27 de junio.

Hechos cap. 2, v. 3 (Gn 12.1)

 

 

"Sal de tu pueblo y de tu parentela

y ven a la tierra que te mostraré"

 

 


 

Las almas a las que amo con predilección reciben mandato idéntico al de Abraham

  El querría que le siguiesen aquellos a quienes ama porque ha llegado a comprender que aquella tierra es país de elevación. 

  "Ven a la tierra que te mostraré"

   Mas el que persevera comprueba que a las piedras y zarzas sucede un camino más liso 

  Yo no miento ni he mentido jamás. Yo prometí y prometo daros la Vida y cuanto con ella se relaciona.

 


 

Dice Jesús:

 

Las almas a las que amo con predilección

reciben mandato idéntico al de Abraham

 

"Las almas a las que amo con predilección reciben mandato idéntico al de Abraham: "Sal de tu pueblo y de tu parentela y ven a la tierra que te mostraré" (Gn 12,1).

Real, además de metafórica, salida. Real, porque aquel que a Mí se consagra se hace realmente extraño y desconocido para sus mismos parientes.

Desconocido por su nueva personalidad y extraño, porque entre ellos y él viene a producirse la interposición de un a modo de diafragma y la erección de una especie de Babel (Gn 11, 1-9) singular por la que él marcha adelante hacia la tierra a la que Dios le destina mientras ellos se quedan en donde están y así, ni aun estando contiguos, logran entenderse por cuanto él habla ya la lengua de aquella tierra y adquirido sus costumbres, mientras que ellos siguen pensado, obrando y hablando a su manera habitual; lo que es motivo de gran dolor y de estupor cuando no de burla.

 

El querría que le siguiesen aquellos a quienes ama

porque ha llegado a comprender

que "aquella tierra" es país de elevación.

 

El dolor es particularmente sentido por aquel a quien Dios llamó a la "nueva tierra". El querría que le siguiesen aquellos a quienes ama porque ha llegado a comprender que "aquella tierra" es país de elevación. Querría que los demás llegasen a comprenderlo a fin de poder enamorarlos con las bellezas que él descubre.

Ellos se extrañan del cambio obrado en él. Y cuando no lo tienen por "manía", lo juzgan egoísmo, desamor y desapego. Nada de eso. Es un amor perfecto, tanto para los que ama como para sí mismo, dando y procurando dar a los demás el bien que así mismo se procura. Nada de extrañeza, antes norma perfecta, siendo para él excepción aquel que se ajusta a la norma de hijo de Dios: obediencia absoluta por encima de toda otra voz de sangre, de interés o de respeto humano.

La herida no cura ni se puede curar porque el elegido para la "nueva tierra" conserva en su parte inferior la sensibilidad propia de todo hijo de hombre y sufre continuamente de haber de sentirse acusado de desamor por quienes mejor le debieran comprender y detener que dejarles, con desgarro de su corazón, para alejarse por el sendero que Dios le indica, teniendo siempre abierta la herida en la que están clavados: el amor de los suyos que, para amarle, le torturan, su amor que, al no ser comprendido, se retuerce en la llaga, y la voluntad imperiosa de Aquel a quien él ama con todo su ser. Herida de amor pues. Herida, por tanto, en la que está Dios porque donde hay caridad allí está Dios.

 

"Ven a la tierra que te mostraré"

 

"Ven a la tierra que te mostraré". Dios no la muestra por adelantado. Dice: "Ven". El premio de ver esta tierra se dará a aquel que obedece sin cuidarse de conocer aquello que le espera. Dios dice: "Ven" y nada más. Y él marcha sin formular pregunta alguna.

El inicio de la tierra bendita –cuyo sol no conoce ocaso, en la que no hay áspides, escorpiones ni fieras salvajes, en la que no se conocen las ventiscas y escarchas, es eterna la primavera, los seres todos sobreabunda de sobrenatural alimento, los árboles destilan miel, las fuentes leche, la armonía es luz y la luz armonía y sus habitantes, felices como flores en una mañana serena de abril, sonríen con perenne gozo reflejando la divina sonrisa de su Señor– es por demás abrupto y espinoso. Piedras y zarzas, bejucos y estrechos pasadizos sobre precipicios y torrentes impetuosos, oscuros recovecos y zonas huracanadas de borrasca es lo que se da en sus comienzos.

En lo alto, una estrella tan sólo: Yo. Yo que tengo que ser luz, calor, voz, esperanza, consuelo, fe y guía para el heroico caminante. Yo sólo. Y ¡ay si no me mira de continuo a Mí!

 

Mas el que persevera comprueba

que a las piedras y zarzas sucede un camino más liso

 

Mas el que persevera comprueba que a las piedras y zarzas sucede un camino más liso por cuyos bordes asoma alguna que otra flor; que a los bejucos, que en un principio le desgarraron como cordeles de alambre espinoso, suceden mórbidos festones que, lejos de estorbarle, le ayudan; los pasadizos hácense más amplios, menos temerosos los senderos, más seguro, amplio, luminoso, cálido y tranquilo el camino en su continua ascensión. Y, por último, el alma no camina sino que vuela. Vuela. Penetra como dardo de amor en la tierra que conquistó, siendo ya el Cielo suyo.

Mas ¡cuánta es la generosidad que se necesita! Es menester darlo todo, María, y no reservarse nada, ¡ni lo preciso para posar el pie" (V. 5) (Gn 8, 9. Por tanto, la referencia al versículo 5 estaría equivocada). No pretender nada, pues nada prometo cuando digo: "Ven". Nada de humano, se entiende, sino lo que prometo es lo sobrehumano eterno.

Esto es lo que debes esforzarte por entender y aceptar y contigo todos aquellos que son iguales a ti por mi elección que os consagra tanto en el claustro como en el mundo y aun aquellos que, con deseo de ser mejores, a pesar de no haber sido llamados a vías de perfección, no siendo por tanto soldados de la perfección aconsejada y no impuesta, se preguntan por qué no ha de ser placentera su vida con un bienestar incluso terreno.

 

Yo no miento ni he mentido jamás.

Yo prometí y prometo daros la Vida y cuanto con ella se relaciona.

 

Yo no miento ni he mentido jamás. Yo prometí y prometo daros la Vida y cuanto con ella se relaciona. Esto es lo necesario y lo que os doy. Lo demás sobra por estar destinado a perecer. Y os lo doy porque soy bueno hasta con el mosquito al que le doy por lecho el cáliz de una hierbabuena de la montaña y como alimento la gota microscópica de miel que ella contiene. Así os doy a vosotros, perecederos, las cosas necesarias para lo que perece: comida, vestidos y morada. Mas os invito a tender a lo que está más arriba: al espíritu y a cuanto con el espíritu se relaciona.

Quien más me ama debe comprenderme mejor y marchar desnudo, hambriento y mísero de cuanto es de esta jornada terrena; pero saciado, rico y con vestidura real de lo que es del Día eterno.

Vete en paz."

491-494

A. M. D. G.