángel custodio rezando así.
Mas me está de continuo presente porque me cerca la "tristeza de muerte" de que se lamentaba Jesús en el Getsemaní... (Mt 26, 38; Mc 14, 33-34).
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A. M. D. G.