1º de julio (1944)

 

La Preciosísima Sangre. Sábado.

 

 

Yo, testigo, os atestiguo que Cristo

 Jesús...derramó toda su Sangre por nosotros.

 

Juan, Ep. I, cap. 5, v. 5-6-7-8.

 

 


 

Al mundo se le vence con la fe y ésta os asegura que Jesucristo nuestro Señor es verdadero Dios y verdadero Hombre

    El quiere hacerse germen diminuto que se desarrolla en el seno de una mujer y después un niño pequeñín que llora y mama para vivir y, más adelante, párvulo, adolescente, joven y, por fin, hombre 

  Tomó pues un alma y con ella bajó al seno sin mácula

   El era hombre y sufrió todas las angustias y dolores propios del hombre que muere

   Al mundo se le vence con la fe y ésta os asegura que Jesucristo nuestro Señor es verdadero Dios y verdadero Hombre...

 


 

No escribí ayer por encontrarme agónica, habiéndome dejado Jesús reposar y sufrir.

Dice ahora S. Juan:

"Yo, testigo, os atestiguo que Cristo Jesús, por haberos amado hasta el extremo de odiarse a Sí mismo, –ya que por nuestro amor, El, el Viviente eterno, se entregó en manos de los hombres y de la muerte– derramó toda su Sangre por nosotros.

Yo os testifico que puse mis pies en las huellas dejadas por El a través de las calles de Jerusalén y que, estando debajo de la cruz, recibí sobre mi cabeza gotas de su Sangre y que vi salir Sangre y agua de su costado abierto y que me quedé teñido totalmente de Sangre cuando le bajamos de la cruz como racimo tan maduro, capaz de ser abierto por todas sus partes y chorrear líquido con el que hacer vino que embriaga y conforta.

 

Aquellos que blasfeman diciendo no haber sido Cristo

Verdadero Dios y verdadero Hombre,

por piedad de sus almas, que cesen de blasfemar.

 

Aquellos que blasfeman diciendo no haber sido Cristo Verdadero Dios y verdadero Hombre, por piedad de sus almas, que cesen de blasfemar.

Nada impedía al Verbo de Dios aparecer entre los hombres materializando su divino espíritu en un hombre ya formado, adulto, presentándose prodigiosamente ante las muchedumbres para amaestrarlas en la perfección de la Ley y redimirlas con su Palabra. Nada asimismo podía impedir al Poderoso, no ya materializar su espíritu, mas también, sabiendo que los hombres no habrían de ser redimidos por la Palabra sino que a la Justicia le era necesario un Sacrificio hacerlo en un todo semejante al nuestro dotándolo de un cuerpo provisto de verdadera carne, de verdaderas venas, de verdaderos huesos y de verdadera sangre. Los ángeles se materializan y lo mismo hacemos nosotros cuando hemos de aparecer a vosotros por voluntad divina. Sagradas formas e imágenes han chorreado Sangre para sacudir vuestras dudas e indiferencias.

 

El quiere hacerse germen diminuto

que se desarrolla en el seno de una mujer

y después un niño pequeñín que llora y mama para vivir

y, más adelante, párvulo, adolescente, joven y, por fin, hombre

 

Ahora bien, para que la Negación no tuviese excusa alguna, he aquí que El quiere hacerse germen diminuto que se desarrolla en el seno de una mujer y después un niño pequeñín que llora y mama para vivir y, más adelante, párvulo, adolescente, joven y, por fin, hombre como lo pueda ser el más grande o el más pequeño de entre los nacidos de mujer, ya que, en verdad, el nacer y el morir nos iguala a todos. Y El, Dios, puesto que por amor vino a hacerse Hombre, no quiso ser distinto de nosotros.

En lo que únicamente se diferenció fue en la Perfección y en su Pasión que la quiso tan completa y horrenda –de carne, mente, corazón y espíritu– cual criatura alguna no la padeció. Y El así la quiso con ser, en verdad, el que ningún castigo merecía por ser el eterno Inocente cuya única actividad es amor, luz, ciencia y bondad.

 

Tomó pues un alma y con ella bajó al seno sin mácula

 

Tomó pues un alma y con ella bajó al seno sin mácula.

¡Oh feliz alma creada por el Padre para ser el alma de su Verbo encarnado! ¡Oh feliz seno que elevó la perfección de su ser inmaculado hasta la perfección de la Maternidad divina llenándolo con la Luz! ¡Faro del mundo serás mientras éste tenga vida, oh seno dichoso de la Madre de Jesús y mía! ¡Torre de David, torre perlina, torre de marfil, torre liliácea, más brillante que la luna por el Sol que se recluyó en ti!

Tomó alma mi Señor y la vistió de una carne que se nutría y se formaba con la sangre de la Virgen y causa estupor el que fuese más roja que el rubí aquella Sangre que El tomó de la Pura en la que, al parecer, tan sólo había un candor más puro que el de que se viste el lirio. Tomó carne porque el Amor fecundó a la Enamorada de Dios, de donde cabe decir que Jesucristo es el fruto del Amor perfecto desposado con el más perfecto amor y que Jesucristo es el Fuego fundido con la nieve para formar la Materia más preciosa, sagrada y pura que jamás la Creación hubo expresado ni visto florecer.

Y esta alma, como sucede con nosotros, volvió con un fuerte grito cuando, consumado el Sacrificio, tuvo el corazón y las venas vacíos de sangre. Y para mostrar que, en su caridad, nada habíase reservado, gritó por su costado abierto: "Aquí me tenéis muerto por vosotros", saliendo con la última gota de sangre el agua de la carne extinta a fin de que no pudieseis decir: "El no era hombre ni murió realmente".

 

El era hombre y sufrió todas las angustias y dolores

 propios del hombre que muere

 

El era hombre y sufrió todas las angustias y dolores propios del hombre que muere. El murió realmente porque no hay quien pueda vivir tras la profunda lanzada recibida, a través de cuyo corte yo vi el corazón, abierto de la misma manera que lo está el del cordero que el carnicero expone en su despacho, como vi también el pulmón parado y contraído tras el último suspiro. El espíritu, el agua y la sangre testifican en la tierra que Jesucristo era Hombre, como su palabra, confirmada por la voz del Padre y la aparición sobre El del Espíritu (Mt 3, 16-17; 17, 5; Mc 1, 10-11; 9, 7; Lc 3, 21-22; 9, 34-35; Jn 1, 32-34), atestigua ser El el Hijo de Dios.

No abriguéis duda alguna sobre su naturaleza divina ni sobre su naturaleza humana. Triunfarán quienes hayan vencido al mundo; al mundo que niega porque, saturado de odio como está, no puede creer que hubo uno que amó tanto que, siendo Dios, se humilló hasta hacerse Hombre y aceptar la muerte para devolvernos la Vida.

 

Al mundo se le vence con la fe y ésta os asegura

que Jesucristo nuestro Señor

es verdadero Dios y verdadero Hombre...

 

Al mundo se le vence con la fe y ésta os asegura que Jesucristo nuestro Señor es verdadero Dios y verdadero Hombre que, por nuestro amor, tomó carne en el seno de María y que, nacido, no por obra de hombre sino por esponsales divinos, murió por nosotros sobre la cruz derramando por nosotros toda su preciosísima Sangre, pidiéndonos, a cambio, tan sólo que le amemos, creamos y esperemos en El.

Esta es la Sangre con la que se purifican las estolas de los creyentes haciéndose dignas de resplandecer ante el trono de Dos. Esta es la Sangre que, como un río, fluye del trono del Cordero y riega el árbol de la Vida cuyos frutos son medicina del mundo. El que esté a su sombra no conocerá más el llanto, el hambre, la sed ni el dolor porque se habrán acabado para él todas las miserias de la carne y su espíritu será feliz con Jesús, Señor nuestro. Así sea. ¡Así sea para todos tus siervos, Señor! ¡Ven para todos, Señor Jesús! (Ap 7, 9-17; 22, 1-5 y 20-21)

La gracia de nuestro Señor Jesús esté siempre contigo."

Mi San Juan me arrebata al Cielo. ¡Cuánto hacía que no sentía su dulce voz, la más hermosa después de la de Jesús y de María! Si usted la oyese una sola vez, siquiera fuese en una frase pronunciada con esta voz, ya no la podría olvidar. Oírle hablar es un descanso e infunde fortaleza. Pacato, pasional y poderoso, él es propiamente el águila que se remonta hacia el Sol. ¡Qué contenta estoy de que, hoy precisamente, haya sido él quien me ha hablado de la preciosísima Sangre de la que tan devota soy!

Hace trece años que hice la ofrenda de mí misma, precisamente en la festividad de la Sangre de Jesús. No me arrepiento de mi entrega. Aunque pudiese volverme atrás, aún ahora que sé lo que supone entregarse, lo haría otra vez sin dudar. Por mi generosidad –otra cosa no tengo– que Dios use conmigo de misericordia y preste alas a esta pobre hormiga para subir hasta El.

497-500

A. M. D. G.